Pablo utiliza este argumento para refutar el pervertido evangelio que predicaban los judaizantes

Qué bendición es para nosotros contar con su sintonía, amiga, amigo oyente. Bienvenida o bienvenido al estudio bíblico de hoy con David Logacho. Este estudio bíblico es parte de la serie titulada: Gálatas, la Carta Magna de Emancipación de la Iglesia. La infalibilidad de las promesas de Dios es un fuerte argumento para demostrar que la salvación es por gracia por medio de la fe, aparte totalmente del esfuerzo humano. Veamos como el apóstol Pablo utiliza este argumento para refutar el pervertido evangelio que predicaban los judaizantes.

Algo que, entre lo mucho, diferencia a Dios del hombre tiene que ver con el cumplimiento de promesas. Para el hombre es tan fácil hacer promesas y tan difícil cumplir con las promesas hechas. Cuántas veces no habremos prometido al Señor tantas cosas al comenzar un año, y al terminar el año no hemos cumplido nada de lo prometido o a lo mejor una pequeña parte. Pero cuando Dios hace una promesa, esa promesa se cumple en su totalidad. Esta cualidad de Dios, la fidelidad en el cumplimiento de lo que promete es un poderoso argumento para demostrar que la salvación es por gracia, por medio de la fe, aparte totalmente de las obras. Con esta idea en mente, vayamos a la Epístola de Pablo a los Gálatas, capítulo 3, versículos 15 a 18. Como antecedente, debemos señalar que los judaizantes, falsos maestros que enseñaban que para ser salvos es necesario confiar en Cristo como Salvador y además circuncidarse y guardar la ley de Moisés, pensaban que Dios había dado la ley por medio de Moisés para que mediante su cumplimiento el hombre pueda alcanzar la salvación. Pero lo que los judaizantes no estaban tomando en cuenta es que mucho antes que Moisés reciba la ley, Dios había hecho una promesa inquebrantable a Abraham. Para comprender este asunto, en primer lugar, Pablo habla de la norma humana de no invalidar un pacto debidamente ratificado. Gálatas 3:15 dice: “Hermanos, hablo en términos humanos: Un pacto, aunque sea de hombre, una vez ratificado, nadie lo invalida, ni le añade.” Pablo está echando una mirada a lo que es una norma entre los seres humanos. Cuando entre los humanos se hace un pacto y todos los que intervienen en ese pacto lo ratifican voluntariamente, entonces lo pactado es firme, nadie lo invalida, nadie le quita nada, nadie lo añade nada. Si entre los hombres se mantiene esta norma de respeto a lo pactado, cuánto más Dios. Ahora que ha quedado claro cual es la norma de tratar un pacto, Pablo, en segundo lugar nos habla de la existencia de un pacto entre Dios y Abraham. Gálatas 3:16 dice: “Ahora bien, a Abraham fueron hechas las promesas, y a su simiente. No dice: Y a las simientes, como si hablase de muchos, sino como de uno: Y a tu simiente, la cual es Cristo.” Los pactos pueden ser condicionales o incondicionales. D. Pentecost en su libro “Eventos del Porvenir” lo explica así: En el pacto condicional, aquello que se pacta depende para su cumplimiento del receptor del pacto, no del que hace el pacto. Ciertas obligaciones o condiciones deben ser cumplidas por el receptor del pacto, antes que el dador del pacto esté obligado a cumplir aquello que fue prometido. Es un pacto con un “si” condicional. En el pacto incondicional, aquello que se pacta depende para su cumplimiento sólo del que hace el pacto. Aquello que se prometió es concedido soberanamente al receptor del pacto basado en la autoridad e integridad del que realiza el pacto, aparte del mérito o respuesta del receptor. Es un pacto absolutamente exento del “si” condicional. Hasta aquí lo que dice D. Pentecost. En otras palabras, si Usted dice a su hijo: Si mañana te levantas temprano irás conmigo de pesca, ha hecho un pacto condicional con su hijo. La condición es que su hijo se levante temprano. El beneficio del pacto es ir de pesca. La obtención del beneficio depende de si se cumple o no la condición del pacto. Pero si Usted dice a su hijo: Mañana irás de pesca conmigo, entonces Usted ha hecho un pacto incondicional con su hijo. El beneficio del pacto, ir de pesca, no depende en absoluto de lo que su hijo haga o deje de hacer, porque Usted le prometió incondicionalmente llevarle de pesca. Pues bien, Dios hizo un pacto de este tipo con Abraham. Un pacto incondicional. Los beneficios de este pacto no dependían en absoluto del cumplimiento de determinadas cláusulas por parte de Abraham Una parte de este pacto aparece en Génesis 22:17-18 donde dice: “de cierto te bendeciré, y multiplicaré tu descendencia como las estrellas del cielo y como la arena que está a la orilla del mar; y tu descendencia poseerá las puertas de tus enemigos. En tu simiente serán benditas todas las naciones de la tierra, por cuanto obedeciste a mi voz.” Como Usted podrá notar, el pacto no contiene cláusulas condicionales que determinen la obtención o no de los beneficios del pacto. Dios simplemente está diciendo a Abraham: Yo te bendeciré. Yo multiplicaré tu descendencia como las estrellas del cielo y como la arena que está a la orilla del mar. Yo te pondré por encima de tus enemigos. Y ahora note algo importante. Dios promete a Abraham una simiente, singular, no unas simientes, plural, en quien serán benditas todas las naciones de la tierra. Esta simiente es nada más y nada menos que Cristo Jesús. Si Usted examina los ancestros de Cristo Jesús por el lado humano, encontrará que desciende de Abraham. El cumplimiento de esta pacto depende enteramente de Dios, no de Abraham. Por lo pronto entonces sabemos que un pacto, una vez ratificado ni el hombre se atreve a invalidarlo o modificarlo, quitándole o aumentándole. Peor Dios. Sabemos también que Dios hizo un pacto incondicional con Abraham, dentro del cual, entre otras cosas, le prometió que en su simiente, la cual es Cristo, serán benditas todas las naciones de la tierra. Ahora, en tercer lugar, Pablo va a aplicar todo lo anterior a un caso particular. Gálatas 3: 17 dice: “Esto, pues, digo: El pacto previamente ratificado por Dios para con Cristo, la ley que vino cuatrocientos treinta años después, no lo abroga, para invalidar la promesa” El pacto de Dios con Abraham fue un pacto incondicional. Este pacto contempla, entre otras cosas, que en Cristo serán benditas todas las naciones de la tierra. Este pacto fue ratificado por Dios para con Cristo. Por esta razón entonces, este pacto no puede de ninguna manera ser abrogado por la ley de Moisés, que vino siglos más tarde. El verbo abrogar, es la traducción de un verbo griego que significa quitar autoridad y de allí, invalidar. De modo que podemos afirmar confiadamente que la promesa de Dios a Abraham de que en Cristo serán benditas las naciones de la tierra, no fue en absoluto ni invalidada, ni modificada por exceso o por defecto por la ley de Moisés que fue dada cuatrocientos treinta años después. Este tiempo de cuatrocientos treinta años, ha sido motivo de encendidas polémicas entre los teólogos. ¿Desde dónde hasta dónde se deben contabilizar esos cuatrocientos treinta años? Sin entrar a mayores detalles, debemos señalar que este periodo de tiempo debe ser contado desde la última vez que Dios hizo referencia a este pacto, cuyo relato aparece en Génesis 46:2-3 donde dice: “Y habló Dios a Israel en visiones de noche, y dijo: Jacob, Jacob. Y él respondió: Heme aquí. Y dijo: Yo soy Dios, el Dios de tu padre; no temas de descender a Egipto, porque allí yo haré de ti una gran nación.” Pasaron cuatrocientos treinta años desde el momento de este anuncio hasta que el pueblo de Israel salió de Egipto y recibió la ley de Moisés. Muy bien. Pablo termina esta sección, en cuarto lugar, con una conclusión obligada. Gálatas 3:18 dice: “Porque si la herencia es por la ley, ya no es por la promesa; pero Dios la concedió a Abraham mediante la promesa” Cuando este texto habla de la herencia, se está refiriendo a lo que Dios prometió a Abraham, esto es que en su simiente, es decir en Cristo, serán benditas todas las naciones de la tierra. En otras palabras la herencia se refiere a la salvación que los gentiles pueden obtener en Cristo o recibiendo a Cristo como Salvador. Esta herencia no es el resultado de cumplir con la ley, porque la ley fue dada cuatrocientos treinta años después de la promesa incondicional que Dios hizo a Abraham en el sentido que en su simiente, quien es Cristo, los gentiles o las naciones iban a alcanzar salvación. La salvación amable oyente es fruto de la promesa, no de cumplir la ley. La promesa fue hecha por Dios incondicionalmente a Abraham. Si la salvación fuera por cumplir con la ley, entonces la salvación fuera el pago o la recompensa por eso, pero nunca debemos olvidar que la salvación es un regalo inmerecido que Dios hace al pecador que recibe a Cristo como Salvador. Qué tal si a Usted le han contratado para hacer determinado trabajo. El contrato establece el tipo de trabajo que Usted debe hacer, cuándo debe terminar y cuánto va a ganar por hacer ese trabajo. Usted hace su trabajo a la perfección y en el término del contrato y cuando llega el momento de recibir su paga, la persona para quien trabajó le dice: Tenga, aquí está el dinero que acordamos, es un regalo que quiero hacerle. Usted le mirará extrañado y seguramente le dirá: Un momento. Esto que me está dando no es un regalo. Usted no me está haciendo ningún regalo a mí. Es lo que yo merezco por haber realizado el trabajo para el cual fui contratado. Igual es con la salvación. Si fuera por cumplir con la ley, sería el pago que usted merece y la Biblia estaría muy mal al decir que la salvación es un regalo gratuito de Dios al pecador que recibe a Cristo como Salvador. Pero Usted sabe que la Biblia no miente ni se equivoca. Entonces la salvación por gracia por medio de la fe jamás puede ser merecida por el pecador.

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