¿Cómo debo consagrar mi vida totalmente a Dios?.
La palabra consagración significa simplemente dedicación. ¿Qué es lo que tiene que dedicar a Dios un creyente? pues, lo más precioso que ese creyente posee. ¿Qué es lo más precioso que posee un creyente? Seguramente, no es su fortuna, ni su talento, ni su conocimiento. Lo más precioso que tiene todo creyente es su vida misma. Es así como en Romanos 6:13 se nos dice: «presentaos vosotros mismos a Dios» o en Romanos 12:1 cuando dice: «que presentéis vuestros cuerpos» o en 1 Corintios 6:20 cuando dice: «glorificad pues a Dios en vuestro cuerpo». De esto se deduce que la consagración o dedicación se refiere a los años de la vida, ya que es ese el único período en que funciona el cuerpo. La dedicación tiene que ver con la vida de hoy, no con la otra vida. Si la dedicación se refiere a los años de nuestra vida, entonces tiene por objeto principal el dominio de esa vida. Dicho en términos más sencillos, la dedicación o consagración se refiere a la decisión de quien va a controlar la vida de uno. Cristo o yo mismo. Cuando una persona nace de nuevo, viene al mundo espiritual con su vida controlada por sí mismo. En algún momento de su existencia debe entonces ceder el control de su vida a Dios.
Ahora que tenemos claro lo que significa consagración, hagámonos la pregunta: ¿Cómo podemos entonces dedicar o consagrar la vida a Dios? para esto es necesario referirnos a Romanos 12:1-2 donde leemos:
«Así que, hermanos, os ruego por las misericordias de Dios, que presentéis vuestros cuerpos en sacrificio vivo, santo, agradable a Dios, que es vuestro culto racional. No os conforméis a este siglo sino transformaos por medio de la renovación de vuestro entendimiento, para que comprobéis cuál sea la buena voluntad de Dios, agradable y perfecta.»
En este texto podemos distinguir al menos tres pasos necesarios para consagrar o dedicar nuestras vidas a Dios. El primer paso tiene que ver con una presentación inicial. El texto dice: “Así que, hermanos, os ruego por las misericordias de Dios que presentéis vuestros cuerpos en sacrificio vivo, santo, agradable a Dios que es vuestro culto racional”. Aquí vemos que la presentación del cuerpo es un solo acto simple e irrevocable de entrega a Dios. Esta presentación del cuerpo es razonable, racional o lógica, en vista de la grandeza de las misericordias de Dios en la salvación. También es una cuestión de sacrificio porque se nos pide vivir para Cristo en la rutina diaria como igualmente en las más inesperadas ocurrencias de la vida. Dios quiere que seamos sacrificios vivos, no muertos. Y desde luego, semejante presentación ha de ser completa. Esto significa una presentación total, no parcial, e incluye todo cuanto sabemos de nosotros mismos en el momento de la presentación y todo lo que vendrá a futuro, por ahora desconocido, lo cual incluye tanto las virtudes del ser como las debilidades, tanto las posesiones como las carencias. Es en resumen decir al Señor: Aquí estoy, todo lo que tengo, todo lo que soy, lo poco o lo mucho te lo entrego totalmente a ti. No entreguemos al Señor solamente aquellos aspectos de nuestra vida que escapan a nuestro control o de los cuales deseamos deshacernos, sino démosle todo para que Él lo use o deje de usarlo según él estime conveniente.
Luego de esta presentación inicial tenemos el segundo paso para la consagración a Dios. Es una separación o no conformidad con el tiempo malo en el cual vivimos. Romanos 12:2 continúa diciendo: “No os conforméis a este siglo”. Quizá podamos captar de una mejor manera esto de no conformarnos a este siglo, por medio de mirar lo opuesto. El carácter de la conformidad es realmente hipocresía, ya que el sentido de la palabra que aquí se emplea es que la apariencia externa se parece a la del mundo, aunque interiormente ha existido el nuevo nacimiento. por esto pablo, el autor del libro a los Romanos dice: “No os conforméis”. Esto es: No se disfracen como hijos del maligno cuando en la realidad son hijos de Dios. No adoptar el modelo del mundo, o la no conformidad con el mundo significa no seguir la costumbre o la forma del mundo, y es un paso importantísimo en la vida dedicada o consagrada a Dios.
El tercer paso para consagrar la vida a Dios es la transformación. Romanos 12:2 sigue diciendo: “Sino transformaos por medio de la renovación de vuestro entendimiento”. Tanto la no conformación como la transformación son imprescindibles. La una es negativa, no os conforméis. La otra es positiva, sino transformaos. La una es más externa, la otra es más interna. La transformación positiva es la obra del Espíritu Santo y apunta hacia la mente del individuo. Quizá esto sorprenda a muchos, pues normalmente pensamos que lo más importante es tener el corazón limpio o la vida limpia. pero no, lo que se necesita es una mente limpia. Una mente limpia resultará en un corazón limpio y en una vida limpia. Es por tanto la mente, según este texto, el centro de la actividad transformadora del Espíritu Santo en la vida del creyente. Con demasiada frecuencia pensamos en la total depravación como si afectara al hombre desde el cuello hacia abajo y de modo inconsciente eliminamos la cabeza de los efectos del pecado. Esto nos ha llevado a pensar que las actitudes que formamos están libres de los efectos de la caída en pecado. pero no es así, y el hecho de que la obra de transformación realizada por el Espíritu Santo, apunta a la mente lo demuestra. Tenemos que pensar según las normas de Dios y eso resultará en una gradual transformación de nuestra vida para conformarse más y más a la imagen de Dios. Dios, quien es luz, santidad y verdad es nuestro ejemplo y no el mundo con todas sus falsificaciones.
Veamos finalmente cuál es el resultado de una vida consagrada a Dios. Romanos 12:2 termina diciendo: “para que comprobéis cuál sea la buena voluntad de Dios agradable y perfecta”. Esto significa que la consagración lleva consigo el conocimiento. El hacer y el gozar de la voluntad de Dios para la vida. Una vida vivida a la luz de la voluntad de Dios no es una vida sin pecado, sino que es una vida dirigida por el camino recto, una vida que crece y madura cada día. La dedicación, además tiene relación con la llenura del Espíritu Santo. El ser llenos del Espíritu Santo significa ser guiados por el Espíritu Santo. El dedicar la vida a Dios es dejar que sea Él quien la dirija. Una vida que no se ha dedicado al Señor se reserva la dirección para sí mismo y de esta forma impide que el Espíritu Santo llene a la persona.
¿Cómo consagrar mi vida a Dios? pues por hacer una dedicación inicial, seguida de una no conformación a la práctica de este mundo y culminada por una renovación de la mente por el Espíritu Santo y la palabra de Dios. Una persona consagrada a Dios se deleitará en hacer la voluntad de Dios y vivirá llena del Espíritu Santo.