Qué bendición amable oyente estar nuevamente con usted para juntos participar en el estudio bíblico de hoy en el libro de Santiago. Gracias por sus oraciones y por sus ofrendas para la continuación de este ministerio. Se cuenta que una vez un pastor bautista se quedó dormido mientras preparaba un mensaje sobre el cielo y el infierno y tuvo un sueño. Estaba soñando que llegaba a las puertas mismas del infierno. Al tocar la puerta salió un guardián. Con temor preguntó el pastor: ¿Hay Metodistas en este lugar? Muchos fue la respuesta del guardián. Luego preguntó: ¿Hay Luteranos? Por supuesto, dijo el guardián. Siguió preguntando: ¿Hay Presbiterianos? Claro que sí dijo el guardián. El pastor bautista siguió preguntando hasta que ya no se acordaba de más denominaciones. Por último se atrevió a preguntar: ¿Y…hay bautistas? Oh, ciertamente y son muchos dijo el guardia. Triste por el hecho que había bautistas en el infierno, en su sueño el pastor bautista se encontró después en las puertas del cielo. Al tocar la puerta salió un guardián. Inmediatamente comenzó a preguntar: ¿Hay aquí Metodistas? No. Ninguno fue la respuesta. ¿Hay aquí Luteranos? No, dijo el guardia. ¿Hay aquí Presbiterianos? La respuesta fue: No. Al borde de la desesperación se atrevió a preguntar: ¿Hay aquí bautistas? No, ninguno fue la respuesta. Angustiado añadió: ¿Entonces quiénes están aquí? Con toda la calma el guardián dijo: Hermano, aquí solamente estamos cristianos. La respuesta tranquilizó tanto al pastor bautista que despertó de su sueño. Así es amable oyente. En el cielo no se hará acepción de personas por diferencia denominacional, ni racial, ni económica, ni social. Todos seremos iguales a los ojos de aquel quien derramó su preciosa sangre para redimirnos. Sobre esto trata el estudio bíblico de hoy.
Si tiene una Biblia, ábrala en Santiago capítulo 2 versículos del 1 al 9. Este pasaje bíblico contiene un mandato. Tenemos el mandato expresado, el mandato ejemplificado y el mandato explicado. Analicemos primeramente el mandato expresado. Santiago 2:1 dice: Hermanos míos, que vuestra fe en nuestro glorioso Señor Jesucristo sea sin acepción de personas.
Anteriormente el autor de Santiago exhortó a no seguir una religión vana que abunda en ritos religiosos pero carece de práctica que esté acorde con lo que dice la palabra de Dios. Dentro de este mismo asunto general, Santiago deja un mandamiento en contra de la parcialidad en la iglesia. Santiago se dirige a creyentes, esto sabemos por su introducción al mandato cuando dice: Hermanos míos. Luego presenta la gran verdad en cuanto a que la fe en el glorioso Señor Jesucristo debe ser sin acepción de personas. Notemos que la fe en la persona del Dios hombre, el glorioso Señor Jesucristo debe manifestarse en acciones de bien. Muchos hoy en día dicen que creen en el Señor Jesucristo, pero viven sus vidas sin tomar en cuenta lo Él dice en su palabra. El mismo autor, Santiago dice más adelante en su libro que una fe así es una fe muerta. Una de las manifestaciones de una fe verdadera en el glorioso hijo de Dios es no hacer acepción de personas en la congregación. Las palabras «acepción de personas» significa literalmente recibir por la cara. Qué interesante, hacer acepción de personas es favorecer o rechazar sobre la base como luce físicamente una persona. El hacer acepción de personas es una aberración del cristianismo. Qué trágico que hay iglesias evangélicas sólo para blancos o sólo para negros. Sólo para ricos o sólo para pobres. Sólo para gente preparada o sólo para gente no preparada. Esto no es bíblico amable oyente, porque la palabra de Dios claramente dice: No hagáis acepción de personas por ningún concepto. Veamos ahora el mandato ejemplificado. Santiago va a sacar un ejemplo de la vida real de la iglesia del primer siglo. Santiago 2:2-4 dice: Porque si en vuestra congregación entra un hombre con anillo de oro y con ropa espléndida, y también entra un pobre con vestido andrajoso,
Jas 2:3 y miráis con agrado al que trae la ropa espléndida y le decís: Siéntate tú aquí en buen lugar; y decís al pobre: Estate tú allí en pie, o siéntate aquí bajo mi estrado;
Jas 2:4 ¿no hacéis distinciones entre vosotros mismos, y venís a ser jueces con malos pensamientos?
El ejemplo era harto conocido por los lectores de la carta. Se trata de la discriminación de personas sobre la base del poder económico. El rico era tratado como rey en la iglesia, mientras que el pobre era tratado con indiferencia. Cuántas veces no se repite esta historia en la iglesia ¿verdad? Cuántas veces no hemos sido culpables de segregación económica. Le garantizo que en su iglesia, por más buena que sea, se trata con preferencia a los hermanos que poseen riqueza y se desprecia a los hermanos de humilde condición económica. Muchos se defenderán diciendo: Pero en mi iglesia no es así. Entonces ¿por qué la última vez que asistió un personaje importante de la comunidad, todo el mundo se conmovió ante el «honor» entre comillas de que esta persona estuviera visitando la iglesia, en cambio nadie se conmovió de igual manera ante la visita de un pordiosero o de una persona común y corriente? Alguien ha dicho que si el Señor Jesucristo viniera en la actualidad como vino en su primera venida y visitara nuestras iglesias, en la mayoría de ellas pasaría desapercibido y en algunas sería sacado por los diáconos por atreverse a entrar siendo tan pobre. Santiago dice que hacer acepción de personas sobre la base del poder económico es equivalente a llegar a ser jueces con malos pensamientos, es decir, emitir sentencia en un juicio sin considerar detenidamente los hechos. Por esto, Santiago nos va a explicar el mandato para evitar ser jueces con malos pensamientos. Tenemos por tanto el mandato explicado. Santiago da cuatro razones para que veamos cuan absurdo es hacer distinción de personas sobre la base del poder económico. La primera razón es porque deshonra a aquel que ha sido honrado por Dios. Santiago 2:5 dice: Hermanos míos amados, oíd: ¿No ha elegido Dios a los pobres de este mundo, para que sean ricos en fe y herederos del reino que ha prometido a los que le aman?
Los pobres han sido elegidos por Dios para salvación. Dios honra a los pobres por medio de esta elección. Parte de ese honor es que los pobres son ricos en fe, es decir poseen una riqueza enorme aunque no material sino espiritual, una riqueza que no se puede cuantificar en términos materiales. Parte del honor es que los pobres son también herederos del reino que Dios ha prometido a los que le aman. Los pobres han sido ciertamente objeto de la gracia de Dios. Cuidado con afrentar a un hermano pobre. Él es poseedor de mucho más que cualquier riqueza en el mundo. Un rey de antaño estaba consciente de esta verdad y se dice que una vez mes invitaba a su palacio a algunas personas muy pobres para agasajarles con un delicioso banquete. Cuando le preguntaron por qué hacía esto, dijo: Algún día ellos estarán reinando con más gloria que lo que yo reino ahora. Quiero que ellos sepan lo mucho que los aprecio. Afrentar a un hermano pobre es equivalente a afrentar al mismo Hijo de Dios. Mucho cuidado con esto. La segunda razón es porque son los ricos quienes oprimen a los hermanos, absurdo que los hermanos les rindan honores. Santiago 2:6 dice: Pero vosotros habéis afrentado al pobre. ¿No os oprimen los ricos, y no son ellos los mismos que os arrastran a los tribunales?
Los ricos incrédulos estaban prontos para llevar por la fuerza a los hermanos a los tribunales bajo cualquier cargo real o ficticio, con la finalidad de privarlos de sus posesiones. Es ilógico que cuando esos mismos ricos visitaban las iglesias sean honrados como héroes. Santiago no está apoyando una rebelión contra los ricos, lo único que está haciendo es pidiendo que los ricos y los pobres sean tratados de igual manera. La tercera razón es porque el vocabulario de los ricos ofende al Señor. Santiago 2:7 dice: ¿No blasfeman ellos el buen nombre que fue invocado sobre vosotros?
Los ricos incrédulos son los que más se burlan y blasfeman el nombre de Señor Jesucristo. Muchos no tienen ningún respeto por la gloriosa persona del Señor. ¿Cómo vamos a inclinarnos en la iglesia ante quienes pisotean el nombre de Cristo? La cuarta y última razón, es porque viola la ley de amar al prójimo. Santiago 2:8-9 dice: Si en verdad cumplís la ley real, conforme a la Escritura: Amarás a tu prójimo como a ti mismo, bien hacéis;
Jas 2:9 pero si hacéis acepción de personas, cometéis pecado, y quedáis convictos por la ley como transgresores.
Esta razón es la que tiene más peso. La ley de Moisés afirma que debemos amar al prójimo como a nosotros mismos. Esta ley se repite en el Nuevo Testamento para los creyentes. Juan 13:34 dice: Un mandamiento nuevo os doy: Que os améis unos a otros; como yo os he amado, que también os améis unos a otros.
Al hacer acepción de personas estamos faltando contra la ley de amarnos unos a otros como a nosotros mismos. ¿A quién le gustaría ser despreciado en la iglesia por ser pobre o por ser de un color de piel diferente de la mayoría, o por no ser educado? Entonces ¿Qué derecho tenemos de hacer acepción de personas a los demás? No hagamos a otros lo que no nos gustaría que otros hagan con nosotros. Hacer acepción de personas es pecado y sobre ello es transgresión a la ley, porque ha sido expresamente prohibido por Dios en su palabra. ¿Cómo es su trato a los demás en la iglesia? ¿Trata a todos por igual? ¿O tiene por allí sus preferidos al precio de humillar o ignorar a otros? Que Dios nos ayude a no hacer acepción de personas.
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