Amado oyente, en el programa de hoy te invito a analizar el Libro de Juan, el capítulo 4. ¿No es extraño cómo puedes estar en un lugar, pero estar lejos de ese lugar al mismo tiempo? ¿Piensas que eso sea posible en el culto congregacional? ¿Crees que es posible para nosotros estar en el culto congregacional pero no estar realmente en la adoración, porque pensamos en todo menos en eso?
Quiero que hablemos acerca de la honestidad no negociable y el culto congregacional. Y hay una palabra aquí, para nosotros en una cultura en la que es común estar sentados en una iglesia sin hacer nada más que eso. Existe una tendencia peligrosamente sutil, que es estar participando del culto congregacional semana tras semana y nunca llegar a un punto de verdadera honestidad con Dios. De hecho, estoy convencido de que puedes estar en la iglesia todos los domingos de tu vida y nunca comprometerte con la persona de Jesucristo en la adoración. ¿Te das cuenta de que esto es posible y es peligroso?
Entonces debemos asegurarnos de que la honestidad sea parte de la adoración congregacional y quiero que veamos eso en una historia de lo que voy a llamar “un pretencioso espiritual” y quiero que veamos cuatro características de los pretenciosos espirituales. Mi desafío para ti, ya seas un líder en la iglesia, seas parte del personal o seas un anciano, ya sea que hayas estado en la iglesia toda tu vida o apenas una vez, quiero que veas si alguna de estas características está presente en tu relación con Dios o en tu adoración.
Vamos a ver una conversación que aconteció entre Jesús y una mujer en las afueras de un pequeño pueblo llamado Sicar. Esta mujer, si pudieras ponerte en sus zapatos, ha salido a sacar agua del pozo de Jacob, y ella está sola. Su historia es que ha tenido cinco maridos y que el hombre con el que vive ahora no es su esposo. Como resultado, ella ha sido marginada en su cultura. Ella es marginada de tal manera, que vendría sola en vez de con otras mujeres para sacar agua. Ella es una mujer con fe, pero incluso su fe, la ha dejado vacía, así que quiero invitarte a ponerte en su lugar porque esta es la persona con la que Jesús conversa acerca de lo qué se trata la honestidad y la adoración.
Escuchemos el capítulo 4 de Juan. Comenzaremos en el versículo 13, Jesús dijo: “Cualquiera que bebiere de esta agua, volverá a tener sed; mas el que bebiere del agua que yo le daré, no tendrá sed jamás; sino que el agua que yo le daré será en él una fuente de agua que salte para vida eterna. La mujer le dijo: Señor, dame esa agua, para que no tenga sed, ni venga aquí a sacarla. Jesús le dijo: Ve, llama a tu marido, y ven acá. Respondió la mujer y dijo: No tengo marido. Jesús le dijo: Bien has dicho: No tengo marido; porque cinco maridos has tenido, y el que ahora tienes no es tu marido; esto has dicho con verdad. Le dijo la mujer: Señor, me parece que tú eres profeta. Nuestros padres adoraron en este monte, y vosotros decís que en Jerusalén es el lugar donde se debe adorar. Jesús le dijo: Mujer, créeme, que la hora viene cuando ni en este monte ni en Jerusalén adoraréis al Padre. Vosotros adoráis lo que no sabéis; nosotros adoramos lo que sabemos; porque la salvación viene de los judíos. Mas la hora viene, y ahora es, cuando los verdaderos adoradores adorarán al Padre en espíritu y en verdad; porque también el Padre tales adoradores busca que le adoren. Dios es Espíritu; y los que le adoran, en espíritu y en verdad es necesario que adoren. Le dijo la mujer: Sé que ha de venir el Mesías, llamado el Cristo; cuando él venga nos declarará todas las cosas. Jesús le dijo: Yo soy, el que habla contigo.” (Juan 4:13-26) Cuatro características de los pretenciosos espirituales.
Primero, los pretenciosos espirituales intentan adorar sin ser honestos con Dios. Lo que tenemos aquí, al comienzo de este capítulo, es una conversación entre Jesús y esta mujer sobre el agua. Ella ha salido a sacar agua. Jesús está usando esta imagen, para hablar sobre cómo Él da agua, Él satisface la sed de nuestras almas, de una manera que nada más puede satisfacer. Esa es su conversación hasta aproximadamente el versículo 16 y luego hay una transición bastante abrupta. Él le dice: « Ve, llama a tu marido, y ven acá «. Jesús está llegando al lugar más vulnerable que ella tiene. Y ella dijo: «No tengo marido«. Ella elude la pregunta. « Jesús le dijo: Bien has dicho: No tengo marido; porque cinco maridos has tenido, y el que ahora tienes no es tu marido; esto has dicho con verdad «. Jesús, no está jugando aquí. Él va directo al tema, el tema central en su vida. Y entonces, ¿qué hace ella?
Ella hace exactamente lo que la mayoría de nosotros haría, ella cambia de tema. “Bueno, ya que estamos hablando de todos mis maridos, vamos a tener una discusión teológica, sobre dónde crees que debemos adorar; ¿en tu montaña o en esta montaña?” Y, de repente, vemos a esta mujer esquivando la pregunta y tratando de dejar la pregunta a un lado. Ella está evitando a toda costa ser honesta con este hombre con el que está hablando. Ahora bien, el acercamiento de Dios con nuestro pasado, con nuestro pecado, esto no es algo nuevo en las Escrituras. Volvamos al principio del Antiguo Testamento. Acompáñame a Génesis capítulo 3, esta es una historia con la que me imagino muchos, si no todos, estamos familiarizados; la caída del hombre, cuando el pecado entró en el mundo. ¿Recuerdas la historia de Adán y Eva siendo tentados? Veamos su respuesta cuando fueron confrontados en su pecado.
Génesis capítulo 3 versículo 6 dice: “Y vio la mujer que el árbol era bueno para comer, y que era agradable a los ojos, y árbol codiciable para alcanzar la sabiduría; y tomó de su fruto, y comió; y dio también a su marido, el cual comió así como ella. Entonces fueron abiertos los ojos de ambos, y conocieron que estaban desnudos; entonces cosieron hojas de higuera, y se hicieron delantales. Y oyeron la voz de Jehová Dios que se paseaba en el huerto, al aire del día; y el hombre y su mujer se escondieron de la presencia de Jehová Dios entre los árboles del huerto. Mas Jehová Dios llamó al hombre, y le dijo: ¿Dónde estás tú? Y él respondió: Oí tu voz en el huerto, y tuve miedo, porque estaba desnudo; y me escondí. Y Dios le dijo: ¿Quién te enseñó que estabas desnudo? ¿Has comido del árbol de que yo te mandé no comieses? Y el hombre respondió:” ¿Qué es lo que el hombre dice? Él culpa a la mujer y dice: “La mujer que me diste por compañera me dio del árbol, y yo comí. Entonces Jehová Dios dijo a la mujer: ¿Qué es lo que has hecho?” y la mujer también pasó la culpa, ella dijo: «La serpiente me engañó, y comí. Y Jehová Dios dijo a la serpiente» y el pasaje continúa.
¿Ves la evasión del problema? Los ves ocultándose del Señor y cuando son confrontados, niegan su culpa y la traspasan a otros, no queriendo ser confrontados en el pecado, tratando de no ser honestos con Dios. Bueno, ese es el primer libro en el Antiguo Testamento. Vamos al último libro en el Antiguo Testamento, el Libro de Malaquías. Miremos el capítulo 1 de Malaquías. Este es un pasaje donde Dios le está hablando a Su pueblo acerca de la adoración. En ese día básicamente, el sistema de adoración se fundamentaba en el templo donde el pueblo de Dios traía sacrificios y había leyes sobre qué tipo de sacrificios traer. Y vamos a ver que eso no es lo que el sacerdote o los líderes estaban haciendo.
Escucha Malaquías capítulo 1 versículo 6. Este es Dios hablándole a su pueblo. Él dijo: “El hijo honra al padre, y el siervo a su señor. Si, pues, soy yo padre, ¿dónde está mi honra? y si soy señor, ¿dónde está mi temor? dice Jehová de los ejércitos a vosotros, oh sacerdotes, que menospreciáis mi nombre. Y decís: ¿En qué hemos menospreciado tu nombre? En que ofrecéis sobre mi altar pan inmundo. Y dijisteis: ¿En qué te hemos deshonrado? En que pensáis que la mesa de Jehová es despreciable. Y cuando ofrecéis el animal ciego para el sacrificio, ¿no es malo? Asimismo cuando ofrecéis el cojo o el enfermo, ¿no es malo? Preséntalo, pues, a tu príncipe; ¿acaso se agradará de ti, o le serás acepto? dice Jehová de los ejércitos. Ahora, pues, orad por el favor de Dios, para que tenga piedad de nosotros. Pero ¿cómo podéis agradarle, si hacéis estas cosas? dice Jehová de los ejércitos. ¿Quién también hay de vosotros que cierre las puertas o alumbre mi altar de balde? Yo no tengo complacencia en vosotros, dice Jehová de los ejércitos, ni de vuestra mano aceptaré ofrenda.” (Malaquías 1:6-10).
¿Captas la imagen allí? Los sacerdotes, en lugar de ofrecer los mejores sacrificios ante el Señor, tomarían los animales ciegos, enfermos, o lisiados y los pondrían sobre el altar para sacrificarlos ante el Señor y se quedarían con los animales buenos. Entonces, tendrían la audacia, cuando Dios confrontó a los hombres, de decir ¿qué estamos haciendo mal? Dios los mira y dice que sería mejor para ellos cerrar las puertas del templo y no tratar de adorar porque entrar allí con deshonestidad solo aumenta, multiplica la transgresión de ellos. ¿Lo entendiste? Obviamente, estamos en un sistema muy diferente al sistema de adoración del templo del Antiguo Testamento, pero al mismo tiempo, hemos visto que Dios es muy serio acerca de la honestidad entre Su pueblo, en la adoración congregacional. De hecho, llegamos al capítulo 2, versículo 3, escucha lo que le dice al sacerdote. Él dice «He aquí, yo os dañaré la sementera, y os echaré al rostro el estiércol, el estiércol de vuestros animales sacrificados, y seréis arrojados juntamente con él.»
Dios toma la honestidad en la adoración congregacional extremadamente en serio. Entonces, esa es la razón por la cual, cuando llegamos a Juan capítulo 4, vemos a Jesús confrontando el pecado en la vida de esta mujer, y parte de nosotros, al leer lo que Él le dice, pensamos “eso es tan insensible de parte de Jesús. Quiero decir, estas son heridas en su vida que Él acaba de abrir. Tal vez el Dios del Antiguo Testamento haría eso, ¿pero Jesús? ¿Por qué Jesús pondría todo esto en primer plano? ¿Por qué haría eso, incluso a riesgo de hacerla experimentar el dolor de revivir eso una y otra vez? ¿Por qué Jesús lo haría?”
Bueno, creo que hay dos razones principales. Número uno, Jesús desea, no solo confrontarnos en nuestro pecado, sino que desea cubrir nuestro pecado, y la belleza de lo que está sucediendo en Juan capítulo 4, es lo que vemos en toda la Escritura. Todos tenemos pecados, cada uno de nosotros, sin excepción, y podemos tratar de cubrirlo o podemos permitir que Dios lo cubrirá por nosotros. Esa es nuestra opción. Y alabado sea Dios por haber tomado la iniciativa y venir a nosotros en la persona de Cristo y haber dicho que quiere exponer tu pecado para poder cubrirlo con Su gracia. Pero no podemos ver el pecado cubierto de gracia hasta que esté expuesto, hasta que esté afuera. Por eso era necesario que ella, llegara a un punto de honestidad con Cristo, porque Él deseaba cubrir su pecado. Dios se deleita en tomar al pecador más sucio y limpiarlo con la justicia de Cristo, con la sangre que derramó en la cruz.
Él no será burlado ni recibirá nuestras canciones y nuestra actividad religiosa si dejamos de ser honestos con Él. Si vamos a la iglesia y nos sentamos en nuestro pecado y pretendemos que no está allí, que no es tan malo o que no es real, entonces nos perderemos el objetivo de la adoración congregacional. Así que, este día quiero animarte a que seas sincero con tu Padre celestial, con el Justo por excelencia. Preséntate ante Él con un corazón sincero y despójate de tu pecado, sólo así podrás entregarle una adoración digna de su gracia. Que Dios te bendiga.
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