Cómo transitar por la senda del dolor que nos produce cualquier pérdida

Es grato para mí estar nuevamente con usted amable oyente, para juntos participar en el estudio bíblico de hoy. Estamos estudiando el tema de las situaciones difíciles de la vida, a las cuales hemos llamado valles. Lo último que vimos fue acerca del dolor que experimentamos ante cualquier pérdida, especialmente ante la muerte de algún ser querido. En esta ocasión, hablaremos acerca de cómo transitar por la senda del dolor que nos produce cualquier pérdida.

La pérdida de cualquier índole, pero más frecuentemente, la pérdida de un ser querido, causa profundo dolor y tristeza. Una de las primeras cosas que necesitamos tomar conciencia cuando estamos en estas circunstancias, es que esta situación no desaparece de la noche a la mañana, como por arte de magia, o como resultado de las palabras de consuelo que recibimos y ni siquiera como resultado del consuelo que podemos encontrar en la palabra de Dios, el cual proviene del Dios de la palabra. Dios ciertamente es el Consolador por excelencia, pero eso no significa que de un momento a otro vamos a olvidar aquello que nos causó tanto dolor y vamos a comenzar a vivir tal cual como estábamos antes de que se produzca la pérdida. El dolor es en realidad como un sendero que atraviesa un profundo y oscuro valle, y del cual, si queremos salir, la única forma es por caminar por ese sendero, por andar por aquel camino. Esto toma tiempo por un lado y por otro lado demanda mucho esfuerzo. Así que, amable oyente, si usted está ahora mismo sumido en el valle del dolor por la pérdida de cualquier índole, no espere algo mágico, algo sobrenatural que venga a su vida para que se libre de ese lacerante dolor. Más bien disponga su corazón para transitar por la senda del dolor para que en su momento pueda salir de aquel valle. Así fue justamente como lo vio David. Ponga atención a las palabras que él escribió en Salmo 23:4 Aunque ande en valle de sombra de muerte,
No temeré mal alguno, porque tú estarás conmigo;
Tu vara y tu cayado me infundirán aliento.
Note que David reconocía que tenía que andar en el valle de sombra de muerte. Es decir, que David no estaba esperando que Jehová hiciera un milagro y le diera alas para sobrevolar por el valle de sombra de muerte. No. David reconoce que la única manera de salir del valle de sombra de muerte es andando a través de él. Sin embargo, David dice también que en su transitar por el valle de sombra de muerte, no hay razón para temer mal alguno. El valle de sombra de muerte no es placentero que digamos. La muerte no es natural ni para el que muere ni para los que están relacionados de alguna manera con alguien que muere. La muerte nos confronta brutalmente con nuestra propia fragilidad. Pero a pesar de lo tortuoso y tétrico del camino, no hay motivo para temer. David podía caminar por el valle de sombra de muerte, con la total seguridad de que en su tiempo va a salir de ese valle sin ser herido o lastimado. Dios no está ofreciendo a David librarle de caminar por el valle de sombra de muerte. Lo que está haciendo Dios es ofreciendo a David la protección necesaria para que cuando camine por el valle de sombra de muerte no tema mal alguno. La seguridad se origina en la presencia de Dios. David dijo a Dios: Tú estarás conmigo. Es la misma promesa que todos tenemos amable oyente. Dios está con nosotros por dondequiera que vayamos, inclusive cuando por la pérdida de un ser querido, nos vemos forzados a entrar al valle de sombra de muerte. No espere ser librado de caminar por el valle de sombra de muerte. Si confía en Dios, como David, espere ser protegido por Él mientras camina por el valle de sobra de muerte. Visto de otro lado, debe ser fatal tener que caminar por el valle de sombra de muerte, sin tener alguien que sea nuestro guía en la caminata. A decir verdad, nosotros los creyentes tenemos al mejor guía que podamos imaginar. Este guía conoce cada recodo de ese sombrío valle. Este guía es el Señor Jesucristo. Hablando sobre él, Isaías dijo en el capítulo 53 versículo 3, que él fue despreciado y desechado entre los hombres, varón de dolores, experimentado en quebranto. Tal es el carácter de este guía amable oyente. Los andinistas que intentan escalar las hermosas y escarpadas montanas de los Andes, necesitan de un experimentado guía para lograr su objetivo. Tener un experimentado guía es vital para una empresa de esa naturaleza. Igualmente, tener un experimentado guía es vital para la empresa de caminar por el valle de sombra de muerte. El experimentado guía es Jesucristo, porque él conoce la senda como ningún otro, porque él caminó por esa senda como el varón de dolores experimentado en quebranto y está dispuesto a acompañar a cualquier persona que quiere ocuparlo como guía. Si no quiere deambular sin rumbo en el valle del dolor, usted necesita la guía del Señor Jesucristo. Para ello, necesita primeramente confiar en él como Salvador porque fue también él quien pagó lo que usted tenía que pagar como pecador. Él murió por usted en la cruz del Calvario, para que usted pueda quedar libre de pagar el castigo por el pecado. No desprecie esta obra maravillosa de Cristo Jesús. Hoy mismo recíbalo como su Salvador y como uno de los beneficios adicionales de esta decisión, él estará listo para ser su guía el momento que lo necesite. Los que han transitado por el valle del dolor causado por la pérdida de cualquier índole, nos dicen que ese sendero pasa por diversas etapas. En muchos casos, porque no en todos sucede lo mismo, comienza por un estado de shock. Es como cuando uno sufre un golpe muy fuerte en la cabeza. Por unos instantes se pierde el sentido de lo que está pasando. La persona entra a un estado de inconsciencia. Es un mecanismo de autodefensa del cuerpo para amortiguar un dolor que va más allá del umbral de dolor permitido para esa persona. Igual pasa con alma amable oyente. Cuando por primera vez se conoce de una pérdida importante, o de la muerte súbita de un ser querido, entra en funcionamiento este mecanismo para amortiguar el tremendo dolor que resulta de esto. Es una etapa donde las cosas parecen irreales. Como si se tratara de una horrible pesadilla de la cual despertaremos muy pronto. Luego viene una etapa de negación. La persona se resiste a admitir que se ha producido la pérdida. Simplemente no puede creer que ha ocurrido el divorcio, o que le han despedido del trabajo, o que le han robado la casa o que el negocio se ha ido a la quiebra o que algún ser querido ha fallecido. Después, cuando se ha superado esta etapa, entra una etapa de ira, de resentimiento. ¿Por qué a mí? ¿Por qué tuvo que ser mi papá? ¿Si Dios me ama, por qué ha permitido que me pase esto? Algo malo debo haber hecho y por eso Dios me está castigando. ¿Por qué se ha ido, dejándome sola? ¿Acaso no sabe que ahora no podré criar a los hijos sin la presencia de un padre? A veces la ira no es contra Dios sino inclusive contra la persona que ha fallecido o contra las circunstancias que rodearon la pérdida. Aquí es cuando entran esos pensamientos de: Si me hubiera hecho caso que no viaje o que no salga, o que no se vaya, o si me hubiera hecho caso de que vaya al médico, o si no hubiera hecho costumbre de llegar tarde a casa. Después de esta etapa, comienza quizá la parte más difícil del proceso. Es la depresión. La persona que ha sufrido la pérdida pierde las ganas de vivir. Todo ve oscuro, nebuloso, triste. No tiene deseo de nada. Pierde el apetito, el sueño. Se torna irritable. Desea estar solo la mayor parte del tiempo. No halla gozo en ninguna cosa que emprende. Ha perdido la energía para enfrentar la vida. Piensa que morir sería lo más indicado. Superada esta etapa, aparece la luz al final del túnel. La persona entra a una etapa de aceptación a lo ocurrido y se resigna a las consecuencias de eso. La herida comienza a cerrarse y a cicatrizar. Finalmente viene la etapa de resolución. La pérdida ha sido asimilada, la persona reconoce que la vida continúa y necesita orientar su energía a conseguir metas ambiciosas. Todo lo sucedido será un recuerdo, que no afecta el presente. Aquí es donde termina la senda del dolor. Si bien hemos hablado de etapas, es necesario indicar que no siempre son claramente distinguibles. A veces se superponen, a veces se presentan en desorden, a veces hay retrocesos. Cada persona tiene su particular vivencia. También nadie sabe cuánto dura cada etapa. Se ha dicho que toma de uno a dos anos el recuperarse del dolor por la muerte de un ser querido. Otro tipo de pérdidas podría tomar menos tiempo. No hay nada escrito sobre esto. Lo que sí se sabe a ciencia cierta, es que no se puede andar por este sendero solo. Hace falta la guía del varón de dolores, experimentado en quebranto. Sólo él puede guiarnos por la senda del valle de sombra de muerte sin el peligro de ser sorprendidos por mal alguno. Mi consejo por tanto, amable oyente, es que lo antes posible, tenga una relación personal con Dios por medio de Cristo, para que de esa manera esté listo para transitar por el valle de sombra de muerte. Para eso, lo único que necesita es recibir a Cristo como su Salvador. Hágalo hoy mismo por medio de reconocer que es un pecador por medio de reconocer que la paga del pecado es la muerte, por medio de reconocer que Cristo murió por usted y por medio de hablar con Dios recibiendo el regalo de salvación que él ofrece en Cristo.

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