Cordiales saludos amable oyente. Es una bendición para mí extenderle la bienvenida al estudio bíblico de hoy. Mi nombre es David Araya y en instantes más nos acompañará David Logacho para mostrarnos lo que enseñó Jesús acerca del perdón. Todo esto es parte de la serie que lleva por título: Jesucristo, Rey de reyes y Señor de señores, basada en el Evangelio según Mateo.
¿Cómo está mi amiga, mi amigo? Estoy seguro que muy bien, por la gracia de nuestro buen Dios. Qué gozo es compartir este tiempo con usted. En lo que va de nuestro estudio del evangelio según Mateo, llegamos al capítulo 18 en el cual se nos presenta tres ingredientes indispensables para una relación armónica entre creyentes. Ya hemos analizado dos: La humildad y la pureza. El tercero es el perdón. De esto nos ocuparemos en esta ocasión. Si tiene una Biblia a al mano, por favor ábrala en Mateo 18:21-35. Como antecedente, recordemos que Jesús enseñó acerca de la necesidad de confrontar el pecado de los creyentes por medio de una reprensión privada, y si esto no funciona, por medio de una reprensión con dos o tres testigos, si esto no funciona, por medio de una reprensión pública en la iglesia, y si esto no funciona, por medio de la excomunión de la iglesia. Se espera que esto logre que el creyente en pecado, reconozca su pecado, lo confiese, se arrepienta y se aparte del pecado. Pero ¿qué de la persona que ha sido ofendida con el pecado de otro? Esa persona puede ser profundamente herida espiritualmente, emocionalmente y hasta físicamente. ¿Cómo tratar esto? Dejemos que el Señor Jesús nos instruya. Lo que primero vamos a ver es la pregunta de Pedro. Voy a leer en Mateo 18:21. La Biblia dice: Entonces se le acercó Pedro y le dijo: Señor, ¿cuántas veces perdonaré a mi hermano que peque contra mí? ¿Hasta siete?
Una vez que Jesús mostró la manera de restaurar al creyente que ha pecado, Pedro quedó con una inquietud muy válida. Está bien restaurar al hermano que peca contra mí, pero ¿quién me restaura a mí? Después de todo los pecados contra mí, me pueden causar mucho rencor o resentimiento o amargura. Por eso, Pedro hace una pregunta a Jesús: Señor, ¿cuántas veces perdonaré a mi hermano que peque contra mí? ¿Hasta siete? Al dirigirse a Jesús como Señor, Pedro está reconociendo la deidad de Jesús. Señor significa el Amo, el Dueño, el más importante. Cualquier cosa que él diga es voz de Dios. La pregunta de Pedro fue: ¿cuántas veces perdonaré a mi hermano que peque contra mí? Observe que se trata de un asunto entre hermanos. El incrédulo no tiene parte en esto. Las ofensas contra un hermano causan profundas heridas espirituales, emocionales y aún físicas. Si no se tratan adecuadamente, estas heridas pueden transformarse en rencor o resentimiento o amargura. La única manera de liberarse de estos males del alma es por medio del perdón. En este caso, perdonar es la traducción de un verbo griego que literalmente significa: Enviar afuera. Denota un compromiso ante Dios por el cual se desecha, se envía afuera, el humano deseo de tomar venganza en contra del ofensor, el natural deseo de tratar al ofensor de la misma manera que él nos ha tratado. Perdonar implica también tratar al ofensor como si la ofensa nunca hubiera acontecido. Esto es perdonar. Perdonar de esta manera libera al creyente ofendido del rencor, del resentimiento de la amargura. El mejor modelo de perdón es Dios mismo. Hablando del perdón, el apóstol Pablo dijo lo siguiente según Efesios 4:32: Perdonándoos unos a otros, como Dios también os perdonó a vosotros en Cristo. Siguiendo este modelo, el perdón es incondicional. Dios no puso condición alguna para perdonarnos, simplemente nos perdonó cuando recibimos a Cristo como Salvador. Además el perdón es continuo. Dios nos perdona tantas veces como pidamos perdón por los pecados que cometamos. Seguramente fue esto último lo que motivó a Pedro a hacer la pregunta a Jesús: ¿cuántas veces perdonaré a mi hermano que peque contra mí? Los rabinos de la época de Jesús enseñaban que se debía perdonar hasta tres veces. En un alarde de bondad y generosidad, Pedro sugiere: ¿Hasta siete? Es probable que Pedro estaba esperando la felicitación de Jesús, pero note lo que dijo Jesús. Consideremos la respuesta de Jesús. Se halla en Mateo 18:22. La Biblia dice: Jesús le dijo: No te digo hasta siete, sino aun hasta setenta veces siete.
Perdonar hasta siete veces fue un buen gesto de Pedro, pero lamentablemente no era suficiente para agradar a Dios. Jesús por tanto dice: No te digo hasta siete, sino aun hasta setenta veces siete. Esto no significa que debemos llevar cuenta exacta de cuantas veces nos ofende algún hermano y a partir de la ofensa número 490 ya no debemos perdonar. Lo que Jesús estaba diciendo es que debemos perdonar al que nos ofende las veces que nos ofenda, sin importar cuantas veces sean. Cualquier cosa menos que esto sale del modelo de perdón que Dios ha establecido. Pedro debió haber quedado con la boca abierta al oír estas palabras de Jesús. En lugar de felicitaciones por su sugerencia recibió un balde de agua fría. Con el propósito de que Pedro y nosotros comprendamos la magnitud de lo que Jesús acabó de decir, Jesús relata una hermosa parábola. Se encuentra en Mateo 18:23-34. La Biblia dice: Por lo cual el reino de los cielos es semejante a un rey que quiso hacer cuentas con sus siervos. Y comenzando a hacer cuentas, le fue presentado uno que le debía diez mil talentos A éste, como no pudo pagar, ordenó su señor venderle, y a su mujer e hijos, y todo lo que tenía, para que se le pagase la deuda. Entonces aquel siervo, postrado, le suplicaba, diciendo: Señor, ten paciencia conmigo, y yo te lo pagaré todo. El señor de aquel siervo, movido a misericordia, le soltó y le perdonó la deuda. Pero saliendo aquel siervo, halló a uno de sus consiervos, que le debía cien denarios; y asiendo de él, le ahogaba, diciendo: Págame lo que me debes. Entonces su consiervo, postrándose a sus pies, le rogaba diciendo: Ten paciencia conmigo, y yo te lo pagaré todo. Mas él no quiso, sino fue y le echó en la cárcel, hasta que pagase la deuda. Viendo sus consiervos lo que pasaba, se entristecieron mucho, y fueron y refirieron a su señor todo lo que había pasado. Entonces, llamándole su señor, le dijo: Siervo malvado, toda aquella deuda te perdoné, porque me rogaste. ¿No debías tú también tener misericordia de tu consiervo, como yo tuve misericordia de ti? Entonces su señor, enojado, le entregó a los verdugos, hasta que pagase todo lo que le debía.
Se trata de una parábola que ilustra como son las cosas en el reino de los cielos en cuanto al perdón. Un rey que debe haber sido muy rico había prestado dinero a algunos de sus siervos. Un buen día se le ocurrió que era hora de hacer cuentas con sus siervos. Obviamente el primero que le fue traído fue uno que le debía diez mil talentos. El talento en aquella época, era por decirlo en términos modernos, el billete de mayor denominación. Este siervo debía al rey diez mil de estos billetes de mayor denominación. Era una cantidad enorme de dinero. Cuando el rey exigió el pago, este siervo se vio forzado a reconocer que no había forma posible de pagar tanto dinero. El rey por tanto ordenó que se entregue en calidad de esclavo a este siervo, a su mujer y a sus hijos y que se venda todo lo que tenía, para recuperar al menos algo de la deuda. En desesperación, al siervo no se le ocurrió otra cosa sino postrarse ante el rey y suplicar diciendo: Ten paciencia conmigo, y yo te pagaré todo. Además de rico, el rey era misericordioso y comprendiendo la situación del siervo le soltó y le perdonó la deuda. Qué alivio debió haber experimentado este siervo perdonado de cuantiosa deuda. Pero aquí viene lo inaudito. Ni bien salió el siervo de la presencia del rey, se le cruzó uno de sus consiervos, quien le debía cien denarios. Cien denarios es lo que ganaría un jornalero en tres meses de trabajo. Claro que era dinero, pero ni de lejos se comparaba con los diez mil talentos que debía el siervo y de lo cual le fue perdonado. Ciego de ira el siervo malvado tomó al consiervo deudor por el cuello y apretando cada vez más fuerte le decía: Págame lo que me debes. El consiervo entonces se postró a los pies del siervo y le rogaba diciendo: Ten paciencia conmigo y yo te lo pagaré todo. Las mismas palabras que el siervo malvado dijo al rey. Pero el siervo malvado no quería saber nada de tener paciencia y enceguecido por el odio hizo encerrar al consiervo en la cárcel hasta que pague todo. Mirando lo que había pasado, los otros consiervos se entristecieron y fueron con la noticia al rey. Una vez que lo supo, el rey llamó al siervo y le dijo: Siervo malvado, toda esa gran deuda te perdoné porque me rogaste y tú no perdonaste a tu consiervo que tenía una pequeña deuda contigo aunque te rogó. Muy enojado, el rey entregó al siervo malvado a los verdugos para que no lo suelten hasta que pague todo lo que debía. En Mateo 18:35, Jesús aplica la parábola. La Biblia dice: Así también mi Padre celestial hará con vosotros si no perdonáis de todo corazón cada uno a su hermano sus ofensas.
Lo que nosotros debemos a Dios por nuestro pecado es comparable a la deuda de diez mil talentos del siervo malvado. Lo que nos debe a nosotros aquel que nos ofende de alguna manera, es comparable a la deuda de cien denarios del consiervo del siervo malvado. Si nosotros fuimos perdonados por Dios de esa enorme deuda, entonces ¿por qué nos resistimos a perdonar la pequeña deuda de los que nos ofenden? De esta manera, Jesús está mostrando con claridad que como creyentes estamos obligados a perdonar a cualquier hermano que nos ofenda de cualquier manera y cualquier cantidad de veces. Es la única manera de vivir libres del rencor o el resentimiento o la amargura. Que por la gracia de Dios se sienta motivado a perdonar a los que le ofenden.
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