La soledad

Saludos cordiales amable oyente. Es motivo de gran gozo para mí darle la bienvenida al estudio bíblico de hoy. Este estudio bíblico es parte de la serie titulada Gigantes al Acecho. Cuando hablo de gigantes no me refiero a alguna raza de superhombres sino a cosas contra las cuales todos tenemos que luchar en nuestra vida cristiana. Estas cosas pueden ser el desánimo, la crítica, el temor, el chisme, la culpa, la dureza de corazón, el complejo de inferioridad, los celos. Todas estas cosas son como poderosos gigantes que si llegan a dominarnos nos causarán gran aflicción. En nuestros estudios bíblicos anteriores sobre este mismo tema, ya hemos visto como podemos librarnos de al menos los gigantes que he mencionado. El problema es que existen más de esos gigantes y es así como en el estudio bíblico de hoy vamos a hablar acerca de otro poderoso gigante que se llama soledad.

Otro poderoso gigante es la soledad. Casi a cualquier lugar donde dirijamos nuestra mirada encontramos personas solitarias. Millones de personas sufren de aislamiento, pensando que nadie les ama, o peor aun pensando que no tienen ningún valor. Personas así viven atormentadas porque se encuentran completamente solas en el mundo a pesar que probablemente tengan a mucha gente a su alrededor. Alguien que trabaja con jóvenes ha dicho que probablemente un 95% de ellos se encuentra en un estado de soledad. Quizá esto explique el alto índice de suicidios entre la juventud. La soledad es un gigante terrible, puede hacer que nos sintamos tan miserables, deprimidos y desanimados que pensamos que lo mejor sería morir. Quizá valga la pena pensar en cómo una persona puede quedar atrapada en las temibles garras de ese gigante llamado soledad. Existen varias puertas que este poderoso gigante utiliza para entrar a nuestra vida y arruinar nuestra existencia. La primera se llama rechazo. Si por algún motivo hemos sufrido algún tipo de rechazo en el pasado, es posible que sintamos que no valemos nada, lo cual nos conducirá al desconsuelo y a la autocompasión. Con una mentalidad así marcada, evitaremos el contacto con la gente para evitar el tan temido rechazo. La soledad aunque sea dolorosa será una especie de autoprotección para evitar mayores heridas. La segunda puerta por donde puede entrar el gigante de la soledad se llama burla. Si alguien se burla de nosotros, ya sea de lo que somos o de lo que hacemos o de lo que decimos, nos sentiremos profundamente heridos en nuestro amor propio. Para evitar seguir siendo heridos echaremos mano de la soledad como mecanismo de autodefensa. Los padres somos muy propensos a burlarnos de nuestros hijos. Al hacerlo estamos abriendo una gran brecha en su amor propio, por la cual perfectamente podría entrar el gigante de la soledad. La tercera puerta por la cual puede entrar el gigante de la soledad es la separación. Un cambio de casa nos puede separar de nuestros mejores amigos y potencialmente nos puede sumir en la soledad. La muerte de un familiar puede separarnos de la persona que tanto hemos amado y arrojarnos a una terrible soledad. Un divorcio puede separar a dos personas que han estado juntas por años y conducir al profundo abismo de la soledad. La cuarta puerta por la cual puede penetrar el gigante de la soledad a nuestra vida es el pecado no confesado. Un pecado no confesado crea un fuerte sentimiento de culpa. En el huerto de Edén, la desobediencia no sólo erigió una barrera entre Dios y el hombre, sino entre el hombre y su mujer. Una vez que cayeron en pecado se convirtieron en seres egoístas y corruptos. Su maldad creció a partir de ese acto y continuó separándolos. El pecado separa, aísla, conduce a la soledad. Si la soledad ya ha entrado a su vida, debe haber atravesado por alguna de estas puertas. Quizá usted podría identificar por cuál de esas puertas entró ese poderoso gigante llamado soledad. Pero en realidad, lo que más le interesa a usted es saber como sacar a ese poderoso gigante de su vida. Bueno, permítame sugerir estas ideas. Primero, establezca o fortalezca su relación personal con Dios. Si usted no es creyente, está separado de Dios y eso puede ser la fuente de su soledad. Pero Cristo murió en la cruz del Calvario para que usted no continúe separado de Dios. Si quiere estar unido a Dios, lo único que debe hacer es recibir a Cristo como su Salvador. Si usted ya tiene a Cristo como su Salvador y aún así sigue sintiéndose solo, necesita fortalecer su comunión con el Señor. A lo mejor existe algún pecado no confesado en su vida. Algo que solamente usted y Dios lo saben. Si ese es el caso, confiese ese pecado al Señor y apártese del mismo. A lo mejor siente amargura contra los que le han rechazado o contra los que se han burlado de usted, o aún contra Dios por haber permitido cosas que le han causado tanto dolor. Si es así, decídase a perdonar a los que le han causado daño y si su amargura es contra Dios, recuerde que él no puede fallar. Si Dios permitió aquello que le ha causado tanto sufrimiento es porque de alguna manera que tal vez no pueda entender por ahora, eso es para su propio bien. Segundo, procure establecer relaciones significativas con otros. ¿Por qué no puede hacer amistades con facilidad? Quizá está ahuyentando a otros por sus actitudes y sus acciones. Nadie desea relacionarse con una persona amargada, enojada, egoísta y centrada en sí misma. Evalúe cuáles son sus motivaciones a la hora de entablar una amistad con alguien. ¿Busca amistad para obtener algún provecho personal? Si es así, está mal motivado y eso puede ser la causa de su soledad. La amistad no es para sacar algo sino para dar algo. Tener amigos significa correr riesgos, como vernos traicionados o desilusionados, pero no hay otra manera de disfrutar de sus recompensas. Debemos estar listos a tender puentes de amistad y caminar sobre estos puentes confiadamente. Encontraremos que es muy satisfactorio pues el proceso llena nuestras necesidades sociales. Tercero, identifique si su soledad está de alguna manera relacionada con la amargura. Si ha sido lastimado de alguna manera en el pasado, probablemente no desee arriesgarse buscando otra amistad. Pero si persiste en actuar de esta forma negativa, estará impidiendo el proceso sanador que necesita llevarse a cabo. Si continúa abrigando sus resentimientos, quedará incapacitado para actuar con la honestidad y apertura que requieren para llenar sus vacíos sociales. Confiese este sentimiento a Dios y confíe en que él permitirá que tenga buenas relaciones con otros. Cuarto, no se abandone a la autocompasión. Si se pasa la vida sintiendo lástima de usted mismo, nunca saldrá de su soledad. Entre más tiempo se pase lamentando su desdicha, más profundas se harán sus heridas emocionales. La autocompasión es el recurso de los débiles. Deje de mirar hacia el pasado. Cúbralo con la sangre de Cristo y mire el futuro con esperanza. Quinto, evite recluirse en la soledad. Si es una persona con tendencia a la soledad, minimice el tiempo que pasa solo o sola. Busque la comunión con otras personas. Aunque sus emociones le aconsejen a quedarse en su cama todo el día, no se deje dominar de este sentimiento. Fortalézcase en el Señor y busque la compañía de otros. Sexto, busque maneras de ayudar a otros. No hay mejor terapia para salir de la soledad que el ocuparse en el servicio a otros. Cuando está sirviendo a otros, dejará de mirarse a usted mismo y estará forzado a poner su mirada sobre otros. Esto le ayudará a vencer su soledad. Séptimo, busque promesas en la palabra de Señor, que le motiven mirar a Dios como un ser personal, interesado aún en los detalles más insignificantes de su vida. Si Dios conoce aun el número de cabellos de nuestra cabeza, ciertamente que nuestra soledad no le será desconocida. La palabra infalible de Dios le mostrará que en realidad no está solo o sola, a pesar que usted así lo sienta. Note por ejemplo lo que dice la palabra del Señor en relación con su pueblo escogido Israel. Leo en Isaías 43:1-5 Ahora, así dice Jehová, Creador tuyo, oh Jacob, y Formador tuyo, oh Israel: No temas, porque yo te redimí; te puse nombre, mío eres tú.

Isa 43:2 Cuando pases por las aguas, yo estaré contigo; y si por los ríos, no te anegarán. Cuando pases por el fuego, no te quemarás, ni la llama arderá en ti.
Isa 43:3 Porque yo Jehová, Dios tuyo, el Santo de Israel, soy tu Salvador; a Egipto he dado por tu rescate, a Etiopía y a Seba por ti.
Isa 43:4 Porque a mis ojos fuiste de gran estima, fuiste honorable, y yo te amé; daré, pues, hombres por ti, y naciones por tu vida.
Isa 43:5 No temas, porque yo estoy contigo; del oriente traeré tu generación, y del occidente te recogeré.
Si Dios cuida así de su pueblo Israel, ¿Piensa que lo hará menos con nosotros que somos sus hijos?

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