Reciba cordiales saludos amiga, amigo oyente. Bienvenida o bienvenido al estudio bíblico de hoy dentro de la serie titulada La Familia Auténticamente Cristiana. En esta ocasión, David Logacho nos hablará acerca de cómo criar un niño en disciplina y amonestación del Señor.
A lo largo y ancho de la Biblia, Dios ha llamado a sus escogidos a ser diferentes del resto de las personas en este mundo. El apóstol Pablo en Efesios 4:17 afirma: “Esto, pues, digo y requiero en el Señor: que ya no andéis como los otros gentiles, que andan en la vanidad de su mente” De modo que de los creyentes debe esperarse un estilo de vida distinto en el mundo. El creyente debe manejar distinto su matrimonio. El creyente debe manejar distinto su familia. El creyente debe manejar distinto su negocio. El creyente debe manejarse distinto en su trabajo, la escuela, la universidad, el vecindario, etc. Debemos andar en amor y no en inmoralidad dice Efesios 5:2-3. Debemos andar en luz mas no en tinieblas según Efesios 5:8. Debemos andar en sabiduría, mas no como necios según Efesios 5:15. Debemos andar en el Espíritu mas no en la carne, según Efesios 5:18. No debemos ser egoístas, cada uno mirando por lo suyo, cada uno llevando el agua a su propio molino, sino que debemos ser bondadosos, mirando cada uno por lo de los demás. Este es un estilo de vida distinto al del mundo y debe ser el estilo de vida que voluntariamente adoptamos los que somos creyentes porque Dios nos ha llamado para eso. En resumen, tenemos que ser únicos. Una de las áreas donde quizá con mayor intensidad se nota la pérdida de identidad propia de los hijos de Dios o de los creyentes, es en la familia. Hoy en día se hace más y más difícil distinguir una familia cristiana de una familia que no es cristiana. La razón para esto es que muchas familias cristianas han adoptado las normas del mundo para el funcionamiento de la familia. Quizá por ignorancia o a lo mejor por voluntad propia, se ha desechado el modelo de Dios y se lo ha sustituido por el que el mundo promueve. Las consecuencias de este hecho han sido devastadoras. El alto índice de divorcios es una consecuencia directa de ello. Los hijos abandonados a su propia suerte es otro de los graves resultados de ceder al mundo el control de la familia. Es hora ya de retornar al modelo bíblico para el funcionamiento de la familia. Uno de los factores claves para el buen funcionamiento de la familia es la crianza de los hijos. La crianza de los hijos es responsabilidad directa de los padres, no de la escuela o de la iglesia, etc. Los que somos padres creyentes debemos estar agradecidos por tener a nuestra disposición el manual más completo para saber como criar a un hijo. Este manual es la Biblia. Consideremos pues como este maravilloso manual para la vida nos instruye en la crianza de los hijos. Abramos nuestras Biblias en el libro de Efesios capítulo 6 versículo 4. La palabra del Señor dice así: “Y vosotros, padres, no provoquéis a ira a vuestros hijos, sino criadlos en disciplina y amonestación del Señor” Esta es la norma bíblica para los padres en relación con sus hijos en la familia auténticamente cristiana. Debemos tomar en cuenta que el apóstol Pablo está escribiendo a una sociedad caracterizada por la descomposición en todos los ordenes de la vida. El mal había contaminado el aspecto moral, social y espiritual de la población y las familias fueron presa fácil de esta situación. La alta tasa de divorcios, las relaciones extra maritales y las familias destrozadas parecía ser la norma establecida en el mundo romano del primer siglo. Por tanto la enseñanza de Pablo debió haber causado revuelo en su época así como causa revuelo en la época en la cual vivimos. La vida de los niños en aquella época corría un peligro constante. Por ejemplo, Roma tenía una ley llamada patria potestad, que literalmente quiere decir el poder del padre. La ley facultaba al padre el tener control absoluto sobre todos los miembros de la familia. El padre podía vender a sus hijos como esclavos, podía hacerlos trabajar en los campos sujetos a cadenas, podía tomar la ley en sus propias manos y castigar a cualquier miembro de la familia tan severamente como deseare, inclusive llegando a la pena de muerte. Por ejemplo, era costumbre que los recién nacidos sean presentados a los pies de su padre, si el padre se inclinaba y recogía al niño, el niño se quedaba en casa, pero si el padre se daba vuelta y se iba, el niño era literalmente desechado como desperdicio. Séneca, uno de los más ilustres personajes Romanos decía: Degollamos a un buey fiero, ahorcamos a un perro rabioso, acuchillamos a una vaca enferma y a los niños que nacen débiles o deformes los ahogamos. Cuando las criaturas eran desechadas por los padres, si no habían sido asesinadas, se les llevaba al foro. Entonces la gente venía por la noche para recoger a los varones y hacerlos esclavos y a las mujeres para hacerlas prostitutas. Pablo por tanto está hablando a una sociedad en la cual los niños tenían poco o ningún valor. La relación padre-hijo estaba tan deteriorada como en muchas familias en la actualidad. Por este motivo, es imprescindible establecer un nuevo enfoque del trato de los padres hacia los hijos. El texto que leímos en Efesios 6:4 contiene un mandato. En el texto notamos los sujetos del mandato y el contenido del mandato. En nuestro estudio bíblico de hoy analizaremos únicamente lo concerniente a los sujetos del mandato. El texto comienza diciendo: Y vosotros, padres. Detengámonos aquí, porque en esta declaración tenemos ya la identificación de los sujetos del mandato. Pablo está dirigiéndose a los padres. La pregunta natural es: ¿Qué es lo que tiene en mente Pablo, a los papás solamente o a los papás y las mamás? En realidad, la palabra que se utiliza en el Nuevo Testamento, en el idioma en el que se escribió originalmente, normalmente indica la cabeza masculina de la familia, pero también se utiliza para referirse a padre y madre en conjunto. De modo que, asumiremos que la enseñanza de Pablo va dirigida tanto al padre como a la madre. Pablo por tanto está diciendo: Papá y mamá: Ustedes no pueden dejar que sus hijos se críen por ellos solos. Ustedes son la clave para el bienestar presente y futuro de sus hijos. Uno de los defectos en muchas familias, es justamente el renunciamiento por parte del padre o de la madre a criar a los hijos. A veces el padre razona y dice: Muy bien, yo voy a traer el pan a la mesa, por tanto, no voy a intervenir para nada en administrar disciplina a los hijos. Por otro lado, la madre dice a veces a sus hijos: Si no te portas bien, te voy a acusar con tu papá para que te castigue. ¿Ha oído frases como esas? A lo mejor Usted mismo las ha utilizado. Pero en este texto vemos algo distinto. La responsabilidad de criar a los hijos es tanto del padre como de la madre. El asunto funciona así generalmente: Cuando el padre está en casa, es él quien lleva la rienda del control de los hijos, ya sea para disciplinar o para recompensar. Pero cuando por razones de trabajo por ejemplo, el padre no está en casa, es la madre quien toma las riendas del control de los hijos. Si es del caso disciplinar, tendrá que hacerlo. No es bueno que la madre espere que el padre regrese a casa del trabajo para presentarle la lista de quejas del mal comportamiento de los hijos, para que el padre tome las medidas que sean adecuadas. La madre tiene tanta autoridad como el padre para disciplinar a los hijos en ausencia del padre. Así es amigo oyente, la responsabilidad de criar a los hijos es tanto del padre como de la madre. Esta función es vital para la buena marcha de la familia. Hace algunos años atrás, los sociólogos Sheldon y Glueck de la universidad de Harvard, intentaron identificar las causas de la delincuencia juvenil, de modo que se diseñe alguna forma de contrarrestar este terrible mal. Después de cientos casos de estudio, determinaron cuatro factores que según ellos evitarían que los hijos se transformen en delincuentes juveniles. Primero, la disciplina del padre. Debe ser firme, justa y consistente. Segundo, la supervisión de la madre. Debe saber siempre dónde están sus hijos, con quiénes están y qué están haciendo. Las madres deben pasar el mayor tiempo posible con los hijos. Tercero, el amor de los padres. Los hijos deben ver muestras tangibles del amor de sus padres. No es suficiente que los padres digan a los hijos: Te amo, sino que los acaricien, los abracen, jueguen con ellos, se sacrifiquen por ellos. Cuarto, la cohesión de la familia. La familia debe hacer todo lo posible para mantenerse unida. De modo que, amigo oyente, el rol de los padres es vital para evitar que los hijos incrementen las estadísticas de delincuentes juveniles. En Efesios 6:4 encontramos un mandato. Los sujetos del mandato son tanto el padre como la madre. Antes de finalizar, si Usted es padre o madre, permítame hacerle una pregunta: ¿Está Usted dedicado a la crianza de sus hijos? Mírelo como un privilegio de parte de Dios. Recuerde que los hijos son tesoros cuyo cuidado, Dios ha encomendado a los padres, solo por un poco de tiempo. A veces pensamos y actuamos como si los hijos fueran a estar siempre con nosotros. Pero algún día los hijos se irán de la casa, abandonarán el nido, y si no hemos sido diligentes en nuestro cuidado de ellos nos quedaremos con la sensación de haber fracasado en la vida y de haber propiciado el fracaso de los hijos. Aproveche hoy que los tiene todavía cerca suyo. El tiempo pasa demasiadamente rápido.
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