Es motivo de gran gozo estar nuevamente junto a usted, amiga, amigo oyente. Soy David Logacho dándole la bienvenida al estudio bíblico de hoy en el evangelio según Juan. En esta ocasión vamos a concluir el estudio del encuentro entre el Señor Jesús y la mujer samaritana.
Abramos nuestras Biblias en Juan capítulo 4, versículos 31 a 42. Esta es la última parte del espectacular encuentro de una mujer pecadora de Sicar en Samaria, con el Señor Jesús. Para entrar en materia, será necesario hacer un rápido recuento de lo que sucedió hasta el inicio de lo que vamos a estudiar el día de hoy. Cansado del viaje entre Judea y Galilea, el Señor Jesús se sentó en el pozo de Jacob, localizado cerca de una ciudad que se llamaba Sicar, en la región de Samaria. Los habitantes de esta región eran los samaritanos, personas muy despreciadas por los judíos, debido a al menos un par de razones, la primera, porque los samaritanos no eran judíos puros sino una mezcla de judío con gentil. La segunda, porque los samaritanos tenían su propio lugar de adoración a Dios en el monte Gerizim, mientras los judíos mantenían el lugar de adoración a Dios, ordenado por Dios, en Jerusalén. Rompiendo la barrera racial, cultural y religiosa, el Señor Jesús dirigió la palabra a una mujer samaritana que llegó al pozo de Jacob a sacar agua en una hora no acostumbrada. El Señor Jesús rompió el silencio pidiendo a la mujer que le dé de beber. La mujer samaritana se sorprendió que un judío le dirija la palabra, porque judíos y samaritanos no se trataban entre sí. El Señor Jesús entonces comenzó su diálogo con la mujer samaritana haciendo referencia a algo que captó totalmente la curiosidad de ella. Le dijo: Cualquiera que bebiere del agua de este pozo, volverá a tener sed, mas el que bebiere del agua que yo le daré, no tendrá sed jamás; sino que el agua que yo le daré será en él una fuente de agua que salte para vida eterna. La mujer no entendió muy bien de lo que hablaba el Señor Jesús y pensando que hablaba de agua literal pidió esa agua viva al Señor Jesús. El agua viva era una figura de la nueva vida por el Espíritu Santo que se opera en la persona que recibe a Cristo como Salvador. Para recibir esa agua viva la mujer necesitaba en primer lugar reconocer su lamentable estado espiritual y moral. El Señor Jesús quitó a la mujer esa máscara de falsa piedad y dejó al descubierto que era una mujer fornicaria. Había tenido cinco maridos y no estaba casada con el hombre con quien vivía en ese momento. La mujer trató de desviar el tema y básicamente preguntó al Señor cuál es el lugar correcto de adoración a Dios, el del monte Gerizim o el de Jerusalén. El Señor Jesús respondió con sabiduría mostrando que va a llegar el momento cuando no se va a adorar a Dios ni en Gerizim ni en Jerusalén, sino en el templo que es el cuerpo de una persona que recibe a Cristo como Salvador. Está será una adoración en espíritu y en verdad. Ante esto, la mujer sacó a colación algo que ella sabía. Dijo que cuando venga el Mesías o el Cristo, él aclarará todas las cosas. Este fue el momento cuando el Señor Jesús se identificó a sí mismo: Dijo a la mujer: Yo soy, el que habla contigo. Eso fue suficiente. Cuando la mujer reconoció que la persona con quien hablaba era el Cristo o el Mesías, la mujer fue transformada totalmente. Estaba tan entusiasmada que dejó su cántaro en el pozo y fue a la ciudad de Sicar a invitar a todos los que pudo para que ellos también conozcan al Señor Jesús, el Mesías, el Cristo. Es aquí donde se inscribe el pasaje bíblico que vamos a estudiar. El haz de luz primero se enfoca sobre los discípulos del Señor Jesús. Juan 4:31-38 dice: Entre tanto, los discípulos le rogaban, diciendo: Rabí, come.
Joh 4:32 El les dijo: Yo tengo una comida que comer, que vosotros no sabéis.
Joh 4:33 Entonces los discípulos decían unos a otros: ¿Le habrá traído alguien de comer?
Joh 4:34 Jesús les dijo: Mi comida es que haga la voluntad del que me envió, y que acabe su obra.
Joh 4:35 ¿No decís vosotros: Aún faltan cuatro meses para que llegue la siega? He aquí os digo: Alzad vuestros ojos y mirad los campos, porque ya están blancos para la siega.
Joh 4:36 Y el que siega recibe salario, y recoge fruto para vida eterna, para que el que siembra goce juntamente con el que siega.
Joh 4:37 Porque en esto es verdadero el dicho: Uno es el que siembra, y otro es el que siega.
Joh 4:38 Yo os he enviado a segar lo que vosotros no labrasteis; otros labraron, y vosotros habéis entrado en sus labores.
Mientras los hombres de Sicar marchaban hacia al pozo de Jacob donde estaba el Señor Jesús con sus discípulos, los discípulos rogaban al Señor Jesús que coma. Recuerde que cuando el Señor Jesús llegó al pozo de Jacob, antes de su encuentro con la mujer samaritana, estaba cansado, sediento y hambriento. Por eso los discípulos fueron a la ciudad a comprar comida. La respuesta del Señor Jesús dio a entender que su misión de salvar a la gente es más importante que satisfacer su necesidad física, como descansar, beber y comer. Esto es lo que significa su respuesta: Yo tengo una comida que comer, que vosotros no sabéis. Los discípulos se pusieron a elucubrar entre ellos, pensando que tal vez alguien le habrá traído algo para comer. El Señor Jesús por tanto tuvo que aclarar que no estaba hablando de comida física sino de otra cosa más importante. Claramente les dijo que lo más importante para él, o su comida, era hacer la voluntad de su Padre, y que acabe la obra que el Padre le había encomendado. Este propósito era prioridad en su vida. Era algo urgente que demanda atención urgente. Para ilustrarlo, echó mano de una ilustración conocida por sus discípulos. Como vivían en una sociedad agrícola ganadera, sabían con relativa precisión cuando es el tiempo ideal para sembrar y para segar. Por eso alguien podía decir: Todavía faltan cuatro meses para la siega. Pero a veces la siega no se ajustaba a los tiempos establecidos, sino que se adelantaba o se atrasaba. ¿Qué se debía hacer si la siega se adelantaba? Pues segar sin esperar más. Era urgente hacerlo porque si no, se echaba a perder la cosecha. Esto justamente es lo que estaba pasando pero en el plano espiritual. El Señor Jesús dijo por tanto: Alzar vuestros ojos y mirad los campos, porque ya están blancos para la siega. Los campos es figura del mundo incrédulo. Este mundo está listo para ser segado. Las almas están sedientas del mensaje del evangelio. Los discípulos como que estaban indolentes a esta realidad. El Señor Jesús está sacudiéndolos un poco para que se despierten a la necesidad urgente de cosechar almas para Cristo. Nada es más importante que esto. Es una obra urgente. Si en aquel tiempo, el mundo estaba listo para ser segado y producir una gran cosecha de almas para Cristo, cuanto más en este tiempo. Si se lo hace habrá fruto de almas para Cristo y gozo indescriptible. El Señor Jesús por tanto dijo: El que siega recibe salario, y recoge fruto para vida eterna, para que el que siembra goce juntamente con el que siega. Unos son los que siembran, otros son los que siegan, pero el fruto es motivo de gozo para todos, tanto para el que siembra como para el que siega. Los discípulos fueron enviados por el Señor Jesús a segar lo que ellos no sembraron ni labraron. Fueron otros los que labraron, los discípulos tuvieron el gran privilegio de haber tenido parte en esas labores. A todo esto, llegaron al pozo de Jacob los hombres de Sicar, acompañados de la mujer que les fue a llamar. Ahora el haz de luz se enfoca sobre ellos. Note lo que dice Juan 4: 39-42 Y muchos de los samaritanos de aquella ciudad creyeron en él por la palabra de la mujer, que daba testimonio diciendo: Me dijo todo lo que he hecho.
Joh 4:40 Entonces vinieron los samaritanos a él y le rogaron que se quedase con ellos; y se quedó allí dos días.
Joh 4:41 Y creyeron muchos más por la palabra de él,
Joh 4:42 y decían a la mujer: Ya no creemos solamente por tu dicho, porque nosotros mismos hemos oído, y sabemos que verdaderamente éste es el Salvador del mundo, el Cristo.
Observe el efecto grandioso del testimonio de una mujer que fue tocada por la gracia de Dios. Fueron muchos los que creyeron en el Señor Jesús, por el testimonio de la mujer samaritana. Ella no sabía mucho de teología, tal vez no sabía nada de hermenéutica, peor aún de homilética. Lo único que sabía era que el Señor Jesús le dijo todo lo que ella había hecho en su vida. Armada con esto guió a muchos a creer en el Señor Jesús. Los samaritanos estaban tan entusiasmados con el Señor Jesús, que le pidieron que no se vaya rápidamente. El Señor Jesús fue fiel a su propia enseñanza en cuanto a que los campos estaban blancos para la siega, y se quedó allí dos días más. Durante esos dos días creyeron muchos más por la palabra del Señor Jesús. Los que creyeron decían a la mujer samaritana: Ya no creemos solamente por lo que tú nos dijiste, sino por lo que nosotros mismos hemos oído de boca del Señor Jesús, y estamos totalmente seguros que verdaderamente él es el Salvador del mundo, el Cristo, el Mesías. Fantástico final. Una mujer hundida en el pecado, pero transformada por la gracia de Dios, fue el instrumento para que muchos lleguen a conocer a Cristo como Salvador. Dios quiere usar también su vida, amable oyente, para que muchos obtengan perdón de pecado y vida eterna por medio de Cristo.
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