Saludos cordiales mi amiga, mi amigo. Bienvenida, bienvenido al estudio bíblico de hoy. Estamos tratando el tema de los sinsabores de la vida. Los hemos llamado valles. Lo último que vimos fue acerca del valle de la muerte. La Biblia nos presenta algunas metáforas de la muerte para ayudarnos a entender mejor lo que la muerte significa. La muerte es un lazo que atrapa por sorpresa. La muerte es una ligadura que causa dolor y angustia. La muerte es una sombra que parece amenazante, pero para los creyentes es inofensiva. La muerte es un aguijón que ha perdido su poder en aquellos que hemos confiado en Cristo como nuestro Salvador. En el estudio bíblico de hoy hablaremos acerca de una de las consecuencias de la muerte, el dolor.
La reacción más común e inmediata ante la muerte de un ser querido es el dolor. Después de ello, habrá otras emociones como ira, enojo, temor, desesperación, abandono. Pero definitivamente el dolor es lo primero que aparece en la lista. En esta oportunidad me gustaría compartir con usted amable oyente, dos características del dolor que se produce por la partida de un ser querido o por la pérdida de cualquier otra índole. En primer lugar, el dolor expone nuestra vulnerabilidad. Todos nosotros en mayor o menor grado, inconscientemente unas veces y conscientemente otras veces, pretendemos tener control absoluto sobre nuestra vida. Pero no sólo la muerte sino también cualquier otra pérdida hace explotar esa ilusión así como una aguja hace explotar un globo lleno de aire. El dolor que experimentamos se produce porque de una forma violenta somos confrontados con nuestra fragilidad y vulnerabilidad como seres finitos, como seres mortales. La muerte irrumpe con violencia en los más recónditos lugares de nuestra alma y saca a la luz emociones que ni siquiera sabíamos que existían peor que teníamos que enfrentarlas. Nadie busca voluntariamente experimentar emociones de soledad, vulnerabilidad, inseguridad, nostalgia. Solamente cuando la muerte visita a alguno de nuestros allegados nos vemos forzados a reconocer estas emociones. El dolor por la muerte, ciertamente expone nuestra vulnerabilidad. Definitivamente no somos dueños de nuestra propia vida, no somos los que tenemos la última palabra en cuanto a nuestra existencia en este mundo. No somos quienes hacemos que las cosa sucedan. La muerte es una bofetada a la autosuficiencia del hombre. La muerte descubre la realidad de lo que somos y por eso causa profundo dolor y angustia. Al mirar el dolor bajo esta perspectiva, algunos llegan a pensar que tanto dolor es mucho que se tiene que pagar para obtener el gozo y la paz, que viene después. Por esto, muchos intentamos ignorar el dolor con la esperanza de no quedar a merced del mismo, pero recuerde lo que dice Proverbios 14:12 Hay camino que al hombre le parece derecho;
Pero su fin es camino de muerte.
Parece que fuera buena idea esto de ignorar el dolor en nuestra vida, pero si fallamos en enfrentar el dolor, perderemos oportunidades de experimentar el gozo que podríamos tener. En segundo lugar, el dolor puede elevarnos a encumbradas alturas o puede arrojarnos a profundos valles. Una de dos. Todos hacemos lo mejor que podemos tratando de evitar un encuentro frente a frente con el dolor producido por la partida de un ser querido o en general por la pérdida de cualquier cosa que consideramos de valor. Por eso cuidamos lo que amamos, sean personas o cosas. Por eso es que protegemos lo mejor que podemos nuestros bienes. Pero cuando a pesar de todo lo que hacemos por proteger lo que amamos, sean personas o bienes, nos visita la muerte o los ladrones o la bancarrota, nos embarga un profundo dolor. ¿Qué hacer ante la presencia de este dolor? Básicamente tenemos dos opciones. La una mala y la otra buena. La mala es dejar que el dolor nos domine y nos tornemos en personas amargadas, resentidas contra Dios. La buena es hacer que el profundo dolor nos eleve a una comunión más íntima y más estrecha con Dios. Muchos creyentes han pasado por experiencias así. El dolor no ha desaparecido inmediatamente. El dolor se ha quedado en la vida por un tiempo más, a veces por bastante tiempo, otras veces por poco tiempo, pero en algún momento, en medio del dolor ha brotado la dulce calma de confiar en Dios quien sabe a la perfección lo que está haciendo aunque a nosotros con nuestra mente finita nos parezca un despropósito. Sin temor a equivocarse se puede decir que la fe se fortalece cuando el dolor se mitiga por la intervención directa de Dios. La confianza en el Señor se fortalece cuando en medio del dolor podemos experimentar su maravilloso consuelo. Por eso, amable oyente, si este preciso momento usted está atravesando por alguna situación que le ha producido un profundo dolor, tal vez por la muerte de algún ser querido o por la pérdida de su trabajo, o por la pérdida de algún bien material, o por la pérdida de su honor, yo le animo a que no se deje dominar por el dolor causado por el percance, pensando que ha sido víctima del destino, o de la mala suerte, como si eso existiera, o algo por el estilo, o que Dios le ha abandonado y por eso está sufriendo ese intenso dolor. No, amable oyente, mas bien, deje que el dolor sea como el cincel en las hábiles manos del escultor, para sacar de su vida lo que no corresponde a la forma que Dios quiere darle. Deje que el dolor en su vida sea como las alas de águila que le lleva a alturas insospechadas. Sólo así podrá sacar el beneficio del dolor y experimentar el gozo que viene detrás de él. Cuando Mathew Henry, el famoso erudito bíblico fue despojado de su cartera por los ladrones que le asaltaron, escribió en su diario estas palabras: Señor, te agradezco primeramente porque nunca antes he sido robado, segundo, te agradezco porque aun cuando los ladrones se llevaron mi cartera, no me quitaron la vida, tercero, te agradezco porque aun cuando todo lo que tenía estaba en mi cartera, sin embargo no era mucho y cuarto, te agradezco porque yo fui quien fue robado y no fui yo quien robó. ¿Ve usted amable oyente? No hay ni un dejo de amargura por lo que le acababa de pasar. No hay ni huella de resentimiento ni contra Dios ni contra los ladrones. Sólo hay toneladas de gratitud a Dios y una confianza plena en los propósitos soberanos de Dios. Por algo dice la palabra de Dios en 1 Tesalonicenses 5:18 Dad gracias en todo, porque esta es la voluntad de Dios para con vosotros en Cristo Jesús.
Los que oyen la palabra de Dios diciendo: No te desampararé ni te dejaré, son los que pueden decir en su corazón: El Señor es mi ayudador, no temeré lo que pueda hacerme el hombre. Cuando descubrimos el significado de esta verdad, podemos estar seguros que aun cuando otros nos abandonen, ya sea porque no quieren saber nada de nosotros o ya sea porque parten de este mundo a la eternidad, nos dejará un profundo vacío en el alma, sin embargo, el Señor no nos abandonará nunca y si él es por nosotros, ¿quién contra nosotros? Esta confianza no quitará el dolor como por arte de magia, pero en cambio nos capacitará para evitar que el dolor nos aplaste como una aplanadora. Así como el sol puede derretir el chocolate y endurecer el barro, el dolor también puede derretir el corazón de una persona para que se acerque más al Señor y hallé en él el consuelo y el gozo en medio de la tribulación. Pero también el dolor puede endurecer el corazón de una persona y volverle amargada, llena de resentimiento y rencor, controlada por la ira. La respuesta la tiene usted, mi amiga, mi amigo. Es usted quien puede hacer del dolor un terrible adversario o un fiel aliado. Si desea hacer del dolor un aliado suyo, necesita primeramente ver por fe al varón de dolores, experimentado en quebranto, nuestro Señor Jesucristo, quien con su sufrimiento, muerte y resurrección ganó para nosotros la victoria sobre la muerte y nos regaló un lugar junto a él por la eternidad. Usted necesita recibir a Cristo como su Salvador. Mi desafío a usted es que no ignore el dolor. Esto no traerá nada provechoso a su vida. Tampoco deje que el dolor le domine. Le animo que usted vea al dolor como un aliado para que le lleve a cumbres de la gloriosa comunión con Dios.
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