La imposibilidad de que un creyente viva en santidad

Es motivo de gran gozo amable oyente, saber que usted nos está escuchando a través de esta emisora amiga. La Biblia Dice… le extiende cordial bienvenida al estudio bíblico de hoy. Prosiguiendo con el estudio del libro de Romanos en la serie que lleva por título: Romanos, la salvación por gracia por medio de la fe en Cristo Jesús, en esta oportunidad, David Logacho nos hablará sobre la imposibilidad de que un creyente viva en santidad sobre la base del propio esfuerzo personal.

En nuestro último estudio bíblico, Pablo hizo preguntas importantes: ¿Qué diremos, pues? ¿La ley es pecado? La respuesta es: En ninguna manera. Luego de demostrar su punto, Pablo llegó a la conclusión que el mandamiento es santo, justo y bueno. Este es en antecedente para lo que Pablo trata en Romanos 7:14-25. Este pasaje bíblico se ha prestado para un interminable debate entre los teólogos. El debate se enfoca en si Pablo está hablando de su experiencia antes de ser creyente o de su experiencia como creyente. Sin embargo, respetando a los que opinan en contrario, a nosotros nos parece que está hablando de la lucha que Pablo tenía ya siendo creyente por vivir en santidad sobre la base de su propio esfuerzo. Seguramente, como nos ha pasado a muchos de nosotros, siendo ya creyente, Pablo se proponía firmemente a hacer todo el esfuerzo que era capaz para vivir en santidad, pero todo resultaba en constante fracaso y esto realmente le hacía sentir miserable. El pasaje bíblico comienza con una declaración. Romanos 7:14 dice: “Porque sabemos que la ley es espiritual; mas yo soy carnal, vendido al pecado.” Pablo sinceramente deseaba vivir en santidad y pensaba que lo mejor sería por medio de esforzarse por cumplir con la ley de Dios, porque la ley es espiritual por cuanto simple y llanamente refleja o manifiesta el carácter santo de Dios. Pero en la práctica, Pablo encontró que esto le resultaba muy difícil, si no imposible. La razón es porque dentro de él había todavía una fuerza muy grande que trataba por cualquier medio de cometa pecado. Esta es la razón por la cual con un dejo de tristeza, Pablo dice: Pero yo soy carnal. La palabra que se ha traducido como “carnal” significa literalmente “de carne”, esto significa mortal, todavía encarcelado en una humanidad no redimida. No es que Pablo está diciendo que está en la carne, porque no olvide que anteriormente, en el versículo 5 dijo que ya no estaba en la carne. Lo que Pablo está diciendo es que la carne está en él. Por eso dice que está vendido al pecado. Cuando la persona recibe a Cristo como Salvador, el pecado pierde el poder que tenía para dominar a su voluntad a la persona, pero eso no significa que el pecado ha dejado de existir. Sigue presente y aunque no tiene poder para dominar a su voluntad, hace todo lo posible para ejercer dominio sobre creyente. A esto se refiere Pablo cuando aun siendo creyente, dice que está vendido al pecado. El pecado le contamina y echa a perder su deseo interno de obedecer la voluntad de Dios. Al mirar esta triste situación, Pablo nos presenta cuatro lamentos que nos permiten interiorizarnos en la frustración que estaba experimentando. El primer lamento se encuentra en Romanos 7:15-17 donde dice: “Porque lo que hago, no lo entiendo; pues no hago lo que quiero, sino lo que aborrezco, eso hago. Y si lo que no quiero, esto hago, apruebo que la ley es buena. De manera que ya no soy yo quien hace aquello, sino el pecado que mora en mí.” En su frustración Pablo dice: No puedo entender lo que me pasa. Como es posible que me halle haciendo justamente lo que no quiero y que no esté haciendo justamente lo que quiero. Tal vez todos hemos experimentado la misma frustración. Por el hecho que Pablo se encontraba haciendo lo que no quería, era demostración que la ley es buena. La nueva naturaleza de Pablo defiende la norma divina, la ley es buena y jamás puede ser responsable de su pecado. Su nueva naturaleza anhela honrar la ley y guardarla a la perfección. Pablo reconoce que en él reside una nueva naturaleza que está en oposición a una vieja naturaleza. Por este motivo, en su lamento de frustración, Pablo dice: De manera que mi pecado no se origina en mi nueva naturaleza, sino en mi humanidad no redimida, en mi carne, en mi vieja naturaleza. Esto no significa que el creyente no es culpable de los pecados que comete, porque los pecados que comete se originan en su vieja naturaleza. No olvidemos que es el creyente quien decide entre obedecer a los dictámenes de su nueva naturaleza u obedecer a los dictámenes de su vieja naturaleza. El segundo lamento se encuentra en Romanos 7:18-20 donde dice: “Y yo sé que en mí, esto es, en mi carne, no mora el bien; porque el querer el bien está en mí, pero no el hacerlo. Porque no hago el bien que quiero, sino el mal que no quiero, eso hago. Y si hago lo que no quiero, ya no lo hago yo, sino el pecado que mora en mí.” Cuando Pablo dice que sabe que en él, es decir en su carne, no mora el bien, está dando a entender que la carne, o la parte de su ser que todavía no ha sido redimida, sirve como un campamento base desde el cual opera el pecado en la vida del creyente. La prueba de esta declaración es que Pablo se hallaba no haciendo el bien que quería, sino haciendo el mal que no quería. De manera que su pecado no brotaba de su nueva naturaleza sino de su vieja naturaleza, la cual aunque privada del poder que antes tenía, todavía está presente en la vida del creyente y hace todo lo posible para que el creyente la satisfaga por medio de los miembros del cuerpo, inclusive la mente. El tercer lamento de frustración se encuentra en Romanos 7:21-23 donde dice: “Así que, queriendo yo hacer el bien, hallo esta ley: que el mal está en mí. Porque según el hombre interior, me deleito en la ley de Dios; pero veo otra ley en mis miembros, que se revela contra la ley de mi mente, y que me lleva cautivo a la ley del pecado que está en mis miembros.” Nadie puede dudar de la sinceridad de Pablo en desear hacer el bien. Pero todo resultaba en fracaso. No hacía el bien que quería sino el mal que no quería. Pablo descubrió entonces que dentro de él había una ley, o un principio. Esta ley o principio es que el mal está en él. El mal que no quería hacer pero terminaba haciéndolo, se originaba en esta ley. Pero la nueva naturaleza del creyente no se somete a esta ley, sino que se deleita en la ley de Dios, pero dentro del creyente reside esa otra ley que utiliza los miembros del cuerpo, inclusive la mente, para cumplir con sus designios. En el creyente entonces existe una ley que se esfuerza porque el creyente haga el bien y existe otra ley que se esfuerza porque el creyente haga el mal. Estas dos leyes están en permanente oposición. Cuando pecaba, Pablo se había sometido a esa ley que utilizaba a los miembros del cuerpo para que se le satisfaga en sus deseos. El cuarto lamento de frustración de Pablo marca un clímax de desesperación. Romanos 7:24 dice: “¡Miserable de mí!” ¿quién me librará de este cuerpo de muerte?” En un estado de desesperación espiritual, al ver que en sus miembros hay una ley que se rebela contra la ley de su mente, y que le lleva cautivo a la ley del pecado, Pablo exclama: ¡Miserable de mí! Luego complementa este clamor haciendo una pregunta: ¿Quién me librará de este cuerpo de muerte? El verbo librar, es la traducción de un verbo que significa ser rescatado de algún peligro, se usaba de un soldado que rescataba a un compañero herido en el campo de batalla. Pablo se sentía de esa manera, como alguien herido en el campo de batalla, y esperaba con ansiedad que alguien venga a su rescate. El peligro estaba en lo que Pablo llama el cuerpo de muerte. Esto se refiere a la humanidad no redimida del creyente, la cual tiene su base de operación en el cuerpo del creyente. La tradición dice que una antigua tribu que se ubicaba cerca de Tarso, tenía la costumbre de atar a la espalda de un asesino el cuerpo muerto de su víctima, de modo que mientras el cuerpo de la víctima se iba descomponiendo, lenta pero inexorablemente iba infectando y matando al asesino. Tal vez esta era la imagen que Pablo tenía con respecto a su vieja naturaleza, o a su carne, o el cuerpo de muerte. Pero este sentido clamor de Pablo tiene una respuesta totalmente satisfactoria. Esta respuesta aparece en Romanos 7:25 donde dice: “Gracias doy a Dios, por Jesucristo Señor nuestro. Así que, yo mismo con la mente sirvo a la ley de Dios, mas con la carne a la ley del pecado.” Jesucristo es el único que puede librar a Pablo y a cualquier creyente de ese cuerpo de muerte, que todos llevamos dentro. Pablo jamás cesará de agradecer a Dios por esto. En conclusión, Pablo reconoce que dentro de él existe una nueva naturaleza capaz de servir a la ley de Dios, y al mismo tiempo existe una vieja naturaleza capaz de servir a la ley del pecado. La única manera de tener bajo dominio a la vieja naturaleza es por medio de Cristo Jesús, Señor nuestro. En nuestro próximo estudio bíblico veremos como funciona esto en la práctica.

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