¿El suicidio a la luz de la Biblia?

No podemos decir mucho en tan poco tiempo con relación a este asunto tan delicado. En todo caso, el suicidio es el acto por el cual en forma intencional una persona termina con su vida. Se debe entender el suicidio como una acción libre y sin coerción con el propósito de producir la muerte de uno mismo. El término suicidio significa el acto o la ocasión de quitarse la vida uno mismo en forma voluntaria e intencional y esto se extiende también a las personas que atentan contra su vida o quienes tienen la tendencia a quitarse la vida. Durante los primeros años de la historia judía, el suicidio era extremadamente raro. La vida se consideró demasiado preciosa para terminarla por voluntad propia. Salvo pocos casos que se mencionan en el Antiguo Testamento, seis en total, no se encuentra ninguna tendencia hacia el suicidio en la historia del pueblo judío. Fundamentándose en textos como Génesis 2:7, donde dice: Entonces Jehová Dios formó al hombre del polvo de la tierra, y sopló en su nariz aliento de vida, y fue el hombre un ser viviente.
El pueblo judío comprendió que la vida es un don o un regalo de Dios al hombre y por tanto consideró que de igual manera, Dios es el único que tiene la potestad para quitar la vida. Esta forma de pensar se ha extrapolado también al Cristianismo, por lo cual el Cristianismo sostiene que Dios aborrece y rechaza el suicidio terminantemente. En el Nuevo Testamento existe un solo caso de suicidio y su autor fue el tristemente célebre Judas Iscariote, quien traicionó al Señor Jesús. Un creyente que se suicida estaría cometiendo un grave pecado. El suicidio es un pecado porque niega algunas cosas relativas a la persona y a la obra de Dios. En primer lugar, niega el poder de Dios. La persona que se suicida piensa que ha llegado al final de la cuerda y que ya no hay más esperanza, pero la palabra de Dios dice que nada es imposible para Dios. En Lucas 1:37 leemos estas palabras: porque nada hay imposible para Dios.
Donde terminan las posibilidades del hombre comienzan las posibilidades de Dios. Quien se suicida niega voluntariamente la intervención de Dios en su vida. En segundo lugar, porque niega los propósitos de Dios. Dios utiliza las pruebas para cumplir con sus propósitos. Las pruebas son el cincel y el martillo que Dios utiliza para dar forma a los que somos suyos. Por esto Dios espera que tengamos por sumo gozo cuando nos hallemos en diversas pruebas. Santiago 1:2-4 dice: Hermanos míos, tened por sumo gozo cuando os halléis en diversas pruebas,
Jam 1:3 sabiendo que la prueba de vuestra fe produce paciencia.
Jam 1:4 Mas tenga la paciencia su obra completa, para que seáis perfectos y cabales, sin que os falte cosa alguna.
La persona que se suicida normalmente piensa que Dios es injusto al hacerle pasar por la crisis que está enfrentando, pero no es así. Cuando los inevitables traumas, catástrofes y crisis de la vida amenazan con arrojarnos violentamente contra las rocas, es la fe personal y la visión que tenemos de nuestro Dios lo que nos trae seguridad. Al saber que Dios está en control de cualquier cosa que estamos experimentando, podemos soportar con gozo cualquier cosa que nos venga. Tal conocimiento no niega las circunstancias o el dolor y sufrimiento, pero tiene la virtud de poner las cosas en la perspectiva correcta. Esta actitud nos llevará a comprender que Dios es más grande que nuestros problemas y por tanto podemos estar seguros en él. En tercer lugar, el suicidio se considera como pecado porque niega las promesas de Dios. Note lo que dice 1 Corintios 10:13 No os ha sobrevenido ninguna tentación que no sea humana; pero fiel es Dios, que no os dejará ser tentados más de lo que podéis resistir, sino que dará también juntamente con la tentación la salida, para que podáis soportar.
La prueba, la crisis, el sufrimiento, es algo que está bajo el control de Dios. Alguien ha dicho que Dios nos mete en el horno de fuego de la prueba, pero su mano está firmemente en el termostato, para que la temperatura del horno no suba más allá de lo que podemos soportar y nos quememos. Pero la hermosa promesa es que Dios no nos va a dejar dentro de ese horno de fuego para siempre, sino que cuando se cumpla su propósito nos va a sacar del horno de fuego. Esto es un gran aliciente para soportar con gozo la prueba. Después de la tormenta viene la calma. Después de la noche siempre viene el día. Pero si una persona se suicida desconfía de esta promesa, y pensando que siempre va a estar en esa situación, termina quitándose la vida. De manera que, amable oyente, nadie puede decir que fue la voluntad de Dios que un creyente se suicide, porque sería equivalente a decir que fue la voluntad de Dios que un creyente peque. Dios jamás va a desear que un creyente peque de cualquier manera. Una pregunta que normalmente surge en la mente de los creyentes, relacionada con el suicidio es en cuanto al destino eterno del alma y espíritu de ese creyente. ¿Va al cielo, o al infierno? Respecto a esto, la pregunta en realidad se reduce al asunto de si un verdadero creyente puede o no perder su salvación. La Biblia provee abundante información en cuanto a que un genuino creyente no puede perder su salvación, por cuanto todos sus pecados han sido ya juzgados en Cristo. Esto de ninguna manera debe ser interpretado como un estímulo para que los creyentes se suiciden, porque como ha quedado establecido, el suicidarse es un pecado porque pretende usurpar la autoridad que sólo Dios tiene para otorgar y quitar la vida, porque niega el poder de Dios, niega los propósitos de Dios para probar al creyente y niega las promesas de Dios de una pronta liberación. Que un creyente genuino, tal vez en una crisis emocional y espiritual, atente contra su propia vida, cae dentro de las posibilidades, pero de ninguna manera es lo que la Biblia aconseja a los creyentes. El destino de cualquier persona que se ha suicidado no está determinado por el acto de suicidio sino por su relación con Cristo. Si esa persona recibió alguna vez a Cristo como su Salvador, es salva, pero si esa persona jamás recibió a Cristo como Salvador, no es salva. Muchos piensan que el suicidio es el pecado imperdonable. Esta idea se fundamenta en el hecho que cuando la persona comete suicidio es incapaz de pedir y recibir perdón después del acto, y por lo tanto le espera el castigo eterno. Debido a que el suicidio es un homicidio de la propia persona, es un acto pecaminoso. No obstante, el acto de suicidio no condena a ninguna persona al castigo eterno. La salvación y la vida eterna son regalos que Dios otorga gratuitamente a todos los que reconocen su condición pecadora ante Dios y confían de manera personal en la muerte de Cristo en la cruz como el pago justo por su pecado. Juan 3:16 dice: Porque de tal manera amó Dios al mundo, que ha dado a su Hijo unigénito, para que todo aquel que en él cree, no se pierda, mas tenga vida eterna.
La salvación para cualquier persona descansa sobre la obra completa y perfecta de Jesucristo en la cruz, no sobre el hecho de no cometer jamás algo que Dios ha catalogado como pecado. El suicidarse no nos condena de por sí al castigo eterno, más que cualquier otro pecado por el cual no hayamos pedido perdón en el momento de morir físicamente. Note lo que dice Romanos 8:1 y complementario con esto, los versículos 37 a 39. Ahora, pues, ninguna condenación hay para los que están en Cristo Jesús, los que no andan conforme a la carne, sino conforme al Espíritu. Antes, en todas estas cosas somos más que vencedores por medio de aquel que nos amó.
Rom 8:38 Por lo cual estoy seguro de que ni la muerte, ni la vida, ni ángeles, ni principados, ni potestades, ni lo presente, ni lo por venir,
Rom 8:39 ni lo alto, ni lo profundo, ni ninguna otra cosa creada nos podrá separar del amor de Dios, que es en Cristo Jesús Señor nuestro.
Para el creyente no hay ningún acto o pecado individual que pueda anular la salvación, cambiar el destino eterno o separar al creyente de Dios, y dentro de esto está el pecado de suicidio. Por nuestra humana naturaleza pecaminosa que todavía poseemos a pesar de ser genuinos creyentes, es posible pero no deseable que cometamos cualquier pecado, tanto algo que nosotros consideramos como grave o algo que nosotros consideramos como nada grave. Si no fuera por la cruz sobre la cual fue pagada eternamente la deuda por el pecado pasado, presente y futuro, ninguno de nosotros podría estar seguro de tener salvación eterna, porque ¿Quién de nosotros, creyentes podemos decir que nunca hemos pecado siendo ya creyentes?