«Un mandamiento nuevo os doy: Que os améis unos a otros; como yo os he amado, que también os améis unos a otros»

Saludos cordiales amigo oyente y bienvenido al estudio bíblico de hoy. Estamos estudiando la primera carta de Pedro, en la cual, el autor nos hace una detallada presentación de lo que es la verdadera gracia de Dios. Lo último que tratamos fue que la verdadera gracia de Dios nos trae el poder para vivir en el temor de Dios. En esta ocasión, David Logacho nos hablará de otro elemento que forma parte de la gracia de Dios.

Juan 11:34 dice «Un mandamiento nuevo os doy: Que os améis unos a otros; como yo os he amado, que también os améis unos a otros» Esta es la palabra del Señor Jesucristo, nuestro amado Salvador. Es un mandato claro y preciso. Nuestra responsabilidad es amarnos los unos a los otros. Es fácil enunciar este mandamiento, pero es tan difícil cumplirlo. Para ayudarnos a cumplirlo, debemos echar mano de otro beneficio de la verdadera gracia de Dios, que además de las cosas que ya hemos visto también nos trae la capacidad de amarnos unos a otros sin ningún tipo de condicionamientos. Esto es lo que tenemos en 1ª Pedro 1:22-25. En este pasaje encontramos el fundamento del amor mutuo y el mandamiento al amor mutuo. Consideremos lo primero. El fundamento del amor mutuo. 1ª Pedro 1:22 en su primera parte dice «Habiendo purificado vuestras almas por la obediencia a la verdad, mediante el Espíritu» Esta declaración hace referencia a la experiencia de salvación de todos los que somos creyentes. Fue en el momento cuando fuimos salvados fueron purificadas nuestras almas y eso fue el resultado de la obediencia a la verdad. Esto de obedecer a la verdad significa el conocer cuál es la verdad de Dios para la salvación del hombre y luego un sometimiento total a esa verdad. La palabra de Dios dice que la salvación es solamente por gracia por medio de la fe. Fe en la obra completa de Cristo Jesús en la cruz del Calvario en favor del pecador. Cuando el ser humano reconoce su situación como pecador y confía totalmente en Cristo como Salvador, entonces ha obedecido a la verdad y consecuentemente su alma ha sido purificada. Esta obra, amigo oyente, ocurre mediante la participación del Espíritu Santo. Es en realidad el Espíritu Santo, en cooperación con la palabra de Dios que produce esta obra de purificación de nuestras almas. Esto concuerda con lo que afirma el apóstol Pedro en los versículos 23 a 25 del capítulo 1, donde dice: «siendo renacidos, no de simiente corruptible, sino de incorruptible, por la palabra de Dios, que vive y permanece para siempre. Porque: Toda carne es como hierba, Y toda la gloria del hombre como flor de la hierba. La hierba se seca, y la flor se cae; Mas la palabra del Señor permanece para siempre. Y esta es la palabra que por el evangelio os ha sido anunciada» Pedro dice que los creyentes hemos sido renacidos. Esta palabra, renacidos significa nacidos otra vez, los creyentes hemos nacido de nuevo por el poder de Dios. Este es el único requisito para entrar en el reino de Dios según lo que dice Juan 3:5 «De cierto, de cierto te digo, que el que no naciere del agua y del Espíritu, no puede entrar en el reino de Dios» La naturaleza de la nueva creación, fruto del nuevo nacimiento, es incorruptible porque la simiente es incorruptible. Esta naturaleza es diferente de la naturaleza humana, porque la naturaleza humana es corruptible porque su simiente es corruptible. Esta simiente incorruptible amigo oyente, es justamente la obra conjunta del Espíritu Santo y la palabra de Dios. Esta palabra de Dios por un lado es viva y por otro lado permanece para siempre. La palabra de Dios es viva porque tiene poder para otorgar vida. La vida que da, amigo oyente, es una vida que permanece para siempre. Para ratificar este hecho importante, Pedro echa mano del Antiguo Testamento para contrastar el carácter de lo que produce la simiente corruptible con el carácter de lo que produce la simiente incorruptible que es la palabra de Dios. Note amigo oyente. Esto es lo que produce la simiente corruptible. Toda carne es como hierba, y toda la gloria del hombre como la flor de la hierba. Si hay algo que caracteriza a la hierba y a flor de la hierba es su transitoriedad. ¡Dura tan poco tiempo! Por eso el Antiguo Testamento dice, la hierba se seca, y la flor se cae. Así es la transitoriedad del hombre. ¡Dura tan poco! ¿Cuan poco? Salmo 90:10 dice «los días de nuestra edad son setenta años; Y si en los más robustos son ochenta años, Con todo, su fortaleza es molestia y trabajo, Porque pronto pasan, y volamos» Así es la vida del hombre. ¿Qué son 70 u 80 años en comparación con la eternidad? Nada amigo oyente, es un suspiro. Pero veamos el contraste. Esto es lo que produce la simiente incorruptible. Mas la palabra del Señor permanece para siempre. El nuevo nacimiento que resulta de la obra conjunta del Espíritu Santo y la palabra de Dios no es algo transitorio como la hierba y su flor, sino que es algo que dura para siempre. Así es la palabra de Dios. Es una simiente que produce vida, una vida que permanece para siempre. Hablando de la simiente que es la palabra de Dios, alguien ha escrito estas líneas: Si siembras para cosechar en un año, siembra granos. Si siembras para cosechar en 10 años, siembra un árbol. Si siembras para cosechar en cien años, siembra hombres. Pero si siembras para cosechar en la eternidad, siembra la palabra de Dios. Sobre esto mismo, un anciano profesor de Biología, solía tomar una pequeña semilla en su mano y luego decía. Yo sé exactamente la composición química de esta semilla. Contiene nitrógeno, hidrógeno y carbón. Yo sé también exactamente cuáles son las proporciones de estos elementos químicos. Es más, puedo hacer una réplica exacta de esta semilla en el laboratorio. Pero si siembro la semilla que he fabricado no me saldrá nada, sus elementos serán simplemente absorbidos por el suelo. Pero si siembro la semilla que Dios ha hecho, surgirá una planta, porque esta semilla contiene el misterioso principio que llamamos vida. Así es la palabra de Dios. Como un libro se parece físicamente a los demás libros, pero a diferencia de los demás libros, la Biblia tiene el poder de otorgar vida espiritual. No podemos entender totalmente su poder de otorgar vida. Cuando se siembra en buena tierra, mostrará que tiene el principio de la vida, una vida que dará fruto espiritual. Dicho todo esto, Pedro nos habla del mandato al amor mutuo. La segunda parte de 1ª Pedro 1:22 dice «para el amor fraternal no fingido, amaos unos a otros entrañablemente de corazón puro» Una vez que Pedro ha dicho que nuestras almas han sido purificadas por la obediencia a la verdad, mediante el Espíritu y que hemos sido renacidos, no de simiente corruptible, sino de incorruptible, por la palabra de Dios que vive y permanece para siempre, es hora entonces de exhortar a mostrar el fruto de todo esto. Pedro dice que hemos sido salvados para el amor fraternal no fingido. Esto significa que los creyentes hemos sido capacitados por Dios mismo mediante su gracia verdadera, para mostrar un amor fraternal, o un amor entre hermanos, pero no un amor fraternal cualquiera sino un amor fraternal no fingido. Esto significa un amor entre hermanos que es transparente. No un amor que busca sacar provecho del otro, sino un amor que busca el bienestar del otro. Tampoco es un amor hipócrita, sino un amor sincero. Con este amor, es muy posible amarnos unos a otros entrañablemente. Algo que es imposible partiendo de la naturaleza humana, se hace posible, por la gracia de Dios, partiendo de la simiente incorruptible que es la palabra de Dios. El amor entre los unos y los otros, es un amor que no tiene motivos protervos, sino que es un amor de corazón puro, esto significa un amor desinteresado. Como vemos amigo oyente, esto de amarnos los unos a los otros, no es algo opcional entre creyentes, sino que es un mandato. Pedro no está diciendo, si puede ame a su hermano. Tampoco está diciendo, si le agrada su hermano en la fe, ámelo, pero si no le agrada no le ame. Lo que Pedro está diciendo es simplemente, ame a su hermano, no importa si le gusta o no le gusta. El poder para hacerlo no radica en la naturaleza humana, sino en la naturaleza divina, la naturaleza que recibimos cuando nacimos de nuevo y todo esto es una obra de gracia. Una obra que es fruto de la verdadera gracia de Dios.

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