Es un gozo saludarle amable oyente. Soy David Logacho, dándole la bienvenida al estudio bíblico de hoy. Estamos estudiando el Evangelio según Lucas. Estamos estudiando uno de los sermones más impactantes del Señor Jesús. Este sermón comienza con cuatro bienaventuranzas y cuatro ayes que de una manera majestuosa describe el carácter de los que somos discípulos de Cristo. En esta oportunidad, vamos a estudiar el trato que debemos dar a los demás, sin importar si son nuestros amigos o nuestros enemigos.
Probablemente se habrá sorprendido al oír que los creyentes tenemos enemigos. Los enemigos de los creyentes son aquellos que odian a los creyentes por el solo hecho de que son creyentes. De modo que es natural que los creyentes tengamos que relacionarnos con personas que nos consideran sus enemigos. ¿Cómo tratarlos? ¿Cómo tratar también a aquellos que no son nuestros enemigos? De esto trata el pasaje bíblico de hoy. Se encuentra en Lucas 7:27-38. Lo primero que encontramos es la manera de tratar a nuestros enemigos. Lucas 7:27-36 dice: Pero a vosotros los que oís, os digo: Amad a vuestros enemigos, haced bien a los que os aborrecen;
Luk 6:28 bendecid a los que os maldicen, y orad por los que os calumnian.
Luk 6:29 Al que te hiera en una mejilla, preséntale también la otra; y al que te quite la capa, ni aun la túnica le niegues.
Luk 6:30 A cualquiera que te pida, dale; y al que tome lo que es tuyo, no pidas que te lo devuelva.
Luk 6:31 Y como queréis que hagan los hombres con vosotros, así también haced vosotros con ellos.
Luk 6:32 Porque si amáis a los que os aman, ¿qué mérito tenéis? Porque también los pecadores aman a los que los aman.
Luk 6:33 Y si hacéis bien a los que os hacen bien, ¿qué mérito tenéis? Porque también los pecadores hacen lo mismo.
Luk 6:34 Y si prestáis a aquellos de quienes esperáis recibir, ¿qué mérito tenéis? Porque también los pecadores prestan a los pecadores, para recibir otro tanto.
Luk 6:35 Amad, pues, a vuestros enemigos, y haced bien, y prestad, no esperando de ello nada; y será vuestro galardón grande, y seréis hijos del Altísimo; porque él es benigno para con los ingratos y malos.
Sed, pues, misericordiosos, como también vuestro Padre es misericordioso.
Este pasaje bíblico comienza hablando de amor y termina hablando de amor. El amor es el ingrediente indispensable en el trato tanto con los enemigos como con los amigos. Este amor no es una emoción. Este amor ser origina en la voluntad de la persona. Por eso el Señor Jesús apela a la voluntad, ordenando o mandando amar a nuestros enemigos. El amor es acción de sacrificio en beneficio de la persona amada y sin esperar nada a cambio. No es amor por interés. Viviendo en un mundo que piensa que amor es solamente un sentimiento romántico que surge entre un hombre y una mujer, es indispensable mirar con atención lo que este pasaje bíblico afirma sobre el verdadero amor. Los discípulos de Cristo tenemos que manifestar el amor verdadero. ¿De qué manera? El Señor Jesús dice: Haciendo bien a los que nos aborrecen. ¡Qué difícil que es verdad! La tendencia natural es hacer el mayor mal posible a los que nos aborrecen, pero por amor, los discípulos de Cristo debemos hacer el bien a los que nos aborrecen. También es bendecir a los que nos maldicen. Esto tiene que ver con la lengua. Los creyentes no debemos usar nuestra lengua para maldecir o para condenar a destrucción, a nadie, inclusive a los que nos odian por ser creyentes. Además, por amor, los creyentes debemos orar por, u orar a favor de los que nos calumnian. Un arma favorita de nuestros enemigos es inventar todo tipo de acusaciones sin fundamento para desacreditarnos. Nuestra naturaleza humana nos incita a pedir a Dios que haga descender fuego del cielo para acabar con los que nos calumnian, pero el verdadero amor hace que los creyentes oremos a favor de los que nos calumnian. Otra manifestación del amor verdadero en un creyente es que no busca venganza contra los que le lastiman. Si un creyente recibe una bofetada en la mejilla izquierda, en lugar de responder con una bofetada en la mejilla del agresor, debe presentar la mejilla derecha. Esto significa: No te voy a herir como tú me has herido. Si hacemos algo así, la gente que no conoce a Dios pensará que somos cobardes, pero en verdad se requiere de mucho valor para presentar la otra mejilla. Lo cobarde es tomar venganza del agresor. Una manifestación más del amor verdadero operando en un creyente es que no se considera dueño de nada. El Señor Jesús dijo: Al que te quite la capa, ni aun la túnica le niegues. A cualquiera que te pida, dale; y al que tome lo que es tuyo, no pidas que te lo devuelva. La única manera de poner en práctica esto es cuando por amor, el amor verdadero, reconocemos y cedemos nuestros derechos de propiedad sobre cualquier cosa que Dios en su gracia nos ha prestado. Si ponemos esto en práctica no tendremos problema cuando alguien tome algo que Dios en su gracia nos ha prestado por un tiempo. En una ocasión presté un libro a una persona. Cuando me lo devolvió, el libro era irreconocible por lo maltratado que estaba. Mi primera reacción fue: Jamás volveré a prestar nada a esta persona. Pero luego recapacité y dije: Este libro no es mío, pertenece a Dios, Dios solamente me lo ha prestado. No debo considerar como una ofensa contra mí el mal trato que esta persona ha dado a este libro. Parece que el Señor Jesús, momentáneamente quita la mirada de cómo debemos tratar a nuestros enemigos y la pone en como debemos tratar a todos, sin importar si son enemigos o amigos. A esta enseñanza del Señor Jesús se la conoce como la Regla de Oro. Con hermosas palabras el Señor Jesús dijo: Y como queréis que hagan los hombres con vosotros, así también haced vosotros con ellos. A todos nos gusta que la gente nos trate bien. Una buena manera de lograrlo es por medio de que nosotros tratemos bien a la gente. Es el creyente quien toma la iniciativa. Si comienza tratando bien es improbable que en respuesta le traten mal. De todos modos si el creyente es tratado mal no debe responder tratando mal. Yo no tengo control sobre la manera como me tratan los demás, pero tengo absoluto control sobre la manera como yo trato a los demás. Lo natural es que amemos a los que nos aman. El Señor Jesús dijo: Hasta los pecadores aman a los que los aman. Si ustedes aman a los que les aman, no están haciendo nada diferente de los pecadores. Lo divino es lo que el Señor Jesús ha venido diciendo: Que amemos a los que nos aborrecen. Otra pregunta que hace el Señor Jesús es: ¿Qué mérito tienen si hacen bien a los que les hacen bien? Hasta los pecadores hacen eso, pero si ustedes hacen bien a los que no les hacen bien, entonces esto merece una recompensa por parte de Dios. Además, dice el Señor Jesús: ¿Qué mérito tienen si prestan algo a alguien que ustedes saben que algún día van a necesitar algo de él? Esto no tiene mérito alguno, porque hasta los pecadores prestan a otros pecadores, porque saben que en algún momento van a necesitar algo de ellos. Lo divino es prestar a alguien a pesar de saber que tal vez nunca nos va a devolver lo que hemos prestado. Resumiendo todo lo dicho, el Señor Jesús termina esta parte de la misma manera que comenzó: Amad, pues, a vuestros enemigos, y haced bien y prestad, no esperando de ello nada. Esta es la característica de los que somos hijos del Altísimo, porque nuestro Dios, el Altísimo, hace exactamente eso y nosotros como sus hijos debemos imitarlo. Él es benigno tanto para los buenos como para los malos e ingratos. De manera que nosotros también, los creyentes, debemos ser misericordiosos, como también nuestro Padre celestial es misericordioso. El pasaje bíblico para nuestro estudio termina con algunos mandatos en cuanto al trato que debemos dar a todos y que resulta en beneficio para nosotros. Note lo que dice Lucas 6:37-38 No juzguéis, y no seréis juzgados; no condenéis, y no seréis condenados; perdonad, y seréis perdonados.
Luk 6:38 Dad, y se os dará; medida buena, apretada, remecida y rebosando darán en vuestro regazo; porque con la misma medida con que medís, os volverán a medir.
La clave para entenderlo es la frase con la que concluye este pasaje bíblico. Con la misma medida con que medís, os volverán a medir. Por ejemplo, si tienes la debilidad de juzgar a los demás, tú también vas a ser juzgado por los demás de la misma manera que tú lo haces. Si tienes la debilidad de condenar a los demás, tú también vas a ser condenado por los demás de la misma manera que tú lo haces. Si tienes la virtud de perdonar a los demás, tú también vas a ser perdonado por los demás, de la misma manera que tú lo haces. Si tienes la virtud de dar, tú también vas a recibir más de lo que das. Son beneficios que resultan de tratar bien a los demás.
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