El hombre puede buscar el perdón de sus pecados en Cristo

Cordiales saludos amable oyente. La Biblia Dice… le da la bienvenida al estudio bíblico de hoy. Prosiguiendo con el estudio del libro de Romanos, en la serie que lleva por título: Romanos, la salvación por gracia por medio de la fe en Jesucristo, en esta oportunidad, David Logacho nos mostrará que la ley de Dios tiene el propósito de mostrar al hombre cuán pecador es, de modo que el hombre pueda buscar el perdón de sus pecados en Cristo.

En el estudio bíblico último, Pablo nos mostró que la ley ya no tiene poder para condenar a un creyente. Esto puede llegar a ser una seria preocupación para algunas personas y harán la pregunta: ¿Entonces para qué fue dada la ley? ¿Cómo debe mirar la ley un creyente? Pablo se ocupa de responder estas inquietudes en el pasaje bíblico que tenemos para nuestro estudio de hoy. Se encuentra en Romanos 7: 7-13. En este pasaje bíblico, será muy obvio que la ley de Dios tuvo el claro propósito de manifestar el pecado, para que el hombre entienda por un lado cuán pecador es y por otro lado cuán santo Dios es, y de esta manera que el hombre entienda que es imposible cumplir con las demandas de Dios y eso le conduzca a buscar la salvación por la fe en Cristo. En primer lugar, Pablo va a responder a la pregunta de si la ley de Dios es pecado. Pablo comienza haciendo un par de preguntas, allí en la primera parte de Romanos 7:7 donde dice: “¿Qué diremos pues? ¿La ley es pecado?” Pablo ha sido claro en manifestar que el creyente está libre de la ley, por haber muerto juntamente con Cristo. Esto permite al creyente servir a Dios bajo el régimen nuevo del Espíritu, y no bajo el régimen viejo de la letra. Sobre esto, Pable hace las preguntas ¿Qué diremos pues? ¿La ley es pecado? Cuando Pablo habla de la ley, se está refiriendo a la ley de Moisés. Pareciera que la ley es pecado por cuanto fue necesario que el creyente quede libre de la ley para poder servir a Dios. Veamos la respuesta que Pablo proporciona. Es muy sencilla y contundente. La segunda parte de Romanos 7:7 dice: “En ninguna manera” Esta expresión es la forma más enfática para rechazar algo en el idioma griego. Inmediatamente después, Pablo pasa a explicar por qué la ley no es pecado. No es pecado, por cuanto por la ley se llega a reconocer cuán pecadores somos. La última parte de Romanos 7:7 y el versículo 8 dice lo siguiente: “Pero yo no conocí el pecado sino por la ley; porque tampoco conociera la codicia, si la ley no dijera: No codiciarás. Mas el pecado, tomando ocasión por el mandamiento, produjo en mí toda codicia; porque sin la ley el pecado está muerto.” Algo notable es que a partir de este momento, y hasta el final del capítulo 7, Pablo usa el pronombre personal, para usar su propia experiencia personal como ilustración del efecto de la ley sobre un incrédulo y sobre un creyente. Cuando Pablo era incrédulo, aunque muy religioso, conoció el pecado por medio de la ley. Conocer significa tomar plena conciencia de algo. La ley revela la norma divina, cuando una persona se compara a sí misma con esa norma divina, no puede llegar a otra conclusión que no sea: Soy un pecador empedernido. Es imposible que pueda cumplir con las exigencias de Dios. Es en este sentido que Pablo conoció el pecado. A manera de ejemplo, Pablo fue siempre un codicioso por naturaleza, como cualquier otro ser humano, pero no fue sino cuando miró la ley de Dios, la cual en el décimo mandamiento dice: No codiciarás, que Pablo reconoció que la norma de Dios es que el hombre no codicie. Es en este sentido que Pablo conoció la codicia. De esta manera, el pecado de codicia, tomando ocasión por el mandamiento, produjo en Pablo toda codicia. La expresión “tomando ocasión” describe un punto de partida o una base de operaciones para una expedición militar. El pecado usa las especificaciones de la ley como la base de operaciones desde la cual lanza su ataque de maldad. Confrontada por la ley de Dios, la naturaleza rebelde del pecador le hace desear profundamente lo que Dios ha prohibido. Esta es la razón por la cual en todo ser humano existe un profundo deseo por lo que Dios ha prohibido. Usted puede hacer la prueba en usted mismo o en otros y verá que en todos se manifiesta este profundo deseo por lo que Dios ha prohibido. Cuando mis hijos eran niños, sólo bastaba prohibirles algo para estar seguro que al menos iban a intentar hacerlo. Lamentablemente así es la naturaleza pecaminosa de todo ser humano. Al mirar este cuadro desolador de su experiencia antes de recibir a Cristo como Salvador, Pablo reflexiona y llega a la conclusión que sin la ley el pecado está muerto. Esto no significa que sin la ley el pecado no existe, sino que sin la ley el pecado está inactivo, como dormido, pero cuando viene la ley, el pecado se pone activo, se despierta, y ejerce una fuerte presión sobre el pecador. La ley es como el termómetro para una persona que está con fiebre. Antes de tomarse la temperatura, la persona tal vez dirá: Me siento un poco extraño, me duele la cabeza, a lo mejor estoy con fiebre. Pero el hecho real es que no sabe todavía si tiene o no tiene fiebre. Pero después de tomarse la temperatura, y si resulta en más de 37 grados centígrados, entonces ahora sí, con seguridad, sabe que tiene fiebre, y entonces se agita y busca alguna forma de remediar su situación de salud. Esta persona jamás podría decir que el termómetro causó la fiebre. De ninguna manera. El termómetro solamente midió la temperatura de su cuerpo y de esa manera el termómetro hizo conocer a la persona la seriedad de su situación. Así justamente ocurre con la ley de Dios. Es el termómetro para medir la condición espiritual del ser humano. La lectura de este termómetro es que el hombre está al borde del colapso, la fiebre es altísima. La ley se ha encargado de mostrar al hombre cuán pecador es, y por ende cuán imposible es que por sí mismo pueda ajustarse a las demandas de Dios. A esto es a lo que Pablo se refiere en Romanos 7:9-12 donde dice: “Y yo sin ley vivía en un tiempo; pero venido el mandamiento, el pecado revivió y yo morí. Y hallé que el mismo mandamiento que era para vida, a mí me resultó para muerte; porque el pecado, tomando ocasión por el mandamiento, me engañó, y por él me mató. De manera que la ley a la verdad es santa, y el mandamiento santo, justo y bueno.” Antes de que Pablo conozca el pecado, porque no había mirado a lo que dice la ley de Dios, Pablo vivía en un estado de ignorancia de su propia condición espiritual. Era como un enfermo con cáncer que todavía no sabe que tiene cáncer. Pero en algún momento, Pablo miró la ley, y vio lo que son las normas de Dios y tomó conciencia de su propia condición espiritual. Había venido el mandamiento establecido por la ley de Dios. Pablo entonces se dio cuenta que era un pecador no sólo porque cometía pecado, sino porque su naturaleza era pecaminosa. Como tal, Pablo reconoció que estaba muerto espiritualmente. Muerto, por cuanto estaba separado de Dios quien es santo, puro y perfecto. A pesar de ser muy religioso, Pablo se dio cuenta que era un pecador por naturaleza y estaba separado de Dios. En estas condiciones, Pablo reconoció algo que debe haberle dejado muy perplejo. Se le hizo evidente que el mismo mandamiento que debía haberle traído vida, le condujo a la muerte. ¿Cómo así? Pues debido a que el pecado se aprovechó del mandamiento, y de esa manera engañó a Pablo y por medio de eso le mató. Pablo sinceramente deseaba la vida por medio de cumplir con la ley de Dios, pero al reconocer que no había forma de cumplir con las demandas de Dios, aquello que él esperaba le dé vida le trajo en realidad la muerte, es decir la conciencia de estar separado de Dios a causa del pecado. Pablo llega a una conclusión inevitable. La ley de Dios, a la verdad es santa, y el mandamiento santo, justo y bueno. Nadie debe pensar entonces que la ley es pecado. El hecho que la ley manifiesta, activa y condena el pecado, haciendo que el hombre se dé cuenta que está muerto espiritualmente, no significa que la ley es pecado. Todo lo contrario, la ley refleja el carácter santo de Dios, por eso es santa, justa y buena. Al considerar todo lo dicho, es posible que surja otra duda en la mente de algún lector. Esto es lo que Pablo trata en segundo lugar. ¿Es la ley causa de la muerte? Primero tenemos la pregunta. Al inicio de Romanos 7:13 encontramos lo siguiente: ¿Luego lo que es bueno, vino a ser muerte para mí? Pablo había dicho que el mandamiento de Dios es santo justo y bueno, pero este mismo mandamiento le engañó y le mató. ¿Será que algo santo, justo y bueno, como el mandamiento de Dios, vino a ser causa de muerte para Pablo? Miremos la respuesta que da Pablo. Allí, en la segunda parte de Romanos 7:13 dice: “En ninguna manera” Una vez más, aparece esta expresión que es la manera más fuerte para rechazar algo en el idioma griego. Pablo entonces explica su respuesta. La última parte de Romanos 7:13 dice: “sino que el pecado, para mostrarse pecado, produjo en mí la muerte por medio de lo que es bueno, a fin de que por el mandamiento el pecado llegase a ser sobremanera pecaminoso.” Pablo afirma que es el pecado lo que causa la muerte espiritual, no el mandamiento de Dios, que es santo, justo y bueno. El mandamiento de Dios hace que el pecado llegase a ser sobremanera pecaminoso. Esto significa que produce una toma de conciencia de la verdadera naturaleza del pecado y de su carácter mortal, lo cual permite que el pecador tome conciencia de su necesidad de salvación, y eso es justamente el propósito que Dios tuvo al dar al hombre su ley. La ley por tanto jamás puede ser causa de muerte. Hemos visto la manera como el creyente debe mirar a la ley. Es indispensable para que el incrédulo reconozca cuán pecador es y cuán necesitado está de la salvación por la fe en Cristo Jesús. Si usted amable oyente ha reconocido su pecado y la imposibilidad de salvarse por medio de cumplir todas las demandas de la ley de Dios, es hora de que reciba por la fe a Cristo como su personal Salvador.

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