Qué gozo saludarle amable oyente. Soy David Logacho, dándole la bienvenida al estudio bíblico de hoy. Estamos estudiando el evangelio según Lucas. En esta ocasión tenemos una maravillosa enseñanza sobre la manera de manifestar el perdón de nuestros pecados.
Si tiene una Biblia a la mano, ábrala en Lucas 7:36-50. Lo primero que vamos a notar en este pasaje bíblico es la invitación al Señor Jesús. Lucas 7:36 dice: Uno de los fariseos rogó a Jesús que comiese con él. Y habiendo entrado en casa del fariseo, se sentó a la mesa.
Cuando Lucas habla de uno de los fariseos, se está refiriendo a un fariseo llamado Simón, como se hace evidente más adelante. Este fariseo rogó al Señor Jesús que acepte una invitación a comer en su casa. Es muy posible que la invitación haya tenido la motivación escondida de encontrar alguna cosa para acusar al Señor Jesús. El Señor Jesús aceptó la invitación, y entrando en casa del fariseo, se sentó a la mesa. Dos asuntos a considerar en cuanto a esto. El primero es que el Señor Jesús no hacía acepción de personas de ninguna clase, comió con gente de mala reputación, como el publicano Leví, y ahora le tenemos disponiéndose a comer con una persona honorable, según el criterio de la época. El segundo, es que en aquellos tiempos, la gente no comía en mesas como lo hacemos hoy en día, y no se sentaban en sillas como lo hacemos hoy en día. La comida se colocaba en el piso sobre un mantel y los que iban a comer lo hacían semi-recostados en almohadones, de modo que sus manos quedaban adelante, libres para comer y sus pies hacia atrás. Además algunos banquetes se realizaban al aire libre, de modo que la gente no invitada podía ver y hasta conversar con los que habían sido invitados. En segundo lugar tenemos la imprevista presencia de una mujer. Lucas 7:37-38 dice: Entonces una mujer de la ciudad, que era pecadora, al saber que Jesús estaba a la mesa en casa del fariseo, trajo un frasco de alabastro con perfume;
Luk 7:38 y estando detrás de él a sus pies, llorando, comenzó a regar con lágrimas sus pies, y los enjugaba con sus cabellos; y besaba sus pies, y los ungía con el perfume.(E)
Lucas no identifica por nombre a esta mujer, pero no se trata de María de Betania, quien también ungió al Señor Jesús, con perfume, ni tampoco María Magdalena, de quien el Señor Jesús expulsó siete demonios. Lucas dice que esta mujer era pecadora. No se sabe cuál era su pecado. Aunque Lucas no lo menciona directamente, es muy probable que esta mujer estaba plenamente consciente del peso de su pecado y anhelaba ardientemente ser perdonada por Dios. Cuando esta mujer supo que el Señor Jesús estaba comiendo en la casa de Simón, se dispuso a ir a su encuentro. No le importó en absoluto vencer cualquier obstáculo. La consideraban como pecadora y sabía que no sería bienvenida en la casa de un fariseo. Era mujer y sabía que no era apropiado en su cultura que una mujer dirija la palabra en público a un hombre. Lo único que le motivaba es expresar su aprecio y su adoración al Señor Jesús. Así que, tomó un frasco de alabastro con perfume y se dirigió a la casa de Simón el fariseo donde el Señor Jesús estaba a la mesa. El alabastro era un frasco de cuello largo, de material fino translúcido. Una vez en la casa, ante la mirada atónita de todos los invitados, la mujer sobrecogida por el llanto se postró a los pies del Señor Jesús. Las lágrimas caían sobre los pies del Señor Jesús y la mujer los enjugaba con sus cabellos. Además la mujer besaba los pies del Señor Jesús y los ungía con el perfume. Fue su manera de expresar su aprecio y adoración al Señor Jesús. Interesante que la mujer no dijo una sola palabra. No pidió nada. Sólo el Señor Jesús sabía sobre el profundo deseo en el corazón de esta mujer por ser perdonada de su pecado. En tercer lugar, tenemos la reacción de Simón el fariseo. Lucas 7:39 dice: Cuando vio esto el fariseo que le había convidado, dijo para sí: Este, si fuera profeta, conocería quién y qué clase de mujer es la que le toca, que es pecadora.
Como buen fariseo, Simón se creía perfecto. Tan perfecto que jamás permitiría que un pecador se le acerque, peor una mujer pecadora como la que estaba ungiendo con perfume los pies del Señor Jesús. Con desprecio al Señor Jesús llega a la conclusión que si fuera un profeta sabría que clase de mujer es la que le estaba ungiendo los pies con perfume, y jamás lo permitiria. El problema básico de Simón era que estaba ciego a su propio pecado, pero muy sensible al pecado de otros. Veía la paja en el ojo ajeno y no la viga en su propio ojo. El Señor Jesús por tanto, tiene una lección para él. En cuarto lugar tenemos la exhortación del Señor Jesús al fariseo. Lucas 7:40-47 dice: Entonces respondiendo Jesús, le dijo: Simón, una cosa tengo que decirte. Y él le dijo: Dí, Maestro.
Luk 7:41 Un acreedor tenía dos deudores: el uno le debía quinientos denarios, y el otro cincuenta;
Luk 7:42 y no teniendo ellos con qué pagar, perdonó a ambos. Dí, pues, ¿cuál de ellos le amará más?
Luk 7:43 Respondiendo Simón, dijo: Pienso que aquel a quien perdonó más. Y él le dijo: Rectamente has juzgado.
Luk 7:44 Y vuelto a la mujer, dijo a Simón: ¿Ves esta mujer? Entré en tu casa, y no me diste agua para mis pies; mas ésta ha regado mis pies con lágrimas, y los ha enjugado con sus cabellos.
Luk 7:45 No me diste beso; mas ésta, desde que entré, no ha cesado de besar mis pies.
Luk 7:46 No ungiste mi cabeza con aceite; mas ésta ha ungido con perfume mis pies.
Luk 7:47 Por lo cual te digo que sus muchos pecados le son perdonados, porque amó mucho; mas aquel a quien se le perdona poco, poco ama.
El Señor Jesús no podía pasar por alto la oportunidad de quitar el manto de falsa piedad que cubría al fariseo. Por eso le dijo: Simón, una cosa tengo que decirte. Ciego todavía a su pecado, el fariseo tal vez pensó que el Señor Jesús se disculparía por haber permitido que la mujer toque sus pies, y por eso dijo: Dí, Maestro. Jesús comenzó su exhortación proponiendo una parábola. Un acreedor tenía dos deudores. El uno debía quinientos denarios, esto es como el salario de un jornalero por dos años de trabajo, y el otro debía cincuenta denarios, esto es como el salario de un jornalero por poco más de dos meses de trabajo, nada en comparación. Como ninguno de los deudores tenía con qué pagar, el acreedor perdonó la deuda a ambos. La pregunta es: ¿Cuál de los dos deudores amará más al acreedor? Simón respondió correctamente, el que fue perdonado de más. El Señor Jesús estuvo de acuerdo con la respuesta. Entonces vino la aplicación. Desde que el Señor Jesús entró a la casa, la mujer no ha cesado de manifestarle su amor por el aprecio que le tenía. Por contraste, el fariseo le recibió con frialdad, sin siquiera cumplir con las medidas básicas de cortesía de la época, como esto de lavar los pies de las visitas, besarle en la mejilla y ungir su cabeza con aceite. ¿Por qué? Porque la mujer estaba consciente del mucho pecado que necesitaba ser perdonado, a aquel a quien se le perdona mucho, ama mucho, mientras que el fariseo, no estaba en absoluto consciente de su pecado, y por eso trató con indiferencia al Señor Jesús, a aquel a quien se le perdona poco, ama poco. Por su propia confesión el fariseo sabía que él también es pecador y por tanto necesitado de perdón de pecados. En quinto lugar, el Señor Jesús otorga el perdón que la mujer tanto necesitaba. Lucas 7:48-50 dice: Y a ella le dijo: Tus pecados te son perdonados. La mujer obtuvo lo que tanto buscaba, ser perdonada de sus muchos pecados. La parábola no debe interpretarse en el sentido que el perdón de pecados es resultado de hacer alguna obra, como lo que hizo la mujer con el Señor Jesús. La Biblia es clara en manifestar que el perdón de pecados es exclusivamente por fe en la persona y obra del Señor Jesús. La parábola tampoco debe interpretarse en el sentido que el perdón de pecados es resultado de amar a Cristo. El pecador ama a Cristo porque es perdonado de su pecado, no para ser perdonado de su pecado. Finalmente, en sexto lugar, tenemos el comentario de los asistentes en la mesa. Lucas 7:49-50 dice: Y los que estaban juntamente sentados a la mesa, comenzaron a decir entre sí: ¿Quién es éste, que también perdona pecados? Pero él dijo a la mujer: Tu fe te ha salvado, vé en paz. Es muy probable que los que estaban sentados a la mesa también hayan sido fariseos y eso explicaría su desacuerdo con el hecho que el Señor Jesús haya perdonado los pecados a la mujer. El Señor Jesús sabía lo que estaban pensando y no les respondió una sola palabra, sino que simplemente confirmó que la mujer había sido perdonada de sus pecados y por tanto era salva. Todo fue por fe por parte de la mujer. Ahora la mujer podía irse en paz, paz con Dios y paz con sus semejantes. La mujer llegó a ser una nueva persona. A manera de aplicación, debemos reconocer que todos somos pecadores y todos necesitamos perdón de pecados. Cuando un pecador es perdonado de sus pecados, no importa si son muchos o pocos, debe demostrarlo amando al Señor Jesús. El amor a Cristo es evidencia de que un pecador ha sido perdonado. Este amor no es cuestión solo de palabras, sino de obedecer la palabra del Señor.
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