Saludos cordiales amigo oyente. Este es un día muy especial para nosotros, porque a partir de hoy, David Logacho comenzará una nueva serie de estudios bíblicos. El tema será la santidad. Hablar de santidad en los actuales momentos es como retroceder a la edad media. Cómo puede alguien atreverse a hablar de santidad cuando vivimos en una sociedad donde se han echado por tierra todas las inhibiciones imaginables y como resultado estamos contemplando una cultura en la cual toda conducta es válida no importa cuál sea. Hoy por hoy se cree, por ejemplo, que el homosexualismo es una manera válida y legítima de expresar la sexualidad. Igual actitud se toma en cuanto al aborto, a la infidelidad conyugal, al divorcio, al soborno, al robo, a la mentira, etc., etc. Por tanto, para más personas de lo que nos imaginamos, hablar de santidad hoy en día es sinónimo de ser anticuado o síntoma de andar desubicado. Pero la realidad amigo oyente, es que la infalible palabra de Dios pone a la santidad como algo importante para el creyente, no importa en cualquier época que viva. Por la eternidad se oirá el clamor de la palabra de Dios, diciendo: Sed santos porque yo también soy santo. Nuestro deseo es que Ud. conozca qué es lo que dice la Biblia sobre la santidad y viva conforme a esos preceptos.
Las caídas dentro de los que profesan fe en Jesucristo es alarmante. Muchos andan tan bien en la vida cristiana, pero de una manera aparentemente inexplicable caen en pecado y arruinan por completo sus vidas. Por supuesto que no todos los que profesan fe en Jesucristo son genuinamente salvos, pero aún entre los que muestran evidencias de ser verdaderamente salvos existe un alarmante índice de caídos. Esta serie de estudios bíblicos tiene un doble propósito, busca servir de ayuda a los creyentes que han caído en pecado y que se encuentran postrados para que se levanten y vuelvan a la carrera de la vida cristiana y por otro lado, busca que los creyentes que todavía no han caído sepan cómo evitar la caída. Hablando de caída en pecado, es necesario señalar que ningún creyente cae en pecado de la noche a la mañana. Aquel joven creyente que cae en el pecado de fornicación, por ejemplo, no cayó en ese pecado el instante que cometió la fornicación. No, señor, la caída de ese joven creyente comenzó tiempo atrás, el acto de fornicación fue simplemente el fruto de algo que se sembró hace tiempo. A lo mejor la caída en fornicación de este joven comenzó cuando miró una escena escabrosa en un programa de televisión y dejó que en su mente surjan fantasías inmorales, luego cuando decidió tocar el cuerpo de su novia pensando que jamás perdería el control de sí mismo como para caer en la fornicación. Así por el estilo, la planta fue creciendo y madurando. En algún momento debía dar su fruto. El fruto fue fornicación. Nadie peca de la noche a la mañana amigo oyente. La idea para no caer en cualquier pecado es por tanto cuidar nuestro carácter. Es por esto que Dios en su palabra nos instruye a tener el mismo carácter que Cristo. El calificativo más elevado que se podría asignar al carácter de una persona es cuando se dice que es semejante al de Cristo. Este calificativo es lo que todo creyente debe buscar y el mayor honor que un creyente puede recibir es que se le diga que su carácter se parece al de Cristo. En nosotros como creyentes no debería haber mayor ambición que aquella de llegar a ser como nuestro Señor Jesucristo. Así lo han sostenido grandes hombres de Dios. Uno de ellos cuyo nombre es Henry Drummond dijo: Él llegar a ser como Cristo es la única cosa en el mundo que realmente vale la pena cultivar, cualquier otra cosa que el hombre ansíe es necedad y cualquier otra cosa que el hombre logre es vanidad. Un poeta anónimo escribió las siguientes líneas: ¡Ser como Jesús, Ser como Jesús, todo lo que yo anhelo es ser como él! A lo largo de la jornada de la vida desde la tierra hasta la gloria, todo lo que pido es ser como él. Así debería ser amigo oyente. Estoy seguro que debe ser muy gratificante el ser en extremo dotado, de tal manera que se pueda enseñar o predicar al punto que todos los corazones se inclinen y se agiten bajo la influencia de la palabra de Dios, pero nada es tan gratificante como el ser semejante a Cristo y en realidad estando vacíos de este carácter, nuestros dones no son sino metal que resuena y címbalo que retiñe. Es perfectamente posible ser un manso cordero en un pulpito y un lobo rapaz en el hogar. Los dones son favores soberanamente otorgados por Dios en la vida de una persona, pero la gracia personal es algo que nosotros tenemos la responsabilidad de desarrollar por el poder del Espíritu Santo. Muchos de nosotros aspiramos a ser grandes ganadores de almas, y a decir verdad, este ministerio se ha popularizado tanto que prácticamente se ha pregonado como el único propósito de nuestra creación. En tal virtud, vemos a cantidad de creyentes que corren de un lado para otro, en un incesante evangelismo personal, pero su estilo de vida personal es tan desordenado que hace de la fe cristiana algo sin ningún atractivo y sin ningún poder transformador. Pero Jesús puso las cosas en su enfoque adecuado cuando dijo: Venid en pos de mí y yo os haré pescadores de hombres. Aquí tenemos el orden apropiado y la prioridad apropiada. En cuanto al orden, nuestra responsabilidad es seguir a Jesús, esto significa vivir como él vivió. Como resultado de esto, la responsabilidad de Jesús es hacemos pescadores de hombres. El evangelismo, amigo oyente es el resultado natural de nuestra semejanza a Cristo. Recuerde esta lección: Primero venid en pos de mí y en la medida que lo hagamos, Jesús nos hará pescadores de hombres. Además del orden, notamos que el texto nos habla también de una prioridad divina. El propósito más grande de Dios para su pueblo es conformarnos a la imagen de su Hijo. Parece que Dios está tan satisfecho con su amado Hijo que quiere llenar el cielo con otros semejantes a él. Cuando le veamos seremos transformados inmediatamente en su imagen, pero existe más gloria para el Señor si ese proceso de asemejarnos a él comienza este mismo instante. Sobre esto he leído dos ilustraciones magistrales. La primera se trata de una mujer obesa que se enroló en uno de esos tantos programas que ofrecen reducir el peso y mejorar la figura. Tan pronto esta mujer llegó al lugar donde funcionaba este novedoso sistema para eliminar el sobrepeso, el instructor hizo parar a la mujer frente a un espejo de cuerpo entero. Luego con un marcador negro dibujó la obesa silueta de la mujer en el espejo. Una vez echo esto, el instructor tomó un marcador rojo y dibujó sobre el mismo espejo la silueta que la mujer desearía tener. Mientras la mujer miraba esa hermosa silueta que el instructor dibujaba, se le salían los ojos con solo pensar como se vería ante el espejo dentro de algún tiempo. El instructor dijo entonces: Muy bien, nuestra meta será que Ud. llegue a tener esta figura. Por semanas, esta mujer hizo todo el ejercicio recomendado y comió solamente lo indicado. Al terminar cada semana, la mujer se paraba ante el espejo, pero su volumen, aunque había disminuido, todavía sobrepasaba la figura deseada. Esto le motivaba para hacer sus ejercicios con más decisión y para someterse a una dieta más estricta. Finalmente, un día, para deleite de todos, se paró frente al espejo, y he allí, su figura era semejante a la silueta dibujada tiempo atrás en el espejo. Así debería ser con cada uno de nosotros amigo oyente. La silueta de nuestra vida como creyentes es Cristo. Por ahora estamos obesos con todo ese sobrepeso de pecado, malos hábitos, malas motivaciones, etc., pero debemos ejercitarnos para la piedad y cuidar el alimento espiritual que ingerimos. Poco a poco iremos tomando forma y algún día, estaremos tan cerca de la silueta espiritual de Jesucristo que casi no se notará una diferencia entre él y nosotros en carácter. La otra ilustración es de un artista que esculpió un león de un trozo informe de granito puro. Cuando le preguntaron como había logrado hacer esa obra maestra partiendo de una roca sin forma definida dijo: Fue fácil, todo lo que hice fue quitar con mi cincel todo lo que no pertenecía al león. Así pasa con nosotros amigo oyente. Por ahora, quizá somos como esa roca sin forma definida, pero Dios quiere esculpir en nosotros la imagen de su amado Hijo. Él irá quitando de nosotros con su cincel de las pruebas, todo aquello que no sea parte de la forma que él quiere darnos. Un autor desconocido escribió lo siguiente: Que se vea que he estado contigo, Jesús, mi Señor y mi Salvador. Que se sepa que soy solamente tuyo por mi manera de hablar y de actuar. Quiera Dios que ese sea también nuestra oración diaria.
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