La necesidad de que el creyente consagre su vida a Dios

Cordiales saludos, amiga, amigo oyente. La Biblia Dice… le da la bienvenida al estudio bíblico de hoy. Continuando con el estudio del libro de Romanos, en la serie que lleva por título: Romanos, la salvación por gracia por medio de la fe en Cristo Jesús, en esta oportunidad, David Logacho nos hablará en cuanto a la necesidad de que el creyente consagre su vida a Dios.

En nuestro último estudio en el libro de Romanos, concluimos con la segunda parte del libro. No olvide que el libro de Romanos consiste de tres partes. La primera parte, entre los capítulos 1 a 8, es eminentemente doctrinal. La segunda parte, entre los capítulos 9 a 11 es eminentemente dispensacional, y la tercera parte, entre los capítulos 12 a 16 es eminentemente práctica. Antes de mirar con más detalle lo que Dios ha comunicado en la tercera y última parte del libro de Romanos, permítame hacer una reflexión que me parece muy pertinente. Pablo puso un fundamento de once capítulos saturados de verdades espirituales profundas, de buena doctrina, diríamos, antes de exponer los principios bíblicos que rigen la conducta de un creyente. ¿Por qué será? La razón es porque si un creyente no tiene una buena doctrina, una doctrina sana, una doctrina bíblica, será muy difícil que ese creyente manifieste una buena conducta. Lo que el hombre cree se manifiesta en lo que el hombre hace. Por eso está tan torcido el mundo en el cual vivimos. Claro, como el hombre ha dado su espalda a Dios y cree en cualquier cosa, no es extraño que este mundo esté saturado de violencia, corrupción, hambre, enfermedad, inmoralidad y todas las demás lacras prevalecientes en la sociedad moderna. Si usted desea vivir agradando a Dios, necesita primeramente llenar su mente y su corazón de la sana doctrina que brota de cada texto de la palabra de Dios. Es como si el apóstol Pablo estuviera diciendo: Muy bien, creyentes, ahora que saben lo que ustedes son ante Dios, es necesario que comiencen a vivir de acuerdo a lo que son. Ustedes son hijos de Dios, comiencen a vivir como tales. De esto justamente trata la tercera parte del libro de Romanos. Abra su Biblia en Romanos 12 versículos 1 y 2. Dice así esta porción bíblica: “Así que, hermanos, os ruego por las misericordias de Dios, que presentéis vuestros cuerpos en sacrificio vivo, santo, agradable a Dios, que es vuestro culto racional. No os conforméis a este siglo, sino transformaos por medio de la renovación de vuestro entendimiento, para que comprobéis cuál sea la buena voluntad de Dios, agradable y perfecta.” Pablo está rogando. El verbo rogar en este caso, denota la acción de uno que ha sido llamado al lado para ayudar. Pablo va a hablar como un consejero que está para ayudar, pero siendo un apóstol, su ruego tiene el mismo peso que un mandato. En el pasaje bíblico leído encontramos el antecedente del ruego, el ruego en sí mismo y el resultado del ruego. En cuanto al antecedente del ruego, notemos como Pablo hace referencia a todo lo que ha dicho con anterioridad en los capítulos 1 a 11, para sobre esa base decir lo que está por decir. Por eso Pablo comienza esta sección diciendo: Así que. Además, Pablo dirige su ruego a los hermanos. Solamente un genuino creyente está en capacidad de cumplir con lo que Pablo está por decir. El incrédulo no está en capacidad, no sólo porque no quiere, sino más porque no puede. También, el ruego de Pablo es por las misericordias de Dios. Esto significa que mirando lo mucho que Dios ha hecho a favor del creyente, las misericordias de Dios, lo menos que puede hacer el creyente es vivir conforme a lo que Dios ha establecido en su palabra. No nos entregamos a Dios por el temor al castigo, sino por el recuerdo de sus misericordias, y por la gozosa respuesta de un corazón que vive y confía en Dios. Luego de mirar la introducción al ruego, tenemos el ruego en sí mismo. El ruego tiene tres partes. La primera: Que presentéis vuestros cuerpos en sacrificio vivo, santo, agradable a Dios, que es vuestro culto racional. Este ruego tiene que ver con presentar sacrificios. Esto se entenderá mejor si hacemos memoria de dos grandes ofrendas del tabernáculo hebreo. La primera era la ofrenda por el pecado, y era típica no sólo de la congregación para el servicio, sino también de la consagración y limpieza. Era la prefiguración típica del capítulo 7 de Romanos. El hombre pecador, conocedor del mal que hay en su interior, e impotente para desalojarlo, llega delante del altar de su Dios trayendo como sustituto un cordero sin tacha. El pecador coloca su mano sobre la cabeza del cordero, el cual llega a ser una masa de pecado e inmundicia. Este cordero no es santificado, pues sería un sacrilegio presentar esta ofrenda en el altar. Hay una sola cosa que se puede hacer con este cordero. Es llevarlo fuera del campamento, para abrirlo y colocarlo en toda su repugnancia sobre el fuego consumidor que allí siempre arde como tipo del odio de Dios contra el pecado. Esto nos enseña que el corazón pecaminoso no puede ser consagrado a Dios. Primeramente tiene que ser colocado a los pies de Jesucristo para que sea limpiado, y como se hacía en el pasado, podemos colocar nuestras manos sobre el Cordero de Dios, reconociendo que él es nuestro sustituto. Nuestro pecado se transferirá a él y su justicia se transferirá a nosotros. De esta manera somos santificados por su vida y presencia. Pero hubo otra ofrenda, completamente distinta. Se llamaba el holocausto. Después que el pecador había sido limpiado por la ofrenda por el pecado, entonces podía traer su ofrenda para holocausto, también un cordero. Colocando su mano encima del animal, identificándose así con él, el cordero era aceptado y se lo cortaba en pedazos, indicando así que cada parte era preciosa, y luego era quemado en el santo fuego del altar, como olor suave a Jehová. Este sacrificio es tipo del sacrificio que aparece en Romanos capítulo 12. Una vez santificado por la muerte y vida de Cristo, traemos nuestra ofrenda y la colocamos ante el altar de Dios, y es aceptada por Dios. Dios la cataloga como un sacrificio vivo, santo, agradable. Note que la ofrenda es presentada santa, agradable a Dios. No se presenta a Dios para que la haga santa, agradable, sino que porque ya es santa y agradable a Dios, por la obra de Cristo, se la presenta a él. A Dios no se le puede presentar algo que no sea santo. Cuando Pablo habla de presentar nuestro cuerpo en sacrificio vivo, se está refiriendo a una entrega voluntaria de la vida a Dios. Bajo el antiguo pacto, Dios aceptaba los sacrificios de animales muertos, pero debido al sacrificio de Cristo realizado una sola vez y para siempre, los sacrificios del Antiguo Testamento ya no tienen ninguna validez. Para los que estamos en Cristo, la única adoración aceptable es ofrecernos a nosotros mismo totalmente y sin reservas a Dios. Bajo el control de Dios, el cuerpo todavía no redimido del creyente puede y debe rendirse a Dios como un instrumento de justicia. Esto debe ser catalogado como nuestro culto racional. Cuando este texto habla de culto, no se está refiriendo al culto dominical de la iglesia. La palabra culto, es la traducción de la palabra griega “latreía” que está relacionada con el verbo “latreúo” que significa servir y describe la acción que realizaban los sacerdotes del Antiguo Testamento en el tabernáculo y más tarde en el templo. El adjetivo racional, es la traducción del adjetivo griego “logicós” de donde proviene la palabra española “lógico” Algo lógico es toda consecuencia natural y legítima del suceso cuyos antecedentes justifican lo sucedido. Es decir que el ofrecer a Dios nuestra vida como sacrificio vivo, santo, agradable a Dios, es el servicio natural, lógico, que debemos rendir a Dios ante las maravillas que Dios ha hecho por nosotros al habernos dado la salvación, al habernos colocado en Cristo Jesús. Después de que Fritz Kreisler, el gran violinista, presentó uno de sus admirables conciertos, una joven se acercó a él apresuradamente y le dijo: Señor Kreisler, daría mi vida por poder tocar el violín como usted. Él la miró y dijo solemnemente: ¡Mi querida señorita, eso es exactamente lo que yo di! Di mi vida al arte. El vivir como creyentes es igual que ser un violinista maestro, se requiere una vida entera de práctica. Requiere un constante esfuerzo para guardar el corazón puro y las manos limpias, pero el esfuerzo es más que digno, porque esperamos oír a Dios decir: Bien, buen siervo y fiel. En nuestro próximo estudio bíblico veremos los otros elementos del ruego que hace Pablo. Espero que nos acompañe. Mientras tanto, si usted es un genuino creyente, ante las cosas admirables que Dios en su misericordia ha hecho por usted, la respuesta lógica de su parte debería ser adorar o servir a Dios por medio de presentar su vida misma como un sacrificio vivo, santo, agradable a Dios. Vivir como uno quiere, siendo ya creyente, es lo más ilógico ante esa carga de misericordias derramadas por Dios al salvarnos y colocarnos en su Hijo el Señor Jesucristo. Que por la gracia de Dios no permita que esto pase en su vida.

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