Señor Jesús como el Amo sobre la enfermedad y la muerte

Que bendición es para mí, compartir este tiempo con usted, amable oyente. Soy David Logacho, dándole la bienvenida al estudio bíblico de hoy. Estamos estudiando el Evangelio según Lucas y en esta oportunidad vamos a mirar al Señor Jesús como el Amo sobre la enfermedad y la muerte.

Si tiene una Biblia a la mano, ábrala en Lucas 8:40-56. En este pasaje bíblico tenemos el relato de dos obras milagrosas realizadas por el Señor Jesucristo. La sanidad de una mujer con flujo de sangre y la resurrección de la hija de Jairo. Estas obras milagrosas, y todas las otras obras milagrosas que realizó el Señor Jesús, fueron las credenciales que autenticaban que Jesús de Nazaret es el Hijo de Dios, el Cristo, el Mesías, el Rey de Israel. Permítame leer todo el pasaje bíblico para tener un cuadro completo de lo que sucedió. Lucas 8:40-56 dice: Cuando volvió Jesús, le recibió la multitud con gozo; porque todos le esperaban.
Luk 8:41  Entonces vino un varón llamado Jairo, que era principal de la sinagoga, y postrándose a los pies de Jesús, le rogaba que entrase en su casa;
Luk 8:42  porque tenía una hija única, como de doce años, que se estaba muriendo.
Y mientras iba, la multitud le oprimía.
Luk 8:43  Pero una mujer que padecía de flujo de sangre desde hacía doce años, y que había gastado en médicos todo cuanto tenía, y por ninguno había podido ser curada,
Luk 8:44  se le acercó por detrás y tocó el borde de su manto; y al instante se detuvo el flujo de su sangre.
Luk 8:45  Entonces Jesús dijo: ¿Quién es el que me ha tocado? Y negando todos, dijo Pedro y los que con él estaban: Maestro, la multitud te aprieta y oprime, y dices: ¿Quién es el que me ha tocado?
Luk 8:46  Pero Jesús dijo: Alguien me ha tocado; porque yo he conocido que ha salido poder de mí.
Luk 8:47  Entonces, cuando la mujer vio que no había quedado oculta, vino temblando, y postrándose a sus pies, le declaró delante de todo el pueblo por qué causa le había tocado, y cómo al instante había sido sanada.
Luk 8:48  Y él le dijo: Hija, tu fe te ha salvado; vé en paz.
Luk 8:49  Estaba hablando aún, cuando vino uno de casa del principal de la sinagoga a decirle: Tu hija ha muerto; no molestes más al Maestro.
Luk 8:50  Oyéndolo Jesús, le respondió: No temas; cree solamente, y será salva.
Luk 8:51  Entrando en la casa, no dejó entrar a nadie consigo, sino a Pedro, a Jacobo, a Juan, y al padre y a la madre de la niña.
Luk 8:52  Y lloraban todos y hacían lamentación por ella. Pero él dijo: No lloréis; no está muerta, sino que duerme.
Luk 8:53  Y se burlaban de él, sabiendo que estaba muerta.
Luk 8:54  Mas él, tomándola de la mano, clamó diciendo: Muchacha, levántate.
Luk 8:55  Entonces su espíritu volvió, e inmediatamente se levantó; y él mandó que se le diese de comer.
Luk 8:56  Y sus padres estaban atónitos; pero Jesús les mandó que a nadie dijesen lo que había sucedido.
El Señor Jesús acababa de retornar de la región de los gadarenos, en donde expulsó una legión de demonios de uno, o dos hombres, según el relato en Mateo. Al llegar a Capernaúm le esperaba un hombre, principal de la sinagoga. Este era el hombre que dirigía la actividad en la sinagoga judía de Capernaúm. Por lo general se trataba de una persona acaudalada que gozaba de mucho respeto en la comunidad judía. Este hombre tenía una hija de apenas doce años que estaba al borde mismo de la muerte a causa de alguna enfermedad. Pero este hombre no era el único que esperaba con ansias la llegada del Señor Jesús, sino también había una mujer que no se conoce su nombre. Esta mujer había pasado los doce últimos años de su vida con un flujo de sangre. Su condición física debe haber sido deplorable por la anemia que acompaña al flujo de sangre. Su condición emocional debe haber sido desesperada, porque además de estar enferma había gastado todo su dinero pagando a médicos para que le curen y ninguno había tenido éxito. Su condición espiritual no debe haber estado en buen nivel tampoco, porque a causa del flujo de sangre, esta mujer era inmunda, conforme a la ley que Dios dio a Israel por medio de Moisés, y en tales condiciones no podía entrar al templo. Me llama mucho la atención que el Señor Jesús no hizo acepción de personas. El uno era hombre, la otra era mujer. El uno era importante, la otra era común y corriente. El uno era rico, la otra no tenía ni un centavo. El uno estaba sano, la otra estaba muy enferma. El uno había disfrutado doce años de su preciosa hija, la otra había padecido doce años por su enfermedad. Lo único que tenían en común estas personas era que ambas habían llegado a lo último de la cuerda. El hombre estaba a punto de ver morir a su hija en la antesala de la juventud, la otra no tenía ninguna salida a su problema de salud, sólo esperaba la muerte. Pero ambos estaban a punto de experimentar el poder del Señor Jesús en su vida, el hombre viendo a su hija volviendo a la vida y la mujer viendo el fin de su persistente enfermedad. Las circunstancias fueron muy interesantes. Cuando Jairo, el principal de la sinagoga se encontró con el Señor Jesús, se postró ante él, en señal de respeto y adoración, y le rogó que entre a su casa porque su hija de doce años se estaba muriendo. Hacer esto debe haber demandado gran fe por parte de Jairo, porque la mayoría de los principales de las sinagogas, ya estaban manifestándose en contra del Señor Jesús. De modo que, el Señor Jesús, emprendió viaje a la casa de Jairo, abriéndose paso por entre la multitud que le acompañaba. Fue en estas circunstancias que entró en escena la mujer con flujo de sangre. Ella no se atrevió a dirigir la palabra al Señor Jesús. Tal vez pensaba que el Señor Jesús jamás atendería a una pobre mujer como ella. Que equivocada que estaba. En su desesperación pensó que si tan solo lograba tocarlo quedaría sana de su enfermedad. Así que, se dio modos para abrirse paso entre la multitud, y se acercó por detrás y tocó el borde del manto de Jesús. El manto era una prenda que usaban los varones judíos, para cumplir con lo que requería la ley de Moisés, y tenía flecos en cada esquina. La mujer debe haber tocado uno de estos flecos. Al instante, el flujo de sangre de la mujer se detuvo, la mujer quedó curada, instantáneamente y totalmente, pero la gente no sabía lo que había pasado. Ante esto, el Señor Jesús preguntó: ¿Quién es el que me ha tocado? No hubo respuesta. Pedro entonces invitó al Señor Jesús a reflexionar. ¿No ves tanta gente que te aprieta y oprime? ¿Cómo así que quieres saber quién te ha tocado? Pobre Pedro. No sabía que el Señor sabía que había alguien que le había tocado con fe mientras todos los demás sólo les estaban apretando y oprimiendo. El Señor Jesús tuvo que explicarlo. Dijo: Alguien me ha tocado, porque yo he conocido que ha salido poder de mí. Al quedar en evidencia, la mujer se presentó temblando de miedo y postrada a los pies del Señor declaró todo lo que había pasado. El Señor Jesús no le recriminó, sino que simplemente le dijo: Hija, tu fe te ha salvado; ve en paz. ¿Por qué el Señor Jesús hizo que la mujer se identifique? Tres razones. Primero, para que la mujer tenga la oportunidad de dar gloria a Dios por lo que ha pasado. Segundo, para que la multitud sepa que una cosa es apretar y oprimir al Señor Jesús y otra cosa es tocarlo con fe. Muchos apretaron y oprimieron y no recibieron nada, pero sólo una mujer, tocó con fe y recibió lo que esperaba. Tal vez usted también aprieta y oprime al Señor, pero eso no es suficiente. Necesita tocarlo con fe, y esto se cumple cuando recibe a Cristo Jesús como su Salvador. Tercero para fortalecer la fe de Jairo. Muy bien, a todo esto, Jairo el principal de la sinagoga debe haber estado comiéndose las uñas esperando que el Señor Jesús entre a su casa para sanar a su hija moribunda. En eso vino alguien de la casa de Jairo con la triste noticia que su hija había muerto y por tanto ya no era necesario que el Señor Jesús entre en la casa. Al oírlo, el Señor Jesús simplemente dijo a Jairo: No temas; cree solamente, y será salva. Deje que estas palabras se graben con fuego en su corazón amable oyente. No temas; cree solamente. Al entrar a la casa, lo único que se oía es el llanto y el lamento de la gente. Alzando su voz, el Señor Jesús dijo a la gente: No lloréis; no está muerta, sino que duerme. La gente que lo oyó se burló de lo que dijo el Señor Jesús, porque todos sabían que la niña no estaba durmiendo, sino que estaba muerta. La muerte es como quedarse dormido para un creyente. ¿Por qué? Pues porque la muerte para el creyente no es el fin de todo, porque un día va a despertar de ese sueño, en la resurrección para vida. En el caso de esta niña estaba por entrar en acción el poder de Aquel que es la resurrección y la vida y que por tanto tiene poder para volver a la vida a alguien que ha muerto. El Señor Jesús sacó a todos los que estaban en la habitación donde estaba el cadáver de la niña y tomó a tres de sus discípulos, a Pedro, Jacobo y Juan, y tomándole de la mano clamó diciendo: Muchacha, levántate. Instantáneamente, el espíritu volvió a la niña, y se levantó y comió. Los padres estaban atónitos, pero el Señor Jesús mandó que a nadie dijesen lo que había sucedido. No le interesaba la fama. ¿Qué aprender de todo esto? Pues que para nuestro Salvador el Señor Jesús, no hay nada imposible. Él pudo sanar a una mujer que con fe tocó el fleco de su manto. Él pudo volver a la vida a una niña que había muerto. ¿Cómo no va a poder satisfacer su necesidad, cualquiera que sea? Por supuesto que él lo hará en su tiempo y a su manera, pero es seguro que lo hará. No pierda la esperanza. Nuestro Salvador es experto en imposibles.

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