¿En qué consistiría la disciplina impuesta en cada caso?
Lo que se ve en el Nuevo Testamento es cierto tipo de secuencia lógica que se debe seguir en cada caso. Los pasos son: primero, una reprensión privada.
Mateo 18:15 dice: «por tanto, si tu hermano peca contra ti, ve y repréndele estando tú y él solos; si te oyere, has ganado a tu hermano»
Desafortunadamente no siempre el creyente que ha cometido la falta está dispuesto a admitir su pecado.
Por eso tenemos un segundo paso, una reprensión ante testigos. Mateo 18:16: «Mas si no te oyere, toma aún contigo a uno o dos, para que en boca de dos o tres testigos conste toda palabra»
Si aún esto no trae convicción de pecado en el creyente que ha cometido la falta, entonces es necesario proseguir a un tercer paso, una reprensión pública.
Mateo 18:17 en su primera parte dice: «Si no los oyere a ellos, dilo a la Iglesia»
Si ni aun este paso no logra que el creyente que ha cometido la falta reconozca y se arrepienta de su pecado, entonces será necesario ir al paso final, el cuarto, una exclusión de la comunión de los hermanos.
Mateo 18:17 en su segunda parte, dice: «y si no oyere a la Iglesia, tenle por gentil y publicano»
Esta es la medida extrema de disciplina. Es algo muy serio llegar a este punto y debe ser ejercitado únicamente bajo total control del Espíritu Santo en los líderes de la Iglesia local. Para el pecador, endurecido en su pecado, el ser excluido de la comunión de los hermanos significa caer en manos de Satanás, no para continuar gozando de los deleites temporales del pecado, sino para que Satanás tenga libertad de destruir el cuerpo del creyente excomulgado. Algo muy doloroso pero necesario en determinados casos.
Ahora bien, ¿cómo funciona esto en la práctica? pues todo depende de la falta cometida por el creyente. A mayor falta mayor castigo.
Si la falta es falsa doctrina o inmoralidad sexual, luego de pasar por los dos primeros pasos de este proceso de disciplina es imprescindible llegar al tercer paso, es decir a una reprensión pública ante la Iglesia.
¿Por qué? pues porque el pecado afectó el testimonio de toda la Iglesia y toda la Iglesia necesita saber de la propia boca de él que enseñó falsa doctrina que lo que dijo no fue lo correcto, también toda la Iglesia necesita saber de boca del cometió inmoralidad sexual que lo que hizo ofendió a Dios y a la Iglesia en general.
Desafortunadamente, no siempre se da esto y por ello la Iglesia local se ve forzada a recurrir a ese penoso paso de separar a un hermano de la comunión. Juntamente con todo esto de llevar el caso ante la Iglesia en pleno, cuando se trata de falsa doctrina o inmoralidad sexual y siempre y cuando el pecador haya reconocido su pecado y esté arrepentido, es necesario tomar algunas medidas adicionales.
Estas medidas dependen de cada caso en particular. A modo de ejemplo, en una Iglesia local en la cual un joven cayó en fornicación, después de que públicamente confesó su pecado, fue necesario que este joven mantenga reuniones semanales con un hermano maduro en la fe, para una especie de discipulado, se le prohibió estar a solas con mujeres durante un tiempo prudencial, se le pidió que no falte a ninguna de las reuniones de la Iglesia, se le pidió que lea y entregue resúmenes de unos pocos libros, y se le pidió que memorice algunos textos bíblicos por semana.
La disciplina es como el yeso que se coloca sobre un hueso roto para que se cure. La disciplina no es para destruir, sino para edificar. La disciplina debe contemplar cierto grado de dolor, para ayudarnos a no volver a cometer esa falta. Así como los que somos padres no disciplinamos a nuestros hijos con la corbata o con un pañuelo, sino con una vara, porque queremos que los hijos sufran un dolor que pueden tolerar, la disciplina administrada por la Iglesia a los creyentes que han caído en falsa doctrina o inmoralidad sexual, también debe producir cierto dolor que puede ser tolerado, para que produzca un fruto apacible de justicia.