La suficiencia de Cristo Pt.2

Bienvenidos, estoy muy contento porque tengo el privilegio, de estar al aire una vez más y compartir contigo un programa más de la serie Hilos, que lo único que pretende es que compartas el evangelio a personas que no conocen a Cristo al introducirle en tus conversaciones diarias. De eso es de lo que estamos hablando durante esta serie, alentándonos intencionalmente unos a otros a ser verdaderos seguidores de Jesús.

En cada uno de los programas vamos a tratar de contestar cómo tejer el evangelio en el contexto de nuestras conversaciones cotidianas. Y para eso es necesario tener claro las palabras de Jesús cuando dijo que ÉL era el Señor sobre todo. En relación a esto, Lewis escribió: «Estoy tratando de evitar que alguien diga que es una tontería lo que la gente suele decir sobre Jesús: “estoy listo para aceptarlo como un gran maestro moral, pero no acepto su pretensión de ser Dios”. Mira, el punto central no está en que, si Jesús fue solo un hombre, si era el hijo de Dios como el mismo lo dijo o era un loco, incluso muchas cosas más, lo más importante que debe existir en nuestra vida es, ¿quién es para ti Jesús? Eres tú quien debe hacer tu propia elección; puedes callarlo por completo, escupirle y matarlo como a un demonio o puedes caer a sus pies y llamarlo Señor y Dios, pero no vengamos con ninguna patraña condescendiente acerca de que es un gran maestro humano. ÉL no nos dejó eso abierto. ÉL no tenía la intención de hacerlo. No hay nadie como Jesús porque ÉL es Dios en la carne más allá de ser un misterio que extiende nuestras mentes, no es una valla demasiado grande para multitudes de personas en el mundo y piensa en particular en los musulmanes. Este es el más extravagante de todos los reclamos.

En referencia al grupo de hombres musulmanes en el Medio Oriente, quiero contarte sobre una noche en un restaurante y dentro de las conversaciones se oía decir: Dios nunca se degradaría a sí mismo y se degradaría convirtiéndose en un hombre. Esta fue la respuesta hacia una persona que estaba compartiendo de Jesucristo, pero uno de los muchachos que fueron detuvo al joven cristiano y le dijo que eso no era cierto. Dios nunca haría eso. Su personaje es demasiado grande. Sin dudarlo, el muchacho le respondió que sí, que precisamente así es Dios y por la misma razón había venido al mundo, pero el musulmán no podía entenderlo y para que pueda hacerlo le contó una pequeña reflexión. El joven dijo: “cuándo un hombre ama a una chica y decide pedirle matrimonio, ¿te parecería bien que envié a un amigo para pedirle que se case con él a la mujer que ama? Por supuesto que no, ¿verdad?  La conclusión es que la persona que ama no envía intermediarios para llevar un mensaje de amor tan grande como este.” Después el muchacho enfatizó: “Dios de la misma manera ya no quiso enviar a ningún profeta a decir al hombre cuánto lo amaba, sino que envió a su único hijo, que es Dios mismo, para que esté con nosotros”.

Estas son las buenas noticias para nosotros y para las personas que todavía no lo conocen ni le reciben en su corazón. Dios ha venido a nosotros en la persona de Cristo, y les pregunto ¿quién es ÉL? y ¿qué hizo? Esta es la segunda cosa que lo hace único y nos lleva a estas tres facetas principales de este hilo.

¿Qué ha hecho Jesús que lo hace único? Esto es lo que ha hecho, vivió la vida que no pudimos vivir. Con esto vamos a la palabra de Dios, al primer capítulo de Juan, versículo 29, esto dice: “El siguiente día vio Juan a Jesús que venía a ÉL, y dijo: He aquí el Cordero de Dios, que quita el pecado del mundo”. De esto aprendemos dos cosas: que Jesús vino para limpiarnos de pecado y que en ÉL no hay pecado alguno, a pesar que vivió como cualquier hombre.

ÉL, a diferencia de nosotros, nunca se rebeló contra Dios, aunque sí tuvo tentación por el enemigo. En Hebreos capítulo cuatro, versículo 15 dice: “Porque no tenemos un sumo sacerdote que no pueda compadecerse de nuestras debilidades, sino uno que fue tentado en todo según nuestra semejanza, pero sin pecado”. ÉL se identificó con nosotros en nuestras tentaciones, y esta es la razón por la cual, Jesús no murió por nosotros cuando era solo un niño pequeño, tampoco vino al mundo como gerente, o solo vino a este mundo e inmediatamente fue directo a la cruz, no, Jesús vino como un recién nacido. El niño vivió como un hombre, totalmente tentado por los pecados, pero a diferencia de cualquier otro hombre o mujer, ÉL triunfó completamente sobre el pecado. Vivió una vida de perfecta obediencia a Dios el Padre, y como resultado fue un hombre perfecto sin pecado, sólo ÉL puede sustituir el pecado humano. Piénsalo. ¿Un hombre o una mujer puede pagar el precio por los pecados si él o ella es un pecador?, ¿puede una persona culpable pagar por otra si esta sigue siendo culpable?

ÉL simplemente fue perfecto, no hay nadie, ningún otro maestro, ninguna filosofía, ningún otro hombre o mujer en el mundo que este a la altura de Jesús, un hombre sin pecado, un Dios perfecto, justo y divino. Ya hemos hablado de esto, que el pecado trae la separación infinita con el creador, condenación, de modo que sólo Dios infinito en la carne puede pagar el precio infinito. Escuchemos la primera carta de Pedro, capítulo dos, versículo veinticuatro: “quien llevó él mismo nuestros pecados en su cuerpo sobre el madero, para que nosotros, estando muertos a los pecados, vivamos a la justicia; y por cuya herida fuisteis sanados.”

Ahora, si nos ponemos a investigar la muerte de los líderes de las otras religiones en el mundo, sus muertes fueron trágicas. Mahoma murió a los 62, Confucio a los 72. Estas muertes de líderes marcan el final de su misión, pero con Jesús es todo lo contrario. ÉL estaba constantemente hablando de su muerte, la anticipaba. Los relatos de los Evangelios sobre la vida de Jesús realmente ponen un énfasis desproporcionado en la semana, incluso en las horas previas a su muerte, de tal manera que el símbolo central del cristianismo en los últimos 2000 años, ha sido un símbolo de muerte, incluso dentro de la adoración que se da en las iglesias se manifiesta a través del cuerpo y la sangre de Jesús.

Puede que se pregunten: bueno ¿cuán significativa es la muerte de Jesús? Y en 1 Pedro capítulo dos, versículo 24 lo vimos, volvamos a leerlo, pero esta vez con mayor atención, esto dice: “quien llevó ÉL mismo nuestros pecados en su cuerpo sobre el madero, para que nosotros, estando muertos a los pecados, vivamos a la justicia; y por cuya herida fuisteis sanados”. A través de este versículo entendemos que ÉL mismo cargó con nuestros pecados en su cuerpo para que nosotros pudiéramos morir al pecado y vivir para la justicia; sano nuestras heridas; tomó el pago de nuestros pecados, porque como lo he venido diciendo el pago del pecado es la muerte. Y de acuerdo a esa verdad, quizá se preguntes, si Jesús no tenía pecado, entonces, ¿por qué murió? El evangelio nos dice que Jesús murió en nuestro lugar por nuestros pecados. Y la esencia del pecado se manifiesta en nuestro ego centrismo, cuando nos ponemos en el centro de nuestra vida como lo más importante, sentándonos en el lugar que sólo a Dios le corresponde. Mientras que con Dios pasa todo lo contrario, su esencia es la santidad, pero se pone en el lugar del hombre que peca para darnos la salvación.

Todavía continuamos en, ¿qué tiene de significativo la cruz de Jesús o la muerte de Cristo? Lo que sucedió allí es tan único que distingue su muerte de todas las demás personas en la historia del mundo, de cualquier otro maestro religioso, incluso de otros mártires, ya sea de la historia cristiana o de personas que han muerto por una causa. ¿Qué es lo que distingue a Jesús en su muerte? La cruz expresa el juicio sobre el pecado, por lo que este es santo. El justo juicio se derrama sobre el hombre al mismo tiempo que Dios juzga el pecado. Este es Dios mismo en la carne como hombre, que toma el juicio infinito, toma el pecado sobre sí mismo y en el proceso permite la salvación de los pecadores en la santa justicia. Dios no pasa por alto el pecado. ÉL derrama justicia sobre el pecado en amor santo. Dios no pasa por alto a los pecadores. ÉL paga el precio del pecado. Entonces, ¿Dios ama a los pecadores? Absolutamente. Miren la cruz, Jesús murió por lo que nosotros nos merecíamos morir, y como si eso no fuera suficiente, las noticias son más sobre la historia.

Aquí es donde otros líderes religiosos y maestros en su historia termina, pero no la de Jesús. Escucha lo que está escrito en Apocalipsis capítulo uno, versículo 18: “y el que vivo, y estuve muerto; mas he aquí que vivo por los siglos de los siglos, amén. Y tengo las llaves de la muerte y del Hades”. La muerte de Jesús no fue algo temporal sino de una vez y para siempre además lo hizo en perfecta obediencia al padre.

Estoy convencido de que esta imagen, incluso de todo lo que hemos hablado, aquí es donde el cristianismo se sostiene o cae sobre la resurrección de Jesús, y la Biblia incluso dice esto, escucha lo que dice Primera de Corintios 15 del 12 al 14, dice Pablo: “pero si se predica de Cristo que resucitó de los muertos, ¿cómo dicen algunos entre vosotros que no hay resurrección de muertos? Porque si no hay resurrección de muertos, tampoco Cristo resucitó. Y si Cristo no resucitó, vana es entonces nuestra predicación, vana es también vuestra fe”. La muerte no fue una pérdida, todo lo contrario, fue el plan de Dios para salvarnos de la muerte en la carne y la espiritual. Entonces, hablar de la resurrección tiene aún mayor sentido porque nuestro Dios no murió, sino que se levantó de entre los muertos para que nosotros también podamos vivir una nueva vida con ÉL. De esta manera Jesús es el Señor de la vida y la muerte.

¿Quién determina cuándo vivir?, ¿acaso tenemos el poder de decir cuándo vivir y cuándo morir? Por supuesto que no, sólo Jesús quien resucitó de entre los muertos tiene toda autoridad. ÉL es el Señor sobre la vida y la muerte. ÉL es Señor sobre el pecado y Satanás. La muerte es el pago por el pecado y Jesús la ha conquistado. En primera de Corintios 15, 55 dice: «¿Dónde está, oh muerte, tu aguijón? ¿Dónde, oh sepulcro, tu victoria?”. El aguijón del pecado es la muerte. El poder del pecado es la ley, pero gracias a Dios que nos da la victoria por medio de nuestro Señor Jesucristo. Hebreos capítulo dos, versículo 14 dice: “Así que, por cuanto los hijos participaron de carne y sangre, ÉL también participó de lo mismo, para destruir por medio de la muerte al que tenía el imperio de la muerte, esto es, al diablo”. Si Jesús resucitó de entre los muertos, entonces ÉL es el Señor sobre la vida y la muerte. ÉL es el Señor del pecado y de Satanás, y ÉL es el Señor de ti y de mí.

Esta es la confesión fundamental del Nuevo Testamento. Romanos capítulo 10, verso 9 dice: “que si confesares con tu boca que Jesús es el Señor, y creyeres en tu corazón que Dios le levantó de los muertos, serás salvo”. ¿Lo ves? la resurrección grita alto y claro que Jesús reina sobre nosotros como supremo. Él vino a vivir la vida que no podíamos vivir, a morir la muerte que merecíamos morir y a conquistar al enemigo. Nosotros no podemos conquistarlo, por eso ÉL hizo todo esto para salvarnos a ti y a mí de nuestra sentencia.

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