Saludos cordiales amable oyente. Sea bienvenida, bienvenido al estudio bíblico de hoy. Esta serie de estudios bíblicos tiene que ver con poderosos gigantes que merodean a nuestro alrededor y que en ocasiones nos aterrorizan. No son gigantes de carne y hueso como los que encontraron los espías que reconocieron la tierra prometida cuando el pueblo de Israel estaba por tomarla, pero al igual que aquellos, estos gigantes también parecen ser muy poderosos y como leones rugientes están buscando caer sobre la presa. De hecho, usted y yo conocemos a muchos creyentes que se han dejado dominar de algunos de estos gigantes y hoy por hoy, se arrastran por la vida cristiana pudiendo volar. Quizá usted es uno de los millones que se encuentra dominado por alguno de estos gigantes y por tanto estamos seguros que le interesará liberarse de ellos lo antes posible. Pero a lo mejor usted se estará preguntando: ¿De qué gigantes me está hablando? Pues, me refiero al desánimo, la crítica, el temor, el chisme, la culpa, la dureza de corazón y algunos otros que todavía no los hemos tratado. ¿Acaso no es verdad que cientos de veces estamos tan desanimados que nos resistimos aun a salir de la cama? El gigante del desánimo nos ha dominado. ¿Acaso no es verdad que alguna vez que alguien nos criticó sin razón con una clara intención de destruir nos hundimos en el foso del desaliento? Claro que sí. El gigante de la crítica nos dio tal golpiza, que nos dejó adoloridos. ¿Y quién no ha sufrido en manos del gigante del temor? Todos hemos caído alguna vez en las manos de este poderoso gigante. Si no, recuerde la última vez que no hizo algo para el Señor a causa del temor. Igual es con el chisme. Oh, cuánto daño nos ha causado este gigante. Tanto cuando hemos chismeado como cuando hemos sido objeto de un chisme. ¿Y la culpa? También es un poderoso gigante. Este gigante nos hace perder el gozo de la salvación cuando nos hace sentir mal por cosas que hicimos en el pasado y que ya han quedado cubiertas por la sangre de Cristo cuando las confesamos y nos apartamos de ellas. Así por el estilo amable oyente, estos gigantes aunque no son de carne y hueso tienen o pretenden tener mucho poder para causar mal. En el estudio bíblico de hoy vamos a hablar sobre otro gigante, muy, pero muy poderoso.
Otro gigante, el cual no siempre es catalogado como poderoso gigante es lo que muchos dan por llamar complejo de inferioridad. ¿Ha sido víctima de este gigante? Bueno, si no sabe como responder, pues le diré que aquella vez que se sintió inferior a los demás, en realidad estaba siendo atacado por el gigante llamado complejo de inferioridad. Si ha sufrido en carne propia el ataque de este gigante, puede ser de ayuda saber que todos hemos sufrido el ataque de este gigante en algún momento de nuestra vida. No piense que usted es uno de esos pobres desdichados a quien le sobreviene todo tipo de males que nadie jamás experimenta. No hay tal amable oyente. El gigante del complejo de inferioridad no hace distinción de personas. No importa la situación económica, el color de la piel, la apariencia física, la preparación académica, inclusive no importa la madurez espiritual. Todo el mundo ha experimentado esas terribles acusaciones de ese gigante. ¿Quién te crees que eres? No sirves para nada. No eres nadie ¿Quiénes son tus antepasados? Eres lo peor. Todos te menosprecian. Nadie te quiere. Este gigante te echará al suelo y te pisoteará hasta que no puedas levantar la cabeza, y si logras levantarla, caminarás con la mirada clavada al piso como si tuvieras que pedir permiso a todos para andar en este mundo. El complejo de inferioridad nos hace sentir que somos menos capaces que los demás. Vivimos con la constante preocupación de no valemos nada, de que todos son mejores que nosotros, de que lo que nosotros hacemos no será aprobado por nadie. Poco a poco vamos rindiéndonos a este gigante. Este gigante tiene varias puertas de ingreso a nuestra vida. A veces puede ser nuestra apariencia, que soy muy alto, o que soy muy bajo, que soy muy gordo o que soy muy flaco, que tengo el cabello lacio o el cabello ondulado, que tengo la piel clara o la piel oscura. A veces es la manera como vestimos, a veces los talentos que poseemos, a veces los bienes que tenemos. Cuando el gigante del complejo de inferioridad logra atravesar alguna de estas puertas se instala cómodamente en nuestra vida y nos causa todo tipo de estragos. Algunos de los grandes hombres de Dios fueron atacados por este gigante en algún momento de su vida. Moisés fue uno de ellos. Moisés fue llamado por Dios, pero cuando se enteró que Dios quería que fuera a Faraón, el gigante del complejo de inferioridad atacó y Moisés dijo: Nunca he sido hombre de fácil palabra. Soy tardo en el habla y torpe de lengua. Jeremías es otro ejemplo. Fue hijo de un sacerdote y Dios le había hablado personalmente. Cuando Jeremías se enteró que Dios le había escogido para que sea su portavoz sintió el ataque del gigante del complejo de inferioridad. Dominado por este gigante, Jeremías respondió: Ah, Ah, Señor Jehová. He aquí no sé hablar, porque soy niño. En 1 Samuel leemos el relato acerca de Saúl, el primer rey de Israel. Este joven era más alto que todos los demás en Israel, de los hombros para arriba. El aceite sagrado de la unción ya había sido derramado sobre su cabeza. Sin embargo cuando estaba a punto de ser proclamado como rey, lo buscaron y no pudieron hallarlo. Jehová tuvo que intervenir para revelar que ese apuesto rey estaba escondido presa del temor entre el bagaje. Saúl sintió que no era digno de ser rey. Aun cuando ya había sido ungido, todavía no se sentía digno de ser rey. La falsa humildad puede ser en realidad un complejo de inferioridad. Existen dos cosas que podemos hacer para conquistar a este gigante. Primero podemos destruirlo con la razón, simplemente usando la cabeza. Dios nos ha puesto la cabeza sobre los hombros para algo más que para llevar el sombrero. Debemos usar el poder de la razón. Si de pronto alguien se nos cruzara en el camino y nos dijera: Vaya, que feo que eres. ¿Qué haríamos? ¿Alimentar el complejo de inferioridad? Por supuesto que no. Deberíamos razonar inmediatamente. ¿Quién es juez para decidir entre lo que es feo y lo que es hermoso en cuanto a la apariencia física? Usted y yo conocemos cientos de personas nada atractivas físicamente, pero que son joyas como personas. La hermosura no está en la forma de la cara sino en el alma. Pero ¿Qué es hermosura después de todo? ¿Quién puede saberlo a ciencia cierta? Algo hermoso para mí podría ser algo horrible para usted o algo hermoso para usted podría ser algo horrible para mí. Esto de feo o hermoso es muy relativo amable oyente. Por tanto debemos usar la razón. Tal vez mi nariz no sea igual a la de los demás, quizá mis ojos no sean iguala los de los demás. A lo mejor tengo pronunciada la quijada o las orejas pequeñas. ¿Y qué? ¿Quién puede decir que esto no sea algo bello? Lo bello y lo feo nos ha sido impuesto por Hollywood, ¿pero qué valor tiene en la realidad algo que provenga de Hollywood? Para Dios todos somos únicos y tan valiosos que Dios pagó con la vida de su Hijo para comprarnos. Podemos conquistar este gigante del complejo de inferioridad usando la razón, pero también necesitamos aplicar Efesios 1:2. La Biblia dice: Gracia y paz a vosotros, de Dios nuestro Padre y del Señor Jesucristo.
Podemos confiar en Dios, aceptar su gracia y ser llenos de ella. Podemos apropiarnos de nuestra posición en Cristo. Somos nada más y nada menos que hijos del Rey. Eso no debemos olvidar jamás. En esto descansa nuestro verdadero valor. No en como nos parecemos o en las cosas que tenemos. Lo que otros piensen de nosotros es asunto de ellos y de ninguna manera afecta el valor que realmente tenemos para con Dios. Nosotros somos valiosos para Dios y punto. Los que piensan que somos menos es porque no conocen a nuestro Padre celestial y por tanto no saben la riqueza que nuestro Padre posee. El himno lo dice claramente: Mi Padre es muy rico, no hay otro igual, los reinos del mundo en sus manos están. Necesitamos atacar con el arma de la fe al gigante del complejo de inferioridad. Cuando lo miramos con los ojos de la fe este poderoso gigante es como una hormiga. No hay necesidad de que un creyente se deje dominar por el gigante del complejo de inferioridad.
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