La crucifixión del Señor Jesús

Qué grato saludarle amable oyente. Muchas gracias por su sintonía. Soy David Logacho dándole la bienvenida al estudio bíblico de hoy en el evangelio según Lucas. En esta oportunidad vamos a considerar la crucifixión del Señor Jesús.

Si tiene una Biblia a la mano, ábrala en Lucas 23:26-42. El personaje central de este pasaje bíblico es el Señor Jesús. Alrededor de él aparecen en su orden, Simón de Cirene, las mujeres de Jerusalén y dos malhechores. Veamos lo que Lucas relata de cada uno de ellos. En primer lugar, en cuanto al Señor Jesús. A pesar que por tres ocasiones Pilato proclamó su inocencia, sin embargo lo entregó para ser crucificado no sin antes castigarlo sin piedad. Mateo 27:27-31 dice: Entonces los soldados del gobernador llevaron a Jesús al pretorio, y reunieron alrededor de él a toda la compañía;
Mat 27:28  y desnudándole, le echaron encima un manto de escarlata,
Mat 27:29  y pusieron sobre su cabeza una corona tejida de espinas, y una caña en su mano derecha; e hincando la rodilla delante de él, le escarnecían, diciendo: ¡Salve, Rey de los judíos!
Mat 27:30  Y escupiéndole, tomaban la caña y le golpeaban en la cabeza.
Mat 27:31  Después de haberle escarnecido, le quitaron el manto, le pusieron sus vestidos, y le llevaron para crucificarle.
A estas alturas de su pasión, el Señor Jesús debe haber estado físicamente al borde del colapso. Es en este punto donde Lucas comienza su relato. El primero que aparece en la escena es Simón de Cirene. Lucas 23:26 dice: Y llevándole, tomaron a cierto Simón de Cirene, que venía del campo, y le pusieron encima la cruz para que la llevase tras Jesús.
Una vez que Pilato entregó al Señor Jesús a la voluntad de los gobernantes del pueblo, el Señor Jesús fue llevado para ser crucificado. Parte del suplicio era que el reo lleve a hombros la cruz en la cual iba a ser clavado. Algunos estudiosos afirman que los reos no llevaban toda la cruz sino sólo el madero horizontal. Debido al castigo recibido, la condición física del Señor Jesús debe haber estado tan deteriorada que era imposible que lleve a hombros este pesado madero. Esta fue la razón para que se tome a cierto hombre cuyo nombre era Simón, natural de Cirene, para que lleve la cruz en la cual iba a ser crucificado el Señor Jesús. Los romanos tenían todas las atribuciones para hacer cosas así. Delante de Simón avanzaba lentamente el Señor Jesús en agonía. Dejemos por un instante al Señor Jesús y enfoquémonos en Simón de Cirene. Debe haber llegado a Jerusalén para la celebración de la pascua, sin siquiera imaginar lo que iba a pasar. Venía de Cirene, importante ciudad colonial griega situada en África del Norte. Simón de Cirene no sólo llevó sobre sus espaldas la cruz en la cual iba a ser clavado el Señor Jesús, sino que debe haber contemplado con sus propios ojos la muerte del Salvador y los eventos sobrenaturales que acontecieron. Esto transformó la vida de este hombre. Marcos dice en su evangelio que Simón de Cirene era padre de Alejandro y Rufo y el apóstol Pablo envía saludos a Rufo en la carta a los Romanos. Todo parece indicar que Simón de Cirene recibió a Cristo como Salvador y crió a sus hijos en el temor de Dios, los cuales llegaron a ser fieles creyentes. Dios es muy versátil en utilizar circunstancias, a veces muy extrañas, para atraer a las personas a Él. Simón de Cirene es un caso típico. Dejemos atrás a Simón de Cirene y en segundo lugar, consideremos a las mujeres de Jerusalén. Note lo que dice Lucas 23:27-31  Y le seguía gran multitud del pueblo, y de mujeres que lloraban y hacían lamentación por él.
Luk 23:28  Pero Jesús, vuelto hacia ellas, les dijo: Hijas de Jerusalén, no lloréis por mí, sino llorad por vosotras mismas y por vuestros hijos.
Luk 23:29  Porque he aquí vendrán días en que dirán: Bienaventuradas las estériles, y los vientres que no concibieron, y los pechos que no criaron.
Luk 23:30  Entonces comenzarán a decir a los montes: Caed sobre nosotros; y a los collados: Cubridnos.(A)
Luk 23:31  Porque si en el árbol verde hacen estas cosas, ¿en el seco, qué no se hará?
El Señor Jesús iba adelante, atrás le seguía Simón de Cirene llevando la cruz y atrás de él, seguía gran multitud del pueblo. Algunos, tal vez la mayoría, deben haber sido curiosos, otros, seguramente eran los que pidieron a gritos a Pilato que crucifique al Señor Jesús, pero Lucas pone atención a un grupo especial de personas. Eran mujeres que lloraban y hacían lamentación por él. Las mujeres no tuvieron temor de hacer conocer que estaban a favor del Señor Jesús, algo que los hombres no se atrevieron a hacerlo. Al escuchar el llanto de estas mujeres, el Señor Jesús se volvió a ellas y les entregó un mensaje profético. El mensaje comenzó con un mandato: Hijas de Jerusalén, no lloréis por mí, sino llorad por vosotras mismas y por vuestros hijos. ¿Cuál es la razón para este mandato? El Señor Jesús dijo: Porque he aquí vendrán días en que dirán: Bienaventuradas las estériles, y los vientres que no concibieron, y los pechos que no criaron. El Señor Jesús se estaba refiriendo a lo que iba a suceder años más tarde cuando los ejércitos romanos iban a sitiar Jerusalén para tomarla. Las mujeres que tenían hijos tendrían que ver como morían de hambre a causa del asedio. La tragedia sería tan grande que todos los habitantes de Jerusalén comenzarán a clamar a los montes diciendo: Caed sobre nosotros, y a los collados: Cubridnos. Lo que los romanos estaban haciendo con el Señor Jesús, era sólo un anticipo de las atrocidades que harán los romanos con la gente de Jerusalén cuando la sitien. A esto se refirió el Señor Jesús, cuando en su agonía dijo: Porque si en el árbol verde hacen estas cosas, ¿en el seco, qué no se hará? En tercer lugar, tenemos a dos malhechores. Note lo que dice Lucas 23:32-43 dice: Llevaban también con él a otros dos, que eran malhechores, para ser muertos.
Luk 23:33  Y cuando llegaron al lugar llamado de la Calavera, le crucificaron allí, y a los malhechores, uno a la derecha y otro a la izquierda.
Luk 23:34  Y Jesús decía: Padre, perdónalos, porque no saben lo que hacen. Y repartieron entre sí sus vestidos, echando suertes.(B)
Luk 23:35  Y el pueblo estaba mirando; y aun los gobernantes se burlaban de él, diciendo: A otros salvó; sálvese a sí mismo, si éste es el Cristo, el escogido de Dios.
Luk 23:36  Los soldados también le escarnecían, acercándose y presentándole vinagre,
Luk 23:37  y diciendo: Si tú eres el Rey de los judíos, sálvate a ti mismo.
Luk 23:38  Había también sobre él un título escrito con letras griegas, latinas y hebreas: ESTE ES EL REY DE LOS JUDÍOS.
Luk 23:39  Y uno de los malhechores que estaban colgados le injuriaba, diciendo: Si tú eres el Cristo, sálvate a ti mismo y a nosotros.
Luk 23:40  Respondiendo el otro, le reprendió, diciendo: ¿Ni aun temes tú a Dios, estando en la misma condenación?
Luk 23:41  Nosotros, a la verdad, justamente padecemos, porque recibimos lo que merecieron nuestros hechos; mas éste ningún mal hizo.
Luk 23:42  Y dijo a Jesús: Acuérdate de mí cuando vengas en tu reino.
Luk 23:43  Entonces Jesús le dijo: De cierto te digo que hoy estarás conmigo en el paraíso.
Cuando el Señor Jesús fue crucificado, se aprovechó la oportunidad para crucificar a dos malhechores. De esta manera se cumplió la profecía de Isaías 53:12 en cuanto a que el Señor Jesús iba a ser contado entre los pecadores. La caravana con el Señor Jesús al frente llegó a un lugar llamado de la Calavera, o Gólgota en idioma Arameo. En este lugar tuvo lugar la crucifixión del Señor Jesús. Los malhechores también fueron crucificados, el uno a la izquierda del Señor Jesús y el otro a la derecha del Señor Jesús. Lucas no abunda en detalles. Lo que estaba ocurriendo con el Señor Jesús es tan solemne que no es prudente entrar a detalles finos para satisfacer la curiosidad de la gente. En medio de su dolor indescriptible, el Señor Jesús exclamó una de sus siete frases. Lucas dice que decía: Padre, perdónalos, porque no saben lo que hacen. No lo dijo una sola vez, sino varias veces. Esta oración fue respondida afirmativamente porque todos tuvieron la oportunidad de reconocer su error de haber entregado al Señor Jesús, poco tiempo después, en el día de Pentecostés. Los soldados romanos continuaban atacando al Señor Jesús. Lo hicieron repartiendo entre ellos los vestidos del Señor Jesús, echando suertes. Por su lado, el pueblo y los gobernantes miraban y se burlaban de él diciendo: A otros salvó; sálvese a sí mismo, si éste es el Cristo, el escogido de Dios. No sabían que lo que retuvo a Cristo en la cruz no eran los clavos sino el amor a pecadores como yo y como usted, amable oyente. Los soldados hacían su parte en el suplicio a nuestro amado Salvador. Se burlaban de él y ofreciéndole vinagre le decían: Si tú eres el Rey de los judíos, sálvate a ti mismo. Por sobre su cabeza, se había puesto un título escrito en griego, latín y hebreo, en el que se leía: ESTE ES EL REY DE LOS JUDÍOS. Quien escribió este título lo hizo para burlarse del Señor Jesús, pero en el fondo estaba afirmando una verdad. El Señor Jesús, verdaderamente es el Rey de los Judíos. Uno de los malhechores comenzó a injuriar al Señor Jesús diciéndole: Si tú res el Cristo, sálvate a ti mismo y a nosotros. Su incredulidad era evidente. El otro malhechor reprendió a su compañero de fechorías diciendo: ¿Ni aun temes tú a Dios, estando en la misma condenación? Luego añadió: Nosotros a la verdad, justamente padecemos, porque recibimos lo que merecieron nuestros hechos; mas éste ningún mal hizo. Este malhechor estaba reconociendo que el Señor Jesús estaba muriendo injustamente en esa cruz. Pero no sólo eso, sino que también reconoció que el Señor Jesús estaba muriendo en lugar de él, para perdonar su pecado, y por eso dijo al Señor Jesús: Acuérdate de mí cuando vengas en tu reino. Sabía que el Señor Jesús es rey y que aunque iba a morir iba a resucitar. La respuesta del Señor Jesús fue: De cierto te digo que hoy estarás conmigo en el paraíso. Este malhechor fue rescatado de la puerta misma del infierno, porque dentro de poco iba a morir. Así es la gracia de Dios.

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