Saludos cordiales amigo oyente. Bienvenido al estudio bíblico de hoy. Estamos estudiando la primera Epístola del apóstol Pedro y en ella encontramos un análisis pormenorizado de la verdadera gracia de Dios. Lo último que vimos fue que la verdadera gracia de Dios capacita a un creyente a tratar adecuadamente a los hermanos en la fe. En esta ocasión, veremos que la verdadera gracia de Dios capacita a un creyente para soportar el sufrimiento injusto.
Si Ud. pensaba que al recibir a Cristo como Salvador, se iban a acabar las aflicciones, estaba muy equivocado. Un hermano en la fe, más bien dijo que al recibir a Cristo como Salvador, comenzaron sus aflicciones. Ciertamente es una exageración, pero sin embargo, no se puede ocultar la realidad de que la aflicción es parte de la experiencia cristiana. Dios no ha prometido a sus hijos un mundo libre de aflicciones. Más bien el Señor Jesús dijo a sus seguidores: En el mundo tendréis aflicción; pero confiad, yo he vencido al mundo. La aflicción que estamos hablando no es como consecuencia de pecado, porque debemos estar conscientes que el pecado también resulta en aflicción. Estamos hablando de sufrir aflicción por el solo hecho de ser seguidores de Jesucristo. La verdadera gracia de Dios viene en ayuda de los que sufren aflicción por causa de la justicia para que la puedan soportar con gozo. Esto es lo que tenemos en 1ª Pedro 3:13-17 que es el pasaje bíblico para nuestro estudio de hoy. Lo que primero notamos en este pasaje bíblico es la promesa en medio de la aflicción. 1ª Pedro 3:13 y la primera parte del 14 dice «¿Y quién es aquel que os podrá hacer daño, si vosotros seguís el bien? Mas también si alguna cosa padecéis por causa de la justicia, bienaventurados sois» Por medio de una pregunta retórica, Pedro deja muy en claro que absolutamente nadie puede hacer daño a un creyente que sigue el bien. Seguir el bien, básicamente se reduce a conocer y cumplir lo que dice Dios en su palabra. Cuando un creyente no se desvía en su doctrina y en su práctica ni a derecha ni a izquierda de lo que dice la Biblia, puede estar seguro que nada ni nadie, podrá hacerle daño. Si Pedro hubiera dejado las cosas en este punto, entonces con sobrada razón podríamos decir que un creyente fiel nunca va a sufrir aflicción. Pero Ud. y yo sabemos que no es así. Creyentes que han seguido el bien han padecido mucho por causa de la justicia, al punto que inclusive, algunos de ellos han sido martirizados. Piense en Esteban, Jacobo, el mismo Pedro, etc. Todos estos fueron creyentes que siguieron el bien, pero padecieron sobremanera por causa de la justicia. ¿Qué pasó con ellos, y con todos los que hoy en día están también padeciendo por causa de la justicia? Pedro tiene una respuesta. Esta aflicción injusta o padecimiento por causa de la justicia no causa daño al creyente, sino que le hace bienaventurado. La palabra bienaventurado significa muy feliz o dichoso. La verdadera gracia de Dios puede lograr este resultado. Durante la segunda guerra mundial, un muchacho creyente de apenas 12 años rehusó unirse a un movimiento político de la época. Los simpatizantes de este movimiento político amenazaron al muchacho diciendo: ¿No sabes que tenemos el poder para matarte? El muchacho respondió con humildad: ¿No saben que yo tengo el poder para morir por Cristo? La verdadera gracia de Dios hace que un creyente que padece por causa de la justicia se sienta bienaventurado. Es la promesa en medio de la aflicción. En segundo lugar tenemos la actitud en medio de la aflicción. La segunda parte de 1ª Pedro 3:14 dice «Por tanto, no os amedrentéis por temor de ellos, ni os conturbéis» Por cuanto cualquier cosa que alguien intente contra un creyente que sigue el bien, no puede causar daño, entonces, no existe razón para que el creyente se sienta amedrentado por temor de sus agresores o conturbado. Esta es la actitud que la verdadera gracia de Dios nos permite tener en medio de la aflicción. Amedrentado denota alguien que huye presa del pánico. Conturbado denota alguien que está muy inquieto a causa del miedo. Pedro dice: No hay razón para estar inquietos y huir presa del pánico ante el embate de los que nos atacan sin causa. Un ejemplo de esto es un gran hombre de Dios que se llamó Policarpo. Cuando a Policarpo le prometieron dejarle en libertad si blasfemaba contra el nombre de Cristo, dijo: Ochenta y seis años he servido a Cristo y Él nunca me ha causado daño. ¿Cómo podría blasfemar contra mi Rey y mi Señor? Cuando el procónsul le amenazó con lanzarle a las bestias salvajes, contestó: Está bien conmigo, porque así saldré muy pronto de este mundo de miseria. Finalmente el gobernador le amenazó con quemarle vivo. Policarpo dijo: No tengo miedo de las llamas que queman por un momento, pero tú no sabes de las llamas que queman por la eternidad. Este fue un hombre que no se amedrentó ni se conturbó por temor de sus verdugos. La verdadera gracia de Dios permite esto. En tercer lugar encontramos la acción en medio de la aflicción. 1ª Pedro 3:15 dice «sino santificad a Dios el Señor en vuestros corazones, y estad siempre preparados para presentar defensa con mansedumbre y reverencia ante todo el que os demande razón de la esperanza que hay en vosotros» En lugar de amedrentarnos y conturbarnos ante el ataque injusto del enemigo, Pedro nos dice que debemos realizar dos acciones. Número uno, debemos santificar a Dios el Señor en nuestros corazones. Esto significa poner a Dios en el centro de nuestra existencia como el Único Soberano. Cuando Él está en el trono de nuestro corazón, no solo que seguiremos siempre el bien, sino que no tendremos posibilidad de vivir amedrentados y conturbados por el ataque injusto de nuestros enemigos. Alguien lo ha puesto muy bien en estas palabras: Si tememos a Dios no tenemos por qué temer al hombre. Si tememos al hombre es porque no tememos a Dios. Esto es santificar a Dios el Señor en nuestros corazones. Número dos, debemos estar siempre preparados para presentar defensa con mansedumbre ante todo el que nos demande razón de la esperanza que hay en nosotros. Esto es un resultado de santificar a Dios el Señor en el corazón. Como consecuencia, el creyente estará siempre listo para saber como responder a todo aquel que honestamente quiera saber detalles de lo que creemos y esperamos. Esta defensa debe ser presentada con mansedumbre y reverencia. Esto significa sin jactancia, sin dar a entender que menospreciamos a los demás porque ellos no saben lo que nosotros sabemos. Sin dar la impresión que queremos ganar un debate. Qué triste que muchas veces que hemos presentado defensa ante alguien que ha demandado razón de la esperanza que hay en nosotros, no lo hemos hecho con mansedumbre y reverencia y como resultado, quizá hemos ganado un debate pero hemos perdido un alma para el Señor. Estas son las acciones que debemos realizar en medio de la aflicción. En cuarto lugar, tenemos la seguridad en medio de la aflicción. 1ª Pedro 3:16 dice «teniendo buena conciencia, para que en lo que murmuran de vosotros como de malhechores, sean avergonzados los que calumnian vuestra buena conducta en Cristo» Se dice que el que nada debe, nada teme. De esto está hablando Pedro. La seguridad indispensable para presentar defensa con mansedumbre y reverencia ante todo el que nos demande razón de la esperanza que hay en nosotros, proviene de una conciencia buena delante de Dios. La conciencia es buena cuando lo que decimos con la boca lo respaldamos con los hechos. Pero si decimos algo y muy interiormente sabemos que no pensamos así o no vivimos de acuerdo con eso, entonces nuestra conciencia no es buena delante de Dios y eso debilitará nuestra defensa ante todo el que nos demande razón de la esperanza que hay en nosotros. Por eso Pedro dice que nuestras buenas obras sean lo que tape la boca a los que murmuran de nosotros como de malhechores y como consecuencia ellos se sientan avergonzados de haber calumniado nuestra buena conducta en Cristo. En quinto lugar encontramos la advertencia en medio de la aflicción. 1ª Pedro 3:17 dice «Porque mejor es que padezcáis haciendo el bien, si la voluntad de Dios así lo quiere, que haciendo el mal» Como dijimos al comienzo, la aflicción puede resultar también de haber hecho algo mal. Puede ser la consecuencia de algún pecado cometido. Pedro dice que es mucho mejor sufrir aflicción por causa de la justicia que sufrir aflicción por causa del pecado. Note que no todos los creyentes sufren aflicción por causa de la justicia. Por eso Pedro dice «sí la voluntad de Dios así lo quiere» Solo Dios sabe quien va a sufrir aflicción por causa de la justicia. También sabe cuándo y también sabe cómo. Lo que si podemos saber nosotros es que la verdadera gracia de Dios nos capacita para soportar con gozo la aflicción por causa de la justicia.
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