La grandeza de la gracia de Dios

Es muy grato saludarle amable oyente. Soy David Logacho, dándole la bienvenida al estudio bíblico de hoy en el evangelio según Juan. En esta oportunidad vamos a mirar la grandeza de la gracia de Dios y la pequeñez de la justicia del hombre.

Si tiene una Biblia a la mano, ábrala en Juan capítulo 8. Antes de analizar la primera parte de este capítulo, es necesario hacer referencia al hecho que en algunos manuscritos antiguos del Nuevo Testamento, no aparece el pasaje bíblico entre el último versículo de Juan capítulo 7, Juan 7:53 y Juan 8:1-11. Sin embargo, este mismo pasaje bíblico aparece en algunos otros manuscritos antiguos del Nuevo Testamento y por eso, Reina y Valera lo incluyeron en su traducción al Español del Nuevo Testamento. Permítame por tanto leer este pasaje bíblico. La Biblia dice: Joh 7:53  Cada uno se fue a su casa;
Joh 8:1  y Jesús se fue al monte de los Olivos.
Joh 8:2  Y por la mañana volvió al templo, y todo el pueblo vino a él; y sentado él, les enseñaba.
Joh 8:3  Entonces los escribas y los fariseos le trajeron una mujer sorprendida en adulterio; y poniéndola en medio,
Joh 8:4  le dijeron: Maestro, esta mujer ha sido sorprendida en el acto mismo de adulterio.
Joh 8:5  Y en la ley nos mandó Moisés apedrear a tales mujeres.(A) Tú, pues, ¿qué dices?
Joh 8:6  Mas esto decían tentándole, para poder acusarle. Pero Jesús, inclinado hacia el suelo, escribía en tierra con el dedo.
Joh 8:7  Y como insistieran en preguntarle, se enderezó y les dijo: El que de vosotros esté sin pecado sea el primero en arrojar la piedra contra ella.
Joh 8:8  E inclinándose de nuevo hacia el suelo, siguió escribiendo en tierra.
Joh 8:9  Pero ellos, al oír esto, acusados por su conciencia, salían uno a uno, comenzando desde los más viejos hasta los postreros; y quedó solo Jesús, y la mujer que estaba en medio.
Joh 8:10  Enderezándose Jesús, y no viendo a nadie sino a la mujer, le dijo: Mujer, ¿dónde están los que te acusaban? ¿Ninguno te condenó?
Joh 8:11  Ella dijo: Ninguno, Señor. Entonces Jesús le dijo: Ni yo te condeno; vete, y no peques más.
Como antecedente, se estaba celebrando en Jerusalén la fiesta de los Tabernáculos. Era el último día de la fiesta. En ese día el Señor Jesús enseñó en el templo a una multitud muy hostil hacia él, formada por líderes de los judíos, por peregrinos que subieron a Jerusalén a la celebración de la fiesta de los Tabernáculos, y por residentes de la ciudad de Jerusalén. Al anochecer de aquel día, cada uno se fue a su casa y el Señor Jesús se retiró a algún lugar en el monte de los Olivos, muy cerca de Jerusalén. Al siguiente día, el Señor Jesús volvió al templo, y sentándose en el atrio de las mujeres, comenzó a enseñar al pueblo que se había congregado. Su enseñanza se interrumpió abruptamente cuando se presentaron algunos escribas y fariseos tal vez arrastrando a una asustada e indefensa mujer y poniéndola en medio del atrio de las mujeres, dijeron al Señor Jesús: Maestro, esta mujer ha sido sorprendida en el acto mismo de adulterio. Y en la ley nos mandó Moisés apedrear a tales mujeres. Tú pues, ¿Qué dices? Se trataba de un complot entre los escribas y fariseos y algún hombre inmoral que debe haberse prestado para ser “sorprendido” entre comillas cometiendo adulterio con una mujer. Según la ley que Dios dio a Israel por medio de Moisés, tanto el adúltero como la adúltera tenían que ser castigados por igual con la muerte por lapidación. La lapidación es un medio de ejecución muy antiguo, consiste en que los asistentes lancen piedras contra el reo hasta matarlo. Como una persona puede soportar golpes fuertes sin perder el conocimiento, la lapidación puede producir una muerte muy lenta. Deuteronomio 22:22 dice: Si fuere sorprendido alguno acostado con una mujer casada con marido, ambos morirán, el hombre que se acostó con la mujer, y la mujer también; así quitarás el mal de Israel.
La pregunta por tanto sería: ¿Por qué trajeron sólo a la mujer y no al hombre? La respuesta más probable podría ser: Para proteger al hombre que se prestó con el complot. Los escribas y fariseos se hicieron de la vista gorda por el pecado de este hombre. De esta manera demostraron su hipocresía religiosa. En lo que les interesaba estaban listos a cumplir con la ley de Moisés, pero en lo que no les interesaba, no les importaba quebrantar la ley de Moisés. Así actúan los hipócritas religiosos. La trampa para atrapar al Señor Jesús consistía en que si el Señor Jesús respondía que es lícito que se castigue con la muerte a la mujer sorprendida en adulterio, estaría yendo en contra de su mensaje de haber venido a al mundo a buscar y a salvar lo que se había perdido y además estaría yendo en contra del imperio romano que se reservaba el derecho de condenar a muerte a una persona por cualquier delito. Pero por otro lado, si el Señor Jesús respondía que no es lícito que se castigue con la muerte a la mujer sorprendida en adulterio, estaría yendo en contra de la ley que Dios dio a Israel por medio de Moisés. En ambos casos, los escribas y fariseos tendrían razones válidas para arrestar al Señor Jesús y pedir su ejecución a la autoridad romana. El Señor Jesús no respondió a los escribas y fariseos inmediatamente. Juan, testigo presencial de lo que estaba pasando, dice que el Señor Jesús, inclinado hacia el suelo, escribía en la tierra con el dedo. De paso, esta es la única ocasión en la cual el Nuevo Testamento dice que el Señor Jesús escribió algo. Lo que escribió no se sabe, porque el Nuevo Testamento no lo dice. No es prudente especular. Algún día sabremos lo que escribió y eso será cuando estemos con Él en el cielo. Lo que estaba haciendo el Señor Jesús exasperó a los escribas y fariseos y le insistieron en la pregunta. El Señor Jesús, por tanto, se enderezó y mirándolos les dijo: El que de vosotros esté sin pecado sea el primero en arrojar la piedra contra ella. Estas palabras del Señor Jesús, penetraron en lo más profundo de los corazones de los escribas y fariseos y de todos los que con piedra en mano estaban esperando el momento para arrojarlas en contra de la mujer sorprendida en adulterio. Habiendo dicho esto, el Señor Jesús se inclinó de nuevo hacia el suelo, y siguió escribiendo en tierra. Mientras el Señor Jesús hacía esto, se empezó a escuchar los pasos de la gente que se alejaban del escenario. Juan dice que al oír las palabras del Señor Jesús, los escribas y fariseos y la gente que había venido con ellos arrastrando a la mujer sorprendida en adulterio, acusados  por su conciencia, salían uno a uno, desde los más viejos hasta los más jóvenes. En algún momento, los únicos que quedaron en el escenario fueron el Señor Jesús y la mujer sorprendida en adulterio. El Señor Jesús no tenía pecado, y por eso no tenía por qué irse del lugar, fue el único que se quedó. Una vez que se enderezó y no viendo a nadie sino sólo a la mujer, le hizo la pregunta: Mujer, ¿dónde están los que te acusaban? Luego le hizo otra pregunta: ¿Ninguno te condenó? Sólo hacía falta que dos o tres de la multitud acusen a la mujer del mismo delito, para que la mujer sea condenada a morir apedreada. Mirando al único que podía acusarle, porque no tenía pecado alguno, al Señor Jesús, la mujer respondió: Ninguno Señor. El único que podía lanzar la piedra para castigar a la mujer, tuvo misericordia de ella y le perdonó. La respuesta que escuchó la mujer fue: Ni yo te condeno; vete, y no peques más. Esto es perdón amable oyente. El Señor Jesús vino para buscar y salvar lo que se había perdido. Esta desdichada mujer acaba de ser hallada y una vez salvada estaba en capacidad de iniciar una nueva vida. Esta vida debía estar caracterizada por una total separación del pecado que hasta ese momento le había tenido dominada y por el cual estuvo a punto de morir apedreada. No es que el Señor Jesús ignoró el pecado de la mujer. Poco tiempo más tarde iba a hacer el pago completo en la cruz para perdonar el pecado de ella. Así como la mujer sorprendida en el pecado de adulterio estaba a punto de recibir la condenación justa por su pecado, nosotros también, aunque tal vez no hemos cometido el mismo pecado que la mujer, sin embargo, a causa de nuestro pecado, cualquiera que sea, también estábamos en el pasado a punto de recibir condenación justa por nuestro pecado. La condenación es sufrir eterno castigo en el infierno. Pero en estas condiciones, nosotros también pudimos ver con los ojos de la fe a Aquel que pagó por nuestro pecado al morir en la cruz, y cuando lo recibimos como nuestro suficiente Salvador, también pudimos escuchar su absolución: Ni yo te condeno. Esto garantiza perdón eterno por nuestro pecado. Pero no olvide que las palabras del Señor Jesús a la mujer fueron también: Vete, no peques más. Al haber confiado en el Señor Jesús como nuestro Salvador, y al haber sido perdonados de nuestros pecados, también tenemos el deber de vivir en este mundo sin hacer del pecado una práctica común en nuestra vida. A decir verdad, el estilo de vida que llevamos una vez que hemos recibido a Cristo como Salvador, es una especie de medidor para saber si nuestra decisión de recibir a Cristo fue una decisión sincera o a lo mejor, estamos auto engañados pensando que somos salvos cuando en realidad no lo somos. Note lo que dice 1 Juan 3:6-10 Todo aquel que permanece en él, no peca; todo aquel que peca, no le ha visto, ni le ha conocido.
1Jn 3:7  Hijitos, nadie os engañe; el que hace justicia es justo, como él es justo.
1Jn 3:8  El que practica el pecado es del diablo; porque el diablo peca desde el principio. Para esto apareció el Hijo de Dios, para deshacer las obras del diablo.
1Jn 3:9  Todo aquel que es nacido de Dios, no practica el pecado, porque la simiente de Dios permanece en él; y no puede pecar, porque es nacido de Dios.
1Jn 3:10  En esto se manifiestan los hijos de Dios, y los hijos del diablo: todo aquel que no hace justicia, y que no ama a su hermano, no es de Dios.
La mujer sorprendida en adulterio fue perdonada y el Señor Jesús le dijo: Vete y no peques más. El pecado no debe ser una norma de vida para todos los que hemos sido perdonados de nuestro pecado por haber confiado en Cristo como nuestro Salvador.

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