Es un gozo saludarle amiga, amigo oyente. La Biblia Dice… le extiende cordial bienvenida al estudio bíblico de hoy. Estamos estudiando el libro de Romanos en la serie que lleva por título: Romanos, la salvación por gracia por medio de la fe en Cristo Jesús. En esta ocasión, David Logacho nos mostrará que también el judío, a pesar de haber recibido la ley de Dios, es culpable ante Dios.
En nuestro estudio del libro de Romanos, hemos llegado al punto en el cual el apóstol Pablo demuestra la culpabilidad de todo ser humano ante Dios. Pare ello, Pablo dividió a la humanidad en tres grupos. Primero, los paganos, segundo, los moralistas, tercero, los judíos. Pablo ya se ha encargado de demostrar la culpabilidad de los paganos y de los moralistas. Acto seguido, Pablo va a demostrar la culpabilidad de los judíos. Dicho esto, abramos nuestras Biblias en Romanos 2:17-29. Este pasaje bíblico se puede dividir en tres partes: Lo que el judío se cree que es, lo que el judío en realidad es y lo que el judío debería ser. Vayamos pues a lo primero, lo que el judío se cree que es. Romanos 2:17-20 dice: “He aquí, tú tienes el sobrenombre de judío, y te apoyas en la ley, y te glorías en Dios, y conoces su voluntad, e instruido por la ley apruebas lo mejor, y confías en que eres guía de los ciegos, luz de los que están en tinieblas, instructor de los indoctos, maestro de niños, que tienes en la ley la forma de la ciencia y de la verdad.” Con lo que, inspirado por Dios, Pablo ha dicho, en cuanto a la culpabilidad de los paganos y de los moralistas, los judíos estarían plenamente de acuerdo y pronunciarían un sonoro: ¡Amén! Para los judíos, los no judíos no son sino “perros”, alejados de la ciudadanía de Israel, ajenos a los pactos de la promesa, sin esperanza y sin Dios en el mundo. Por este motivo, los judíos pensaban que es bien merecido el castigo de Dios para los paganos y los moralistas. Pero la triste realidad es que los judíos distaban mucho de ser aprobados por Dios. Pablo se va a ocupar por tanto de demostrar la culpabilidad de los judíos. Para ello va a hacer sentar a un judío en el banquillo de los acusados. Conozcamos pues al señor judío. Se trata de una persona orgullosa de muchas cosas. A esta persona se le conoce con el sobrenombre de judío, que tiene raíces en la palabra Judá que significa “alabanza” Esta persona se apoya en la ley. Claro, como recibió la ley de Dios, piensa que debe ser muy especial para Dios. En cierta medida es así, pero no como para que los humos se le suban a la cabeza y desprecie a los demás. Se gloría en Dios. Esto es bueno en sí mismo, pero el problema del señor judío es que se jactaba de ello y miraba por debajo del hombro a los que no eran judíos. También se ufanaba de conocer la voluntad de Dios. No siempre actuaba conforme a la voluntad de Dios, pero que la conocía, la conocía. Instruido por la ley de Dios, aprobaba lo mejor. Esto no significa que cumplía siempre con la ley de Dios, sino que por haber recibido instrucción en cuanto a lo que Dios le agrada estaba en capacidad de discernir la diferencia entre lo bueno y lo malo. Todo esto, hacía que el señor judío se sienta como si fuera el único depositario de la verdad. Por eso creía sinceramente que era la persona más indicada para ser guía de los ciegos, luz para los que están en tinieblas, instructor de los indoctos o los ignorantes y maestro de los niños o de los que no distinguen la verdad del error. La ley que ha recibido el señor judío encierra la esencia misma del conocimiento y de la verdad. Pero una cosa es haber recibido la ley y otra muy diferente el practicar esa ley. Aquí justamente es donde radica el problema del señor judío. Consideremos lo que el judío es en realidad. Romanos 2:21-24 dice: “Tú, pues, que enseñas a otro, ¿no te enseñas a ti mismo? Tú que predicas que no se ha de hurtar, ¿hurtas? Tú que dices que no se ha de adulterar, ¿adulteras? Tú que abominas de los ídolos, ¿cometes sacrilegio? Tú que te jactas de la ley, ¿con infracción de la ley deshonras a Dios? Porque como está escrito, el nombre de Dios es blasfemado entre los gentiles por causa de vosotros” El señor judío se creía gran cosa delante de Dios, pero Dios va mostrar lo que realmente es. El señor judío se creía con derecho para enseñar a todos, pero él mismo no aplicaba a su propia vida lo que sabía. Es fácil detectar el error en otros, pero es muy difícil detectar el error en nosotros mismos. Por eso Pablo hace la pregunta al señor judío: Tú que enseñas a otros ¿no te enseñas a ti mismo? Para ilustrar lo que está diciendo, Pablo echa mano de cuatro ejemplos. Primero, el asunto del robo. Tú que predicas contra el robo, ¿robas? Tal vez el señor judío no se atrevía a asaltar un banco, pero no se hace problema con estafar a un cliente en lo que vende, si es un negociante, o con cobrar interés excesivo si es un banquero, o en trabajar siete horas y cobrar como si hubiera trabajado ocho horas. Esto también es robar. El señor judío no se daba cuenta de esto. Segundo, el asunto del adulterio. Tú que dices que no se debe cometer adulterio ¿adulteras? El señor judío se cuidaba de no acostarse con una mujer que no sea su esposa, pero no se hacía problema con codiciar a una mujer que no era su esposa. Jesús enseñó que codiciar a la mujer del prójimo es lo mismo que cometer adulterio. El señor judío no se daba cuenta de esto. Tercero, el asunto de la idolatría. Tú que aborreces a los ídolos, ¿robas de sus templos? El señor judío se cuidaba mucho de no adorar a los ídolos, pero no se hacía problema en adorar la riqueza o el placer o el saber. Era equivalente a robar los ídolos de algún templo. Cuarto, el asunto de la ley. Tú que te jactas de la ley, ¿deshonras a Dios quebrantando la ley? El señor judío era culpable ante de Dios de haberle deshonrado por medio de quebrantar la ley dada por Dios. Cuando David quebrantó la ley al cometer adulterio con Betsabé, note lo que le dijo Dios por medio del profeta Natán. Se encuentra en 2 Samuel 12:14 “Mas por cuanto con este asunto hiciste blasfemar a los enemigos de Jehová, el hijo que te ha nacido ciertamente morirá.” Cuanta razón tiene Dios al decir al señor judío: Por causa de ti se blasfema el nombre de Dios entre los gentiles. Esta es la triste realidad del judío. Ha recibido la ley, conoce la ley, sabe discernir la diferencia entre lo bueno y lo malo, pero dentro de él hay algo que le hace practicar lo contrario a lo que dice la ley. Por eso es culpable ante Dios aun cuando ha recibido la ley. Finalmente tenemos lo que el judío debería ser. Romanos 2:25-29 dice: “Pues en verdad la circuncisión aprovecha, si guardas la ley; pero si eres transgresor de la ley, tu circuncisión viene a ser incircunsición. Si, pues, el incircunciso guardare las ordenanzas de la ley, ¿no será tenida su incircunsición como circuncisión? Y el que físicamente es incircunciso, pero guarda perfectamente la ley, te condenará a ti, que con la letra de la ley y con la circuncisión eres transgresor de la ley. Pues no es judío el que lo es exteriormente, ni es la circuncisión la que se hace exteriormente en la carne; sino que es judío el que lo es en lo interior, y la circuncisión es la del corazón, en espíritu, no en letra; la alabanza del cual no viene de los hombres, sino de Dios.” La circuncisión era la señal externa que llevaba todo varón judío en su cuerpo, para indicar que formaba parte del pueblo escogido de Dios con el cual Dios había hecho un pacto. Pero pensar que por llevar la marca de la circuncisión el judío ya era automáticamente justo delante de Dios era un craso error. La circuncisión tiene valor si se observa la ley, pero si se quebranta la ley, no sirve de nada. En esencia entonces, el judío circuncidado que no guarda la ley de Dios al pie de la letra, es igual al incircunciso. Esto debe haber sido un golpe bajo al ego del judío que pensaba que por ser circuncidado ya es justificado delante de Dios. En su razonamiento, Pablo no está insinuando que es posible ser justificado por Dios con tan solo guardar la ley. No olvide que la ley de Dios no fue dada para que por medio de guardarla el hombre sea justificado delante de Dios. La ley fue dada para que el hombre comprenda que es imposible que pueda cumplir con las demandas de Dios y que de esa manera esté listo a buscar la justificación por fe. Pablo prosigue mostrando que si el incircunciso gentil anda delante de Dios en integridad, guardando la ley de Dios es como si fuera circuncidado, y en esas condiciones condenará al señor judío que a pesar de tener la ley de Dios, el mandamiento escrito y a pesar de ser circuncidado, sin embargo quebranta la ley de Dios. Dios espera un cambio del corazón, no solamente una señal externa en el cuerpo como la circuncisión. No es judío el que lo es exteriormente. La verdadera circuncisión es aquella que se manifiesta en una obediencia total a la ley de Dios. A esto se refiere Pablo cuando dice que la circuncisión es la del corazón, en espíritu, no en letra. Cuando esto se da, resulta en alabanza, no de los hombres sino de Dios que conoce los corazones. Así que, el judío también, a pesar de haber recibido la ley, y por más que se crea justo, es en realidad culpable delante de Dios, porque no puede cumplir con las demandas de Dios.
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