Reciba cordiales saludos amable oyente y la bienvenida al estudio bíblico de hoy. Estamos estudiando la primera epístola de Pablo a Timoteo en la serie titulada: Claves para ser un buen ministro de Jesucristo. En nuestro último estudio bíblico, vimos que para ser un buen ministro de Jesucristo es necesario no ser pendenciero, no ser codicioso de ganancias deshonestas, sino amable, apacible, no avaro, y probar que tiene capacidad de gobernar mediante el ejercicio de un buen gobierno en su familia. En esta oportunidad vamos a examinar dos requisitos más.
Si tiene una Biblia a la mano, ábrala en 1 Timoteo 3:6, versículo en el cual aparece la primera cualidad de carácter para nuestra consideración en esta oportunidad. La Biblia dice: no un neófito, no sea que envaneciéndose caiga en la condenación del diablo.
Allí lo tenemos. No un neófito. La palabra neófito es la traducción del adjetivo griego “neófutos” que literalmente significa “recién plantado” y habla de una planta que todavía no ha producido ningún fruto por cuanto está todavía tierna. En un sentido espiritual, este adjetivo significa alguien que es tierno en la fe, y que por ese hecho todavía no ha producido el fruto que Dios espera de todo creyente maduro. Esto es digno de notar amable oyente. Un obispo, pastor o anciano, no puede ser alguien que aparece de pronto en la congregación con un fuerte deseo de ser un líder pero sin el tiempo necesario para hacer notorio a todos los creyentes el fruto espiritual en su vida. Este es un error que cometen muchas iglesias locales cuando tal vez por la presión de tener a alguien en el liderazgo apresuran la decisión, colocando a un neófito, es decir a un creyente tierno en la fe, en quien todavía no se ha producido el fruto del Espíritu Santo. El gran riesgo que se corre es lo que acertadamente señala el mismo versículo, cuando dice: No sea que envaneciéndose caiga en la condenación del diablo. Cuando un creyente inmaduro o nuevo en la fe, llega a una posición de liderazgo en una iglesia local, es inevitable que se le suban los humos a la cabeza, como se dice vulgarmente, y henchido de orgullo, demande que se le rinda honores y pretenda ser un dictador soberano, para luego caer estrepitosamente y causar un terrible daño a la iglesia local. En el fondo se habría configurado un cuadro muy similar a lo que sucedió cuando Lucero, el ángel acabado de hermosura, se enorgulleció y se rebeló contra su Creador, debido a lo cual tuvo que sufrir las consecuencias. Isaías 14:12-15 dice: ¡Cómo caíste del cielo, oh Lucero, hijo de la mañana! Cortado fuiste por tierra, tú que debilitabas a las naciones.
Isa 14:13 Tú que decías en tu corazón: Subiré al cielo; en lo alto, junto a las estrellas de Dios, levantaré mi trono, y en el monte del testimonio me sentaré, a los lados del norte;
Isa 14:14 sobre las alturas de las nubes subiré, y seré semejante al Altísimo.
Isa 14:15 Mas tú derribado eres hasta el Seol, a los lados del abismo.
Para que un creyente manifieste fruto en su vida espiritual hace falta tiempo y esfuerzo, un creyente tierno en la fe o inmaduro, no ha tenido el suficiente tiempo ni ha podido hacer el suficiente esfuerzo para manifestar el fruto espiritual en su vida y se le haría gran daño si se lo reconoce como obispo, pastor o anciano. De esta manera llegamos al último requisito de carácter para que un creyente llegue a ser obispo, pastor o anciano. 1 Timoteo 3:7 dice: También es necesario que tenga buen testimonio de los de afuera, para que no caiga en descrédito y en lazo del diablo.
El potencial obispo, anciano o pastor no sólo debe ser irreprensible dentro de la iglesia local ante los demás creyentes, sino que también debe ser irreprensible fuera de la iglesia local ante la gente no creyente. A decir verdad es relativamente fácil aparecer como un creyente íntegro dentro de la iglesia local, pero otra cosa es ser integro en el hogar donde pasamos la mayor parte del tiempo y ciertamente en la esfera donde realizamos nuestras actividades económicas, ya sea en la fábrica donde trabajamos, en la oficina donde trabajamos, en la escuela, el colegio, la universidad donde estudiamos, en los negocios, en los deportes, en el vecindario donde vivimos. ¿Tenemos una imagen de respeto e integridad en la fábrica donde trabajamos? ¿Cumplimos con las tareas encomendadas con prontitud y excelencia? ¿Servimos al ojo? O hacemos todo para la gloria del Señor. ¿Somos honestos en la oficina donde trabajamos? ¿Estamos dispuestos a someternos a nuestras autoridades aun cuando estas autoridades actúen injustamente? ¿Mantenemos buenas relaciones con los que están por encima de nosotros en autoridad al igual con los que están por debajo de nosotros en autoridad? En los estudios, ¿somos diligentes? ¿Buscamos la excelencia? ¿Hacemos trampas para obtener buenas calificaciones? ¿Nos burlamos de los profesores? En los negocios, ¿somos honestos? ¿Engañamos en el peso o en las medidas, o en las características de lo que vendemos? ¿Cumplimos con los plazos para pagar nuestras obligaciones? ¿Pagamos a los empleados lo que es justo y a tiempo? En cuando al país, ¿nos rebelamos contra las autoridades aun cuando sean corruptas o injustas? ¿Pagamos adecuadamente los impuestos que demanda la ley? ¿Sobornamos a las autoridades para obtener lo que buscamos? ¿Somos amables y honestos cuando practicamos algún deporte? ¿Cómo nos ven nuestros vecinos en el lugar donde vivimos? ¿Tenemos buenas relaciones con todos en cuanto dependa de nosotros? Esto es sólo un ejemplo de la manera como el potencial obispo, pastor o anciano debe conducirse ante los que todavía no han recibido a Cristo como Salvador. Cuando un creyente en general y más aún cuando un creyente que está aspirando a ser obispo, pastor o anciano, tiene un mal testimonio ante los que no son creyentes, cae en descrédito y en lazo del diablo. Caer en descrédito significa que no tiene credibilidad porque dice una cosa pero hace totalmente lo contrario de lo que dice. Hablando de alguien que por su mal testimonio cayó en descrédito, un amigo mío solía decir: Predica lindo pero no vive lo que predica. Cuando sucede algo así, quien más contento se pone es el diablo, porque él sabe como sacar máximo provecho de esta situación. El diablo se las ingeniará para que la gente que todavía no cree, se burle de Dios, de su Hijo el Señor Jesucristo y llegue a la conclusión que todos los creyentes son unos hipócritas. El diablo entonces habrá atrapado una víctima en su lazo. Antes de poner a alguien en el liderazgo en una iglesia local es necesario evaluar su testimonio, tanto en dentro de la iglesia como dentro de su familia y en el entorno social donde este creyente se mueve. Solamente así se evitará dar ocasión al diablo para que haga de las suyas. Estas son, amable oyente, las cualidades de carácter que deben cumplir los que anhelan obispado o los que ya están en el obispado. Si un creyente que anhela obispado no cumple con estas cualidades de carácter simplemente no se le debería permitir que ejerza el oficio de obispo, pastor o anciano. El gran problema es cuando alguien ya está ejerciendo el oficio de obispo, pastor o anciano, y por determinada razón ha dejado de cumplir con alguno o algunos de estos requisitos. No es sencillo manejar esta situación y se requiere de mucha sabiduría y tacto. El primer paso debería ser que los otros obispos, pastores o ancianos en la iglesia local se reúnan a solas con el hermano implicado y con amor y firmeza confronten el error con espíritu de mansedumbre. El paso siguiente debería ser que si el implicado reconoce su falta y se somete a lo que se le pida para que pueda ser restaurado, podría continuar ejerciendo el oficio de obispo, anciano o pastor. Es necesario, sin embargo, señalar que en el caso de faltas de índole moral, como el adulterio, por ejemplo, aun cuando exista reconocimiento de la falta y su posterior restauración, sin embargo no podrá seguir ejerciendo el oficio de obispo, anciano o pastor, por cuanto el implicado ha dejado de ser marido de una sola mujer. Al concluir con esta parte, es obvio que el ejercer el oficio de obispo, pastor o anciano, es un privilegio y una responsabilidad enorme y por tanto es necesario que quienes lo ejerzan deben cultivar un estilo de vida irreprensible delante de Dios. Las iglesias locales sufren grandemente cuando un obispo, pastor o anciano, deja de cumplir con esta característica. Que por la gracia de Dios y su infinita misericordia ninguno de nosotros seamos el motivo para que el nombre de Dios sea blasfemado y su iglesia sufra las consecuencias.
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