Transfiguración de Jesús

Reciba saludos amable oyente. Soy David Araya dándole la bienvenida al estudio bíblico de hoy. Continuamos estudiando el Evangelio según Mateo en la serie que lleva por título: Jesucristo, Rey de reyes y Señor de señores. Luego de la pausa musical estará con nosotros David Logacho para hablarnos acerca de la transfiguración de Jesús.

Que gozo es estar nuevamente con usted amable oyente. Vamos a continuar con el estudio del Evangelio según Mateo. Lo último tratamos fue acerca de la promesa de Jesús a algunos de sus discípulos en cuanto a que no morirán físicamente hasta que hayan visto al Hijo del Hombre viniendo en su reino. La palabra que se ha traducido como “reino” implica el esplendor de la realeza. Por eso, es natural pensar que la promesa que hizo Jesús a algunos de sus discípulos se cumplió cuando Jesús se transfiguró ante ellos. Veamos de qué se trata. Si tiene una Biblia a la mano, ábrala en Mateo capítulo 17. Lo primero que vamos a notar es el lugar y los testigos de la transfiguración. Voy a leer el texto en Mateo 17:1 Seis días después, Jesús tomó a Pedro, a Jacobo y a Juan su hermano, y los llevó aparte a un monte alto;
Hubo un intervalo de seis días entre el anuncio de la promesa y el cumplimiento de la promesa. Cuando Lucas relata la transfiguración de Jesús, dice que aconteció como ocho días después de que Jesús hizo la promesa. En esto no hay contradicción. Mateo se refiere al intervalo entre el anuncio de la promesa y el cumplimiento de la promesa, y Lucas se refiere al tiempo total, tomando en cuenta el día cuando Jesús hizo la promesa y el día cuando Jesús cumplió la promesa. Por eso son como ocho días en el lenguaje de Lucas. Los discípulos que tuvieron el privilegio de ser testigos de la transfiguración de Jesús, fueron Pedro, Jacobo y Juan, hermano de Jacobo. Este es el trío de discípulos que siempre aparece más íntimamente relacionado con Jesús en el Nuevo Testamento. Jesús los llevó a un monte alto. Aunque no se puede ser dogmático, parece que el monte alto puede ser el monte Hermón por cuanto está muy cerca de Cesarea de Filipo donde estaba Jesús y sus discípulos. En segundo lugar tenemos la transfiguración en sí mismo. Voy a leer el texto en Mateo 17:2. La Biblia dice: y se transfiguró delante de ellos, y resplandeció su rostro como el sol, y sus vestidos se hicieron blancos como la luz.
Ante la estupefacta mirada de Pedro, Jacobo y Juan, Jesús se transfiguró. El verbo que se ha traducido como “transfigurarse” es el mismo verbo del cual proviene nuestra palabra “metamorfosis” Jesús se “metamorfoseó” La metamorfosis habla de un cambio de forma externa el cual se origina en lo interno. Cuando una oruga se transforma en una hermosa mariposa, se dice que ha tenido lugar la metamorfosis. La gloria que los discípulos contemplaron en Jesús no fue algo que provenía del exterior sino del interior. Jesús permitió que la gloria de su esencia divina se manifieste externamente por un momento, de modo que sus discípulos puedan apreciarla. Mateo relata que el rostro de Jesús resplandeció como el sol. Sus vestidos se hicieron blancos como la luz. Esta experiencia debió haber revestido especial significado para Pedro. Recuerde que poco tiempo antes, Pedro confesó que Jesús era el Cristo el Hijo del Dios viviente. Ahora estaba viendo con sus propios ojos que realmente Jesús es el Cristo. Es necesario primero creer para luego ver. Al leer sobre este extraordinario episodio, nos embarga una sana envidia. Cómo no nos gustaría haber estado en los zapatos de Pedro o de Jacobo o de Juan, pero ¿sabe una cosa amable oyente? No deberíamos sentir esta sana envidia porque la Biblia nos promete que algún día, nosotros también veremos a Jesús en su magnífica gloria celestial. Más aún, en la medida que contemplamos a Jesucristo en la palabra de Dios, somos transformados de gloria en gloria en la misma imagen, como por el Espíritu del Señor, según lo que el apóstol Pablo afirma en 2 Corintios 3:18. Pero los discípulos no sólo contemplaron la gloria de Jesús, sino también la gloria de su reino. Permítame leer en Mateo 17:3. La Biblia dice: Y he aquí les aparecieron Moisés y Elías, hablando con él.
Las sorpresas para los tres discípulos no se habían terminado. En la escena aparecieron dos famosos personajes de la vida de Israel. Nada más y nada menos que Moisés y Elías. Por un lado, esto comprueba que Moisés y Elías estaban vivos aunque no estaban en el mundo de los vivos. Me explico. Moisés y Elías habían muerto siglos antes del episodio que está relatando Mateo. Sin embargo, Moisés y Elías no se habían aniquilado ni tampoco estaban dormidos o inconscientes en algún lugar esperando la resurrección. Moisés y Elías estaban vivos y muy conscientes. Mateo dice que estaban hablando con Jesús. Inclusive Lucas nos informa sobre lo que hablaban. Hablaban del viaje que Jesús estaba pronto a hacer a Jerusalén donde iba a sufrir la pasión, la muerte y la resurrección. Una escena espectacular. Jesús el Cristo, el Mesías, el Rey de Israel en toda su gloria. Moisés representando la ley y Elías representado a los profetas. La ley y los profetas, dos partes importantes del Antiguo Testamento anuncian los padecimientos de Cristo y su subsiguiente glorificación. Pero también se lo puede mirar de otra manera, haciendo alusión al futuro reino milenial, una vez que Jesucristo venga por segunda vez a la tierra, al final de la tribulación. Jesús es el Rey en el futuro reino milenial. Moisés, por el hecho que murió, representa a los súbditos del reino milenial que murieron habiendo obtenido el perdón de pecados y en consecuencia han resucitado. Elías, por el hecho que no murió, sino que fue trasladado al cielo, representa a los súbditos del reino milenial que han entrado al reino sin pasar por la muerte, es decir a los creyentes que estén vivos cuando ocurra el rapto o arrebatamiento, en otras palabras, la iglesia. Los tres discípulos de Jesús que estaban presentes, representan a los creyentes, que estén vivos al final de la tribulación, cuando venga por segunda vez Jesucristo para establecer su reino milenial y con cuerpos humanos, como los nuestros hoy en día, entren al reino milenial. Hermoso, ¿no le parece? En tercer lugar, tenemos la reacción de los discípulos ante la transfiguración. Leo el texto en Mateo 17:4. Entonces Pedro dijo a Jesús: Señor, bueno es para nosotros que estemos aquí; si quieres, hagamos aquí tres enramadas: una para ti, otra para Moisés, y otra para Elías.
Bueno, tenemos nuevamente a Pedro, levantando la voz a nombre de los otros dos discípulos de Jesús. Profundamente conmovido por lo que sus ojos percibían se dirige a Jesús, llamándole Señor, un título que expresa divinidad. Una vez más, Pedro reconoce que el hombre Jesús es también Dios, el Cristo, el Mesías, el Rey de Israel. En lo que Pedro dijo podemos reconocer dos pensamientos importantes. Por un lado, Pedro expresó a Jesús lo privilegiado que se sentía al haber sido parte de esa experiencia tan maravillosa. A nombre de los discípulos dice: Bueno es para nosotros que estemos aquí. Pero por otro lado, Pedro expresa a Jesús su deseo de capturar para la posteridad lo que estaba viendo con sus ojos. Consulta a Jesús si quería que los discípulos hagan tres enramadas, una para Jesús, otra para Moisés y otra para Elías. Las enramadas son esa especie de rústicas cabañas que los judíos edificaban con ramas durante la celebración de la fiesta de los tabernáculos. No dudo sobre las buenas intenciones que tenía Pedro, pero no siempre las buenas intenciones del hombre están en concordancia con la voluntad de Dios. Por eso es que mientras Pedro estaba hablando fue interrumpido por una voz del cielo. Note lo que tenemos en Mateo 17:5-6. La Biblia dice: Mientras él aún hablaba, una nube de luz los cubrió; y he aquí una voz desde la nube, que decía: Este es mi Hijo amado, en quien tengo complacencia; a él oíd. Al oír esto los discípulos, se postraron sobre sus rostros, y tuvieron gran temor.
Pedro se debe haber quedado lívido. Mientras hablaba, una nube de luz cubrió a Jesús, Moisés y Elías. Esta nube de luz no era otra cosa sino la Shekina o la luz brillante que rodea a la gloria divina. Acto seguido, Pedro y los otros dos discípulos oyeron una voz que provenía desde la nube y decía: Este es mi Hijo amado, en quien tengo complacencia, a él oíd. Era la voz del Padre celestial dando testimonio a favor de Jesús su Hijo. Jesús es el Hijo amado del Padre. Como tal, el Padre le ha dado todo y en consecuencia Jesús el Hijo está por encima de todo. Él es preeminente. Está por encima de Moisés y Elías. Pedro se equivocó cuando puso en un mismo plano a Jesús, a Moisés y a Elías. El Padre celestial dijo a Pedro y los otros dos que deben oír a Jesús. Así es amable oyente. La gente puede decir lo que quiera, pero en último término, lo único que cuenta es lo que dice Jesús y lo que dice Jesús está en la palabra de Dios. Habiendo oído la palabra del Padre, Pedro, Jacobo y Juan se postraron sobre sus rostros, de cara al piso, en actitud de adoración y temor reverente hacia Dios. Finalmente, en cuarto lugar, tenemos el epílogo de la transfiguración. Permítame leer el texto en Mateo 17:7-8. La Biblia dice: Entonces Jesús se acercó y los tocó, y dijo: Levantaos, y no temáis. Y alzando ellos los ojos, a nadie vieron sino a Jesús solo.
No se sabe cuánto tiempo pasaron los discípulos con la cara al piso, pero en algún momento sintieron el toque de Jesús quien les dijo: Levantaos, y no temáis. Al instante, los discípulos levantaron los ojos y la maravillosa experiencia que vivieron se había terminado. A nadie vieron sino a Jesús solo. Jesús cumplió su promesa. Antes de morir, tres de sus discípulos vieron a Jesús, como el Hijo del Hombre viniendo en su reino. Qué maravilloso pensar que si usted ha recibido a Jesucristo como su Salvador, usted tiene la certera esperanza de mirar con sus propios ojos a Jesús en su gloria celestial. A Jesús le esperaba el descenso al profundo valle de la humillación para poder perdonar el pecado del hombre, pero después le esperaba el ascenso a la suprema gloria de su Padre celestial, donde está en la actualidad, mientras espera el momento para venir a este mundo por segunda vez para reinar.

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