El arrepentimiento a todos los que somos hijos de Dios

Es una bendición muy grata para nosotros el saber que nos está escuchando, amiga, amigo oyente. Damos gracias al Señor por eso. Bienvenida, bienvenido al estudio bíblico de hoy. Prosiguiendo con el estudio del libro de Malaquías, en la serie que lleva por título: Malaquías, un llamado a vivir piadosamente en medio de un mundo de impiedad, hoy nos corresponde estudiar un llamado al arrepentimiento realizado por Dios a los sacerdotes. En este llamado al arrepentimiento a los sacerdotes podemos encontrar también un llamado al arrepentimiento a todos los que somos hijos de Dios.

Por la presencia de la naturaleza caída en el creyente, existe la posibilidad que los creyentes cometan alguna falta contra la santidad de Dios. Si Dios desechara para siempre a uno de sus hijos que ofende su santidad con el pecado, ninguno de nosotros estaríamos sirviendo al Señor.

Pero qué bueno es pensar que Dios no desecha a los suyos cuando cometen alguna falta contra él. En lugar de desecharlos, Dios les da la oportunidad de arrepentimiento, para que una vez arrepentidos, puedan seguir en el camino de santidad delante de Dios.

De no ser así, Jonás el profeta de antaño hubiera sido desechado después de haber desobedecido a Dios cuando fue llamado a ir a Nínive para predicar un mensaje de arrepentimiento.

Pero todos sabemos que Jonás recibió de Dios una segunda oportunidad y la aprovechó y eso resultó en salvación de miles en Nínive. La desobediencia inicial de Jonás tuvo su precio por supuesto. La historia relata que a causa de su desobediencia fue arrojado a las turbulentas aguas de un mar embravecido, en el cual fue tragado por una ballena para luego ser vomitado en tierra.

Toda desobediencia acarrea una consecuencia funesta para el desobediente.

Otro caso similar es el del apóstol Pedro. Su fracaso fue estruendoso. Con juramento y con maldiciones negó por tres veces al Señor Jesucristo. Pero no fue desechado por Dios a causa de su falta, sino que recibió de Dios una segunda oportunidad. Jesús resucitado tuvo un diálogo con Pedro y por tres veces le preguntó: Simón, hijo de Jonás: ¿me amas más que estos? Simón, hijo de Jonás: ¿me amas? Simón, hijo de Jonás: ¿me amas? Cuando Pedro respondió afirmativamente a cada una de estas preguntas. Jesús le dijo por tres veces: Apacienta mis corderos. Pastorea mis ovejas. Apacienta mis ovejas.

Dios siempre da una nueva oportunidad a los suyos cuando fracasan. Es parte de su carácter. No es extraño entonces que Dios extienda una segunda oportunidad a los sacerdotes del tiempo de Malaquías, quienes fracasaron estruendosamente en la realización de sus funciones. Como seguramente recordará, de lo que ya hemos estudiado del libro de Malaquías, los sacerdotes cometieron graves faltas durante el tiempo que Nehemías estuvo ausente de Jerusalén.

Entre las faltas tenemos por ejemplo, el hacer sacrificios de animales no aptos para el sacrificio. En lugar de tomar machos sin defecto para el sacrificio, los sacerdotes estaban sacrificando hembras, o animales ciegos, o cojos o enfermos.

Los sacerdotes también fueron culpables de lucrar con el servicio a Dios. Nada hacían de balde. Todo tenía su precio. Además, los sacerdotes fueron hallados culpables de no realizar su servicio con sinceridad. Externamente, cumplían con su oficio, pero no lo hacían de corazón. Dentro de ellos estaban diciendo: ¡Oh, que fastidio es esto! Esta actitud les condujo a ser negligentes en el cumplimiento de sus deberes al presentar a Jehová en ofrenda animales hurtados o cojos o enfermos.

Dios no estaba en absoluto conforme con esta actitud y conducta de los sacerdotes, y por medio del profeta Malaquías les hizo un solemne llamado. Abramos nuestras Biblias en el libro de Malaquías, capítulo 2 versículos 1 al 3. Lo que primero notamos es la identidad de los llamados. Malaquías 2:1 dice: “Ahora, pues, oh sacerdotes, para vosotros es este mandamiento.”

Los llamados son los sacerdotes. Es un llamado solemne. ¡Oh sacerdotes! Dice Dios. Además es un llamado urgente: Ahora pues. No mañana, ni la próxima semana, ni el próximo mes, sino ahora. El pecado es tan serio que mientras más pronto lo tratemos es mejor.

Si una persona estuviera padeciendo alguna enfermedad, ¿cree que pospondría innecesariamente el tratamiento, sabiendo que mientras más espere más daño va a causar esa enfermedad en el organismo?

Por supuesto que no. Bueno, así debería ser con el pecado en nuestras vidas. No es prudente demorar el tratamiento contra el pecado hasta la noche, o hasta el otro día o hasta el domingo, o hasta quien sabe cuándo. Lo correcto es confesar el pecado tan pronto se reconoce que se lo ha cometido. Los sacerdotes del tiempo de Malaquías tenían que tratar el pecado inmediatamente.

En segundo lugar, luego de haber identificado a los llamados, encontramos la intención del llamado. Aparece como una solemne advertencia. Malaquías 2:2-3 dice: “Si no oyereis, y si no decidís de corazón dar gloria a mi nombre, ha dicho Jehová de los ejércitos, enviaré maldición sobre vosotros, y maldeciré vuestras bendiciones; y aun las he maldecido, porque no os habéis decidido de corazón. He aquí yo os dañaré la sementera, y os echaré al rostro el estiércol, el estiércol de vuestros animales sacrificados, y seréis arrojados juntamente con él.”

En este pasaje bíblico aparece con claridad el principio de la siembra y la cosecha. Todo lo que se siembra eso se cosecha. Si los sacerdotes sembraban un genuino arrepentimiento, de seguro que Dios les daría una cosecha de bendición abundante.

Pero si por el contrario, los sacerdotes sembraban aquello que venían haciendo desde antes, Dios les iba a dar una cosecha de maldición lacerante. Así es Dios. La obediencia a su palabra trae bendición, la desobediencia a su palabra trae maldición. Note como Dios lo declara enfáticamente: Si no oyereis, y si no decidís de corazón dar gloria a mi nombre, ha dicho Jehová de los ejércitos, enviaré maldición sobre vosotros.

¡Qué interesante! Dar gloria al nombre de Jehová, no tiene que ver solamente con cantar a todo pulmón, derramar lágrimas de emoción o pronunciar: ¡Aleluya! ¡Gloria a Dios! ¡Amén! Dar gloria a Dios tiene más bien que ver con cumplir con la palabra de Dios. Los sacerdotes del tiempo de Malaquías no lo estaban haciendo.

Por eso Dios les llama solemnemente: Oigan, decidan de corazón dar gloria a mi nombre. De otra manera, si no lo hacen, Dios enviará maldición sobre los sacerdotes.

Algo digno de notar es que a lo largo del libro de Malaquías, un nombre de Dios utilizado con mucha frecuencia es: Jehová de los ejércitos. Jehová Sabaot, nombre de Dios que nos hace pensar en un todopoderoso guerrero. Es algo muy serio ponerse a luchar contra Jehová de los ejércitos.

Hebreos 10:31 dice: “Horrenda cosa es caer en manos del Dios vivo.” La maldición de Jehová de los ejércitos para los sacerdotes que desechen este solemne llamado al arrepentimiento, tomaría tres formas diferentes.

Primero, dice Dios: maldeciré vuestras bendiciones; y aun las he maldecido, porque no os habéis decidido de corazón. Esta declaración puede ser interpretada en dos sentidos igualmente válidos. Por un lado en el sentido que como consecuencia del pecado de los sacerdotes, Dios iba a acortar su mano de bendición sobre ellos. Los sacerdotes gozaban de varios privilegios, acorde con sus altas responsabilidades. Entre esos privilegios se encontraba el recibir parte de la carne que se ofrecía en el altar y parte de los granos que el pueblo traía para presentar a Jehová. Dios tenía todo el poder para hacer que estos privilegios dejen de existir. Sería la consecuencia del pecado de los sacerdotes.

Pero además, por otro lado, esta maldición podría ser interpretada en el sentido que Dios podría dejar sin efecto la bendición que normalmente pronunciaban los sacerdotes. Los sacerdotes bendecían al pueblo con las hermosas palabras de Números 6:23-26 donde dice: “Habla a Aarón y a sus hijos y diles: Así bendeciréis a los hijos de Israel, diciéndoles: Jehová te bendiga, y te guarde; Jehová haga resplandecer su rostro sobre ti, y tenga de ti misericordia; Jehová alce sobre ti su rostro, y ponga en ti paz.”

Por el pecado de los sacerdotes existía el peligro de que esta hermosa bendición no tenga ningún efecto en el pueblo. Pero volvamos a las maldiciones que podrían experimentar los sacerdotes si no respondían al llamado de Dios al arrepentimiento.

En segundo lugar, esta maldición podría tomar forma de un daño de la sementera. He aquí, yo os dañaré la sementera dice Jehová. Esto podría entenderse en el sentido de que Dios haría que los sembríos de los sacerdotes no produzcan ningún fruto, pero también puede entenderse en el sentido que Dios no está hablando de una sementera sino de una simiente. Dios podría dañar la simiente de los sacerdotes. Como consecuencia de su pecado, los sacerdotes no tendrían descendientes calificados para continuar con el sacerdocio.

En tercer lugar, esta maldición podría tomar la forma de máxima deshonra. Dios dijo: Os echaré al rostro el estiércol, el estiércol de vuestros animales sacrificados, y seréis arrojados juntamente con él. Los desechos de los sacrificios, entre ello el estiércol, eran considerados inmundos y debían ser quemados fuera del campamento.

Como maldición por su pecado, los sacerdotes se tornarían inmundos, por el estiércol de los sacrificios en su rostro, y como tales serían arrojados fuera del campamento. Es algo muy serio guardar pecado en el corazón. Los sacerdotes lo sabían muy bien. Igual es hoy en día con los creyentes. El pecado debe ser reconocido y confesado lo antes posible y debe haber en el creyente que ha pecado un sincero deseo de no volver a cometerlo. Esto es arrepentimiento genuino. De otra manera corremos el riesgo de sufrir las consecuencias del pecado. Que por la gracia de Dios, tenga la sana costumbre de tratar con el pecado a tiempo, o mejor todavía, que evite caer en el pecado, de modo que no tenga nada de que arrepentirse.

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