Es grato para el ministerio La Biblia Dice… saludarle amiga, amigo oyente. Bienvenida, bienvenido al estudio bíblico de hoy. Estamos estudiando el libro de Romanos, en la serie que lleva por título: Romanos, la salvación por gracia por medio de la fe en Cristo Jesús. En esta oportunidad, David Logacho nos hablará acerca de la absoluta seguridad de la salvación que puede disfrutar un creyente.
En nuestro último estudio bíblico, tratamos acerca de la frustración que experimentaba Pablo al tratar de vivir en santidad por medio de su propio esfuerzo. En desesperación exclamó: ¡Miserable de mí! ¿quién me librará de este cuerpo de muerte? La respuesta a esta pregunta aparece inmediatamente: Gracias doy a Dios, por Jesucristo nuestro Señor. En la persona de Cristo está la clave para vivir en santidad. No existe otra manera posible. Pablo terminó el capítulo hablando de la lucha que existe dentro de todo creyente entre la antigua naturaleza y la nueva naturaleza. El capítulo 7 de Romanos describe la desesperada lucha del nuevo corazón con el viejo corazón en un hombre salvo. El capítulo 8 de Romanos describa la victoria del mismo hombre salvo sobre su viejo enemigo y todos los otros, cuando se le agrega a la vida la presencia y poder residente del Señor Jesucristo y el Espíritu Santo para llenarlo y mantenerlo en victoria sobre todos sus enemigos. El último versículo del capítulo 7 de Romanos nos da la clave de todo el capítulo en las palabras: “yo mismo” pues es la narración de lo que yo mismo puedo hacer. Es lo mejor que yo en mi propia fuerza puedo producir, mientras que el capítulo 8 de Romanos es lo que Cristo hace en mí y la clave de este capítulo es: “yo en Cristo y Cristo en mí” Yo mismo puedo escoger lo recto y luchar a favor de ello, pero no lo puedo alcanzar plenamente. Con la mente sirvo a la ley de Dios, mas con la carne sirvo a menudo a la ley del pecado. Pero llegando a lo más alto de la unión con Cristo, entonces, la ley del Espíritu de vida en Cristo Jesús me ha librado de la ley del pecado y de la muerte. En Gálatas 5:17 se describe este conflicto: “Porque el deseo de la carne es contra el Espíritu, y el del Espíritu es contra la carne; y éstos se oponen entre sí, para que no hagáis lo que quisiereis” La batalla ya no es entre nuestro espíritu y la carne, sino entre el Espíritu Santo y la carne. La batalla no es nuestra, sino de Dios y por tanto la victoria es segura y completa, a tal punto que Pablo dice en Gálatas 5:16 “Andad en el Espíritu, y no satisfagáis los deseos de la carne.” De modo que, no busquemos la vida en santidad de maneras equivocadas, por las obras de la ley y las luchas de nuestra voluntad, sino vivamos la realidad de nuestra unión con Cristo y recibamos su vida como el principio y fuente de la vida de santidad que jamás podíamos alcanzarla por nosotros mismos. A. B. Simpson provee esta magnífica ilustración sobre lo que estamos hablando. Dos señoritas que anteriormente eran compañeras de trabajo en una fábrica se encontraron después de un buen tiempo. Una de ellas preguntó a la otra: ¿Dónde estás trabajando ahora? Ésta le miró con un aire de superioridad y dijo: ¿Trabajando? Yo ya no trabajo. Ahora estoy casada. Claro, había dejado el trabajo, se había casado y ahora tenía un amoroso esposo que proveía para todas sus necesidades. Esta historia tiene cierta relación con lo que estamos estudiando. Dejemos el trabajo arduo de procurar vivir en santidad por nosotros mismos y casémonos con Cristo. Dejemos de frustrarnos tratando de mostrar el fruto de la santidad en nuestra propia fuerza y recibamos la plenitud de vida y amor de Cristo y entonces brotarán espontáneamente de nuestros gozosos corazones los frutos de santidad y las gracias celestiales de amor, gozo, paz, paciencia, benignidad, bondad, fe, mansedumbre y templanza, cosas que jamás alcanzaremos mediante nuestros esfuerzos, pero que por su gracia brotarán de él y luego volverán a él y fluirá hacia otros en gloria y bienaventuranza. Luego de esta introducción extensa pero necesaria, proseguimos con el estudio del capítulo 8 de Romanos. En este capítulo, Pablo mostrará que la santificación no es por la carne, sino por el Espíritu Santo. Pablo comienza esta sección poniendo un fundamento que resume todo lo que ha dicho en los siete capítulos anteriores. En Romanos 8:1, la Biblia dice: “Ahora, pues, ninguna condenación hay para los que están en Cristo Jesús, los que no andan conforme a la carne, sino conforme al Espíritu.” Este versículo nos presenta la maravillosa verdad de la justificación por la sola fe sobre la base de la maravillosa gracia de Dios. Esto es un bien presente de todo creyente verdadero, no importa si es un creyente tierno o un creyente maduro. Ahora, pues, dice el texto. No ayer, ni mañana, sino ahora, tiempo presente. ¿Cuál es la esencia de este precioso bien de todo creyente? El texto dice: ninguna condenación hay para los que están en Cristo Jesús. La palabra que se ha traducido como “condenación”, la palabra griega “katácrima”, es un término legal que significa la sentencia que dictamina un juez en contra de alguien que luego de un juicio se ha determinado que es culpable. El hombre pecador es culpable ante Dios. Por ser pecador merece la muerte en su significado más amplio. Pero por el hecho de haber recibido a Cristo como Salvador, el hombre pecador ha sido justificado o declarado justo. Esto se sustenta en que el creyente ha sido hecho uno con Cristo. Cristo está en el creyente y el creyente está en Cristo. Todo lo que se puede decir de Cristo se puede decir también del creyente. Cristo murió, el creyente también murió. Cristo fue sepultado, el creyente también fue sepultado. Cristo resucitó, el creyente también resucitó. Pero lo que interesa por ahora es el hecho que Cristo murió y el creyente también murió. Siendo así, en Cristo, el creyente ha saldado sus cuentas con la ley. Esta es la razón por la cual Pablo dice: Ninguna condenación hay para los que están en Cristo Jesús. No hay pecado, no importa si es pasado, presente o futuro, que el creyente pueda cometer, que pueda ser motivo para que un genuino creyente pueda ser condenado, porque el castigo del pecado fue pagado en su totalidad por Cristo y la justicia de Cristo fue imputada en el creyente. Ningún pecado puede revertir la decisión legal divina que ninguna condenación hay para los que están en Cristo Jesús. ¡Qué maravilloso! Esto comunica total y absoluta seguridad para el genuino creyente. Qué triste que muchos creyentes, tal vez por ignorancia, vivan en una especie de cuerda floja en cuanto a su salvación. A veces se sienten salvos y están felices, pero a veces no se sienten salvos y se sumergen en un foso profundo de duda y tristeza. Pero a la luz de lo que enseña Pablo en Romanos, no hay razón alguna para que un genuino creyente dude de su salvación, porque Dios ha dado su palabra en el sentido que ninguna condenación hay para los que están en Cristo Jesús. Me fascina saber que como creyente estoy en Cristo Jesús. Esto aconteció cuando recibí a Cristo como mi Salvador personal y nunca jamás dejará de ser así. Cuando Dios me mira, me ve en Cristo. De esta manera, todas las perfecciones de Cristo se aplican a mí y por eso soy aceptado eternamente por Dios. ¿Y qué de usted, amable oyente? ¿Ha recibido ya a Cristo como su Salvador personal? No olvide que si todavía no lo ha hecho, todavía pende sobre su cabeza cual espada de Damocles el veredicto de culpable y la consecuente condena de castigo eterno en el infierno. No corra semejante riesgo. Usted ya sabe que es pecador, ya sabe que como consecuencia de eso está separado de Dios, y en peligro de recibir condenación eterna, ya sabe que Cristo murió en la cruz en lugar de usted, para pagar las cuentas por su pecado, ya sabe que Cristo resucitó de entre los muertos y que hoy está ofreciendo salvación eterna a todo pecador. Si sabe todo esto, ¿por qué no recibe hoy mismo a Cristo como su personal Salvador? Si desea hacerlo, solamente hable con Dios en oración, allí donde se encuentre, cualquier lugar que sea. Dígale a Dios que está arrepentido de todo su pecado. Dígale a Dios que reconoce que Cristo murió en lugar de usted, para pagar por su pecado, y simplemente dígale a Dios, yo en este momento recibo a Cristo como mi Salvador. Si lo hace de corazón, con total sinceridad, usted será salvo, será uno con Cristo y comenzará a disfrutar de la bendición de saber que ninguna condenación hay para los que están en Cristo Jesús. No posponga más esta decisión que significa la diferencia entre la vida y la muerte. Volviendo a Romanos 8:1 el texto termina diciendo: los que no andan conforme a la carne, sino conforme al Espíritu. No es mi ánimo sembrar dudas en su cabeza en cuanto a la veracidad de la palabra de Dios, pero esta frase no aparece en los mejores manuscritos del Nuevo Testamento. La frase aparece en el versículo 4, en donde legítimamente debe estar. Lo que pasa es que la justificación o dicho en otras palabras el que no haya ninguna condenación para los que están en Cristo, es resultado de la sola fe. Fe y nada más. La justificación es por fe, no por vivir en santidad, no por andar conforme al Espíritu. Por supuesto que el creyente debe vivir en santidad, debe andar conforme al Espíritu, pero no para por eso ser salvo, sino más bien, por el hecho de ser ya salvo, el creyente debe vivir en santidad o debe andar conforme al Espíritu. Sobre esto hablaremos más en nuestros próximos estudios bíblicos. Espero que nos acompañe.
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