Es motivo de gran gozo saludarle amiga, amigo oyente. La Biblia Dice… le extiende cordial bienvenida al estudio bíblico de hoy. Este estudio bíblico es parte de la serie que lleva por título: Romanos, la salvación por gracia por medio de la fe en Cristo Jesús. En esta oportunidad, David Logacho nos hablará sobre otra obra del Espíritu Santo en la vida del creyente. Esta obra permite al creyente ser parte de la familia de Dios, no solamente como un hijo recién nacido sino como un hijo adulto, con todas las responsabilidades y privilegios que eso conlleva.
El Espíritu Santo cambia la naturaleza del creyente y lo capacita para vivir en santidad, pero el Espíritu Santo hace mucho más en el creyente. En primer lugar, el Espíritu Santo guía al creyente. Esto es lo que encontramos en Romanos 8:14 “Porque todos los que son guiados por el Espíritu de Dios, estos son hijos de Dios.” Los creyentes no son guiados por medio de impresiones mentales subjetivas para saber qué decisiones deben tomar. Según lo que dice este versículo, es el Espíritu de Dios quien guía a los creyentes en una forma objetiva, a través de la iluminación, o la obra de clarificar las Sagradas Escrituras, para saber las decisiones que se deben tomar para agradar a Dios. Es el mismo Espíritu Santo que otorga el poder para obedecer lo que dicen las Sagradas Escrituras. Los que son guiados por el Espíritu de Dios, estos son hijos de Dios. Cuando el creyente experimenta en la práctica la guía del Espíritu Santo, adquiere una seguridad de que ha llegado a ser parte de la familia de Dios como un hijo. En segundo lugar, el Espíritu Santo permite al creyente reconocer que ha sido adoptado por Dios. Romanos 8:15-16 dice: “Pues no habéis recibido el espíritu de esclavitud para estar otra vez en temor, sino que habéis recibido el espíritu de adopción, por el cual clamamos ¡Abba, Padre! El Espíritu mismo da testimonio a nuestro espíritu, de que somos hijos de Dios.” Cuando este texto habla de “espíritu” con minúscula, se está refiriendo a una actitud o disposición. Los creyentes no hemos recibido el espíritu de esclavitud para estar otra vez en temor. Es decir que los creyentes no debemos tener ya la actitud del incrédulo, quien por su vida de pecado es un esclavo de su temor a la muerte y al castigo final. Mas bien los creyentes hemos recibido el espíritu de adopción. Esto se refiere a la actitud de un profundo reconocimiento de que Dios nos ha hecho sus hijos, y por tanto podemos ir a su presencia sin temor o duda porque él es nuestro Padre celestial. Cuando este pasaje bíblico habla de adopción se está refiriendo al acto de Dios por el cual coloca a un creyente en su familia como un hijo adulto, con todos los derechos y obligaciones que eso conlleva. Esto es lo maravilloso del creyente. No sólo que ha nacido a la familia de Dios como un niño que necesita crecer y desarrollar, sino que ha sido colocado como un hijo adulto, una posición de pleno privilegio. Todo esto se hace patente cuando el creyente está en libertad de llamar a Dios ¡Abba, Padre! Los que conocen el idioma Arameo dicen que la palabra Abba, es un termino familiar, que implica una relación de intimidad, y que la usaban los niños en su trato informal con su padre. Palabras equivalentes serían: Papá, o papi. Esto es extraordinario. El creyente tiene plena y absoluta libertad para ir a la misma presencia de Dios para llamarlo “papá” o “papi” Antes de la muerte de Cristo, ningún judío se atrevería siquiera pensar en entrar a la misma presencia de Dios. Esto era privilegio del sumo sacerdote y eso una sola vez al año. Peor todavía entrar a la presencia de Dios y llamarle “papá” o “papi”, pero por la gracia de Dios, todo creyente, desde el más tierno hasta el más maduro, tiene la bendición de entrar a la presencia de Dios cuando quiera y para lo que quiera y encima de eso puede llamar a Dios “papá” o “papi” Así de íntima es la relación de todo creyente con el Padre celestial. La vida residente del Espíritu Santo nos atrae de la distancia y miedo de nuestra vida vieja, nos lleva al mismo seno del Padre, y nos capacita para exclamar con la simplicidad de un niño: Abba, Padre. Muchos creyentes viven como esclavos en vez de hijos, viven en el Antiguo Testamento, en vez del Nuevo Testamento y la misión del Espíritu Santo es de unirnos de tal manera a Jesús, trayéndolo a nuestros corazones de manera que llegamos a ser idénticos con él en parentesco y miramos al Padre con su amor y su confianza. Su Padre y nuestro Padre, su Dios y nuestro Dios. El Espíritu Santo da testimonio a nuestro espíritu sobre esta verdad. No lo hace de una manera mística, sino por medio del fruto que el Espíritu Santo produce en nosotros. A continuación, Pablo nos habla de otro beneficio que resulta de la obra del Espíritu Santo en el creyente. Romanos 8:17 en su primera parte dice: “Y si hijos también herederos; herederos de Dios y coherederos con Cristo” Todo creyente, independiente de su madurez en Cristo, es hijo de Dios y por tanto heredero de Dios. La herencia es múltiple. Tiene que ver con la salvación eterna. Tito 3:7 dice: “para que justificados por su gracia, viniésemos a ser herederos conforme a la esperanza de la vida eterna” Además la herencia tiene que ver con todo lo que existe en el universo. Hebreos 1:2 dice: “en estos postreros días nos ha hablado por el Hijo, a quien constituyó heredero de todo, y por quien asimismo hizo el universo.” La herencia tiene también que ver con gloria. Romanos 5:2 dice: “por quien tenemos entrada por la fe a esta gracia en cual estamos firmes, y nos gloriamos en la esperanza de la gloria de Dios.” Por último, algo fantástico, que tal vez es imposible que lo comprendamos en su totalidad. La herencia es la misma persona de Dios. Lamentaciones 3:24 dice: “Mi porción es Jehová, dijo mi alma; por tanto, en él esperaré” Qué fabuloso la herencia no es solamente lo que Dios tiene sino también lo que Dios es. Al mirar lo que Dios ha hecho con sus hijos no podemos sino agradecer y magnificar su nombre. No es que lo merezcamos. Todo es sin mérito por parte nuestra. Es simplemente una obra de gracia de Dios. Pero el texto dice que los creyentes también somos coherederos con Cristo. Dios constituyó a su Hijo heredero de todo lo que existe, según Hebreos 1:2, y cada hijo adoptado recibirá por gracia divina la herencia completa que Cristo recibe por derecho divino. Mientras más contemplamos la gloriosa herencia de los creyentes más apreciamos y admiramos la gracia de Dios. Hasta aquí todo es maravilloso, pero la obra del Espíritu Santo en el creyente no está libre de problemas y de pruebas. Esto es importante para el crecimiento y desarrollo del creyente. Note lo que dice la segunda parte de Romanos 8:17 “si es que padecemos juntamente con él, para que juntamente con él seamos glorificados.” Esto no está enseñando que para recibir los beneficios del Espíritu Santo en la vida del creyente es necesario que el creyente sufra padecimiento. No es una condición sino el establecimiento de un hecho. La realidad es que el sufrimiento jamás está ausente de la experiencia cristiana. Todo creyente que se esfuerza por vivir piadosamente sufrirá persecución, rechazo, burla, e inclusive violencia. Usted puede hacer la prueba. Comience a vivir lo más cerca de Dios respetando y obedeciendo su palabra y tarde o temprano encontrará personas, inclusive muy cercanas, que se pondrán en su contra. Le tildarán de exagerado, de fanático, de inflexible, de retrógrado y tantos otros epítetos más que lastiman el alma. Lo que pasa es que el mundo se ofende cuando un creyente vive la vida cristiana a plenitud. El buen testimonio de un creyente consagrado al Señor es una permanente bofetada al mundo y a los creyentes que no están viviendo como deberían y esto desencadena persecución en contra del creyente. Pero detrás de todo esto existe una hermosa promesa. Así como Cristo padeció y después fue glorificado, el creyente que padece también algún día va a ser glorificado. Se cumple el principio de que el camino a la exaltación pasa siempre por el valle de la humillación. De modo que amable oyente, no se sorprenda por la aflicción que tal vez está enfrentando por causa de Cristo. Es parte de la herencia que tenemos por ser hijos de Dios. Es muy fácil sonreír y agradecer a Dios cuando todo sale como lo esperamos, pero cuando las cosas se ponen difíciles, allí es cuando flaquea nuestra fe y hasta dudamos de Dios. No hay razón para ello. En los momentos de prueba es cuando más claramente podemos percibir la voz de Dios. Así que, anímese, fortalézcase en Cristo y consuélese sabiendo que la glorificación está en camino. Qué bueno ha sido mirar lo que hace el Espíritu Santo en la vida del creyente. Todo esto nos pertenece por el sólo hecho de haber recibido a Cristo como Salvador. Si todavía no ha recibido a Cristo como su personal Salvador, no tarde más en tomar esta decisión. No olvide que lo que está en juego es el futuro eterno de su alma.
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