Es muy grato para mí, amable oyente estar junto a Usted, y alrededor de la palabra de Dios, para que el Espíritu Santo nos muestre su maravillosa verdad. Bienvenida, bienvenido al estudio bíblico de hoy. A partir del estudio bíblico de hoy, vamos a introducirnos en lo que comúnmente se conoce como El Padre Nuestro, el modelo de oración que el Señor Jesucristo nos dejó en el Nuevo Testamento.
El propósito de esta serie de estudios bíblicos es que nuestra vida de oración adquiera una nueva dimensión. Si tiene una Biblia a la mano, ábrala en Lucas 11:1. La Biblia dice: Aconteció que estaba Jesús orando en un lugar, y cuando terminó, uno de sus discípulos le dijo: Señor, enséñanos a orar, como también Juan enseñó a sus discípulos.
Entre lo mucho que es digno de admiración de la persona y obra del Señor Jesús, es su estrecha dependencia de su Padre celestial en oración. En el Evangelio según Marcos se nos dice que el Señor Jesús se levantaba muy de mañana, siendo aún muy oscuro, y salía y se iba a un lugar desierto y allí oraba. Muchas veces, el Señor Jesús tomó a sus discípulos para que estén con él mientras oraba a su Padre. Al escuchar al Señor Jesús orando, sus discípulos deben haber quedado extasiados. Además de edificarse espiritualmente, estos discípulos deben haber tomado plena conciencia de lo mucho que les hacía falta orar como el Señor Jesús. Por eso fue que uno de los discípulos, no se sabe cuál, se acercó al Señor Jesús, al final de su oración, y le hizo un pedido claro y directo: Señor, enséñanos a orar. A este discípulo le pareció justificable su pedido porque sabía que Juan el Bautista había enseñado a orar a sus discípulos. El Señor Jesús, no reprendió a su discípulo por el pedido que acababa de hacer, tampoco dio una respuesta vaga como la que a veces nosotros damos a los nuevos creyentes cuando nos preguntan: ¿Cómo debemos orar? Y respondemos: Simplemente hable con Dios. Puede ser que una respuesta así satisfaga a una persona muy madura en la fe, pero ciertamente deja con muchas interrogantes a una persona tierna en la fe. No, amable oyente, no es cuestión de simplemente ponerse a hablar con Dios. La oración es algo que necesita ser aprendido. Por no haber aprendido a orar es que nuestra vida de oración se torna insípida, aburrida. Se transforma en una lucha titánica por mantenernos concentrados, en medio de una tormenta de pensamientos que nos distraen, afanes que nos preocupan y hasta deseos pecaminosos. No es que no queramos orar, lo que pasa es que muy a menudo cuando nos levantamos de orar nos sentimos desilusionados y frustrados, sintiéndonos como que hemos perdido nuestro tiempo repitiendo frases sin sentido que no nos conducen a nada. Como alguien lo ha dicho muy bien, hemos hecho nuestras oraciones, pero no hemos orado. ¿Se ha sentido así? Entonces Usted también tendría que unirse a los discípulos del Señor Jesús, para decirle: Enséñame a orar. ¿Sabe una cosa amable oyente? No hay mejor persona a quien hacer esta pregunta que al Señor Jesús. ¿Por qué? Pues por al menos dos razones: Primero, porque el Señor Jesús como Dios en forma humana, posee un perfecto conocimiento del carácter y el propósito de Dios. Hebreos 1:3 dice sobre él: el cual, siendo el resplandor de su gloria, y la imagen misma de su sustancia, y quien sustenta todas las cosas con la palabra de su poder, habiendo efectuado la purificación de nuestros pecados por medio de sí mismo, se sentó a la diestra de la Majestad en las alturas, y segundo, porque el Señor Jesús como Dios en forma humana, posee un perfecto conocimiento de la condición humana. Él está al tanto de nuestras debilidades como humanos. Hablando del Señor Jesús, Hebreos 4:15 dice: Porque no tenemos un sumo sacerdote que no pueda compadecerse de nuestras debilidades, sino uno que fue tentado en todo según nuestra semejanza, pero sin pecado.
Por estos dos motivos, no hay nadie mejor para enseñarnos a orar que nuestro Salvador, el Señor Jesús. Él es quien conoce al Padre perfectamente y quien nos conoce a nosotros perfectamente. De modo que, amable oyente: Veamos como el Señor Jesús respondió a su discípulo cuando le dijo: Enséñanos a orar. La respuesta del Señor Jesús se encuentra en Lucas 11:2-4. Es lo que se conoce como el Padre Nuestro. Dice así: Y les dijo: Cuando oréis, decid: Padre nuestro que estás en los cielos, santificado sea tu nombre. Venga tu reino. Hágase tu voluntad, como en el cielo, así también en la tierra. El pan nuestro de cada día, dánoslo hoy. Y perdónanos nuestros pecados, porque también nosotros perdonamos a todos los que nos deben. Y no nos metas en tentación, mas líbranos del mal.
En el pasaje paralelo en Mateo 6:9-13, la oración termina con las siguientes palabras: Porque tuyo es el reino, y el poder, y la gloria, por todos los siglos. Amén. Antes de entrar a un análisis algo detallado de este modelo de oración me gustaría hacer algunas apreciaciones importantes. Notamos en primer lugar que es una oración centrada en la persona del Señor Jesucristo, aunque su nombre no aparece explícitamente. La oración comienza diciendo: Padre nuestro. Reflexione sobre esto: Nadie puede llamar a Dios: Padre, a no ser que sea parte de su familia como hijo y ¿cómo se logra eso? Se logra por medio de recibir al Señor Jesús como Salvador. El modelo de oración asume que quien hace la oración es un hijo de Dios por medio de Hijo con mayúscula, el Señor Jesús. De la misma manera, la oración termina con el Amén. Hablando del Señor Jesús, Pablo dice en 2 Corintios 1:20 porque todas las promesas de Dios son en él Sí, y en él Amén, por medio de nosotros, para la gloria de Dios. En segundo lugar, note la estructura general de esta magnífica oración. Notará que comienza con adoración. Padre nuestro que estás en los cielos, santificado sea tu nombre. Toda oración debería comenzar así. La oración termina con alabanza: Porque tuyo es el reino, y el poder, y la gloria, por todos los siglos. Amén. Toda verdadera oración comienza con un corazón postrado ante Dios en adoración, y concluye con alabanza y acción de gracias con la seguridad de que Dios ha oído y contestado. En tercer lugar, note no solo la estructura de esta oración, sino también la secuencia. La oración contiene siete pedidos, divididos en dos categorías. La primera parte contiene tres peticiones que tienen que ver con Dios, y la segunda contiene cuatro peticiones que tienen que ver con nosotros mismos. Observe lo siguiente: Santificado sea tu nombre… Venga tu reino… Hágase tu voluntad. Tu nombre, tu reino, tu voluntad. El hombre que está aprendiendo a orar debe reconocer que al orar necesita poner las cosas de Dios en primer lugar. Tu nombre, Señor. Tu reino, Señor. Tu voluntad Señor. Después vine: El pan nuestro de cada día dánoslo hoy. Perdónanos nuestros pecados. No nos metas en tentación. Líbranos del mal. Nuestra comida, nuestros pecados, la tentación, el mal. Así que amable oyente, es necesario insistir que en la oración verdadera la gloria de Dios debe estar antes que las necesidades de nuestro corazón. Pero lamentablemente con mucha frecuencia invertimos el orden. Al orar, tan pronto entramos a la presencia de Dios, le soltamos una andanada de peticiones. Haz esto, dame esto otro, resuelve tal cosa, ayuda de esta manera. No es sino al final de la oración cuando si nos acordamos, añadimos alguna frase de adoración o de alabanza o alguna petición por la obra de Dios. Primero ponemos lo nuestro, después lo de Dios, algo tan contrario a lo que se nota en la oración modelo que dejó el Señor Jesús. Primero debe estar su gloria, su reino, su voluntad y después lo nuestro, nuestras necesidades. ¿Por qué? ¿Será que el ego de Dios es tan grande que no soporta ser puesto en un segundo plano? Por supuesto que no. La razón es porque el objetivo de la oración verdadera, no es imponer mi voluntad sobre la voluntad de Dios, sino que mi voluntad se alinee con la voluntad de Dios. La verdadera oración no consiste en torcer el brazo a Dios para que haga lo que yo quiero y él no quiere, sino para que yo entienda lo que él quiere y haga lo que él quiere. La voluntad de Dios siempre es lo mejor que un creyente puede hacer. Por eso es que no tiene sentido orar a Dios para ordenarle a hacer algo. ¿Quiénes nos creemos que somos para dar órdenes a Dios? ¿Acaso Dios es el proverbial geniecillo que sale de la botella al frotarla para cumplir nuestros caprichos? No amigo oyente. No ofendamos a Dios de esta manera. La verdadera oración demanda discernimiento de la voluntad de Dios para pedirle las cosas que son su voluntad. Cuando el creyente pone las cosas de Dios en primer lugar, Dios mismo se encargará de satisfacer sus necesidades. Mateo 6:31-33 dice: No os afanéis, pues, diciendo: ¿Qué comeremos, o qué beberemos, o qué vestiremos? Porque los gentiles buscan todas estas cosas; pero vuestro Padre celestial sabe que tenéis necesidad de todas estas cosas. Mas buscad primeramente el reino de Dios y su justicia, y todas estas cosas os serán añadidas.
En nuestro próximo estudio bíblico comenzaremos a analizar en detalle cada una de las peticiones de este modelo de oración que dejó el Señor Jesús para los que somos suyos. Mientras tanto, amigo oyente, si su vida de oración se ha extinguido o está en vías de extinción, es momento para detenerse e identificar los errores que ha estado cometiendo, y rectificar esos errores. ¿Está centrando su oración en Cristo? ¿Está adorando a Dios al orar? ¿Está alabando a Dios y agradeciéndole? ¿Está poniendo las cosas de Dios antes de las suyas? Quiera de Dios que sí. Si no, este es el momento para poner las cosa en orden en cuanto a la oración.
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