Ofender a Dios, atribuyéndole asociación con la injusticia

Damos gracias a Dios por el privilegio que significa saber que nos está escuchando, amiga, amigo oyente. Bienvenida o bienvenido al estudio bíblico de hoy con David Logacho. Prosiguiendo con la serie que lleva por título: Malaquías, un llamado a vivir piadosamente en medio de un mundo de impiedad, en esta ocasión trataremos el tema de ofender a Dios, atribuyéndole asociación con la injusticia.

Viviendo en un mundo saturado de maldad como el nuestro, es muy fácil confundirse en cuanto al papel que juega Dios en un mundo de esta naturaleza.

La maldad crece y los malos se van haciendo cada vez más numerosos y más poderosos. La gente entonces se pregunta: ¿Dónde está Dios? ¿Por qué permite Dios que los malos prosperen? ¿Por qué no castiga Dios a los malos tan pronto como cometen alguna maldad?

Esto ha llevado a algunos a dudar de la existencia de Dios y a otros a negar franca y abiertamente la existencia de Dios. Claro, dicen ellos, si Dios es la esencia misma del bien, no puede permitir que los malos prosperen, pero como es una realidad que muchos malos prosperan, entonces no debe existir Dios, o si existe no le debe importar lo que hacen los malos, o inclusive, si es que existe, a lo mejor está confabulado con los malos por cuanto parece que les premia por su maldad.

La verdad es que este debate no es nuevo. Tiene miles de años de antigüedad. Asaf, uno de los salmistas dedicó todo un salmo a esta temática. Es el salmo 73. Permítame leer lo que este salmista escribió. Versículos 1-12: “Ciertamente es bueno Dios para con Israel, para con los limpios de corazón. En cuanto a mí, casi se deslizaron mis pies; por poco resbalaron mis pasos. Porque tuve envidia de los arrogantes, viendo la prosperidad de los impíos. Porque no tienen congojas por su muerte, pues su vigor está entero. No pasan trabajos como los otros mortales, ni son azotados como los demás hombres. Por tanto, la soberbia los corona; se cubren de vestido de violencia. Los ojos se le saltan de gordura; logran con creces los antojos del corazón. Se mofan y hablan con maldad de hacer violencia; hablan con altanería. Ponen su boca contra el cielo, y su lengua pasea la tierra. Por eso Dios hará volver a su pueblo aquí, y aguas en abundancia serán extraídas para ellos. Y dicen: ¿Cómo sabe Dios? ¿Y hay conocimiento en el Altísimo? He aquí estos impíos, sin ser turbados del mundo, alcanzaron riquezas”

El salmista realmente era como uno de nosotros. Nosotros también hemos constatado y nos hemos preocupado por la prosperidad de los impíos. Jamás se preocupan de la muerte, viven el presente y no se hacen problema por el futuro. Su filosofía de la vida es: Vive hoy porque mañana no sabes lo que será. No se les ve en aprietos como a los demás seres humanos. Se rodean de orgullo y se creen con derecho de pisotear a todo aquel que se les ponga por delante. Gozan de buena salud. Los ojos se les saltan de gordura y se cumple todo deseo de su corazón. Se burlan de Dios y su palabra es temible en la tierra. Sin esforzarse demasiado se vuelven ricos de la noche a la mañana.

Cuando vemos esto, es fácil sentirnos confundidos sobre el papel de Dios en esta situación. El salmista por ejemplo pensó que no vale la pena ser justo, porque total, pareciera que para que a uno le vaya bien en la vida debe ser ladrón, mentiroso, violento, infiel, y todo lo demás.

Ponga atención a lo que dijo el salmista. Leo los versículos 13-16. “Verdaderamente en vano he limpiado mi corazón, y lavado mis manos en inocencia; pues he sido azotado todo el día, y castigado todas las mañanas. Si dijera yo: Hablaré como ellos, he aquí a la generación de tus hijos engañaría. Cuando pensé para saber esto, fue duro trabajo para mí”

Comprendemos perfectamente al salmista. Es duro trabajo entender por qué los impíos prosperan. Este cuadro sombrío se aclara totalmente cuando dejamos entrar a Dios al razonamiento. Dejemos que Dios emita su criterio sobre este asunto. Salmo 73:17-20 dice: “Hasta que entrando en el santuario de Dios, comprendí el fin de ellos. Ciertamente los has puesto en deslizaderos; en asolamientos los harás caer. ¡Cómo han sido asolados de repente! Perecieron, se consumieron de terrores. Como sueño del que despierta, Así, Señor, cuando despertares, menospreciarás su apariencia.”

Aha, allí está la clave para entender este dilema. Es necesario mirar las cosas a la luz de lo eterno. Esta es la gran lección de este salmo. El tiempo en este mundo es tan corto comparado con la eternidad. Aunque el impío viva hasta los cien años, gordo, próspero y contento, llegará un día que tendrá que salir de este mundo.

Entonces reconocerá que la única felicidad que experimentó es aquella que tuvo en este mundo, porque ahora todo es desolación, tristeza y dolor indescriptible. Cuando el salmista vio las cosas desde el punto de vista de lo eterno, se sintió avergonzado de haber dudado de Dios.

Salmo 73:21-22 dice: “Se llenó de amargura mi alma, y en mi corazón sentía punzadas. Tan torpe era yo, que no entendía; era como una bestia delante de ti”

Armado de este conocimiento, el salmista reafirmó su confianza plena y absoluta en Dios. Salmo 73:23-28 dice: “Con todo, yo siempre estuve contigo; me tomaste de la mano derecha. Me has guiado según tu consejo, y después me recibirás en gloria. ¿A quién tengo yo en los cielos sino a ti? Y fuera de ti nada deseo en la tierra. Mi carne y mi corazón desfallecen; mas la roca de mi corazón y mi porción es Dios para siempre. Porque he aquí, los que se alejan de ti perecerán; tú destruirás a todo aquel que de ti se aparta. Pero en cuanto a mí, el acercarme a Dios es el bien; he puesto en Jehová el Señor mi esperanza, para contar todas tus obras.”

Muy bien, todo esto para entender otro de los problemas que había entre el pueblo de Israel en los días del profeta Malaquías. Era justamente el ofender su santidad atribuyéndole indolencia y hasta apoyo a los impíos.

Malaquías 2:17 dice: “Habéis hecho cansar a Jehová con vuestras palabras. Y decís: ¿En qué te hemos cansado? En que decís: Cualquiera que hace mal agrada a Jehová, y en los tales se complace; o si no, ¿dónde está el Dios de justicia?”

Confrontando a su pueblo por medio de Malaquías, Dios se queja de las palabras que le estaban diciendo. Dice que está cansado de las palabras de su pueblo. Esto es interesante. A veces pensamos que Dios ni se inmuta por las palabras que decimos contra él o por los pensamientos que tenemos contra él, pero no es así, Dios toma muy en cuenta las palabras y los pensamientos del hombre en su contra.

¿Estarán sus palabras haciendo cansar a Dios, amable oyente? ¿Cómo? Pues sus quejas contra él, sus dudas en cuanto a él, sus cuestionamientos de sus propósitos. Cosas como estas son ofensivas a Dios y Dios se cansa de oírlas. Su hablar a Dios debería ser más bien para agradecerle por todo lo que pasa a su alrededor, inclusive por las dificultades o las pruebas.

Por algo dice la palabra de Dios que debemos dar gracias a Dios en todo. Su hablar debería ser también para adorar y alabar a Dios. Dice la Biblia que Dios busca adoradores, no quejosos contra él. Su hablar debería también ser para buscar la sabiduría de Dios. Por más capaz e inteligente que sea el hombre, sigue siendo hombre.

Si queremos la verdadera sabiduría debemos buscarla en Dios mediante la oración y su palabra. Quiera Dios que su hablar no esté cansando a Dios. El pueblo de Israel, como ya lo había hecho varias veces con anterioridad, actuó como si no supiera que estaban cansando a Dios con sus palabras, y con insolencia hicieron la pregunta: ¿En qué te hemos cansado? Dios va a ser claro y directo en lo que el pueblo le estaba cansando.

Número uno, estaban diciendo: Cualquiera que hace mal agrada a Jehová y en los tales se complace. ¡Qué acusación tan perversa! Es como decir que Jehová se ha confabulado con los malos de modo que está de acuerdo con ellos. O también como decir que la maldad agrada a Dios. No puede haber pensamiento más descabellado que este, pero eso es justamente lo que estaban pensando los israelitas del tiempo de Malaquías. Algo parecido sucede a algunos creyentes hoy en día, cuando ven la prosperidad de los impíos, razonan y dicen: Bueno, seguramente Dios estará de acuerdo con ellos para premiarles con prosperidad. Esto es una burda ofensa a Dios.

Número dos, estaban diciendo: ¿Dónde está el Dios de justicia? Al ver las obras malas de los impíos, el pueblo de Israel quería ver que ese mismo instante caiga un rayo del cielo y los destruya totalmente, pero como eso no sucedía y más bien parecía que los impíos se salían siempre con las suyas, el pueblo comenzó a quejarse contra Dios diciendo: ¿Dónde está el Dios de justicia? A lo mejor está durmiendo, o se ha ido de viaje, o tal vez está ciego.

Estas son acusaciones malignas contra Dios y ciertamente en extremo ofensivas, por eso Dios estaba cansado de esto. Lo que el pueblo de Israel no estaba tomando en cuenta es que la prosperidad de los impíos debe ser analizada a la luz de lo eterno, así como lo hizo Asaf en el salmo 73. Los impíos podrán gozar de bonanza hasta por toda su vida, pero después les espera toda una eternidad de tormento.

Proverbios 24:20 dice: “Porque para el malo no habrá buen fin, y la lámpara de los impíos será apagada.”

Además, Dios es poderoso y nada sale de su soberano control. Si él permite que algunos impíos tengan prosperidad, es porque tiene buenas razones para ello. Dios nada hace sin un buen propósito. Puede ser que con nuestra visión limitada de las cosas nosotros no lo veamos así, pero Dios no se equivoca, así que la prosperidad de los impíos y el avance sin medida del mal no debería preocupar a un genuino creyente.

Lo que deberíamos hacer es ratificar nuestra confianza en Dios mirar todas las cosas a la luz de su eternidad.

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