Lo que Dios es capaz de hacer en una persona que está dispuesta a creer en su palabra

Damos gracias a Dios por poder estar juntos a través de esta emisora y por la oportunidad de compartir con Usted palabras de esperanza. El poder transformador de Dios es indescriptible. En esta ocasión, David Logacho nos hablará de lo que Dios es capaz de hacer en una persona que está dispuesta a creer en su palabra.

Le invito a que ponga mucha atención a la lectura de un hermoso pasaje bíblico. Se encuentra en Isaías 1:16-20 donde dice: “Lavaos y limpiaos; quitad la iniquidad de vuestras obras de delante de mis ojos; dejad de hacer lo malo; aprended a hacer el bien; buscad el juicio, restituid al agraviado, haced justicia al huérfano, amparad a la viuda. Venid luego, dice Jehová, y estemos a cuenta: si vuestros pecados fueren como la grana, como la nieve serán emblanquecidos; si fueren rojos como el carmesí, vendrán a ser como blanca lana. Si quisiereis y oyereis, comeréis el bien de la tierra; si no quisiereis y fuereis rebeldes, seréis consumidos a espada; porque la boca de Jehová lo ha dicho.”

Estas son palabras de Dios, dichas a su pueblo Israel por medio del profeta Isaías. El pueblo de Israel se encontraba en una deplorable condición espiritual. A pesar de las advertencias de Dios por medio de sus profetas, el pueblo de Israel decidió andar por el camino de la impiedad. Airado por el pecado, Dios dijo al pueblo las palabras que se encuentran en Isaías 1:4 “¡Oh gente pecadora, pueblo cargado de maldad, generación de malignos, hijos depravados! Dejaron a Jehová, provocaron a ira al Santo de Israel, se volvieron atrás.”

Miles de años han pasado desde que Dios dirigió estas palabras al pueblo de Israel. Pero la situación espiritual del mundo en general no ha mejorado en absoluto. Seguramente ha empeorado. Con justa razón, hoy en día también Dios diría por tanto: ¡Oh gente pecadora, pueblo cargado de maldad, generación de malignos, hijos depravados!

Si piensa que esto es exagerado solo mire como está el mundo en la actualidad, cuando un puñado de fanáticos religiosos atenta contra la vida de miles de personas inocentes, cuando la corrupción arrasa países enteros y arroja a la miseria a sus habitantes, cuando la inmoralidad crece a pasos agigantados. La homosexualidad ha ganado no solo adeptos sino el respeto del común de la gente. El lesbianismo es considerado como una legítima expresión de la sexualidad. La pornografía es un negocio que produce millones de dólares de ganancias. El abuso sexual de niños y niñas se publicita a través de Internet. Más y más hogares se desintegran con el divorcio. Más y más hijos crecen sin la protección y cuidado de sus padres. La violencia y la delincuencia hallan formas de expresión jamás siquiera soñadas en el pasado.

Así está nuestro querido mundo, por si no lo ha notado. Las palabras que Dios dijo al pueblo de Israel en el pasado vienen como anillo al dedo a este mundo hundido en su maldad: ¡Oh gente pecadora, pueblo cargado de maldad, generación de malignos, hijos depravados! Pero a pesar de la condición espiritual del pueblo de Israel, Dios tuvo misericordia y compasión hacia ellos. Dios es así. Odia el pecado, pero ama al pecador.

Por eso es que encontramos esa invitación de Dios al pueblo de Israel: ¡Lávense, límpiense! ¡Aparten de mi vista sus maldades! ¡Dejen de hacer el mal! ¡Aprendan a hacer el bien, esfuércense en hacer lo que es justo, ayuden al oprimido, hagan justicia al huérfano, defiendan los derechos de la viuda!

Algo notable en esta invitación es que consta de dos partes claramente definidas. La una tiene un énfasis de alejamiento del mal, la otra tiene un énfasis de acercamiento al bien. Las dos cosas son importantes. No es suficiente con dejar de hacer lo malo, hace falta también comenzar a hacer lo bueno. Lo que el pecador necesita es aprender el abc, lo más básico y elemental sobre hacer el bien.

El hombre es un gigante en la ciencia y la tecnología, pero es un enano en dominar sus bajas pasiones. Necesita aprender a hacer el bien. Qué grandiosa invitación de Dios, pero la pregunta es: ¿Puede el hombre aceptar esta invitación? ¿Puede el hombre lavarse a sí mismo de su pecado? ¿Puede el hombre limpiarse a sí mismo de su maldad? ¿Puede el hombre por sí mismo hacer que sus obras sean aceptables por Dios? En esencia, ¿Puede el hombre por sí mismo dejar de hacer lo malo? Dada su condición de pecador, ¿Es posible para el hombre aprender a hacer el bien? ¿Es capaz el hombre por sí mismo de buscar el juicio, restituir al agraviado, hacer justicia al huérfano y amparar a la viuda?

La respuesta honesta a todas estas preguntas es: No. El hombre no puede por sí mismo dejar de ser malo y comenzar a ser bueno. Esto lo sabemos todos. Cuántas veces no habremos hecho fiel promesa a nosotros mismos de no hacer tal cosa o decir tal cosa o pensar tal cosa, para sólo comprobar que no tenemos el poder para cumplir con esas promesas. El esfuerzo de auto reformación está condenado al fracaso.

Ahora, si el hombre está consciente de esto, ¿piensa que Dios no lo estará? Por supuesto que sí. Esta es la razón por la cual, Dios invita a su pueblo a experimentar el poder transformador que solamente él puede hacer manifestar en una persona. Venid luego, dice Jehová, y estemos a cuenta: Si vuestros pecados fueren como la grana, como la nieve serán emblanquecidos; si fueren rojos como el carmesí, vendrán a ser como blanca lana. Qué hermoso.

Partiendo de la naturaleza, Dios nos da una majestuosa ilustración de su poder transformador. El pecado es comparado con la grana y el carmesí. Estas son substancias de un vivo color rojo, extraídas de un pequeño insecto que se llama cochinilla y que vive en el nopal. La grana y el carmesí se usaban y se usan todavía para teñir de rojo los tejidos. El pecado es como la grana y el carmesí, impregna o contamina todo lo que está en contacto con él. Pero el poder de Dios es tan asombroso que tiene la capacidad de eliminar el rojo de la grana y el carmesí. La esencia misma de estas sustancias es transformada y queda del color de la nieve y la blanca lana. ¡Qué maravilloso! Así es Dios. Su poder transformador es inigualado e inimitable.

En una ocasión, un hombre que tenía mucha resistencia a aceptar que Jesús hubiera podido convertir el agua en vino, estaba dando toda clase de argumentos para demostrar que algo así jamás pudo haber ocurrido. Entre los que le oían estaba un hombre que habiendo sido un alcohólico consumado había experimentado el poder transformador de Cristo Jesús cuando le había recibido como Salvador. Este hombre tomó la palabra y dijo: Usted no cree que Jesús pudo transformar el agua en vino, pues le diré que yo sí lo creo, porque yo soy un vivo ejemplo del poder transformador de Jesús, sólo que en mi caso, Jesús transformó el vino en comida para mi familia y en ropa para mis hijos.

Si Jesús puede transformar el vino en todas estas cosas, ¿Cómo no va a ser posible que él haya transformado el agua en vino? Así es amigo oyente. El poder transformador de Dios es infinitamente basto. Él puede hacer que lo rojo de la grana y el carmesí se transforme en lo blanco de la nieve y la lana.

¿Ha experimentado Usted este poder transformador de Dios? Solamente así, Usted podrá dejar de hacer lo que es malo y podrá aprender a hacer lo que es bueno. Es posible que alguno diga: La verdad que yo me divierto tanto haciendo lo malo que de ninguna manera estoy dispuesto a dejar de hacerlo, peor todavía comenzar a hacer lo bueno. Debe ser aburrido ser bueno. No hay nada como emborracharse hasta perder el conocimiento, y divertirse con los amigos y las amigas. No me venga con ese cuento de que debo cambiar para ser bueno.

Si eso es lo que piensa, tengo malas noticias para Usted. La Biblia dice que nuestra vida en este mundo es como una sombra fugaz, hoy estamos y tal vez mañana no. El placer del pecado es tan breve. Sólo mire a los millones que gozaron de los deleites temporales del pecado y hoy en día se encuentran postrados en alguna cama de hospital ansiando que venga la muerte para librarse de ese terrible sufrimiento. No tiene sentido gozar de los placeres fugaces del pecado a cambio de tener que pasar la eternidad lejos de Dios en un lugar de tormento en fuego.

Hablando a su pueblo Israel, Dios les dijo a través del profeta Isaías: Si quisieres y oyereis, comeréis el bien de la tierra; si no quisiereis y fuereis rebeldes, seréis consumidos a espada: porque la boca de Jehová lo ha dicho. Tristemente, la Biblia relata que el pueblo de Israel no aceptó la invitación de Dios y como consecuencia, Dios los entregó en las manos de sus enemigos, quienes hicieron con ellos todo lo que quisieron, quienes se llevaron toda la riqueza de la nación, quienes mataron a miles y quienes finalmente se llevaron en cautiverio a otros tantos. Es que con Dios no se puede jugar amigo oyente.

Hoy también, a Usted que todavía está viviendo en su pecado, Dios le está invitando a cambiar su vida. Dios mismo le está ofreciendo el poder para dejar de hacer lo malo y aprender a hacer lo bueno. Dios quiere transformarle desde adentro. Dios quiere cambiar su naturaleza habituada a hacer lo malo. Experimente hoy mismo ese poder transformador de Dios. Si ese es su deseo, este mismo instante clame a Dios reconociendo su pecado, reconociendo que es incapaz de cambiar por Usted mismo, reconociendo que está en grave peligro de ser condenado por la eternidad, reconociendo que Dios le ama y que por ese amor, Dios ha dado a su Hijo unigénito para que muera por Usted en la cruz. Reciba por tanto a Jesucristo como su Salvador. Dios entonces hará de Usted una nueva criatura con una nueva mente para conocer a Dios, con una nueva voluntad para obedecer a Dios y con un nuevo corazón para amar a Dios.

¿No le gustaría tomar hoy mismo esa decisión? A todos los amigos oyentes que lo hagan, les invitamos a que se pongan en contacto con nosotros, a través de Internet, para enviarles material impreso que les ayudará grandemente a crecer en esa nueva vida en Cristo.

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