Para responder me gustaría citar el pasaje bíblico que se encuentra en 1 Pedro 3:13-16 donde dice: ¿Y quién es aquel que os podrá hacer daño, si vosotros seguís el bien? Mas también si alguna cosa padecéis por causa de la justicia, bienaventurados sois. Por tanto, no os amedrentéis por temor de ellos, ni os conturbéis, sino santificad a Dios el Señor en vuestros corazones, y estad siempre preparados para presentar defensa con mansedumbre y reverencia ante todo el que os demande razón de la esperanza que hay en vosotros; teniendo buena conciencia, para que en lo que murmuran de vosotros como de malhechores, sean avergonzados los que calumnian vuestra buena conducta en Cristo.
Se puede distinguir tres acciones en este pasaje bíblico que le ayudarán a ser efectivo confrontando los errores doctrinales de personas a quienes comparte el evangelio. Primero: Santificar a Dios el Señor en su corazón. El corazón es el santuario en el cual el Señor Jesucristo prefiere ser adorado. Si vive en comunión sumisa con el Señor Jesús, en amor y obediencia a él, no debe haber ningún temor de caer en algún engaño doctrinal. Segundo: Estar siempre preparado para presentar defensa con mansedumbre y reverencia ante todo el que demande razón de la esperanza que hay en Usted. Lo que esto significa es que debe invertir suficiente tiempo en conocer y comprender la palabra de Dios. De esta manera estará en capacidad de defender lo que cree con humildad y prudencia, de una manera comprensible, razonable y sobre todo bíblica. Mientras más conozca y comprenda la palabra de Dios más difícil se hará que caiga en algún error doctrinal y más fácil que reconozca el error doctrinal de las personas a quienes está compartiendo el evangelio. Esto conlleva un esfuerzo denodado y consciente por estudiar la Biblia. No es cuestión de solamente leer por aquí y por allá sin entender siquiera lo que se está leyendo. Necesita hacer un estudio sistemático de toda la Biblia, desde Génesis hasta Apocalipsis. Es una empresa que toma toda una vida, pero los réditos son incalculables, no sólo para esta vida sino también para el más allá. Tercero: Tener buena conciencia. La conciencia es el árbitro que Dios ha puesto en los creyentes para hacerles saber sobre el pecado que han cometido. Una buena conciencia es aquella que no tiene nada de que acusar a su dueño, porque éste ha reconocido el pecado, lo ha confesado y se ha apartado. La vida cristiana no consiste sólo en acumular conocimiento bíblico intelectual, sino también en aplicar ese conocimiento bíblico intelectual al diario vivir. No debemos ser oidores olvidadizos sino hacedores de la palabra. Su testimonio como hijo de Dios debe ser intachable, de modo que cuando hable a nombre de Dios, la gente que le escucha vea los cambios que Dios ha hecho en su vida. Su buen testimonio como creyente, hará que la gente se sienta interesada en Dios. Pero por contraste, su mal testimonio como creyente, hará que la gente no quiera saber nada de Dios. En conclusión, si se esmera por aplicar esto que hemos visto en la palabra de Dios estará en una posición inmejorable para compartir con todo denuedo la palabra de Dios, sin el más mínimo temor de ser arrastrada por algún error doctrinal.