Tres varones judíos fieles a Jehová

Cordiales saludos amable oyente. Bienvenida, bienvenido al estudio bíblico de hoy. Estamos estudiando el libro de Daniel. Hemos cubierto ya los dos primeros capítulos y hoy nos corresponde comenzar a estudiar el capítulo tres. En nuestro último estudio bíblico vimos como Nabucodonosor, el rey de Babilonia, honró con creces a Daniel dándole grandes dones, haciéndole gobernador de toda la provincia de Babilonia y nombrándole jefe supremo de todos los sabios de Babilonia. Todo porque Dios capacitó a Daniel para revelar el sueño que había tenido Nabucodonosor y su correspondiente interpretación. También los tres amigos de Daniel, Ananías, Misael y Azarías, fueron puestos sobre los negocios de la provincia de Babilonia. La última parte del último versículo del capítulo dos dice: Y Daniel estaba en la corte del rey. No se puede saber con precisión cuántos años habrán pasado desde el momento que Nabucodonosor tuvo su sueño, hasta el momento cuando sucedió el episodio en el capítulo tres, pero no debe haber sido menos de unos veinte años. Con esto en mente, vayamos a la primera parte de Daniel capítulo tres.

Si tiene una Biblia a la mano, ábrala en Daniel 3. La historia gira alrededor de una gran estatua que el rey Nabucodonosor hizo construir para que sus súbditos le adoren. En esta historia no aparece Daniel, sino solamente sus tres amigos, Ananías, Misael y Azarías, a quienes los Babilonios llamaron Sadrac, Mesac y Abed-nego, respectivamente. Con esto en mente, lo que primero notamos en Daniel 3 es al rey erigiendo su estatua. Daniel 3:1 dice: El rey Nabucodonosor hizo una estatua de oro cuya altura era de sesenta codos, y su anchura de seis codos; la levantó en el campo de Dura, en la provincia de Babilonia.
Si consideramos que Daniel fue llevado en cautiverio a Babilonia en el año 605 AC y pasó tres años en preparación antes de ser presentado al rey Nabucodonosor, entonces debe haber sido por el año 602 AC cuando Daniel interpretó el sueño de Nabucodonosor, según el cual su reino, simbolizado por la cabeza de oro de la imagen, iba a dejar de existir para abrir paso al reino Medo-Persa, simbolizado por el pecho y los brazos de plata de la imagen. Según los expertos, deben haber transcurrido al menos unos veinte años entre el final de Daniel 2 y el comienzo de Daniel 3. Asumiendo esto, estaríamos hablando de que Nabucodonosor hizo erigir la estatua de oro por el año 582 AC, unos cuatro años después de que Nabucodonosor había arrasado Jerusalén y había destruido sus muros y el famoso templo construido por Salomón. Esto sucedió en el año 586 AC. Nabucodonosor debe haber estado sintiéndose como amo y señor del mundo. Henchido de orgullo, decidió erigir un monumento o una estatua en conmemoración de sus logros. Acorde con el esplendor de su reino, Nabucodonosor quería hacer algo que nadie jamás hubiera hecho antes. De ahí nació la idea de hacer esa estatua de oro de dimensiones descomunales. Nada más y nada menos que 60 codos de alto y 6 codos de ancho. Puesto en el sistema métrico, esto significa 27 metros de alto por 2,7 metros de ancho. En cuanto a la forma de la estatua, algunos piensan que tal vez era una imagen del rey, otros piensan que simplemente era una pirámide. El texto no revela detalles en cuanto a esto. Los ingenieros de Nabucodonosor deben haber hecho uso de todo su conocimiento para asegurar esta estatua en el suelo sin el peligro que se caiga. El lugar donde se levantó la estatua era una llanura que se llamaba Dura, en la provincia de Babilonia. En segundo lugar tenemos al rey dedicando la estatua. Daniel 3:2-3 dice: Y envió el rey Nabucodonosor a que se reuniesen los sátrapas, los magistrados y capitanes, oidores, tesoreros, consejeros, jueces, y todos los gobernadores de las provincias, para que viniesen a la dedicación de la estatua que el rey Nabucodonosor había levantado.
Dan 3:3 Fueron, pues, reunidos los sátrapas, magistrados, capitanes, oidores, tesoreros, consejeros, jueces, y todos los gobernadores de las provincias, a la dedicación de la estatua que el rey Nabucodonosor había levantado; y estaban en pie delante de la estatua que había levantado el rey Nabucodonosor.
¿De qué sirve hacer algo tan espectacular si no hay gente que lo admire? Esto es lo que pensaba el rey, y en consecuencia invitó a la flor y nata de su reino para que asistan a la ceremonia de dedicación de la fastuosa estatua. Los invitados eran los sátrapas, o los líderes de provincia, los magistrados, o los líderes militares, los capitanes, o los gobernadores civiles, los oidores, o los consejeros del gobierno, los tesoreros, o los que manejaban el tesoro del reino, los jueces, o los que se ocupaban de los asuntos legales, y todos los gobernadores de las provincias. Llegado el día y la hora, toda esta gente estaba solemnemente de pie ante la estatua que por órdenes del rey se había levantado en la llanura de Dura. En tercer lugar, tenemos al rey ordenando que todos los presentes adoren la estatua. Daniel 3:4-6 dice: Y el pregonero anunciaba en alta voz: Mándase a vosotros, oh pueblos, naciones y lenguas,
Dan 3:5 que al oír el son de la bocina, de la flauta, del tamboril, del arpa, del salterio, de la zampoña y de todo instrumento de música, os postréis y adoréis la estatua de oro que el rey Nabucodonosor ha levantado;
Dan 3:6 y cualquiera que no se postre y adore, inmediatamente será echado dentro de un horno de fuego ardiendo.
El pregonero del rey simplemente obedecía las órdenes del rey. La voluntad del rey era que al oír el son de la bocina, de la flauta, del tamboril, del arpa, del salterio, y de la zampoña, todo una orquesta, no sólo los nobles de la sociedad babilónica, sino toda la gente en general, pueblos, naciones y lenguas, se postren, es decir se acuesten boca abajo en el suelo, y de esa manera rindan adoración a la estatua que el rey Nabucodonosor había levantado. Pero una orden sin una pena o castigo en caso de que no se cumpla no sirve de mucho. Por eso el rey determinó que cualquiera que no se postre y adore la estatua, inmediatamente será arrojado dentro de un horno de fuego ardiendo. Así que la orden del rey era también para Daniel y sus tres amigos, Ananías, Misael y Azarías. Es muy posible que por sus ocupaciones, Daniel no haya estado en las inmediaciones de Dura, donde se había levantado la estatua, y por eso no estaba al tanto de la orden del rey dada por medio del pregonero real, pero no así los otros jóvenes quienes se vieron en una encrucijada. Si obedecían la orden del rey no había problema y conservaban la vida, pero si no obedecían la orden del rey, tendrían que ser arrojados vivos al horno de fuego. Los jóvenes judíos sabían que al único que debían adorar es a Jehová, el único y verdadero Dios. En nuestro próximo estudio bíblico veremos cuál fue el desenlace de esta encrucijada. Pero antes de ello, permítame una reflexión para luego hacer una aplicación a nuestra vida práctica. Con los ojos de nuestra imaginación, veamos a Nabucodonosor aceptando que Jehová, el Dios de Israel, es Dios de dioses y Señor de los reyes, como dice en Daniel 2:47, a raíz que Daniel reveló el sueño que había tenido el rey y su interpretación. Sin embargo, a la vuelta de veinte años, el mismo Nabucodonosor está erigiendo una estatua de oro para que la gente le adore como si fuera Dios. ¿Qué habrá hecho cambiar a este voluble rey? Lo más probable es que durante esos veinte años, el rey conquistó todo lo que quiso. Sus logros llenaron su corazón de orgullo. En su orgullo se olvidó de Dios. Sus logros personales le enceguecieron tanto, que no veía ninguna otra cosa que no fuera él mismo. Pero no seamos muy prestos para condenar a Nabucodonosor porque nosotros también solemos cometer el mismo error. ¿De qué manera? Pues cuando tenemos salud, dinero y amor, nos olvidamos de Dios. Claro. ¿Para qué necesitamos de Dios si estamos rebosando de buena salud, si tenemos abundancia de comida, abundancia de dinero, abundancia de posesiones materiales, si tenemos placer a raudales, si somos queridos y aceptados por todos? Parecería que no haría falta Dios en situaciones así. Es justamente por esta sencilla razón que muchas personas acaudaladas no tienen el más mínimo interés en acercarse a Dios. Eso fue justamente lo que le pasó a Nabucodonosor. Tal vez en su caso no fue la salud, el dinero y el amor, lo que llenó su corazón de orgullo, sino el poder, la fama, el saber. Cuidado amigo oyente con sacrificar a Dios en el altar de la opulencia. Con razón que el sabio proverbista dice lo siguiente en Proverbios 30:7-9 Dos cosas te he demandado;
No me las niegues antes que muera:
Pro 30:8 Vanidad y palabra mentirosa aparta de mí;
No me des pobreza ni riquezas;
Manténme del pan necesario;
Pro 30:9 No sea que me sacie, y te niegue, y diga: ¿Quién es Jehová?
O que siendo pobre, hurte,
Y blasfeme el nombre de mi Dios.
No permitamos jamás que el éxito nos vuelva ciegos a Dios.

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