¿Qué es el Budismo Zen? ¿Cómo se compara con el Cristianismo bíblico?

El Budismo Zen, más conocido simplemente como Zen, quizá en un intento por ocultar su vinculación con la religión oriental llamada Budismo, es un culto de rápida propagación en el mundo moderno.

Zen es una palabra japonesa, a veces ambiguamente traducida como “meditación” que tiene que ver con un elevado estado de conciencia en el que el hombre encuentra la unión con la Realidad Final del Universo.

Según la información que aparece en el libro que lleva por título Invasión Desde Oriente, Los peligros de las nuevas filosofías Hinduistas, escrito por el Dr. Fernando Saravi, generalmente se considera como el fundador del Zen al maestro indú Bodhidharma, quien llegó a la China en el siglo V de nuestra era.

El Zen nació y creció en este país, en el cual se fusionaron y armonizaron el budismo mahayanista y el taoísmo.

Empero, el Zen conoció su máximo desarrollo en el Japón, donde llegó en el siglo XII y halló expresión en dos escuelas principales. Estas eran la Rinzai, que enseñaba la iluminación como meta zen, y la Soto cuyo principal objeto era vivir el zen, es decir, la práctica misma de los principios del zen en la vida cotidiana. Si bien esta última es más popular en el Japón, el Occidente ha recibido más influencia de la escuela Rinzai, a la que pertenece D. T. Suzuki.

En el Japón, quien desee profundizar en las prácticas Zen debe ingresar, al menos temporalmente, en monasterios de exigente disciplina. Allí, monjes y discípulos realizan, además de meditación, toda clase de labores manuales. Tal práctica se basa en que el Zen considera que hasta lo más trivial y cotidiano forma parte de la naturaleza de Buda.

Según su fundador, el Zen no admite ninguna escritura como normativa. Dice que las obras Budistas y Taoístas han de usarse con medida y cautela, como el dedo que apunta a la luna, el cual nunca debe ser confundido con la luna misma.

También sostiene que el Zen es una transmisión especial, no solamente por la escasa trascendencia que le otorga a las Escrituras sagradas, sino también en el sentido que la citada transmisión solamente puede efectuarse de persona a persona, de maestro a discípulo.

Reconoce que incluso el maestro, por importante que sea, no es sino otro dedo que apunta a la luna, porque la iluminación que el zen propone ha de ocurrir exclusivamente sobre la base del esfuerzo individual. Dice que para alcanzar la iluminación, cuyo nombre es satori en japonés, el zen exige trascender el intelecto y la lógica mediante la percepción intuitiva e instantánea de la verdad.

En el zen, el prajna o intuición es considerado como una forma superior de verdadero conocimiento de la realidad final, mientras que el pensamiento conceptual y racional, llamado vijñana, es desalentado. Según esto, el zen es una vigorosa tentativa de ponerse en contacto directo con la verdad misma, sin permitir que teorías y símbolos se yergan entre el conocedor de la verdad y la cosa que es conocida.

En cierto sentido, el Zen es sentir la vida en lugar de sentir algo acerca de la vida. La suprema vivencia de percepción intuitiva de la realidad requiere normalmente de un largo proceso previo, en el cual el discípulo debe librarse progresivamente de toda atadura intelectual, luego, alcanzar el satori, es el último salto, el descorrimiento del postrer velo que rodea la conciencia que impide la percepción de la realidad trascendente.

Por esta razón, los maestros zen repiten hasta el cansancio que el zen que puede describirse no es el auténtico zen. Sobre esto afirman que el zen no es un mero sistema de pensamiento o una filosofía, y sería un gran error pensar que el zen puede captarse por el estudio intelectual.

El zen es un asunto de experiencia, y no un mero concepto o pensamiento. Por lo tanto, el Zen evita tomar cualquier sistema de pensamiento como propio, o como norma de vida.

D. T. Suzuki, en su libro titulado Introducción al Budismo Zen, dice lo siguiente: ¿Es el Zen una religión? No es una religión en el sentido en que se entiende popularmente el término; pues el zen no tiene un Dios que adorar, ritos ceremoniales que observar, moradas futuras a las cuales están destinados los muertos y, finalmente, el zen no tiene un alma cuyo bienestar ha de ser cuidado por alguien más y cuya inmortalidad es asunto de honda preocupación para algunos.

El zen es libre de todas estas elucubraciones dogmáticas y religiosas. En el zen ni se niega a Dios ni se insiste en él; es sólo que en el zen no hay tal Dios como ha sido concebido por las mentes judías y cristianas. Por la misma razón que el zen no es una filosofía, tampoco es una religión.

¿Qué le parece? Es debido a declaraciones como estas, que algunos creyentes no ven ninguna amenaza a su fe en el zen. Pero cuidado. Antes de abrazar el zen siendo Usted creyente, considere las siguientes reflexiones que hace el Dr. Saravi en su libro anteriormente citado:

Primero, para el zen, Dios no existe y, lo que es peor, ni siquiera importa si existe o no. Toda concepción acerca de Dios es vista como un yugo que debe ser destruido a cualquier precio. Por tanto, el zen ha sido adecuadamente caracterizado como una sutil forma de ateísmo que descarta y desprecia la fe bíblica en un Dios personal, creador, santo, amoroso, justo y trascendente.

Segundo, debido a lo anterior, el zen niega de plano la realidad del pecado humano como ofensa a Dios, sobre la base de una norma objetiva de verdad y de bien. Walter Martín afirma lo siguiente: A los adherentes del culto zen les desagrada intensamente la doctrina cristiana de la responsabilidad personal por el pecado. Se rebelan contra cualquier forma de autoridad, particularmente si se trata de una autoridad revelada, externa a sus propios criterios subjetivos de moralidad, realidad y verdad.

Tercero, el zen promueve una vía de liberación basada en la percepción subjetiva y fuera de toda verdad objetiva. Tal liberación ha de obtenerse a través del propio esfuerzo. En obvio contraste, el cristianismo afirma que, si bien la salvación requiere una decisión personal responsable, exige de manera ineludible un Salvador, el cual es Jesucristo, el único nombre dado a los hombres, debajo del cielo, en el cual hay salvación.

Cuarto, como otras escuelas budistas, el zen enseña que la naturaleza de Buda está presente en todo y en todos, y que no percibir esta naturaleza es un problema de ignorancia. La salvación, entre comillas, del zen consiste precisamente en percibir intituivamente esta unidad búdica de todo, incluido, claro está, uno mismo. Luego, además de inculcar la salvación por el propio esfuerzo, diviniza a la criatura en lugar de dar gloria al Creador.

Quinto, el zen engendra en sus practicantes una peligrosa seguridad, a través de un espíritu misticista que provee una engañosa certeza. El profesor Lit Sen-Chang, ex practicante del zen, convertido al cristianismo, explica: El satori carece casi por completo de contenido intelectual, y aún así está repleto con la intensa emoción de la convicción, y el místico retorna de él con una sensación de gran iluminación. Todo se centra en el propio yo, en la percepción subjetiva, en la búsqueda a tientas, en centrarse en el propio interior y buscar allí una luz que, para los cristianos, solamente puede provenir de la revelación divina.

Sexto, como consecuencia de su cosmología y antropología, el zen niega explícitamente el juicio de Dios y la vida eterna en el sentido cristiano. Para el zen no hay recompensa ni castigo, no hay justos ni injustos, no hay, en fin cielo ni infierno.

Esta es la realidad del zen cuando se compara con el cristianismo. Esta es la conclusión a la que llega Sen Chang acerca del culto zen. En una palabra, el zen no sólo es bíblica y teológicamente insostenible, sino también psicológica y socialmente nocivo. El zen es una técnica para alcanzar un quebrantamiento mental.

Por lo dicho, la práctica del zen es totalmente contraria a las enseñanzas de la palabra de Dios y por tanto debe ser desechado de la conducta de todo creyente temeroso de Dios. No es posible ser un practicante del Zen y a la vez ser un fiel discípulo de Cristo. El apóstol Pablo advirtió del peligro que enfrenta el creyente en cuanto a ser engañado por prácticas como el Zen. Note lo que dice 2ª Corintios 2:8 “Mirad que nadie os engañe por medio de filosofías y huecas sutilezas, según las tradiciones de los hombres, conforme a los rudimentos del mundo, y no según Cristo.”

Si Usted tiene a Cristo en su vida y si Cristo se está manifestando en su vida, Usted tiene todo, no le hace falta nada. No hay motivo alguno para correr atrás de las huecas sutilezas que promueven prácticas como el Zen.

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