Todos los creyentes tenemos un pasado sórdido. Unos más, unos menos. Pero lo grandioso es que sin importar la gravedad de lo que hicimos siendo incrédulos, Dios nos perdonó totalmente cuando recibimos a Cristo como Salvador. Y no sólo eso, sino que también Dios nos hizo nuevas criaturas a partir del momento que recibimos a Cristo como Salvador. Los creyentes en la iglesia en Corinto no fueron una excepción. Observe lo que les dijo el apóstol Pablo. Leo en 1 Corintios 6:9-11 “¿No sabéis que los injustos no heredarán el reino de Dios? No erréis; ni los fornicarios, ni los idólatras, ni los adúlteros, ni los afeminados, ni los que se echan con varones, ni los ladrones, ni los avaros, ni los borrachos, ni los maldicientes, ni los estafadores, heredarán el reino de Dios. Y esto erais algunos; mas ya habéis sido lavados, ya habéis sido santificados, ya habéis sido justificados en el nombre del Señor Jesús, y por el Espíritu de nuestro Dios.” Entre los creyentes en la iglesia en Corinto, había algunos que antes de ser creyentes eran fornicarios, otros eran idólatras, otros eran adúlteros, otros eran afeminados, les gustaba actuar como mujeres siendo hombres, otros iban más allá, eran homosexuales activos, otros eran ladrones, otros eran avaros, otros eran borrachos, otros eran maldicientes y otros eran estafadores. Pero una vez que recibieron a Cristo como Salvador, dejaron de ser todo eso y pasaron a ser algo maravilloso. El texto dice: Mas ya habéis sido lavados. El pecado, cualquiera que sea deja una mancha que solamente la preciosa sangre de Cristo puede lavar. A los ojos de Dios, el creyente no tiene ninguna mancha de pecado. Isaías 1:18 dice por tanto: “Venid luego, dice Jehová, y estemos a cuenta: si vuestros pecados fueren como la grana, como la nieve serán emblanquecidos; si fueren rojos como el carmesí, vendrán a ser como blanca lana.” De modo que, amable oyente, su pecado fue ciertamente horrendo y dejó una terrible mancha en su vida. Imagine su vida como una sábana blanca con una mancha como la grana, roja como carmesí. Pero cuando usted recibió a Cristo como su Salvador, esa sábana fue lavada en la sangre de Cristo y la mancha que era como la grana, roja como el carmesí, se emblanqueció y se hizo como la nieve y como blanca lana. Esto es lo que dice la palabra de Dios. Ahora bien, Satanás está muy interesado en hacerle creer que la mancha no fue borrada y que sigue allí en la sábana, pero no haga caso a las insinuaciones de Satanás. La mancha ya no existe. Ese es el testimonio de la palabra de Dios. ¿A quién va a creer más? ¿Al diablo quien dice que la mancha sigue allí, o a Dios quien dice que la mancha ya no existe? Pero el texto también dice que los creyentes ya hemos sido santificados. El verbo santificar significa poner algo aparte para un propósito especial. Los creyentes hemos sido puestos aparte del mundo en el cual vivíamos, para servir y honrar a Dios nuestro Padre y a Jesucristo su Hijo. Antes de recibir a Cristo, usted era parte de ese mundo caracterizado por la fornicación, por la idolatría, por el adulterio, por la homosexualidad, por el robo, por la avaricia, por la borrachera, por el lenguaje obsceno y por la estafa, pero cuando usted recibió a Cristo como Salvador, Dios mismo le sacó de este fango de pecado y lo puso aparte, de modo que esté en capacidad de servir y adorar a Dios. Cada vez que usted se siente culpable por lo que hizo antes de ser creyente, está desconociendo la realidad de que usted ya no pertenece a ese mundo en el cual cometió aquel pecado. El diablo nuevamente quiere hacerle creer que usted está todavía en ese mundo del cual salió y por eso hace lo imposible para hacerle sentir culpable, pero no ceda a las pretensiones del diablo. El diablo es un mentiroso por naturaleza. Cada vez que se sienta culpable por algo que hizo antes de recibir a Cristo, recuerde la hermosa realidad espiritual que usted ha sido santificado en Cristo. Además, el texto leído dice que los creyentes hemos sido justificados en el nombre del Señor Jesús. Esto es algo hermoso y de seguro le ayudará a vencer su sentimiento de culpabilidad. La justificación bíblicamente hablando significa que a pesar de ser culpables por una falta cometida, Dios nos declara justos, por cuanto hemos confiado en Cristo como nuestro Salvador. Cuando Dios nos ve a nosotros los creyentes, no nos mira como somos, sino que nos mira como si fuéramos su mismo Hijo, Cristo Jesús. Él es perfecto, santo, puro, sin mancha, sin culpa, absolutamente justo. Pues así es como nos mira Dios por el hecho de haber recibido a Cristo como Salvador. Siendo así, entonces no tiene sentido el que nos sintamos culpables por el pecado que cometimos antes de recibir a Cristo como Salvador. Cada vez que experimente ese sentimiento de culpabilidad por lo que ha hecho antes de ser creyente, razone y diga: Pero Dios no me ve culpable, ¿Por qué tengo que sentirme yo mismo culpable? Esto le ayudará a salir de ese profundo pozo de culpabilidad. En esencia se trata de que usted debe aprender a vivir por fe, no por sentimientos. La vida de fe dice: Efectivamente yo hice cosas terribles antes de ser un hijo de Dios, pero de todo eso, fui perdonado por Dios cuando recibí a Cristo como mi Salvador. Dios dice que ya he sido lavado, que he sido santificado y que he sido justificado en el nombre del Señor Jesús. Por tanto no tengo ninguna razón para sentirme culpable. Doy gracias a Dios por su perdón y voy a enfrentar el resto de mi vida con optimismo. La vida de sentimientos dice: Lo que yo hice antes de recibir a Cristo es muy grave, aunque ya he recibido a Cristo como mi Salvador, y la Biblia dice que ya he sido perdonado, y por tanto lavado, santificado y justificado en el nombre del Señor Jesús, sin embargo todavía me siento culpable por lo que hice, así que viviré triste, amargado y sin ánimo para servir al Señor. ¿Qué prefiere, vivir por fe o vivir por sentimientos?
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