Bienvenidos hermanos y amigos a un nuevo estudio bíblico sobre la oración. En lo que va de esta serie ha sido muy obvio la importancia y validez de la oración. Se ha dicho que así como la respiración es al cuerpo humano, la oración es al espíritu humano. Trate Ud. de vivir sin respirar y me demostrará que puede vivir sin orar. Tan importante es la oración que ningún hijo de Dios puede vivir sin orar, pero en la realidad vemos que hay muchos hijos de Dios que prácticamente se están asfixiando espiritualmente por falta de oración. Esto nos hace pensar en que deben existir algunos obstáculos para la oración como en realidad los hay. En el estudio bíblico de hoy, vamos a estar hablando justamente de algunos obstáculos para una vida de oración eficaz.
Orar es un ejercicio espiritual, por tanto es natural que la carne se oponga a la oración. Lo espiritual jamás va a ser bienvenido por la carne. Así que cuando en su vida de oración note que su carne no colabora, no se sorprenda, sepa que eso es algo lógico. Un autor desconocido ha escrito las siguientes palabras «Nunca leemos que la mano de Josué se cansara de empuñar la espada, pero la mano de Moisés se cansó de empuñar la vara. Entre más espiritual sea el deber, más propensos estamos a cansarnos. Podríamos levantarnos y predicar todo el día, pero nos cuesta orar todo el día. Podríamos ir a visitar a los enfermos todo el día, pero nos cuesta pasar al menos medio día sobre nuestras rodillas. Pasar una noche con el Señor en oración es muchísimo más difícil que pasar la noche escuchando predicar a alguien. Cuidado con dejar de orar» Orar en verdad es dura tarea. Con razón el orar ha sido descrito en términos de forcejeo ardiente del alma, de lucha a brazo partido del espíritu y de prevalecer con llanto y lágrimas. El campeón de la oración E. M. Bounds expresó a este respecto: La oración verdadera implica un desembolso de seria atención y tiempo, lo cual la carne y sangre no lo encuentran agradable. El Señor Jesucristo, en las horas previas a su muerte ignominiosa fue al huerto de Getsemaní a orar. Mientras él oraba en tan cruciales momentos, los discípulos dormían. Vino luego el Señor y les dijo: ¿Así que no habéis podido velar conmigo una hora? Velad y orad, para que no entréis en tentación; el espíritu a la verdad está dispuesto pero la carne es débil. Este incidente nos abre la puerta para hablar del primer enemigo de la vida de oración, se llama pereza. La pereza es el descuido o la negligencia de las cosas a las que estamos obligados. Sabemos que la oración es importante, sabemos que no podemos vivir sin orar, sabemos que orar sin cesar es un mandato, pero somos descuidados o negligentes hacia este deber esto se llama pereza. La solución empieza cuando reconocemos que hay pereza en nuestras vidas, cuando lo confesamos a Dios como cualquier pecado y cuando diseñamos mecanismos para no seguir siendo perezosos. Otro enemigo de la oración es Satanás y sus demonios. El maligno hará cualquier cosa que esté a su alcance para evitar que los creyentes tengamos un saludable hábito de oración. Andrew Bonar afirmó que él jamás entró a una sesión de oración sin antes librar una fiera batalla justamente a la entrada. No hay nada que Satanás tema tanto como la oración. Samuel Chadwick decía que Satanás se para a la entrada del lugar Santísimo como un ángel de luz no para atacar sino para distraer. Con frecuencia ocurre que antes de una reunión de oración nos sentimos agotados, nos duele la cabeza, nos llegan visitas, se lastiman los niños, etc. y de pronto encontramos excusas válidas para no ir a la reunión. Si no, entonces ¿porqué las reuniones de oración son las menos concurridas en nuestras iglesias? Si nos armamos de valor y nos apropiamos de la verdad que Satanás es un enemigo derrotado podremos rehusar a someternos a los achaques físicos o a cualquier otro impedimento que intente coartar nuestra vida de oración. Todavía es cierto que Satanás tiembla cuando ve al más débil cristiano de rodillas y por eso hará todo lo posible para distraernos de la oración. Otro de los enemigos de la oración es la falta de concentración. La experiencia de muchos creyentes al orar es que sus mentes cual aves de alto vuelo van de acá para allá sin cansarse de volar. Si vamos a tener vidas de oración saludables debemos hacer que nuestras mentes se mantengan en tierra concentradas en los motivos por los cuales estamos orando. Existen varias maneras para mantener nuestras mentes concentradas. Quizá la mejor y más práctica sea la que aparece en Mateo 6:6 «Mas tú, cuando ores, entra en tu aposento, y cerrada la puerta, ora a tu Padre que está en secreto; y tu Padre que ve en lo secreto, te recompensará en público» Por supuesto que la aplicación primaria de este texto tiene que ver con la comunión privada con el Padre. El asunto no es tanto el donde oramos, sino para qué oramos, para ser vistos por los hombres o para ser vistos por Dios, pero sin embargo de ello, podemos sacar de aquí que es aconsejable buscar un lugar especial para la oración. El entrar en un aposento y cerrar la puerta es también una forma de eliminar las distracciones. Estar en un lugar así evita las distracciones de la vista por ejemplo. Precisamente uno de los caminos más efectivos que Dios nos ha dado para dejar entrar información a nuestras mentes es la vista. Por la puerta del ojo entra a nuestras mentes torrentes de información muy útil para cada uno de nosotros, pero a la vez en algunos casos muy destructiva también. Quizá esta sea la razón más importante porqué es útil cerrar nuestros ojos cuando oramos. Si tenemos los ojos abiertos cuando estamos orando, éstos deben estar enfocados ya sea en una lista de peticiones de oración o hacia alguna parte donde no haya una televisión o revistas o ventanas a través de las cuales podemos mirar hacia afuera o cualquier otra cosa que pueda distraernos. Entrar a un aposento y cerrar la puerta también evita las distracciones que podrían entrar por el oído. Es necesario buscar un lugar aislado de ruidos que podrían distraer como por ejemplo, un televisor, un radio, el teléfono, los niños jugando, conversaciones, etc. Es interesante notar que el Señor Jesucristo escogió un huerto cuando buscaba, tener comunión en oración con su Padre, de seguro el huerto era un lugar tranquilo, alejado del mundanal ruido. Ciertamente que en el tiempo en el cual vivimos, a veces se hace difícil encontrar un aposento aislado del ruido, una solución sencilla es escoger un tiempo para orar en el cual la mayoría de la gente todavía no inicia sus actividades. Las horas tempranas a la mañana son ideales para este fin. Existen otras distracciones que se originan más bien en el interior de cada uno de nosotros. Son las preocupaciones. Ciertamente que el estar preocupado no es propio de un carácter cristiano maduro. En verdad, la preocupación y la oración no son buenos compañeros. El uno excluye al otro. Se ha dicho que la oración disipa los negros nubarrones de la preocupación, pero también la preocupación puede alejar a la oración. Es sabio el consejo que alguna vez escuchamos: Si vas a preocuparte para que orar pero si vas a orar para que preocuparte. Algunos cristianos que oran temprano a la mañana se distraen por pensamientos acerca de cosas que tienen que realizar durante el día. Una posible solución sería mantener a la mano papel y lápiz para anotar los pensamientos que interrumpen, de esta forma podemos asegurarnos de que los recordaremos más tarde y así podemos removerlos de nuestra mente y concentrarnos en la oración. Otro enemigo de la oración es el sueño. Aquellos que necesitan levantarse temprano para orar pueden experimentar un estado de pesadez o adormecimiento por el sueño. Una manera de neutralizar este problema es acostándose lo suficiente temprano para que el cuerpo tenga el descanso que necesita. Otra forma de evitar el adormecimiento al orar seria si mientras oramos caminamos o simplemente orar en voz alta. El último enemigo de la oración es quizá el más poderoso, se llama pecado. Cuando nuestro corazón guarda pecado no confesado, automáticamente evitamos encontrarnos con Dios en oración. Lo que pasa es que ante Dios no poetemos ocultar absolutamente nada y nos causa vergüenza ir ante él con nuestro pecado. La solución a este problema demanda un acto de la voluntad de confesar el pecado, y apartarse voluntariamente de la situación pecaminosa. Salmo 66:18 dice: «Si en mi corazón hubiese yo mirado a la iniquidad, el Señor no me habría escuchado». Así que, hemos visto varios enemigos de una vida sana de oración. Es posible que en su caso algunos de estos enemigos estén dominando su vida de oración. Recuerde que en Cristo somos más que vencedores, y que Cristo en la Cruz privó al pecado de su poder. Aprópiese de esta verdad y con la ayuda del Espíritu Santo empiece a cultivar el hábito sin igual de la oración.
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