Saludos cordiales amigo oyente, es un gozo contar con su amable sintonía. Bienvenida al estudio bíblico de hoy. Estamos estudiando el tema de la santidad, utilizando como guía el material escrito por William McDonald titulado: Sed Santos, el mandamiento olvidado. Dentro de este estudio, hemos llegado a la parte práctica de la santidad, donde la doctrina tiene que manifestarse en acción. Lo último que vimos en cuanto a esto es que la santidad se manifiesta en evitar el chisme y eludir la explosión en ira. En esta ocasión, David Logacho tratará el tema del vestido, que también es indicativo del carácter de una persona.
La vida de santidad, amigo oyente, se manifiesta dé diversas maneras. Una de ellas, aunque parezca trivial, es en la manera de vestimos. Quizá esta afirmación le sorprenda, porque, a lo mejor, Ud. habrá oído razonamientos en el sentido de que Dios no está interesado en lo exterior sino en lo interior. En otras palabras, si uno está bien con el Señor, a nadie le debe importar como uno se viste. Este razonamiento suena convincente, pero la realidad es otra, amigo oyente. La realidad es que Dios está interesado tanto en lo que uno es como en lo que uno viste, porque Dios sabe que la manera de vestirse es una especie de termómetro que marca nuestra temperatura espiritual. Mire por ejemplo lo que Dios dice de algunas mujeres judías en la época de Isaías. Se encuentra en Isaías 3:16-24 «Asimismo dice Jehová: Por cuanto las hijas de Sión se ensoberbecen, y andan con cuello erguido y con ojos desvergonzados; cuando andan van danzando, y haciendo son con los pies; por tanto, el Señor raerá la cabeza de las hijas de Sión, y Jehová descubrirá sus vergüenzas. Aquel día quitará el Señor el atavío del calzado, las redecillas, las lunetas, los collares, los pendientes y los brazaletes, las cofias, los atavíos de las piernas, los partidores del pelo, los pomitos de olor y los zarcillos, los anillos y los joyeles de las narices, las ropas de gala, los mantoncillos, los velos, las bolsas, los espejos, el lino fino, las gasas y los tocados. Y en lugar de perfumes aromáticos vendrá hediondez; y cuerda en lugar de cinturón, y cabeza rapada en lugar de la compostura del cabello, en lugar de ropa de gala ceñimiento de silicio, y quemadura en vez de hermosura» Interesante, ¿no le parece? Trágico a la vez, por supuesto. La manera de vestir de estas mujeres judías era un indicativo de su pobreza espiritual y Dios lo sabía y estaba presto a derramar su juicio sobre ellas. El juicio de Dios para estas mujeres significaba ir en cautiverio a alguna tierra lejana y en su marcha, los perfumes se iban a transformar en hediondez, los peinados elaborados en cabezas rapadas, los vestidos lujosos en trajes de silicio y la hermosura de los cuerpos en quemaduras. Dura palabra amigo oyente. Al oír esto, ¿Quien puede negar que a Dios le importa la manera como vestimos?. La vestimenta lujosa es síntoma inequívoco de orgullo y vanidad. Veamos, pues, algunos principios importantes sobre la manera de vestirse. Nuestra forma de vestir debe ser con decoro. 1ª Timoteo 2:9 en su primera parte dice: «Asimismo que las mujeres se atavíen de ropa decorosa, con pudor y modestia» La palabra decorosa tiene varias connotaciones, pero incluye la idea de decencia. La ropa decorosa no deja al descubierto las partes íntimas de la anatomía humana, con un claro afán de despertar pasiones innobles en los demás. La ropa indecorosa, amigo oyente, hace más difícil vivir la vida cristiana a otras personas. Exagerando la nota, un pastor relata que fue invitado a predicar en cierta iglesia. El templo tenía tres columnas de bancos y para desgracia de él en el primer banco de cada una de las tres columnas había al menos una mujer con ropa indecorosa. Cuando este pastor miraba a la derecha allí estaba la tentación. Si miraba al centro, allí también había tentación, si ponía la mirada a la izquierda, también allí también había problema. Dice este pastor que no tuvo más que predicar su sermón mirando el cielo raso. Quizá esta historia no esté muy alejada de la realidad en ciertos casos, amigo oyente. El vestido no debe, de ninguna manera, servir para auto promocionarnos. No estamos en este mundo para atraer la atención de los demás hacia nosotros, sino para glorificar a nuestro Señor Jesucristo, aún en la forma como vestimos. 1ª Corintios 10:31 dice: «Si, pues, coméis o bebéis, o hacéis otra cosa, hacedlo todo para la gloria de Dios». J. R. Howden lo ha puesto muy bien cuando dijo: El propósito de todo creyente en el mundo, es magnificar a Cristo, mas no a su billetera o su sastre o él mismo. De modo que, amigo oyente, en esto del vestido, deberíamos evitar estos dos extremos. Por un lado, no deberíamos correr a imitar al mundo en el último grito de la moda, pero por otro lado tampoco deberíamos atraer la atención hacia nosotros mismos al vestir de una forma totalmente anticuada. Ambos extremos son peligrosos. Sobre esto, J. R. Howden ha dicho también: Dios no nos ha ordenado ni sugerido ser anticuados o desaliñados. La despreocupación en lo personal o en el vestir no es señal de espiritualidad. Si nuestros cuerpos son el templo del Espíritu Santo, entonces debemos cubrirlos con algo decoroso pero a la vez agradable y de buen gusto. Sigue entonces vigente el viejo adagio: No seas el primero en usar algo de moda, pero tampoco el último en dejar algo fuera de moda. Además de todo esto, nuestro vestido no debería ser de valor exorbitante. En un mundo donde abunda la pobreza, al punto que en muchos lugares, mucha gente no tiene ni para comer, es inconsecuente que el creyente se vista con ropa a precio de oro. La segunda parte de 1ª Timoteo 2:9 dice: «no con peinado ostentoso, ni oro, ni perlas, ni vestidos costosos» El vestido, pues, además de ser decoroso debe ser modesto en cuanto a su costo, tanto para el hombre como para la mujer. Qué triste es ver creyentes que han invertido tanto dinero en comprar tanta ropa, y mucha de ella de lujo, que sus roperos parecen un bien surtido almacén de ropa. Me pregunto si a algo como esto se refirió el Señor cuando dijo que la polilla y el orín corrompen los tesoros almacenados en la tierra. Pedro dice en 1ª Pedro 3:3 ‘Vuestro atavío no sea el externo de peinados ostentosos, de adornos de oro o de vestidos lujosos» Sin embargo, es válido señalar que esto no significa que los creyentes debemos buscar siempre la vestimenta más barata para comprar. Esto podría ser una distorsión del sentido de ahorro, porque muchas veces lo barato, sale caro como afirma el dicho. Por comprar los zapatos más baratos, puede ser que tengamos que volver a comprar otros zapatos después de un mes. La idea más bien es de buscar un equilibrio entre la calidad y el precio. Eso es una buena mayordomía del dinero que es del Señor. Por otro lado, nuestra vestimenta debe conservarse siempre limpia. El andar con la ropa sucia, no hace buena promoción al nombre de Cristo. Puede haber mucha justificación para usar ropa muy modesta, pero jamás habrá justificación para usar ropa sucia. Oswald Chambers solía decir: La apariencia desgreñada es un insulto al Espíritu Santo. Otra cosa importante. La vestimenta debe indicar el sexo del que la usa. Deuteronomio 22:5 dice: «No vestirá la mujer traje de hombre, ni el hombre vestirá ropa de mujer; porque abominación es a Jehová tu Dios cualquiera que esto hace» En un sentido primario, este texto condena el travestismo, o la tendencia a vestir como el sexo opuesto, pero no es menos cierto, que también tiene que ver con la tendencia unisex, o la eliminación de la distinción sexual en el peinado, la ropa, los aros o aretes en la oreja en los hombres, etc. En un sentido más general, nuestra vestimenta debe comunicar que somos embajadores del Señor en este mundo. Esto por supuesto implica tomar en cuenta el contexto cultural e histórico del período en el cual vivimos. Nuestra vestimenta confirma o contradice lo que nuestros labios pronuncian. Una vez, una caravana circense se iba acercando a un pueblo. Al pasar por una represa de agua cercana al poblado notaron que la represa estaba a punto de desbordar, y al hacerlo arrasaría aquel cercano pueblo. Inmediatamente buscaron a alguien que fuera lo más aprisa al pueblo para alertar sobre la inminente catástrofe. El único que podía ir era el que trabajaba de payaso en el circo, pero no tuvo tiempo para quitarse el atuendo de payaso. Cuando llegó al pueblo, con su disfraz de payaso, comenzó a advertir a la población sobre el peligro que representaba esa represa a punto de desbordar. Pero la gente se reía de lo que decía el payaso, nadie le tomo en serio. Todos pensaban que era una treta para atraer personas al espectáculo circense. El alud vino sobre el pueblo y eso les costó caro. La ropa que usamos confirma o contradice lo que decimos. Si queremos que los demás nos tomen en serio, nuestra vestimenta debe ajustarse a lo que dice la Biblia sobre ello.
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