Un día de reposo

Gracias al Señor por la oportunidad de estar juntos a través de esa emisora. Soy David Logacho, dándole la bienvenida al estudio bíblico de hoy en el evangelio según Juan. En esta ocasión vamos a considerar el desenlace del interrogatorio de los fariseos a un hombre que habiendo sido ciego recibió milagrosamente la vista por obra del Señor Jesús, en un día de reposo.

Abramos nuestras Biblias en Juan 9:24-35. Como antecedente, a raíz que en un día de reposo, el Señor Jesús hizo el milagro de dar la vista a un hombre que había nacido ciego, los fariseos llamaron a este hombre para interrogarle. A decir verdad, no les interesaba mucho saber que un ciego de nacimiento había recibido la vista, sino que querían desacreditar al Señor Jesús, porque según ellos, había quebrantado la ley sobre el día de reposo. En la primera interrogación le preguntaron sobre cómo había recibido la vista. El hombre que había sido ciego dijo lo único que sabía: Me puso lodo sobre los ojos, y me lavé, y veo. En la segunda interrogación, le preguntaron qué es lo que él decía sobre el que le abrió los ojos. La respuesta del hombre que había nacido ciego fue: Que es profeta. Esto no agradó en nada a los fariseos y pensaron que tal vez estaban ante un impostor, de modo que pidieron que vengan los padres del hombre que había sido ciego para que reconozcan si en verdad era su hijo. El interrogatorio se enfocó entonces hacia los padres del ciego. Les hicieron dos preguntas: ¿Es éste vuestro hijo, el que vosotros decís que nació ciego? Y ¿Cómo pues ve ahora? A la primera pregunta, los padres reconocieron que sin lugar a dudas ése era su hijo que había nacido ciego. A la segunda pregunta, respondieron con evasivas. No querían identificarse con el Señor Jesús, porque ya sabían que los fariseos habían decidido que iban a expulsar de la sinagoga a todo aquel que confiese que el Señor Jesús es el Mesías o el Cristo. La respuesta de los padres del ciego fue: Nuestro hijo es mayor de edad. Pregúntenle a él todo lo que quiera. Así actúan los que no están dispuestos a pagar el precio de identificarse con el Señor Jesús, recibiéndolo como Salvador. Con esto en mente, veamos qué es lo que sucedió a continuación. Juan 9:24 dice: Entonces volvieron a llamar al hombre que había sido ciego, y le dijeron: Da gloria a Dios; nosotros sabemos que ese hombre es pecador.
Haciendo cuentas, esta es la tercera vez que los fariseos interrogan al hombre que había sido ciego. Esta vez, sin embargo, le pusieron bajo juramento. La expresión: Da gloria a Dios se usaba para solicitar una declaración bajo juramento. Pero note la mente torcida de los fariseos. Pusieron al hombre que había sido ciego bajo juramento, pero no estarían satisfechos con ninguna respuesta que no sea lo que ellos querían oír. Por eso le dijeron: Nosotros sabemos que ese hombre es pecador. Difícil situación para el hombre ciego. Decir la verdad significaba ir en contra de los poderosos religiosos de la época, con el riesgo de ser expulsado de la sinagoga con todas las consecuencias que esto acarreaba. Veamos la respuesta del ciego. Juan 9:25 dice: Entonces él respondió y dijo: Si es pecador, no lo sé; una cosa sé, que habiendo yo sido ciego, ahora veo.
Los fariseos estaban seguros que el Señor Jesús es pecador, pero el ciego no podía afirmar lo mismo. Por eso dijo: Si es pecador, no lo sé. Sin embargo había una cosa que el ciego sabía sin duda alguna era que habiendo sido ciego ahora veía. Los hechos hablaban en contra de lo que los fariseos afirmaban. Esto debe haber incomodado a los fariseos, de modo que por cuarta vez interrogaron al ciego. Juan 9:26 dice: Le volvieron a decir: ¿Qué te hizo? ¿Cómo te abrió los ojos?
Tal vez los fariseos esperaban que el ciego se retracte de lo que habían dicho antes al responder la misma pregunta. Lo que no sabían estos fariseos es que el ciego pudo haber sido despreciado de la sociedad, pero de ninguna manera débil de carácter. Note cual fue su osada respuesta. Juan 9:27 dice: El les respondió: Ya os lo he dicho, y no habéis querido oír; ¿por qué lo queréis oír otra vez? ¿Queréis también vosotros haceros sus discípulos?
Harto de tener que responder la misma pregunta, el hombre que era ciego reconoce que quienes estaban verdaderamente ciegos eran los fariseos. Como afirma el dicho: No hay peor ciego que el que no quiere ver. Todo esto era producto de la incredulidad de los fariseos. El hombre que había sido ciego detectó el odio que los fariseos tenían hacia el Señor Jesús y en un tono burlesco les dijo: ¿Queréis también vosotros haceros sus discípulos? Esto fue un golpe bajo al inflado ego de los fariseos y es de esperarse el contragolpe. Observe como respondieron: Juan 9:28-29 dice: Y le injuriaron, y dijeron: Tú eres su discípulo; pero nosotros, discípulos de Moisés somos.
Joh 9:29  Nosotros sabemos que Dios ha hablado a Moisés; pero respecto a ése, no sabemos de dónde sea.
Controlados por la ira, los fariseos recurrieron a la injuria. No olvide que la injuria es el lenguaje de los que no tienen la razón. Según los fariseos injuriaban al ciego diciéndole: Tú eres su discípulo, pero en realidad estaban alabándolo. No hay mejor cosa que ser discípulo del Señor Jesús. En este punto, los fariseos nuevamente echaron mano de Moisés como ya lo hicieron en otra ocasión. Según ellos, eran discípulos de Moisés. Si Moisés hubiera estado vivo en ese momento no habría sabido dónde esconderse para ocultar su vergüenza. Los discípulos estaban haciendo quedar mal al maestro. Orgullosos de supuestamente ser discípulos de Moisés, los fariseos afirman que saben que Dios ha hablado a Moisés, pero con respecto al Señor Jesús, no pueden decir lo mismo, al punto que ni siquiera saben de dónde es. Esto sirvió para que el hombre que había sido ciego, introduzca un pensamiento que debe haber herido bien profundo a los incrédulos fariseos. Juan 9:30-33 dice: Respondió el hombre, y les dijo: Pues esto es lo maravilloso, que vosotros no sepáis de dónde sea, y a mí me abrió los ojos.
Joh 9:31  Y sabemos que Dios no oye a los pecadores; pero si alguno es temeroso de Dios, y hace su voluntad, a ése oye.
Joh 9:32  Desde el principio no se ha oído decir que alguno abriese los ojos a uno que nació ciego.
Joh 9:33  Si éste no viniera de Dios, nada podría hacer.
El ciego era muy inteligente y sagaz. Sin temor alguno y de forma muy eficaz confronta a los fariseos acerca de la incongruencia de su razonamiento. No sabían de donde era el Señor Jesús aun cuando fuera de toda duda hizo que un ciego de nacimiento reciba la vista. Más aún, el ciego hizo que los fariseos reflexionen en cuanto a que el Señor Jesús no puede ser pecador, como ellos pensaban, por cuanto Dios le ha oído para poder hacer el milagro de dar la vista a un ciego de nacimiento. Los fariseos debían saber que si alguien es piadoso o temeroso de Dios, y hace la voluntad de Dios va a ser oído por Dios, como aconteció con el Señor Jesús. Además señaló el ciego, que esto de dar la vista a un ciego de nacimiento no es algo común, algo cotidiano. Sólo alguien que viene de Dios puede hacerlo. Esto fue la estocada final a esos incrédulos fariseos. El ciego está identificándose abiertamente con el Señor Jesús reconociendo que viene de Dios, y por tanto es el Hijo de Dios, el Mesías, el Cristo. Los fariseos se quedaron sin argumentos ante la precisa intervención del hombre que había sido ciego. Como es de esperarse de gente como ellos, cuando se les acabaron las razones comenzaron los insultos y la venganza. Juan 9:34 dice: Respondieron y le dijeron: Tú naciste del todo en pecado, ¿y nos enseñas a nosotros? Y le expulsaron.
Anteriormente los fariseos injuriaron al ciego afirmando que era discípulo del Señor Jesús, algo que para ellos era una desgracia, aunque en realidad es una virtud. En esta ocasión van más allá. Con una prepotencia admirable, asumen el papel de Dios para declarar que el hombre que nació ciego y recibió la vista, además nació del todo en pecado. Tal vez una forma de decir que su ceguera de nacimiento era resultado de pecado. Luego de insultarlo de esta manera, los fariseos hicieron lo que de antemano habían decidido hacer con todos aquellos que confiesen que el Señor Jesús era el Mesías o el Cristo. Los fariseos expulsaron de la sinagoga al hombre que había sido ciego. Esto fue el precio que tuvo que pagar este hombre por haberse identificado con el Señor Jesús. Un precio muy alto en la cultura judía de aquel tiempo, porque no sólo implicaba que no podía entrar en la sinagoga, sino que tendría que sufrir el rechazo de otros judíos y de su propia familia. En algunos casos inclusive implicaba perder sus propiedades. Pero el ciego estuvo dispuesto a pagar este precio porque reconoció que quien le había dado la vista es tan precioso que no se puede comparar con nada valioso aquí en la tierra. Hermosa lección sobre como deberíamos actuar nosotros hacia el Señor Jesús.

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