Negación de Pedro

Es un gozo saludarle amiga, amigo oyente. Soy David Araya para darle la bienvenida al estudio bíblico de hoy. Estamos estudiando el Evangelio según Mateo, en la serie que lleva por título: Jesucristo, Rey de reyes y Señor de señores. En esta oportunidad, David Logacho nos hablará acerca de la negación de Pedro.

Gracias amable oyente por su sintonía. Para nuestro estudio bíblico de hoy, es necesario primeramente echar un vistazo al escenario. El frío de la noche calaba los huesos. En el patio de la casa de Caifás, el sumo sacerdote, se arremolinaba una multitud compuesta por escribas, principales sacerdotes, ancianos, gente común y corriente que se prestó para testificar falsamente, y en algún obscuro rincón, estaba Pedro sentado junto a los alguaciles, o los guardas del templo que obedecían las órdenes de los principales sacerdotes. La decisión había sido tomada desde hace algún tiempo atrás, el Señor Jesús debía morir. Lo único que faltaba era cumplir con las formalidades de la ley para dar una apariencia de legalidad al inminente asesinato. Desfilaron varios testigos falsos, pero se tornó difícil encontrar al menos dos que concuerden en su testimonio. Finalmente aparecieron dos testigos falsos con una misma mentira. Acusaron al Señor Jesús de querer derribar el templo de Jerusalén y de reedificarlo después de tres días. Al ser cuestionado sobre esto, el Señor Jesús callaba. Molesto en extremo, el sumo sacerdote Caifás puso al Señor Jesús bajo juramento para que diga si es no el Cristo, el Hijo de Dios. Jesús estaba obligado por la ley de Moisés a hablar. Dijo: Tú lo has dicho, y es más desde ahora veréis al Hijo del Hombre sentado a la diestra del poder de Dios, y viniendo en las nubes del cielo. Al oír esta confesión el sumo sacerdote rasgó sus vestiduras sacerdotales en señal de que sus oídos habían percibido una blasfemia. El castigo por la blasfemia según la ley de Moisés era la muerte. Todos estaban de acuerdo en que el Señor Jesús debía morir. Inmediatamente después la turba se abalanzó sobre el Señor Jesús. Algunos le escupían en la cara. Otros cerraban el puño y le daban de puñetazos. Otros abrían la mano y le daban de bofetadas. Inclusive en algún momento le vendaron los ojos y le golpeaban diciéndole: Profetízanos, Cristo, quién es el que te golpeó. El castigo fue tan terrible que el rostro del Señor Jesús comenzó a desfigurarse., Desde su rincón, acompañado de los alguaciles, Pedro estaba viendo todo esto. ¿Qué habrá estado pasando por su mente en aquellos momentos? Esto nos pone en el punto para mirar qué es lo que aconteció. Si tiene una Biblia a la mano, ábrala en Mateo 26:69 a 75. Mateo relata tres ocasiones en las cuales Pedro negó al Señor Jesucristo. Veamos la primera negación. Se encuentra en Mateo 26:69-70. La Biblia dice: Pedro estaba sentado fuera en el patio; y se le acercó una criada, diciendo: Tú también estabas con Jesús el galileo. Mas él negó delante de todos, diciendo: No sé lo que dices.
Pedro estaba sentado fuera en el patio, confundido entre la multitud. Mucha debe haber sido su sorpresa cuando una humilde mujer, una criada de la casa de Caifás, el sumo sacerdote, le reconoció, se acercó a él y mirándole a los ojos le dijo: Tú también estabas con Jesús el galileo. Tal vez con un dejo de indiferencia, Pedro negó delante de todos diciendo: No sé lo que dices. Después de todo era la palabra de una mujer, una simple criada, contra un hombre. En esos tiempos la mujer tenía poco valor. La gente no habrá tenido problema en dudar de la palabra de la mujer. Tal vez Pedro pensó que todo quedaría en paz, pero no fue así. Veamos la segunda negación. Voy a leer el texto en Mateo en Mateo 26:71-72. La Biblia dice: Saliendo él a la puerta, le vio otra, y dijo a los que estaban allí: También éste estaba con Jesús el nazareno. Pero él negó otra vez con juramento: No conozco al hombre.
El hecho que una mujer ya le había identificado, tal vez hizo que Pedro se dirija hacia la puerta del patio en busca de la salida. Mientras se aproximaba, se le acercó otra mujer, es posible que también ella era una criada de la casa de Caifás. Esta mujer, a diferencia de la anterior, no confrontó a Pedro personalmente sino que denunció a Pedro a los hombres que estaban en el patio. La situación era un poco más comprometida que la anterior. La mujer dijo a la gente que estaba allí: También éste estaba con Jesús nazareno. Note la forma despectiva como trataron las dos mujeres al Señor Jesús, una dijo el galileo, otra dijo, el nazareno. Eran alusiones al lugar donde creció el Señor Jesús. La gente de aquella época pensaba que nada de bueno puede venir de Galilea o de Nazaret. Tristemente, Pedro negó por segunda vez al Señor Jesús. Como esta vez, había hombres que estaban viendo lo que pasaba, Pedro trató de aparecer más convincente. Se le ocurrió que si juraba, todos le creerían, así que jurando dijo: No conozco al hombre. En el colmo de la hipocresía, Pedro ni siquiera quiso pronunciar el nombre del Señor Jesús. No conozco al hombre es como si hoy alguien dijera: No conozco a ese sujeto, o a ese tipo. Qué increíble. Mientras Pedro se recuperaba de su aturdimiento, se dieron las cosas para que niegue la tercera vez. Voy a leer el texto en Mateo 26:73 hasta la primera parte del versículo 74. La Biblia dice: Un poco después, acercándose los que por allí estaban, dijeron a Pedro: Verdaderamente también tú eres de ellos, porque aun tu manera de hablar te descubre. Entonces él comenzó a maldecir, y a jurar: No conozco al hombre.
No habrá transcurrido mucho tiempo desde que Pedro negó por segunda vez hasta que se le acercaron unos que por allí estaban. Tal vez fueron los que oyeron el diálogo entre Pedro y la mujer. Parece que estos hombres no estaban del todo convencidos de la inocencia de Pedro y le dijeron: Verdaderamente también tú eres de ellos, porque aun tu manera de hablar te descubre. El acento en el hablado de la gente de Galilea, donde estaba Nazaret debe haber sido muy particular. Pedro habrá estado transpirando profusamente. Jamás pensó que su acento para hablar le estaba relacionando con alguien que en esos instantes era poco menos que un enemigo público. Pedro necesitaba otra táctica para negar la acusación. Ahora introdujo maldiciones a los juramentos. A lo mejor estaba diciendo algo como esto: Juro por Dios que no conozco a este sujeto, o a este tipo y que Dios me castigue si estoy mintiendo. Mientras todavía maldecía y juraba sucedió lo que Mateo registra en la segunda parte del versículo 74 y el 75. La Biblia dice: Y en seguida cantó el gallo. Entonces Pedro se acordó de las palabras de Jesús, que le había dicho: Antes que cante el gallo, me negarás tres veces. Y saliendo fuera, lloró amargamente.
El canto del gallo despertó a la realidad a Pedro. El canto del gallo trajo como una película a su mente lo que había pasado apenas unas pocas horas antes, cuando armado de seguridad en sí mismo, Pedro dijo que estaba dispuesto aún a morir con el Señor Jesús, antes que negarle. Se había cumplido la palabra del Señor Jesús cuando dijo: Antes que cante el gallo, me negarás tres veces. Pedro salió del patio de la casa de Caifás y lloró amargamente. Qué cuadro debió haber sido ese. Aquel rudo pescador, aquel hombre impulsivo tan dueño de sí mismo, ahora estaba llorando amargamente como un niño. ¿Por qué esas lágrimas? Bueno, eran lágrimas de arrepentimiento. Tal vez no podía entender por qué negó al Señor Jesús y la manera como lo hizo. Si tan solo pudiera retroceder el tiempo para no hacer lo que ya había hecho. Lamentablemente ya era demasiado tarde. A veces nos gustaría a nosotros también regresar en el tiempo para no hacer algo que ya lo hemos hecho. Pero también eran lágrimas de compasión. Pedro fue testigo de todo lo que el Señor Jesús padeció dentro del patio de Caifás. Allí vio a hombres impíos escupiendo el rostro bendito del Cristo, del Mesías, del Rey de Israel. Allí vio a hombres rudos dando de puñetazos en el rostro a un indefenso ser. Allí vio a hombres perversos abofeteando sin misericordia al Señor Jesús. Allí vio como se burlaban del Señor Jesús vendándole los ojos y diciéndole: Cristo, profetiza para saber quien te golpea. Allí vio deformarse el rostro y el cuerpo entero del Señor Jesús a causa del indecible castigo. Ahora Pedro sentía compasión por el Señor Jesucristo. Pero también eran lágrimas de dolor por reconocer los resquicios insospechados de su carácter. Pedro pensaba que tenía todo en orden, que todo estaba bien entre él y el Señor Jesús, pero de golpe vio que en su corazón había cosas que tenían que arreglarse con poder divino. Le dolía saber de lo que es capaz su malvado corazón cuando no está en control del Espíritu Santo. Si, amable oyente, hay muchas razones por las cuales Pedro saliendo fuera lloró amargamente. Cada vez que tocamos esto de la negación de Pedro, le apuntamos con el dedo índice y pensamos que si nosotros hubiéramos estado en su lugar no lo habríamos hecho, pero ¿por qué entonces lo hacemos todos los días? ¿Cuándo? Pues cada vez que desobedecemos lo que sabemos que el Señor Jesús nos ordena, cada vez que hacemos prevalecer nuestra voluntad sobre la suya. Cada vez que coqueteamos con el mundo. Que Dios en su gracia nos ayude a no negar a nuestro amado Salvador en el diario vivir.

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