Reciba muchos saludos amable oyente. Es un gozo compartir estos momentos con usted. Soy David Logacho dándole la bienvenida al estudio bíblico de hoy en el evangelio de Juan. En esta oportunidad vamos a estudiar acerca del arresto del Señor Jesús.
Si tiene una Biblia a la mano, ábrala en Juan 18:1-12. Este pasaje bíblico tiene que ver con el arresto del Señor Jesús, una vez que Judas Iscariote lo entregó a traición. Lo primero que tenemos es la descripción del lugar de los hechos. Juan 18: 1 dice: Habiendo dicho Jesús estas cosas, salió con sus discípulos al otro lado del torrente de Cedrón, donde había un huerto, en el cual entró con sus discípulos.
Después de orar a su Padre, siendo ya de noche, el Señor Jesús salió acompañado de sus discípulos con dirección al otro lado del torrente de Cedrón. El torrente de Cedrón es un arroyo que corre al Este de Jerusalén, entre el muro de la ciudad y el monte de los Olivos. La palabra que se ha traducido como Cedrón, significa turbio, en referencia a lo turbio de las aguas que corrían por este torrente o arroyo, debido a que en él se arrojaba la sangre de los animales que se sacrificaban en el altar del templo de Jerusalén. Al cruzar el torrente de Cedrón, tal vez el Señor Jesús estaría meditando en que una vez que él sea sacrificado en la cruz del Calvario como el Cordero de Dios que quita el pecado del mundo, ya no sería necesario que se hagan más sacrificios en el templo de Jerusalén, de modo que por el torrente de Cedrón no correría más agua mezclada con sangre de animales sacrificados. El huerto al que se refiere Juan estaba en la ladera occidental del monte de los Olivos. Se trata del huerto de Getsemaní, palabra que significa prensa de aceitunas, porque en aquel huerto había muchos olivos y las prensas en las cuales se sometía a una enorme presión las aceitunas para extraer el aceite de oliva. Qué cuadro tan preciso de lo que estaba por suceder en instantes más, cuando el Señor Jesús fue sometido a la tremenda presión del juicio de Dios por el pecado del mundo. Juan dice que el Señor y sus discípulos entraron a este huerto. En segundo lugar tenemos la intervención del traidor, Judas Iscariote. Juan 18:2 dice: Y también Judas, el que le entregaba, conocía aquel lugar, porque muchas veces Jesús se había reunido allí con sus discípulos.
Joh 18:3 Judas, pues, tomando una compañía de soldados, y alguaciles de los principales sacerdotes y de los fariseos, fue allí con linternas y antorchas, y con armas.
El huerto de Getsemaní, en el monte de los Olivos era un lugar predilecto del Señor Jesús y sus discípulos para tener momentos de descanso, oración y enseñanza. Judas Iscariote era por entonces parte del grupo, aunque era un impostor. Estaba con ellos, pero no era parte de ellos y el Señor Jesús lo sabía perfectamente. Así que Judas Iscariote no debe haber tenido que pensar mucho aquella noche para saber en donde encontrar al Señor Jesús para entregarle a sus verdugos. Lo que ignoraba Judas Iscariote era la manera como iban a reaccionar, el Señor Jesús y sus discípulos cuando Judas Iscariote entregue al Señor Jesús. Por eso, Judas Iscariote tomó todas las precauciones posibles para garantizar su propósito de que el Señor Jesús sea arrestado. Juan dice que Judas Iscariote tomó una compañía de soldados. Una compañía estaba formada por unos 600 soldados. Además Judas Iscariote tomó alguaciles de los de los principales sacerdotes y de los fariseos. Estos eran guardias del templo, que estaban a órdenes de principales sacerdotes y fariseos. Era todo un ejército, con linternas y antorchas, porque era de noche y además armados. ¿Qué habrá tenido en la cabeza Judas Iscariote para armar un ejército así para arrestar a un hombre? Claro, Judas Iscariote no sabía que el Señor Jesús no iba a poner ni pizca de resistencia al ser arrestado, porque todo esto estaba dentro de la voluntad soberana de Dios. En tercer lugar, tenemos el arresto del Señor Jesús. Juan 18:4-12 dice: Pero Jesús, sabiendo todas las cosas que le habían de sobrevenir, se adelantó y les dijo: ¿A quién buscáis?
Joh 18:5 Le respondieron: A Jesús nazareno. Jesús les dijo: Yo soy. Y estaba también con ellos Judas, el que le entregaba.
Joh 18:6 Cuando les dijo: Yo soy, retrocedieron, y cayeron a tierra.
Joh 18:7 Volvió, pues, a preguntarles: ¿A quién buscáis? Y ellos dijeron: A Jesús nazareno.
Joh 18:8 Respondió Jesús: Os he dicho que yo soy; pues si me buscáis a mí, dejad ir a éstos;
Joh 18:9 para que se cumpliese aquello que había dicho: De los que me diste, no perdí ninguno.
Joh 18:10 Entonces Simón Pedro, que tenía una espada, la desenvainó, e hirió al siervo del sumo sacerdote, y le cortó la oreja derecha. Y el siervo se llamaba Malco.
Joh 18:11 Jesús entonces dijo a Pedro: Mete tu espada en la vaina; la copa(A) que el Padre me ha dado, ¿no la he de beber?
Joh 18:12 Entonces la compañía de soldados, el tribuno y los alguaciles de los judíos, prendieron a Jesús y le ataron,
Judas Iscariote hizo su entrada en el huerto con todo un ejército bien armado, pero, esta preposición muestra un contraste, pero el Señor Jesús, sabiendo todas las cosas que le habían de sobrevenir, aún así, se adelantó a ellos. Judas Iscariote y la tropa que le acompañaba tal vez pensaron que el Señor Jesús y sus discípulos se iban a esconder en el huerto de Getsemaní, para evitar el arresto, pero todo lo contrario, fue el Señor Jesús quien se les adelantó y se presentó ante ellos. El que nada debe, nada teme, afirma el dicho. Seguramente mirándolos de frente el Señor Jesús les hizo la pregunta: ¿A quién buscáis? Aquí podemos ver la sumisión del Señor Jesús a los designios de su Padre celestial. Sabiendo todo lo que iba a suceder una vez que sea arrestado, el Señor Jesús, no se resistió, no se rebeló. Simplemente dijo a sus captores: A quien buscáis. La respuesta de la gente que llevó Judas Iscariote fue: A Jesús nazareno. Así es como la gente identificaba en ese tiempo al Señor Jesús. El calificativo nazareno tiene relación con el pueblo de donde la gente pensaba que era oriundo el Señor Jesús, y lo utilizaban en forma despectiva, porque Nazaret no tenía buena fama entre los judíos de aquel tiempo. Al oír la respuesta de la gente, el Señor Jesús simplemente dijo: Yo soy. Juan pone en claro que Judas Iscariote estaba entre la gente que interrogó al Señor Jesús. De esto se desprende que Judas Iscariote debe haber confirmado de alguna manera que quien dijo Yo soy, en verdad era el Señor Jesús. Pero cuando la gente oyó al Señor Jesús decir: Yo soy, sucedió algo espectacular. Juan dice que cuando el Señor Jesús dijo: Yo soy, retrocedieron y cayeron a tierra. ¿Cuál es la explicación para esto? Pues que se manifestó momentáneamente el poder divino que manaba de la persona del Señor Jesús. Yo soy es lo que en esencia significa el nombre Jehová: Yo soy el que soy. Qué espectáculo debió haber sido ese. Imagine, una compañía de soldados, cientos de ellos, además de los alguaciles de los principales sacerdotes y de los fariseos, todos armados, cayendo a tierra, ante las palabras de un solo hombre desarmado. Seguramente cuando los captores se levantaron de la tierra, el Señor Jesús les volvió a preguntar: ¿A quién buscáis?. La turba armada nuevamente respondió como antes: A Jesús nazareno. Esta vez la respuesta del Señor Jesús fue: Os he dicho que yo soy. Pero en esta ocasión, el Señor dijo algo más, relacionado con los once que estaban con él. Hablando a sus captores les dijo: Pues si me buscáis a mí, dejad ir a estos. En esto se nota la protección del Señor Jesús a sus discípulos. Judas Iscariote y la horda armada que le acompañaba buscaban al Señor Jesús. No había razón para arrestar también a los once que estaban con él. Por este motivo, el Señor Jesús pide a sus captores que dejen ir a los once. Este pedido del Señor Jesús fue aceptado por sus captores y en esto se cumplió lo que el Señor Jesús había declarado en su oración intercesora en cuanto que ninguno se perdió de los que el Padre le había dado, porque los once fueron celosamente guardados hasta el último instante del ministerio público del Señor Jesús. De modo que los once estaban en libertad de dispersarse. Me imagino que todos habrán comenzado a retirarse, con la excepción del siempre impulsivo Pedro. Juan relata que en un acto de extrema confianza en sí mismo, Simón Pedro desenvainó su espada y con ella hirió a un siervo del sumo sacerdote, cortándole la oreja. Lleno de ira por lo que estaba pasando en esos momentos, Pedro entendió que ese era el momento para tomar las armas y defender al Señor Jesús. A decir verdad, Pedro no debe haber apuntado su espada a la oreja del siervo del sumo sacerdote, sino al cuello del siervo del sumo sacerdote. Seguramente el siervo del sumo sacerdote debe haber hecho el movimiento instintivo para preservar su cabeza y eso debe haber resultado en que la afilada espada de Pedro pase rozando la cabeza del siervo del sumo sacerdote y llevándose la oreja. Otro evangelista, Lucas, relata en su evangelio que después de reprochar a Pedro por lo que acababa de hacer, el Señor Jesús tocó la oreja del siervo del sumo sacerdote y la oreja quedó sana. El siervo del sumo sacerdote se llamaba Malco. Gran muestra de amor hacia el enemigo, por parte del Señor Jesús. Malco fue a arrestar al Señor Jesús aquella noche, pero volvió a su casa siendo testigo del poder maravilloso del amor del hombre que le habían dicho que era malhechor. Simón Pedro debe haber pensado que la manera de defender a su Señor era por medio de la espada, pero no sabía que en realidad estaba oponiéndose a lo que Dios el Padre había determinado que suceda desde antes de la fundación del mundo. Por este motivo el Señor Jesús le reprendió diciéndole: Mete tu espada en la vaina; la copa que el Padre me ha dado, ¿no la he de beber? Si el Señor hubiera querido evitar su arresto y todo lo que tenía que suceder después, no necesitaba de la ayuda de un hombre como Pedro con espada en mano. El Señor Jesús pudo haber convocado a sus huestes angélicas para librarlo, pero no lo hizo, porque tenía una copa que beber, en referencia a su pasión y muerte en lugar del pecador, y en sumisión y obediencia a su Padre estaba absolutamente dispuesto a hacerlo. Esto fue lo que nos abrió la puerta a todos los que somos creyentes para poder ser salvos. Alabado sea el precioso nombre de nuestro Salvador, el Señor Jesús. Dejamos por ahora al Señor Jesús a merced de sus captores. En nuestros próximos estudios bíblicos vere
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