Saludos cordiales, amiga, amigo oyente. La Biblia Dice… le extiende una cálida bienvenida al estudio bíblico de hoy. Prosiguiendo con el estudio del libro de Hebreos, en la serie que lleva por título: La preeminencia de Jesucristo, en esta ocasión, David Logacho nos hablará en cuanto a que el antiguo pacto fue bueno, pero el nuevo pacto es mejor. No se trata de comparar algo malo con algo bueno, sino algo bueno, con algo mejor.
Las últimas palabras con las cuales terminamos nuestro estudio bíblico anterior fueron estas: Al decir: Nuevo pacto, ha dado por viejo al primero; y lo que se da por viejo y se envejece, está próximo a desaparecer. Esta declaración puede perfectamente malinterpretarse, en el sentido que el pacto antiguo fue malo.
Para aclarar esta situación, el autor de Hebreos va a mostrar que el pacto antiguo de ninguna manera fue malo, sino que simplemente cumplió con su propósito y por tanto expiró y abrió paso a un pacto mejor, el nuevo pacto, establecido sobre mejores promesas. Veamos pues, como el autor de Hebreos trata este delicado asunto.
Abramos nuestras Biblias en Hebreos 9. Estudiaremos los versículos 1 a 14. Este pasaje bíblico puede dividirse en dos secciones. La primera de ellas va del versículo 1 hasta el versículo 10 y presenta las verdades del antiguo pacto. La segunda, va del versículo 11 hasta el versículo 14 y presenta las verdades del nuevo pacto. Al comparar estas dos verdades, será obvio que el antiguo pacto era bueno, pero el nuevo pacto es mejor.
No se trata entonces de algo malo y algo bueno, sino de algo bueno y algo mejor. Vayamos pues a examinar las verdades del antiguo pacto. Hebreos 9:1 dice: “Ahora bien, aun el primer pacto tenía ordenanzas de culto y un santuario terrenal.” Lejos de ser algo malo, el primer pacto, o el pacto antiguo, tenía ordenanzas de culto. Esto significa que los ritos que se observaban en este pacto, no fueron instituidos por hombres, sino por Dios mismo. Pero tanto el rito como el mismo santuario terrenal o tabernáculo fueron solamente una lección objetiva de las glorias de Cristo y el santuario celestial.
De aquí que, las ordenanzas de culto y el santuario terrenal fueron temporales, destinados a desaparecer una vez que cumplan con su propósito. Luego el autor de Hebreos pasa a describir el santuario terrenal, en los siguientes términos. Hebreos 9:2-5 dice: “Porque el tabernáculo estaba dispuesto así: en la primera parte, llamada el lugar Santo, estaban el candelabro, la mesa y los panes de la proposición. Tras el segundo velo estaba la parte del tabernáculo llamada el Lugar Santísimo, el cual tenía un incensario de oro y el arca del pacto cubierta de oro por todas partes, en la que estaba una urna de oro que contenía el maná, la vara de Aarón que reverdeció, y las tablas del pacto; y sobre ella los querubines de gloria que cubrían el propiciatorio; de las cuales cosas no se puede ahora hablar en detalle.”
Me impresiona la última parte de este pasaje. Parece que el autor de Hebreos está apremiado por llegar a lo que quiere decir después, y es como si dijera: Ustedes judíos saben bien lo que hay en el santuario, por eso, no voy a hablar de esto en detalle. Esto pone una nota muy personal en el libro de Hebreos. ¿No le parece? De todas maneras, en la mención que hace los objetos del santuario, podemos encontrar una riquísima aplicación a la persona y obra del Señor Jesucristo.
El tabernáculo era una tienda cubierta de pieles de diferente tipo, con una sola puerta. Esto representa a Jesucristo en su obra de ser el único camino hacia Dios. Después menciona la mesa y los panes de la proposición. Aquí tenemos a Jesucristo como el pan de vida, el único que puede sostener la vida. Luego menciona el velo, que divide el Lugar Santo del Lugar Santísimo. El Lugar Santísimo era donde Dios se manifestaba a Israel. El velo significa que el acceso a Dios estaba bloqueado, hasta que venga Jesucristo y acabe la obra para que todos puedan atravesar por él. Ya en el Lugar Santísimo, el autor dirige su mirada al incensario de oro. En él se quemaba una mezcla especial de incienso que producía un olor fragante.
El humo del incienso representa nuestras oraciones, que llegan al Padre a través de Cristo. Después está el arca del pacto, hecha de madera de acacia y recubierta de oro puro, representando a Jesucristo en su humanidad y su realeza. Dentro del arca del pacto estaba el maná, la vara de Aarón que reverdeció y las tablas del pacto. El arca estaba cubierta por una tapa de oro que tenía dos querubines de oro con sus alas cubriendo esta tapa. Esta cubierta se llamaba el propiciatorio. Esta palabra tiene su raíz en el verbo “satisfacer” Sobre el propiciatorio, el sumo sacerdote rociaba la sangre del sacrificio para satisfacer las justas demandas de un Dios santo ofendido por el pecado. Esto es un pálido reflejo de la obra de Jesucristo.
Jesucristo es el sacrificio que satisface las demandas justas de un Dios ofendido por el pecado y así él es nuestra propiciación. Propiciación es satisfacer las demandas justas de Dios por medio de un sacrificio. En los versículos 6 a 7, el autor de Hebreos describe el servicio en el santuario. Dice así: “Y así dispuestas estas cosas, en la primera parte del tabernáculo entran los sacerdotes continuamente para cumplir los oficios del culto; pero en la segunda parte, sólo el sumo sacerdote una vez al año, no sin sangre, la cual ofrece por sí mismo y por los pecados de ignorancia del pueblo.”
En el lugar Santo ministraban los sacerdotes incansablemente, pero no podían entrar al Lugar Santísimo. Allí entraba solamente el Sumo Sacerdote, y sólo una vez al año, en el día de expiación. Para entrar al Lugar Santísimo, el Sumo Sacerdote tenía que entrar con la sangre de un sacrifico por sus propios pecados primeramente. Luego con la sangre de un sacrifico por los pecados de ignorancia del pueblo. La sangre era rociada sobre la cubierta del arca del pacto o el propiciatorio.
Así Dios estaba enseñando a Israel que para acercarse a Dios es necesario el sacrificio de una víctima inocente. En el tiempo de Dios, esa víctima fue sacrificada, la víctima fue Jesucristo, su sacrificio es lo que permite al hombre pecador acercarse a Dios. En los versículos 8 a 10 el autor de Hebreos nos da el significado de todo lo dicho. Dice así: “dando el Espíritu Santo a entender con esto que aún no se había manifestado el camino al Lugar Santísimo, entre tanto que la primera parte del tabernáculo estuviese en pie. Lo cual es símbolo para el tiempo presente, según el cual se presentan ofrendas y sacrificios que no pueden hacer perfecto, en cuando a la conciencia, al que practica este culto, ya que consiste sólo de comidas y bebidas, de diversas abluciones, y ordenanzas acerca de la carne, impuestas hasta el tiempo de reformar las cosas.” Por medio del santuario y el servicio que se efectuaba en él, Dios estaba enseñando a Israel que todavía no se había abierto el camino a la presencia de Dios.
Esto permanecería así, mientras haya un santuario con un velo que divide el Lugar Santo del Lugar Santísimo. Pero ¿Qué pasó cuando Jesucristo entregó su espíritu en la cruz? El velo del templo se rasgó de arriba abajo, indicando así que por medio de Jesucristo se había abierto el camino al Padre. Los ritos en el santuario no podían arreglar el problema de pecado, los ritos en la actualidad tampoco pueden arreglar el problema de pecado, son inútiles desde todo punto de vista.
El texto leído nos habla de un tiempo de reformar las cosas. Esto se refiere a que llegará un momento cuando será posible el acercarse a Dios. Ese tiempo llegó cuanto Jesucristo murió en la cruz y abrió un camino freso al Padre. Después, el autor de Hebreos nos presenta las verdades del nuevo pacto. Tenemos primero el santuario del nuevo pacto. Hebreos 9:11 dice: “Pero estando ya presente Cristo, sumo sacerdote de los bienes venideros, por el más amplio y más perfecto tabernáculo, no hecho de manos, es decir, no de esta creación.” El santuario donde ministra Jesucristo no es terrenal como el tabernáculo, es celestial, es el mismo cielo donde está el Padre.
En segundo lugar, nos habla del servicio en el cielo. Hebreos 9:12 dice: “y no por sangre de machos cabríos ni de becerros, sino por su propia sangre, entró una vez para siempre en el Lugar Santísimo, habiendo obtenido eterna redención.” Cristo como sumo sacerdote entró con su propia sangre al Lugar Santísimo o al cielo, y por cuanto su sacrificio es perfecto, se quedó allí, no fue como con los otros sumos sacerdotes, que tenían que salir del Lugar Santísimo inmediatamente después de rociar el propiciatorio con la sangre de un animal inocente. Una vez en el Lugar Santísimo, el cielo, Jesucristo obtuvo eterna redención o perdón de pecados para todos los que por fe se acercan a Dios por medio de él. En tercer lugar tenemos el significado.
Hebreos 9:13-14 dice: “Porque si la sangre los toros y de los machos cabríos, y las cenizas de la becerra rociadas a los inmundos, santifican para la purificación de la carne, ¿cuánto más la sangre de Cristo, el cual mediante el Espíritu eterno se ofreció a sí mismo sin mancha a Dios, limpiará vuestras conciencias de obras muertas para que sirváis al Dios vivo?” El significado de que Cristo entró al Lugar Santísimo para siempre es que su sangre puede limpiar, no el cuerpo, pero sí la conciencia del pecador para así hacernos puros para Dios y capaces de servir al Dios vivo.
Hemos visto las verdades del antiguo pacto y las verdades del nuevo pacto. Queda claro que el antiguo pacto no era malo, simplemente era imperfecto el sentido de no poder unir al hombre con Dios, porque este no era el propósito de este pacto. Su propósito era dar una lección objetiva a Israel para que aprenda a estar preparado para recibir a Jesucristo, el mediador o garante del nuevo pacto, que a diferencia del anterior, este sí es perfecto porque puede unir al hombre con Dios.
¿Ha recibido a Cristo como su Salvador? Nuestra oración es que hoy mismo lo haga si no lo ha hecho antes para que así pueda tener la certeza de estar unido con Dios.
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