El mensaje del evangelio se ofrece a toda criatura

Reciba cordiales saludos amiga, amigo oyente. La Biblia dice se complace en darle la bienvenida al estudio bíblico de hoy. Continuando con el estudio del libro de Romanos, en la serie que lleva por título: Romanos, la salvación por gracia por medio de la fe en Cristo Jesús, en esta ocasión David Logacho nos mostrará que el mensaje del evangelio se ofrece a toda criatura, pero no toda criatura lo acepta, como lamentablemente ocurre con una buena parte de la nación de Israel.

Si tiene una Biblia a la mano, ábrala en el libro de Romanos capítulo 10. En nuestro último estudio bíblico conocimos el profundo anhelo que tenía Pablo por ver la salvación de Israel. Este profundo anhelo le movía a clamar a Dios en oración por la salvación de Israel. La nación de Israel tenía celo de Dios, pero era un celo no conforme a ciencia. Era un celo que había ignorado el testimonio de Dios en su palabra, la Biblia. Por esta causa, Israel persistió en buscar su propia justicia por medio de cumplir con la ley de Dios. Jamás lo logró porque es imposible que un hombre pecador pueda satisfacer las justas demandas de Dios para poder ser declarado justo por Dios. La nación de Israel rehusó someterse a la justicia de Dios, es decir que rechazó la justificación por fe en la persona y obra de Cristo Jesús. La única condición para ser declarado justo por Dios es creer en Cristo Jesús y recibirlo como Salvador. Esta es la esencia misma del evangelio, un mensaje que está al alcance de todos. A partir de este punto, Pablo va a comunicar algunos detalles del evangelio que predicaba. Desde la última parte de Romano 10:8 y el versículo 9 dice lo siguiente: “Esta es la palabra de fe que predicamos: que si confesares con tu boca que Jesús es el Señor, y creyeres en tu corazón que Dios le levantó de los muertos, serás salvo.” El mensaje que predicaba Pablo es la palabra de fe. Es palabra de fe porque muestra con absoluta claridad que se requiere de fe para acercarse a Dios. Es la única manera posible de acercamiento a Dios. No existe otra. Esta palabra de fe comprende una condición y un resultado. La condición tiene dos partes. La primera, es confesar con la boca que Jesús es el Señor. El verbo griego que se ha traducido como “confesar” literalmente significa “decir lo mismo que” Confesar con la boca significa entonces expresar verbalmente lo mismo que Dios ha dicho en su palabra la Biblia. Dios ha dicho que el hombre Jesús es el Señor, o Jehová o Dios mismo. Confesar con la boca va mucho más allá de una repetición mecánica de palabras sin poner el sentido en lo que se está diciendo. Una persona que ha confesado con su boca que Jesús es el Señor, estará comunicando una profunda convicción personal, si reserva alguna, de que Jesús es su Amo y Soberano. Esta frase implica arrepentimiento del pecado, una confianza total y absoluta en Jesús como Salvador, y una sumisión sin condiciones a Jesús como el Señor. La segunda parte de la condición es creer en el corazón que Dios levantó a Jesús de los muertos. Creer en el corazón significa una confianza plena, la cual incluye la totalidad del ser, tanto el intelecto, como las emociones y la voluntad. Lo que se necesita creer o confiar sin reservas es que Dios levantó a Jesús de los muertos. Esto tiene que ver con la resurrección de Jesús. La resurrección de Jesús fue la prueba máxima de la efectividad de su ministerio en la tierra. Creer que Dios levantó de los muertos a Jesús es necesario para la salvación, porque la resurrección demuestra que Jesús en realidad era lo que él dijo que era, Dios en forma humana, y además demuestra que Dios el Padre aceptó el sacrificio de Jesús como sustituto de los pecadores. Si Jesús no hubiera resucitado de los muertos, nadie podría considerarse verdaderamente salvo. Pablo dice en 1 Corintios 15:17 “y si Cristo no resucitó, vuestra fe es vana; aún estáis en vuestros pecados” Así que la condición es confesar con la boca que Jesús es el Señor y creer en el corazón que Dios le levantó de los muertos. ¿Cuál será entonces el resultado? Pablo dice simplemente: Serás salvo. Este es el testimonio infalible de la palabra de Dios. Es Dios mismo quien lo dice. El verbo salvar, en este contexto, significa liberar o rescatar. Cuando un pecador cumple con la condición de confesar con su boca que Jesús es el Señor y cree en su corazón que Dios levantó a Jesús de los muertos, entonces Dios hace una obra sobrenatural en ese pecador al liberarle o rescatarle de modo que ese pecador pase de ser un pecador condenado a un pecador perdonado. En estas condiciones, el pecador tiene asegurado el destino eterno de su alma. En lugar de pasar la eternidad en el infierno, pasará la eternidad en el cielo. A continuación Pablo muestra que la salvación por fe no es un concepto nuevo, por cuanto ha estado presente en los escritos del Antiguo Testamento. Romanos 10:10-11 dice: “Porque con el corazón se cree para justicia, pero con la boca se confiesa para salvación. Pues la escritura dice: Todo aquel que en él creyere, no será avergonzado” De la abundancia del corazón habla la boca, dice la escritura. Para ser salvo, el pecador debe primero estar totalmente convencido, en su intelecto, en sus emociones y en su voluntad, que Cristo murió por él en la cruz y que por medio de recibir a Cristo como Salvador va a poder ser declarado justo por Dios. Entonces el pecador habrá creído en el corazón para justicia. Esto se manifestará en que ese pecador confesará con su boca que Jesús es el Señor y que Dios levantó a Jesús de los muertos. A partir de este momento este pecador es salvo. Con la boca habrá confesado para salvación. Esta forma de obtener la salvación, mediante la fe en el testimonio de la palabra de Dios, no es un invento de Pablo. Ha estado en los escritos del Antiguo Testamento desde mucho antes. Para demostrarlo, Pablo cita una parte de Isaías 49:23 donde textualmente dice: “y conocerás que yo soy Jehová, que no se avergonzarán los que esperan en mí.” Pablo cita esta escritura para demostrar que la salvación por gracia por medio de la sola fe ha sido desde siempre el plan de salvación de Dios, y que esto se aplica tanto para los judíos como para los gentiles. Para corroborar esto último, Pablo incluye el testimonio de Romanos 10:12-13 donde dice: “Porque no hay diferencia entre judío y griego, pues el mismo que es Señor de todos, es rico para con todos los que le invocan; porque todo aquel que invocare el nombre del Señor será salvo.” Dios no hace distinción de personas. Así como ante sus ojos todos son pecadores, no importa si son judíos o gentiles, también todos los pecadores tienen la misma oportunidad para ser salvos. Dios el Señor de todos, o el Soberano de todos, tanto judíos, como gentiles, y está dispuesto a perdonar, en su riqueza y misericordia, a cualquier pecador que se acerque a él por medio de la fe. Esto es lo que testifica también el Antiguo Testamento. La primera parte de Joel 2:32 dice: “Y todo aquel que invocare el nombre de Jehová será salvo” Invocar el nombre de Jehová implica un total convencimiento de lo que Dios ha dicho en cuanto a la manera como el hombre se puede acercar a él, es decir, por gracia por medio de la fe. Acto seguido, Pablo se refiere a la necesidad de que la palabra de fe o el mensaje del evangelio sea anunciado. En Romanos 10:14 hasta la primera parte del 15 encontramos varias preguntas retóricas que establecen la necesidad ineludible de que se predique el evangelio. Dice así: “¿Cómo, pues, invocarán a aquel en el cual no han creído? ¿Y cómo creerán en aquel de quien no han oído? ¿Y cómo oirán sin haber quien les predique? ¿Y cómo predicarán si no fueren enviados?” Antes de invocar a Jehová para ser salvos, es necesario creer en él. Antes de creer en él es necesario oír de él. Antes de oír de él es necesario que se predique sobre él. Antes de que se predique sobre él es necesario ser enviados por él. La pregunta sería: ¿Se ha cumplido todo esto en relación con Israel? La respuesta es afirmativa. Pablo es uno de los muchos que cumplieron con esta función. A eso se refiere Pablo en la segunda parte de Romanos 10:15 donde dice: “Como está escrito: “¡Cuán hermosos son los pies de los que anuncian la paz, de los que anuncian las buenas nuevas!” Esta es una cita del Antiguo Testamento, Isaías 52:7 donde el mensaje de paz y de buenas nuevas que es transportado por los pies de algún mensajero es motivo de gran regocijo. Pablo y otros como él trajeron el mensaje de paz y de buenas nuevas a Israel, y debieron haber traído regocijo a la nación, pero por su incredulidad la nación de Israel en su mayoría, no aceptó ese mensaje de paz y de buenas nuevas. Sobre esto habla Pablo en Romanos 10:16 donde dice: “Mas no todos obedecieron al evangelio; pues Isaías dice: Señor, ¿quién ha creído a nuestro anuncio? Así que la fe es por el oír, y el oír, por la palabra de Dios.” Algunos van a recibir con gozo el mensaje del evangelio y van a recibir a Cristo como Salvador. Son los que obedecen al evangelio, pero otros, tal vez la mayoría, no lo van a hacer y se cumplirá lo que Isaías profetizó en el Antiguo Testamento en el sentido que muchos rechazarán a Cristo como el Sustituto por el pecado. La fe resulta de oír, comprender y aceptar el mensaje del evangelio. Israel como nación oyó, comprendió, pero no aceptó el mensaje del evangelio. Este es el asunto final que Pablo toca en el capítulo 10 de Romanos, versículos 18 a 21 donde dice: “Pero digo: ¿No han oído? Antes bien, por toda la tierra ha salido la voz de ellos, y hasta los fines de la tierra sus palabras. También digo: ¿No ha conocido esto Israel? Primeramente Moisés dice: Yo os provocaré a celos con un pueblo que no es pueblo; con pueblo insensato os provocaré a ira. E Isaías dice resueltamente: Fui hallado de los que no me buscaban; me manifesté a los que no preguntaban por mí. Pero acerca de Israel dice: Todo el día extendí mis manos a un pueblo rebelde y contradictor.” Israel oyó la voz de los mensajeros que anunciaban el evangelio o las buenas nuevas, o la palabra de fe. Pero tristemente no lo aceptó. Esto hizo que Dios los ponga a un lado como nación y se manifieste a personas en particular, tanto judíos como gentiles. Dios buscó un pueblo para sí de entre la gente que los judíos consideraban como gente insensata. Israel estaba celoso por esta conducta de Dios. Dios fue hallado por los que no le buscaban, y por los que no preguntaban por él, los gentiles, pero tristemente, a pesar de todo el esfuerzo de Dios por ser encontrado por la nación de Israel, la nación de Israel fue un pueblo rebelde y contradictor, o un pueblo que constantemente rechazó a Dios y a sus mensajeros. Esto explica la actual situación de incredulidad de Israel como nación.

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