Cordiales saludos mi amiga, mi amigo. La Biblia Dice… le da la bienvenida al estudio bíblico de hoy en el libro de Hebreos. Estos estudios son parte de la serie que lleva por título: La preeminencia de Jesucristo. En esta ocasión, David Logacho nos hablará acera de los muchos beneficios que resultan de recibir a Jesucristo como Salvador.
En cierta ocasión se realizó una encuesta entre los creyentes de una iglesia local. Había sólo una pregunta en el cuestionario: ¿Qué le motivó recibir a Jesucristo como Salvador? La encuesta arrojó el siguiente resultado. El 40% respondió: El temor de ser condenado en el infierno. Estos creyentes recibieron a Jesucristo por el miedo a ser castigados en el infierno. Otro 40% respondió: El deseo de ir al cielo. Estos creyentes recibieron a Jesucristo para poder entrar al cielo. El 20% restante tuvo respuestas variadas o simplemente no estaban seguros de cuál fue su motivación para recibir a Jesucristo como Salvador. El hecho concreto, amable oyente, es que la gente recibe a Jesucristo ya sea por el miedo a ser condenado o por el deseo de ir al cielo. Esto es así, porque la Biblia presenta dos tipos de invitaciones a la salvación. La una manera, es, por decirlo así, negativa. Esta invitación se formula más o menos en los siguientes términos: Si no quiere ser condenado por la eternidad en el lago de fuego y azufre, reciba a Jesucristo como su Salvador. Este tipo de invitación es perfectamente válido y tiene apoyo en la palabra de Dios. En el libro de Hebreos, por ejemplo, vemos este tipo de invitación en el capítulo 2, versículos 2-3 “Porque si la palabra dicha por medio de los ángeles fue firme, y toda transgresión y desobediencia recibió justa retribución, ¿cómo escaparemos nosotros, si descuidamos una salvación tan grande?” Pero hay otro tipo de invitación, que podríamos llamarla, positiva. Esta invitación se formula más o menos en los siguientes términos: Si quiere encontrar vida eterna, reciba a Jesucristo como Salvador, él es el único que puede llevarle al cielo. Esta manera de invitación también es perfectamente válida y tiene apoyo en la palabra de Dios. Este es el tipo de invitación que vamos a tratar en nuestro estudio bíblico de hoy. Reciba a Jesucristo como su Salvador, no por lo que le va a pasar si no lo hace, sino por lo que le va a pasar si lo hace. Abramos nuestras Biblias en el libro de Hebreos 4:14-16. Este pasaje bíblico es la última parte de la advertencia a los judíos convencidos intelectualmente, pero renuentes a recibir a Jesucristo como su Salvador. Esta advertencia comenzó en Hebreos 3:7 y concluye en Hebreos 4:16. En lo que hemos visto de la advertencia, encontramos que existe un reposo. Por tanto es necesario temer de no entrar en este reposo a causa de incredulidad. Luego encontramos la manera como se entra al reposo. Se necesita de fe, de la obra soberana de Dios y de la respuesta inmediata, recibiendo la oferta de reposo. Después encontramos la esencia del reposo, vimos que es un reposo espiritual, que tendrá pleno cumplimiento en el futuro, en el cielo. Finalmente encontramos la exigencia del reposo. Es necesario ser diligentes en responder al llamado de salvación. La falta de respuesta a la invitación de entrar en el reposo es típica de un corazón malo de incredulidad. Como vemos, hasta aquí, la invitación de salvación es negativa. Si no recibe a Jesucristo como Salvador, no puede entrar en el reposo de Dios. Pero a partir del versículo 14 hasta el 16, encontramos la invitación de salvación expresada en términos positivos. Reciba a Jesucristo, es el llamado del autor de Hebreos, no sólo porque si no lo hace no entrará al reposo de Dios, sino también porque si lo hace, llegará a tener a Jesucristo, quien en es lo más perfecto, precioso y perpetuo que pueda imaginar. La apelación del autor a sus lectores se fundamenta en la excelencia de la persona de Jesucristo. La primera frase del versículo 14 de Hebreos 4 declara esta verdad con estas palabras. “Por tanto, teniendo un gran sumo sacerdote” El por tanto, con el cual comienza esta frase, nos hace mirar hacia atrás en el pasaje y en el versículo 13 vimos que todas las cosas están desnudas y abiertas a los ojos de aquel a quien tenemos que dar cuenta. Si todo el mundo va a dar cuenta de sus obras ante Jesucristo, entonces Jesucristo debe ser una persona muy especial, y ciertamente lo es. Él es tan extraordinario que en el versículo 14 se le llama “gran sumo sacerdote” El oficio de sumo sacerdote tiene que ver con poner en contacto a un hombre pecador un Dios santo. Cada año, en el día de expiación, o Yom Kipur, el sumo sacerdote entraba al lugar santísimo en el templo, con la sangre de un macho cabrio que previamente había sido sacrificado y rociaba con esa sangre el propiciatorio, para así cubrir los pecados suyos y los del pueblo, de modo que el hombre pecador pueda encontrarse con un Dios santo. Una vez realizada esta obra, el sumo sacerdote tenía que salir inmediatamente del lugar santísimo, bajo pena de muerte si se quedaba más de lo debido. El sumo sacerdote tenía que realizar este rito año tras año, desde el momento que el rito fue instituido por Moisés. Cuando un sumo sacerdote moría, otro tomaba su lagar y continuaba año tras año el mismo rito. Era una obra que no terminaba jamás. Pero notemos que Hebreos 4:14 dice que Jesucristo no es un sumo sacerdote cualquiera. Él es el gran sumo sacerdote. Esto significa que él es el sumo sacerdote ideal. Gran, significa eso, algo ideal, algo sin defecto alguno. Todos los sumos sacerdotes que existieron en la historia de Israel eran frágiles, envejecían, se debilitaban y morían. Lo que es peor, a veces pecaban, y por eso antes de entrar al lugar santísimo en el día de expiación, o Yom Kipur, primero tenían que ofrecer un sacrificio por sus propios pecados. En cambio Jesucristo, no, porque él es el gran sumo sacerdote, el sumo sacerdote perfecto, ideal, libre de cualquier contaminación de pecado o debilidad. Por esto, cuando él se ofreció a sí mismo, su sacrificio fue perfecto y partir de ese sacrificio no hacen falta más sacrificios por el pecado, no hacen falta más sumos sacerdotes humanos. La presencia de sumos sacerdotes humanos, después de la muerte y resurrección de Cristo es una aberrante negación de la obra perfecta de Jesucristo en la cruz. Cualquier grupo religioso con tinte cristiano que sostenga la idea que para llegar a Dios hay que hacerlo a través de un ser humano, vivo o muerto, está invalidando totalmente la gloriosa verdad que Jesucristo como gran sumo sacerdote ofreció un solo sacrificio que es perfecto, el cual puso fin a la necesidad de más sacrificios y más sumos sacerdotes humanos. Hoy en día, toda persona que recibe a Jesucristo como Salvador se constituye en sacerdote. Todos los creyentes somos sacerdotes y tales podemos por nuestra propia cuenta entrar al trono mismo de Dios para hablar con él sobre cualquier cosa que esté en nuestro corazón. De manera que Jesucristo es el gran sumo sacerdote, porque su sacerdocio es perfecto. Hebreos 4:14 continúa diciendo: “que traspasó los cielos” Esto se refiere a que Jesucristo como el gran sumo sacerdote, por medio de su perfecto sacrificio entró, no al lugar santísimo en el templo, sino a algo mucho más glorioso, al mismo cielo. Según Hebreos 1:3, Jesús habiendo efectuado la purificación de nuestros pecados por medio de sí mismo, se sentó a la diestra de la Majestad en las alturas. Notemos que Jesús está sentado en el cielo. Como su sacrificio fue perfecto, su obra terminó y tiene todo el derecho a estar sentado. El sumo sacerdote de Israel nunca se sentaba en el lugar santísimo porque su obra no estaba terminada. ¿Qué hacer ante esta realidad? Hebreos 4:14 dice: “retengamos nuestra profesión” Recordemos que el autor de Hebreos está hablando a judíos convencidos intelectualmente de la salvación. Habían hecho una profesión de fe, pero no eran creyentes genuinos, y ellos y Dios lo sabían en el fondo. Por eso se les dice: retengan su profesión, no la abandonen, den el salto de fe hacia depositarse totalmente en Jesucristo, recíbanlo como su Salvador. Quizá este sea su caso amigo oyente. Si ya conoce la verdad, pero nunca se ha entregado a esa verdad, mire el sacerdocio perfecto de Cristo y recíbalo por fe como su Salvador. Así que es necesario recibir a Jesucristo como Salvador por su perfecto sacerdocio, pero no sólo eso, sino también por su perfecta persona. Hebreos 4:15 dice: “Porque no tenemos un sumo sacerdote que no pueda compadecerse de nuestras debilidades, sin un que fue tentado en todo según nuestra semejanza, pero sin pecado.” Aquí se nos presenta a la perfecta persona de Jesucristo. Para tener un perfecto sacerdocio, Jesucristo tenía que ser perfecto Dios y perfecto hombre. Como perfecto hombre, el texto dice que Jesucristo sabe compadecerse de nuestras debilidades. Él sufrió todo lo que usted y yo podríamos sufrir y aun más allá de lo que usted y yo podríamos tolerar de sufrimiento. Él supo lo que es tener hambre, tener sed, estar cansado, ser objeto de la burla y aun morir de la manera más despiadada. Pero no sólo eso. Él también fue tentado en todo. Él sabe lo que es luchar a diario contra la tentación. No hay tentación que él no haya enfrentado. Pero fijémonos en lo que dice al final del texto. “pero sin pecado” Esto nos habla de que Jesucristo, a más de ser totalmente hombre, es totalmente Dios. Sólo Dios es sin pecado y Jesucristo no pecó jamás, porque no podía pecar. En su perfecta persona, hemos visto que Jesucristo es totalmente Dios y totalmente hombre, por eso es el gran sumo sacerdote. Es necesario recibir a Jesucristo como Salvador por su perfecto sacerdocio y su perfecta persona. Por último, él ofrece una perfecta provisión. Hebreos 4:16 dice: “Acerquémonos pues, confiadamente al trono de la gracia, para alcanzar misericordia y hallar gracia para el oportuno socorro.” La invitación de salvación continúa siendo positiva. Acerquémonos, es la invitación. En lugar de dar la espalda a la oferta de salvación, el pecador debe acercarse, no con temor sino confiadamente, al trono de la gracia, a la fuente misma de la gracia que es Jesucristo. ¿Para qué? Para alcanzar misericordia y hallar gracia. Es decir, para recibir, no lo que merecemos por nuestras obras, sino lo que no merecemos por ser pecadores. Esto es gracia en la máxima expresión de su significado. La misericordia y la gracia van de la mano. Esto permite al pecador hallar el oportuno socorro. Esto significa que el pecador que recibe a Jesucristo recibe la salvación, algo que no merece, justo a tiempo, cuando más necesita, antes de que sea demasiado tarde. No tarde más. Hoy mismo reciba a Jesucristo como su Salvador.
Leave a comment