Jesús da a los discípulos poder para expulsar demonios

Es muy grato saludarle amiga, amigo oyente. Soy David Araya dándole la bienvenida al estudio bíblico de hoy. Estamos estudiando el Evangelio según Mateo en la serie titulada: Jesucristo, Rey de reyes y Señor de señores. Luego de haber ascendido a la cima de la gloria, donde Pedro, Jacobo y Juan contemplaron a Jesús en la gloria de su esencia divina, fue necesario descender al valle del diario vivir, en el cual el pecado, el sufrimiento y la incredulidad son características notables. Fue en ese valle donde los discípulos de Jesús fracasaron rotundamente en expulsar un demonio de un muchacho. Fue necesario que Jesús intervenga personalmente para expulsar al demonio. Esto despertó la curiosidad en los discípulos. Jesús les había dado poder para expulsar demonios, sin embargo, por alguna razón, no pudieron usar ese poder. Querían saber por qué. Sobre esto nos hablará David Logacho en el estudio bíblico de hoy.

Es una gran bendición para mí compartir este tiempo junto a usted amable oyente. Gracias David por la introducción. Efectivamente, no existe nada tan frustrante como cuando uno sabe hacer algo y tiene todo para hacerlo, sin embargo no se lo puede hacer. Eso es justamente lo que deben haber experimentado los discípulos de Jesús por el fracaso en expulsar un demonio de la vida de un muchacho. Es razonable por tanto que los discípulos de Jesús estén buscando alguna explicación para tan sonado fracaso. Esto nos lleva directamente al pasaje bíblico que tenemos para nuestro estudio de hoy. Se encuentra en Mateo 17 a partir del versículo 19. Consideremos la pregunta de los discípulos. Leo Mateo 17:19. La Biblia dice: Viniendo entonces los discípulos a Jesús, aparte, dijeron: ¿Por qué nosotros no pudimos echarlo fuera?
Se trataba de un asunto doméstico. Los trapos sucios se lavan en casa, afirma el popular dicho. Por eso los discípulos toman a Jesús aparte para hacerle una pregunta sobre algo que tanto les intrigaba. ¿Por qué nosotros no pudimos echar fuera al demonio del muchacho? Después de todo, los discípulos siguieron todos los pasos que siempre culminaban en la expulsión de demonios. ¿Qué falló esta vez? Veamos la respuesta de Jesús. Se encuentra en Mateo 17:20-21. La Biblia dice: Jesús les dijo: Por vuestra poca fe; porque de cierto os digo, que si tuviereis fe como un grano de mostaza, diréis a este monte: Pásate de aquí allá, y se pasará; y nada os será imposible. Pero este género no sale sino con oración y ayuno.
El fracaso en expulsar el demonio se debió única y exclusivamente a la poca fe de los discípulos. Pero, espere un momento. Los discípulos podían, hasta poco antes de ese incidente, expulsar demonios. ¿Quiere decir que ese momento los discípulos tenían menos fe que antes? Pues no se trata de cantidad de fe, como de calidad de fe. Por eso Jesús pasa a hablar de la fe como un grano de mostaza. La fe como un grano de mostaza es la fe viva, así como en el grano de mostaza hay vida, y también es una fe en crecimiento, así como el grano de mostaza germina y crece hasta hacerse una enorme planta. Allí estaba el problema de los discípulos. Su fe, aunque poca, se quedó estática. No se manifestó en transformación de vida y no creció. Parece que mientras Jesús acompañado de Pedro, Jacobo y Juan fueron al monte donde tuvo lugar la transfiguración, los nueve apóstoles que no participaron, se dedicaron a la dolce vita. No es que se metieron en pecados groseros y evidentes, sino que simplemente descuidaron su comunión personal con Dios. Es posible que estaban envidiosos de Pedro, Jacobo y Juan y eso les condujo a dejar de orar, dejar de ayunar, dejar de servir a otros. Eso se infiere del comentario de Jesús cuando dijo: Pero este género, refiriéndose al tipo de demonio, no sale sino con oración y ayuno. Fue por eso que cuando se presentó un enemigo poderoso como aquel demonio en la vida de ese muchacho, los nueve apóstoles estaban espiritualmente débiles. Se habían despojado de la armadura espiritual tan indispensable para hacer frente a los poderosos enemigos. Pero si la fe de los discípulos hubiera sido como el grano de mostaza, una fe viva, una fe en crecimiento, demostrada por una disciplina en la vida espiritual, los discípulos hubieran podido, no solamente expulsar al demonio de la vida de ese muchacho, sino inclusive ordenar a un monte que se pase de cierto lugar a otro diferente. Cuando la fe como un grano de mostaza está presente en la vida de un creyente, nada es imposible para ese creyente. Esta declaración de Jesús podría conducir a conclusiones equivocadas. Jesús no está diciendo que la fe es más poderosa que Dios y que con tal de tener fe no hace falta Dios. Esto sería fe en la fe, como afirman muchos hoy en día, quienes piensan que con tal de creer con mucha fuerza en cualquier cosa, eso se va a cumplir de todas maneras. Jesús no está diciendo esto. Jesús no está promocionando el pensamiento positivo. Para que la fe sea como un grano de mostaza, la fe necesita estar depositada en la persona de Dios. Cuando alguien deposita esa fe como de un grano de mostaza, en la persona de Dios, pensará como Dios, querrá lo que quiere Dios, y en consecuencia recibirá de Dios cualquier cosa que pida porque estará pidiendo en la voluntad de Dios y todo lo que se pide a Dios conforme a la voluntad de Dios, Dios lo concede. En todo esto yace una grandiosa lección para nosotros hoy en día. A Dios no le impresionan los ritos, los procedimientos, los pasos ordenados, el orden del culto, y todo lo demás, cuando se los hace con un corazón frío por la falta de comunión personal con él. Los discípulos dieron todos los pasos para expulsar al demonio del muchacho, pero no pudieron hacerlo. Primero es la devoción, después la acción. Primero es el tiempo a solas con Dios para alimentarnos de su palabra, para orar, para meditar, para deleitarnos en su presencia, para ayunar si eso es lo que Dios nos mueve a hacer, y entonces habrá resultado en la obra, en la ejecución de procesos, en el servicio a otros. Jamás olvidemos esta lección importante. Es la fe como un grano de mostaza, la que hace falta para aceptar el hecho que Jesús tenía que morir y resucitar. Note lo que tenemos en Mateo 17:22-23. La Biblia dice: Estando ellos en Galilea, Jesús les dijo: El Hijo del Hombre será entregado en manos de hombres, y le matarán; mas al tercer día resucitará. Y ellos se entristecieron en gran manera.
Mientras los discípulos estaban en Galilea, por segunda vez Jesús anunció su pasión, muerte y resurrección. Usó el título Hijo del Hombre para referirse a sí mismo por cuanto él es el Cristo, el Mesías, el Rey de Israel. Los discípulos, con la poca fe que tenían esos instantes, reaccionaron de una manera predecible. Dice el texto que se entristecieron en gran manera. La tristeza se debe a que estaban viendo diluirse sus ilusiones de fama y poder. Claro, sin Jesús reinando en la tierra, ellos ya no tendrían los beneficios de estar reinando junto a él. Muy en el fondo de cada ser humano existe una verdadera pasión por ser importante y cuando eso se ve amenazado, la reacción normal es la tristeza. Eso les estaba pasando a los apóstoles. Su fe no había crecido lo suficiente como para saber que lo que iba a pasar con Jesús era absolutamente necesario, porque eso fue lo que el Padre había determinado desde antes de la fundación del mundo. Finalmente, Mateo registra un milagro único. Permítame leer el texto en Mateo 17:24-27. La Biblia dice: Cuando llegaron a Capernaum, vinieron a Pedro los que cobraban las dos dracmas, y le dijeron: ¿Vuestro Maestro no paga las dos dracmas? El dijo: Sí. Y al entrar él en casa, Jesús le habló primero, diciendo: ¿Qué te parece, Simón? Los reyes de la tierra, ¿de quiénes cobran los tributos o los impuestos? ¿De sus hijos, o de los extraños? Pedro le respondió: De los extraños. Jesús le dijo: Luego los hijos están exentos. Sin embargo, para no ofenderles, ve al mar, y echa el anzuelo, y el primer pez que saques, tómalo, y al abrirle la boca, hallarás un estatero; tómalo, y dáselo por mí y por ti.
Este milagro es único porque únicamente Mateo lo registra, es el único milagro que hizo Jesús para satisfacer sus propias necesidades y es el único milagro que tuvo que ver con dinero. Jesús y sus discípulos estaban en Capernaúm, la ciudad costera en el mar de Galilea. En eso, se acercan los recaudadores de las dos dracmas a Pedro y le dicen: ¿Vuestro maestro no paga las dos dracmas? Las dos dracmas, era el impuesto que se cobraba anualmente a todo judío y servía para el mantenimiento del templo. Tal vez aturdido, lo único que Pedro atinó a responder es: Si. Pero esa respuesta ponía a Pedro en un serio aprieto, porque él sabía que ni él, ni Jesús tenían un solo centavo, por decirlo así. Jesús y sus discípulos no eran prósperos económicamente como afirman algunos hoy en día. A pesar de ser el dueño de todo lo que existe, Jesús no tenía para pagar este impuesto. Cuando Pedro entró a la casa donde estaba Jesús, antes que abra la boca, Jesús ya sabía lo que había pasado. Jesús es Dios y nada le puede estar oculto. Jesús entonces pregunta a Pedro: ¿Qué te parece, Simón? Los reyes de la tierra, ¿de quienes cobran los tributos o los impuestos? ¿De sus hijos o de los extraños? Pedro respondió correctamente diciendo: De los extraños. Jesús confirma la respuesta de Pedro diciendo: Luego los hijos están exentos. En este diálogo de Jesús con Pedro es obvio que Jesús está afirmando su deidad. Como Hijo de Dios, Jesús no tenía por qué pagar el impuesto para el mantenimiento de la casa de Dios, no obstante, para evitar ofensas, Jesús estaba dispuesto a pagar. El problema era: ¿De dónde sacar el dinero? Jesús ya lo había resuelto. Ordenó a Pedro que vaya al mar, arroje el anzuelo, y el primer pez que saque, tendrá un estatero, equivalente a cuatro dracmas, en la boca. Eso será suficiente para pagar el impuesto de Jesús y Pedro. Aunque Mateo no lo registra, es indudable que Pedro obedeció y su obediencia fue honrada y quedó libre de seguir adeudando al templo. Aprendemos de esto que Jesús es Dios y también aprendemos que como ciudadanos de cualquier país, debemos estar al día en los pagos de nuestras contribuciones. No es un buen testimonio el que los creyentes adeuden o engañen en el pago de sus impuestos.

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