Cordiales saludos amable oyente. La habla David Logacho dándole la bienvenida al estudio bíblico de hoy en el Evangelio según Lucas. En nuestro último estudio bíblico vimos al Señor Jesús, dando cátedra en la sinagoga de Nazaret, la ciudad donde creció y donde vivía su familia. Tomando el rollo de la Escritura que contenía la profecía de Isaías, el Señor Jesús buscó Isaías 61: 1 y la mitad del versículo 2, y puesto de pie la leyó. Todos los judíos en la sinagoga de Nazaret habían sido instruidos en el sentido que el pasaje bíblico que acababa de leer el Señor Jesús se refería al Cristo, al Mesías, al Ungido. Al terminar la lectura, el Señor Jesús entregó el rollo al encargado en la sinagoga y se sentó. Los ojos de todos en la sinagoga estaban fijos sobre el Señor Jesús. Estaban esperando su mensaje. Abriendo su boca, el Señor Jesús pronunció el mensaje más corto que jamás habrán escuchado esos judíos. Simplemente dijo: Hoy se ha cumplido esta Escritura delante de vosotros. Fin del mensaje. En otras palabras, el Señor Jesús estaba afirmando de la manera más clara y directa: Yo soy el Cristo, el Mesías, el Ungido. La reacción inicial de los judíos en la sinagoga fue de admiración. Estaban maravillados de las palabras de gracia que salían de la boca del Señor Jesús. Pero muy pronto, esta admiración se transformaría en repulsión. En su incredulidad, los judíos en la sinagoga se decían a ellos mismos: ¿No es éste el hijo de José? En otras palabras, ¿Quién se cree que es éste? ¿Acaso no le conocemos? ¿Acaso no sabemos que es el hijo de José? Fue en estas circunstancias que el Señor Jesús pronunció las palabras que van a ser tema de nuestro estudio bíblico de hoy.
Muy profundo en la naturaleza humana reside la forma de pensar de: Ver para creer. O, si no veo no creo. Esto se manifestó en los judíos que estaban presentes en la sinagoga de Nazaret cuando el Señor Jesús hizo su declaración de que él es el Cristo. No les fue suficiente escuchar las palabras de gracia que salían de la boca del Señor Jesús para creer en él como el Cristo, el Mesías, sino que querían satisfacer su natural deseo de ver algo espectacular para creer en él. Esto justamente fue lo que motivó al Señor Jesús a pronunciar las palabras que se encuentran en Lucas 4:23. La Biblia dice: El les dijo: Sin duda me diréis este refrán: Médico, cúrate a ti mismo; de tantas cosas que hemos oído que se han hecho en Capernaum, haz también aquí en tu tierra.
Normalmente, el refrán: Médico, cúrate a ti mismo, significa: Haz por ti lo que has hecho por otros, o cúrate a ti mismo ya que dices que puedes curar a otros, pero el Señor Jesús usó este refrán en un sentido un poquito diferente. El sentido que el Señor Jesús lo dio aparece al final del versículo. Para él, el refrán significaba: De tantas cosas que hemos oído que se han hecho Capernaum, haz también algo aquí en tu tierra. Era un atrevido desafío al Señor Jesús para que haga algo espectacular como lo había hecho en Capernaum, de modo que no quede en ridículo ante sus paisanos de Nazaret. Esto mostraba lo que había en el corazón de estos judíos en Nazaret. La falta de fe. La falsa fe dice: Ver para creer. La verdadera fe dice: Creer para ver. El Señor Jesús sabía lo que había en el corazón de los judíos de Nazaret y por eso les refiere lo que tenemos en Lucas 4:24-27. La Biblia dice: Y añadió: De cierto os digo, que ningún profeta es acepto en su propia tierra.(G)
Luk 4:25 Y en verdad os digo que muchas viudas había en Israel en los días de Elías, cuando el cielo fue cerrado por tres años y seis meses, y hubo una gran hambre en toda la tierra;(H)
Luk 4:26 pero a ninguna de ellas fue enviado Elías, sino a una mujer viuda en Sarepta de Sidón.(I)
Luk 4:27 Y muchos leprosos había en Israel en tiempo del profeta Eliseo; pero ninguno de ellos fue limpiado, sino Naamán el sirio.
Con conocimiento de causa y con absoluta certeza de lo que estaba diciendo, el Señor Jesús afirma que ningún profeta es acepto en su propia tierra. Eso es lo que estaba pasando con él en su tierra, Nazaret. Según el relato de Lucas, la fama del Señor Jesús se había difundido por toda la región de Galilea y en consecuencia, el Señor Jesús era glorificado por todos. Todos, excepto por sus paisanos de Nazaret. Qué triste. Pero esto no causaba sorpresa alguna al Señor Jesús. Él sabía que así es el corazón torcido del hombre. Más aún, eso es lo que habían vivido en carne propia profetas de la talla de Elías y de su sucesor, Eliseo. En el caso de Elías, el Señor Jesús hizo notar a esos incrédulos judíos, que en el tiempo de Elías, había muchas viudas en Israel, cuando no llovió por tres años y medio en Israel y como consecuencia hubo una gran hambre en la tierra, sin embargo, Elías no fue enviado a ninguna viuda en Israel sino a una viuda gentil, a una viuda de Sarepta de Sidón. ¿Por qué? Pues porque ningún profeta es acepto en su propia tierra. En el caso de Eliseo, el profeta que sucedió a Elías, aconteció lo mismo. En el tiempo de Eliseo había muchos leprosos en Israel, sin embargo, ninguno de estos leprosos fue limpiado de su lepra, sino un leproso gentil que vivía muy lejos de Israel, Naamán, el militar Sirio. ¿Por qué? Pues porque ningún profeta es acepto en su propia tierra. Cuando sucede lo que experimentó Elías, Eliseo y el Señor Jesús, quien sale perdiendo no es el profeta sino la gente que no cree en él. Lo que las viudas de Israel se perdieron por no aceptar al profeta Elías, fue dado a una viuda gentil de Sarepta de Sidón. Lo que los leprosos de Israel se perdieron por no aceptar al profeta Eliseo, fue dado a un leproso gentil de Siria. La pérdida de unos por su falta de fe, es la bendición para otros que tienen fe. Los judíos en la sinagoga de Nazaret captaron muy bien el mensaje del Señor Jesús, y eso explica la reacción que manifestaron. Se encuentra en Lucas 4:28-30. La Biblia dice: Al oír estas cosas, todos en la sinagoga se llenaron de ira;
Luk 4:29 y levantándose, le echaron fuera de la ciudad, y le llevaron hasta la cumbre del monte sobre el cual estaba edificada la ciudad de ellos, para despeñarle.
Luk 4:30 Mas él pasó por en medio de ellos, y se fue.
El Señor Jesús, con su habilidad muy propia de él como Dios en forma humana, confrontó la bajeza del corazón de los judíos en la sinagoga de Nazaret, pero estos, en lugar de reconocer su pecado, se sintieron ofendidos en gran manera y esto explica la razón para que se llenen de ira. Estaban realmente furiosos. Cuando Dios nos confronta con el pecado, en lugar de enojarnos debemos reconocer la falta, debemos confesarla a Dios como pecado y debemos apartarnos de ese pecado. Los judíos en la sinagoga de Nazaret fallaron en esto y controlados por la ira causaron más daño que el que ya habían causado al despreciar al Señor Jesús. Ese desprecio inicial se está por convertir en intento de asesinato. Ciegos por la ira hicieron tres cosas horrendas. Primero, se levantaron. Esto significa que se unieron en un solo propósito, acabar con la vida de Jesús. Triste que dentro de la sinagoga, donde se supone que se debe adorar a Dios, se gestó el asesinato del mismísimo Hijo de Dios. Segundo, echaron al Señor Jesús fuera de la ciudad. ¿Cómo se habrá sentido el Señor Jesús, al verse expulsado de la ciudad donde creció y donde vivía su familia? Me imagino que la expulsión no habrá estado libre de violencia contra el Señor Jesús. Tercero, le llevaron hasta la cumbre del monte sobre el cual estaba edificada la ciudad de Nazaret con la firme intención de despeñarle. Se trata de lo que hoy se conoce como el monte del precipicio, o el monte Kedumín, o el monte de la precipitación, un monte con un pronunciado desfiladero ubicado a un kilómetro y medio de la ciudad de Nazaret. Pero por sobre la maldad del hombre está la providencia de Dios. Simplemente no era el tiempo para que muera el Señor Jesús, además, la voluntad de Dios no era que su Hijo muera despeñado, sino crucificado, de modo que, según lo que relata Lucas, el Señor Jesús pasó por en medio de los enfurecidos judíos y se fue. Nadie se atrevió a consumar el intento de despeñar al Señor Jesús. Así terminó este doloroso episodio de la vida del Señor Jesús, pero más doloroso para los judíos paisanos del Señor Jesús que lo rechazaron con odio enconado. Si jamás se arrepintieron y reconocieron al Señor Jesús como su Salvador, hoy están recibiendo el justo castigo por su pecado. Cuidado con rechazar al Señor Jesús, amable oyente.
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