Es grato estar nuevamente junto a usted, amiga, amigo oyente. La Biblia Dice… le extiende cordial bienvenida al estudio bíblico de hoy. Estamos estudiando el libro de Romanos en la serie que lleva por título: Romanos, la salvación por gracia por medio de la fe en Cristo Jesús. En esta oportunidad, David Logacho nos hablará acerca del hecho que la ley ya no tiene poder sobre el creyente.
En nuestro último estudio bíblico, Pablo demostró que el creyente no debe perseverar en el pecado con el pretexto de que ya no está bajo la ley sino bajo la gracia. Sabiendo que algunos de los lectores de la carta provenían del trasfondo judío, Pablo anticipaba varias dudas de parte de ellos en cuanto a la relación existente entre la ley y su nueva fe en Cristo. Lo primero que Pablo quiere dejar en claro es que la ley ya no tiene poder para condenar a un creyente. De esto se ocupa el pasaje bíblico que se encuentra en Romanos 7:1-6 lo cual será tema de nuestro estudio de hoy. Pablo comienza esta sección haciendo una pregunta retórica. No olvide, que una pregunta retórica es aquella en la cual la respuesta es obvia. Veamos de qué se trata. Romanos 7:1 dice: “¿Acaso ignoráis, hermanos (pues hablo con los que conocen la ley), que la ley se enseñorea del hombre entre tanto que éste vive?” Se nota entonces que Pablo se está dirigiendo a creyentes, porque los llama hermanos, quienes además eran conocedores de la ley. Cuando Pablo habla de la ley, no solamente se está refiriendo a la ley de Moisés, sino más bien a los principios legales de cualquier ley, ya sea griega, romana, judía o bíblica. Toda ley tiene como uno de sus principios legales el no condenar a un infractor que ya ha muerto. Es en este sentido que Pablo dice que la ley, cualquiera que sea, se enseñorea del hombre, siempre y cuando, este hombre esté vivo. Ahora bien, recuerde amable oyente que Pablo ha sido muy claro al señalar que todo lo que éramos antes de recibir a Cristo como Salvador ha muerto, fue crucificado juntamente con Cristo. Romanos 6:6 dice al respecto: “sabiendo esto, que nuestro viejo hombre fue crucificado juntamente con él, para que el cuerpo del pecado sea destruido, a fin de que no sirvamos más al pecado” Todo lo que usted y yo éramos antes de recibir a Cristo como Salvador ha muerto juntamente con Cristo, de modo que la ley, cualquiera que sea ya no tiene nada que hacer con nuestro viejo hombre. El creyente no sólo ha muerto al pecado, sino que ha muerto a la ley como una regla de vida. ¿Significará esto entonces que el creyente está sin ley? Esto es lo que cuestionaban especialmente los creyentes de trasfondo judío. La respuesta es: No en absoluto, porque el creyente está bajo una nueva ley, la ley de Cristo. 1 Corintios 9:21 dice al respecto: “a los que están sin ley, como si yo estuviera sin ley (no estando yo sin ley de Dios, sino bajo la ley de Cristo), para ganar a los que están sin ley.” El creyente está legalmente sujeto a su nueva cabeza, la cual es Cristo. Esta verdad es ilustrada de una hermosa manera en los versículos 2 y 3 de Romanos 7, utilizando una analogía conocida por todos en cualquier época, la analogía del matrimonio. Leamos este pasaje bíblico. La Biblia dice: “Porque la mujer casada está sujeta por la ley al marido mientras éste vive: pero si el marido muere, ella queda libre de la ley del marido. Así que, si en vida del marido se uniere a otro varón, será llamada adúltera; pero si su marido muriere, es libre de esa ley, de tal manera que si se uniere a otro marido, no será adúltera.” Allí lo tiene, una mujer casada con un hombre está atada legalmente a él en esa relación de matrimonio, pero esa relación se mantiene hasta que la muerte se presenta. Mientras no haya muerte de por medio, la relación de matrimonio sigue en pie. Tan es así que por ejemplo, si el marido vive y su esposa se va con otro hombre, esa esposa es considerada como adúltera. Pero si el marido muere, la relación matrimonial termina, y la viuda está en libertad de casarse con otro hombre, sin que nadie tenga motivo alguno para acusarla de adúltera. Incidentalmente, este pasaje bíblico no está enseñando que solamente la muerte de uno de los cónyuges deja en libertad al cónyuge vivo para poder volver a casarse. Este pasaje bíblico no tiene nada que ver tampoco con divorcio y nuevo matrimonio. Tanto Cristo como Pablo trataron el asunto de divorcio y nuevo matrimonio en otros pasajes bíblicos. Muy bien, luego de plantear esta situación, Pablo procede a su aplicación a la relación del creyente con la ley. Romanos 7:4-6 dice: “Así también vosotros, hermanos míos, habéis muerto a la ley mediante el cuerpo de Cristo, para que seáis de otro, del que resucitó de los muertos, a fin de que llevemos fruto para Dios. Porque mientras estábamos en la carne, las pasiones pecaminosas que eran por la ley obraban en vuestros miembros llevando fruto para muerte. Pero ahora estamos libres de la ley, por haber muerto para aquella en que estábamos sujetos, de modo que sirvamos bajo el régimen nuevo del Espíritu y no bajo el régimen viejo de la letra.” La aplicación es directa. Antes de recibir a Cristo como Salvador, la persona estaba bajo el dominio de la ley, o estaba casada con la ley. Pero el momento que la persona recibió a Cristo como su Salvador personal, ese instante murió juntamente con Cristo, y como intervino la muerte, el ahora creyente quedó libre de la ley del marido. No es que la ley muere o algo por el estilo. Lo que pasa es que la ley ya no tiene potestad sobre una persona que ha muerto. Pero no olvidemos que el mismo instante que la persona recibe a Cristo como Salvador, ese instante también resucita a una nueva vida por la resurrección de Cristo. Esto permite que el ahora creyente se una en matrimonio con otro esposo, este otro esposo es Cristo Jesús. Esto es interesante, el mismo instante que se produce la muerte, se produce la resurrección y se produce el nuevo matrimonio. ¿Qué le parece? Antes de recibir a Cristo como Salvador, estando bajo la ley del marido, la persona no tenía otra alternativa sino producir fruto para muerte. Eso es lo que da a entender Pablo cuando dice que mientras estábamos en la carne, las pasiones pecaminosas que eran por la ley obraban en nuestros miembros llevando fruto para muerte. Esta es una metáfora muy viva, basada sobre la relación del matrimonio, y que expresa los poderosos movimientos de las pasiones pecaminosas despertadas en nosotros por la ley, y dando vida a la impiedad y pecado. Esto no era culpa de la ley, porque nuestro viejo esposo no ha sido descrito como injusto o cruel, sino como santo, justo y bueno. Pero nosotros no teníamos santidad, y todo lo que se despertaba en nosotros participaba de nuestra naturaleza mala y desarrollaba nuestro pecado. Cuanto más la ley censuraba nuestros malos deseos, tanto más aumentaban hasta que aun lo bueno se tornó malo para nosotros. El viejo marido, aunque bueno y justo, por su misma justicia, tenía que ser severo. Si hubiéramos hecho siempre lo recto, él habría sido siempre bondadoso y nos habría recompensado con su sonrisa y favores, pero por su misma naturaleza, él tenía que condenar nuestro pecado, e inexorablemente tenía que castigarnos con severidad. No había nada de misericordia para cualquier fracaso, porque la más mínima desviación de la ley trae su inevitable castigo. Así es como la ley condena severamente al pecado del cual no puede salvar. Pero el creyente ha sido librado del poder de la ley, porque ha muerto con Cristo. Cristo hace algo maravilloso con el creyente. Lo levanta y le da nueva vida. Lo resucita de la muerte y lo limpia de su pecado, lo viste con su propia vestidura blanca, lo adorna con su propia hermosura y luego lo corona con su propio amor. Lo toma como su esposa casándose con ella, y entonces comunica a ella todo lo que él es y todo lo que tiene, haciéndola coheredera de su reino y de su gloria. Tal como el pecado era el fruto de nuestro casamiento con la ley, así la santidad es el fruto de nuestra unión con Cristo Jesús. Esta obra se realiza en el poder del Espíritu, el cual reside en cada creyente. La ley, o el régimen viejo de la letra no tiene poder para que el creyente produzca el fruto de santidad. En resumen entonces amable oyente, si usted ya tiene a Cristo en su corazón, recuerde que la vida de santidad no resulta de someterse al viejo maestro, la ley, ni por nuestras luchas o esfuerzos, sino por la unión con el Señor Jesucristo, como nuestro esposo, y la vida que en su gracia parte de él y produce fruto en y por nosotros para santidad hacia Dios. Y si usted todavía no ha recibido a Cristo como Salvador, recuerde que usted todavía está unido en matrimonio con ese esposo severo que se llama la ley y lo único que sacará de ello es fruto para muerte. Que por la gracia de Dios decida de una vez por todas recibir a Cristo como su Salvador personal y de esa manera muera a todo lo que es hasta ahora para poder unirse a un nuevo esposo que hará posible que produzca fruto para Dios.
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