Saludos cordiales amigo oyente. Bienvenido al estudio bíblico de hoy. Nuestros últimos estudios bíblicos han tenido como tema el Espíritu Santo, y más específicamente los símbolos del Espíritu Santo. Hemos considerado ya el vestido, la paloma, las arras, el fuego, el aceite y el sello. En el estudio bíblico de hoy, David Logacho nos hablará de algunos símbolos más.
Prosiguiendo con el estudio de los símbolos del Espíritu Santo, veamos uno más. Se trata del siervo de Abraham. Génesis 24 nos habla de este personaje. Permítanos hacer un brevísimo resumen de esta fascinante historia. Cuando Abraham estaba viejo y bien avanzado en años, dijo al criado más viejo de su casa y quien gobernaba todo, pon ahora tu mano debajo de mi muslo y te juramentaré por Jehová, que no tomarás para mi hijo mujer de las hijas de los cananeos, entre los cuales yo habito; sino que irás a mi tierra y a mi parentela, y tomarás mujer para mi hijo Isaac. El siervo dijo: Quizá la mujer no querrá venir conmigo a esta tierra. ¿Volveré, pues, tu hijo a la tierra de donde saliste? Abraham fue tajante. Dijo a su siervo: Guárdate que no vuelvas a mi hijo allá. Entonces el siervo puso su mano debajo del muslo de Abraham su señor, y le juró sobre este asunto. Acto seguido, el siervo comenzó a llevar a cabo su misión con extrema meticulosidad. Tomó diez camellas y se fue, tomando toda clase de regalos escogidos de su señor y llegó a Mesopotamia, la ciudad de Nacor. Una vez allí, hizo arrodillar los camellos junto a un pozo de agua, a la hora de la tarde. En este lugar el siervo de Abraham elevó una plegaria a Jehová pidiendo su dirección para saber quien seria la futura esposa de Isaac. Lo que hizo fue muy simple. Dijo a Jehová: Sea, pues, que la doncella a quien yo dijere: Baja tu cántaro, te ruego, para que yo beba, y ella respondiere: Bebe, y también daré de beber a tus camellos; que sea ésta la que tú has destinado para tu siervo Isaac. Ni bien hubo acabado de orar, apareció Rebeca en la escena, sobrina de Abraham, quien salía con su cántaro sobre sus hombros. El siervo de Abraham corrió hacia ella y le dijo: Te ruego que me des a beber un poco de agua de tu cántaro. Lo normal era que Rebeca ignorara este pedido, porque las mujeres no trataban con los hombres; en público en aquella cultura, y peor con un desconocido, pero Rebeca actuó anormalmente, dirigida por la divina providencia dijo: Bebe señor mío; y se dio prisa a bajar su cántaro sobre su mano, y le dio a beber. Y cuando acabó de darle de beber, dijo: También para tus camellos sacaré agua, y sacó para todos sus camellos. El siervo de Abraham ya tenía su respuesta. Había encontrado la esposa para Isaac, el hijo de Abraham. Declaró el asunto y dio regalos a Rebeca y a su familia. La historia termina con un feliz encuentro de Isaac con Rebeca, tal cual como había deseado Abraham. Parece un cuento, pero es un episodio de la vida real. En el siervo de Abraham se ve un hermoso símbolo del Espíritu Santo. ¿Por qué? Pues por varias razones. Así como el siervo de Abraham tenía que buscar una esposa para el hijo de Abraham, el Espíritu Santo tiene que buscar una esposa para el Hijo de Dios, el Señor Jesucristo. La esposa de Cristo es la iglesia. El Espíritu Santo va día a día añadiendo personas a la esposa de Cristo, los redimidos por la sangre de Cristo y de esta manera está tomando una esposa del mundo para el Hijo de Dios quien mora en el cielo. El siervo de Abraham hablaba a nombre de Abraham. Igual es con el Espíritu Santo quien habla no a su propio nombre, sino a nombre del Padre. El siervo de Abraham fue diligente en su búsqueda, cumpliendo al pie de la letra las instrucciones de Abraham. El Espíritu Santo también es diligente en su búsqueda de una esposa para Cristo. Hace un trabajo a la perfección y un día no muy lejano presentará la esposa a Cristo, así como el siervo de Abraham presentó la esposa a Isaac. El siervo de Abraham colmó de regalos a Rebeca y a su familia. El Espíritu Santo también nos ha colmado de regalos a todos los que somos parte de la iglesia, el cuerpo de Cristo, nos ha dado dones con los cuales podemos ser útiles en el cuerpo de Cristo. Hermoso cuadro, sin duda. Pero existen otros símbolos. El agua es otro símbolo del Espíritu Santo. Juan 7:37-39 dice: “En el último y gran día de la fiesta, Jesús se puso en pie y alzó la voz diciendo: Si alguno tiene sed, venga a mi y beba. El que cree en mí, como dice la Escritura, de su interior correrán ríos de agua viva. Esto dijo del Espíritu que habían de recibir los que creyesen en él; pues aun no había venido el Espíritu Santo, porque Jesús no había sido aún glorificado” Así como el agua es vital para la supervivencia del cuerpo de las personas, el Espíritu Santo es vital para la supervivencia espiritual de las personas. Sin agua una persona muere en poco tiempo. Sin el Espíritu Santo, una persona está muerta espiritualmente. El agua sirve para limpiar. El Espíritu Santo también tiene un efecto purificador en aquellos en quienes mora. El agua juntamente con la tierra hacen que brote vida de una semilla. Igual es con el Espíritu Santo quien juntamente con la palabra de Dios hace que nazca espiritualmente una persona. El agua es entonces un símbolo adecuado del Espíritu Santo. El último de los símbolos del Espíritu Santo es el viento. Cuando Jesús dijo a un fariseo llamado Nicodemo, que el que no naciere de nuevo no puede ver el reino de Dios, Nicodemo respondió: ¿Cómo puede un hombre nacer siendo viejo? ¿Puede acaso entrar por segunda vez en el vientre de su madre, y nacer? La respuesta de Jesús puso las cosas en el plano correcto. Jesús dijo: De cierto, de cierto te digo, que el que no naciere de agua y del Espíritu, no puede entrar en el reino de Dios. Lo que es nacido de la carne, carne es; y lo que es nacido del Espíritu, espíritu es. Esta respuesta dejó aturdido al fariseo. Jesús entonces dijo: No te maravilles de que te dije: Os es necesario nacer de nuevo. El viento sopla de donde quiere, y oyes su sonido; mas ni sabes de donde viene, ni a donde va; así es todo aquel que es nacido del Espíritu. El viento es entonces un símbolo del Espíritu Santo. El viento es invisible, podemos ver su efecto, podemos sentir su presencia pero no lo podemos ver. Igual es con el Espíritu Santo, podemos ver su efecto, podemos sentir su presencia, pero no lo podemos ver, porque es Espíritu. El viento es soberano. Poco se conoce las leyes que lo gobiernan. Así también el Espíritu Santo, es soberano. Hace lo que tiene que hacer. Actúa en quien el desea actuar para traer salvación. El viento es poderoso. Con la energía proveniente del viento se puede generar electricidad, se puede bombear agua de un poso artesiano, y si Ud. ha estado presente en un tornado sabrá de todo el poder destructor que está involucrado en el viento. Así es con el Espíritu Santo, tiene un poder extraordinario un poder que busca construir mas nunca destruir. Con ese poder los creyentes podemos hacer frente al mismo Satanás y a sus huestes de demonios. Pero no nos confundamos. El poder del Espíritu Santo que está a nuestra disposición no es necesariamente para ejecutar hechos sobrenaturales o eventos espectaculares. El poder que tenemos en el Espíritu Santo es más bien para vencer al enemigo espiritual, llámese Satanás y sus demonios, y para vencer nuestra propia naturaleza pecaminosa de modo que podamos vivir vidas agradables a Dios. Ningún creyente puede vivir su vida cristiana tal como debería, aparte de depender del poder del Espíritu Santo. Si Ud. ha recibido a Cristo, amigo oyente, ya tiene ese poder. Si lo está o no lo está usando es asunto suyo. Nosotros le desafiamos a que lo use. Pero si Ud. no ha recibido a Cristo todavía, amigo oyente, entonces Ud. no tiene poder sobre las fuerzas espirituales de maldad y tampoco tiene poder sobre sus propias inclinaciones naturales. Ud. debería lo antes posible recibir a Cristo como su Salvador para así contar con la presencia del Espíritu Santo en su vida y todo lo que él trae consigo.
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